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Campamento Mestizo por Verdadero98

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CAMPAMENTO MESTIZO


CAPÍTULO 2


Cuando superé aquella noticia Yamada mandó llamar a una tal Midori. Al parecer debía quedarme en la cabaña de Hermes, misma que funcionaba como una especie de centro común, hasta que mi progenitor divino se dignará a reconocerme; por lo que entendí, podía tardar días o meses, y sí tenía mala suerte, me quedaría con la duda de por vida.


Midori entró en la casa, aparentaba 18 años, mostraba una sonrisa burlona y tenía un sospechoso aroma a licor que daba mala espina. A primera vista parecía un problema andante, que por cierto sí lo era, pero también era la líder de la cabaña Hermes.


Enseguida noté que ella era alguien difícil de sorprender, sólo los dioses sabían todo lo que le había tocado ver en ese campamento, sin embargo, incluso a ella se le cayó la mandíbula cuando al poner un pie fuera de la casa, una luz comenzó a brillar sobre mi cabeza.


Silbó. -Wow, eso sí que es un récord-.


-¿Qué?-. De nuevo, no entendía nada.


-Te acaban de reconocer-.


-¿En serio?-. Levanté la cabeza para observar la brillante figura. -¿Un martillo?-.


Para mí no tenía sentido, pero para todos los espectadores era bastante obvio su significado. Escuché la voz de Yamada a mis espaldas. -Natsuki Kuga, hija de Hefesto-.


Ni siquiera me dejaron decir algo.


-Cabaña de Hefesto ¡Allá vamos!-. Y justo cuando Midori comenzó a empujarme en dirección a mi recién descubierta cabaña, sentí el impulso de voltear, al hacerlo me encontré con una mirada carmín que me observaba como sí yo fuese la octava maravilla del mundo. Alcé una ceja, confundida ante su evidente interés, pero mi confusión fue remplazada por fascinación, porque jamás había visto ojos de ese color, jamás había visto una mirada que atrapase mi atención.


Por eso, irremediablemente quedé flechada desde el primer instante que le vi, aunque no lo acepté en su momento, por orgullosa y… por despistada.


Sí, sí, era algo cabezota en aquellos tiempos.


Midori me dejó en la puerta de la cabaña 9, como ya había sido reconocida podía abandonarme a mi suerte en el campamento y ella tendría la consciencia limpia sin problemas. No le culpo, tenía una cabaña llena con toda la prole ignorada de los dioses de la cual hacerse cargo. Por otro lado, en mi nuevo "hogar" había pocos campistas, apenas 4, conmigo 5.


Un par de chicos rubios me recibieron, durante algunos segundos temí estar viendo doble, después caí en cuenta de que eran gemelos. -¡Bienvenida!-. Cada uno me tomó de un brazo para arrastrarme dentro de la cabaña. -Soy Tate-. Dijo uno. -Soy Sergey-. Ambos hablaban muy rápido. -¡Y somos los líderes de la cabaña Hefesto!-.


-El chico de ahí es Kazuya-. Saludó desde su litera. -Y la pequeña de allá es Alyssa-. De verdad era pequeña, tendría 7 años como máximo.


-Kuga Natsuki-. Me presenté, quizá sonó algo seco, pero al lado de esos gemelos cualquiera sonaba poco amigable. Era como si fuesen un sol de alegría, dejando a los demás como pequeñas estrellas. Vaya que tenían carisma.


-Nos da mucho gusto conocerte Natsuki-. Tras algunos días entendieron que prefería me llamasen por mi apellido. -Puedes elegir entre las literas de la derecha-.


Los 4 me trataron con toda la amabilidad del mundo mientras me explicaban quién era Hefesto y me mostraban la cabaña. Cuando me enseñaron el sótano que hacía de taller quedé maravillada, para otros era sólo un lugar desordenado que apestaba a aceite, para mí era un pedazo de cielo en la tierra.


Por fin había entendido porque me gustaba tanto la mecánica, por fin tenía sentido aquella habilidad innata y la necesidad de usarle. Finalmente dejaría de ser un bicho raro, porque ellos, mis hermanos, compartían esa pasión conmigo.


-Sí algo explota o se incendia, no te alarmes, pasa más seguido de lo que nos gustaría-. Mientras me explicaban como salir de los líos que solían pasar en el taller, alguien llamó en la puerta de la cabaña. -Por lo general los demás campistas nos visitan para pedirnos favores-.


Regresamos al área de las literas, taparon la entrada al sótano, y Tate abrió la puerta lo justo para ver al visitante sin que el pudiera vernos a nosotros. -Hola, ¿en qué puedo ayudarte?-. Parecía un poco extrañado, los demás, quienes sí reconocieron la voz, también hicieron una mueca de confusión. -Oh, ya veo, espera un momento-. Cerró la puerta.


-Natsuki, te buscan-. ¿Quién podía buscarme sí no conocía a nadie? Mi cara debió expresar eso. -Es una chica que se ofrece a mostrarte el campamento-.


-Está bien-. Caminé hacía la puerta, pero antes de salir Tate me murmuró algo.


-Ten cuidado, su cabaña y la nuestra no se llevan bien-. Asentí ante el aviso. Sí me lo decía, por algo sería.


Cuando salí me encontré con aquella hechizante mirada carmín. -Hola, soy Fujino Shizuru-. Me sonrió haciéndome olvidar la advertencia de Tate. Bastaba con un sólo vistazo para percatarse de su belleza.


-Kuga Natsuki-. Sin darme cuenta le devolví la sonrisa.


-Vine para enseñarte el campamento, sí gustas-. En ese instante, bien pudo decirme que pasearíamos por el séptimo infierno y habría aceptado.


-Claro-. Sí, yo era de pocas palabras.


Comenzamos con el tour. Mi forma de caminar era tosca comparada con la suya, y sus ademanes parecían los de una princesa, pero supuse que a nadie se le haría extraño su comportamiento sí ella ya estaba ahí desde hace tiempo. Por eso pensé que nuestro contraste era lo que llamo la atención de los demás, ya que en el transcurso del paseo me di cuenta de que no nos quitaban la mirada de encima, algo que por cierto era muy molesto, sobre todo porque nadie se molestaba en disimularlo. -Fujino-. Mi de por sí escasa tolerancia estaba llegando al límite.


-Dime Shizuru, ¿Qué sucede?-. Ella paseaba sin incomodarse por nuestros observadores. Podría jurar que incluso los ignoraba naturalmente.


-¿Por qué no dejan de vernos?-.


-¿Puedo decirte Natsuki?-. Asentí, por algún extraño motivo quería que ella sí me llamase por mi nombre. -Bueno Natsuki, creo que eso se debe a que les extraña ver personas de nuestras cabañas juntas-. No fue necesario preguntar el motivo, Shizuru leyó la duda en mis ojos. -Mis hermanos no suelen llevarse bien con los tuyos-. Se encogió de hombros, restándole importancia.


Entonces me dijo que ella era hija de Afrodita, que tenía quince años y que había llegado al campamento cuando tenía ocho.


También se tomó el tiempo para explicarme que la mayoría de los campistas se la pasaban ahí durante el verano, mientras que un pequeño grupo, aquel que no tenía a donde ir, se quedaba todo el año. Tuvo la cortesía de no preguntarme que tipo de campista iba a ser yo.


Por otro lado, me contó sobre los constantes roces entre los hijos de Afrodita y los de Hefesto, se peleaban por cualquier tontería y no podían verse ni en pintura sin terminar intentando matarse.


No era difícil entender porque se llevaban tan mal.


Ellos eran hijos de Afrodita, diosa del amor, la belleza, el deseo y la lujuria.


Y nosotros hijos de Hefesto, dios del fuego, las fraguas, los artesanos y los herreros.


Irónicamente, nuestros padres divinos estaban casados.


Aunque bueno… ese matrimonio tenía más de un inconveniente.


-¿No tendrás problemas por mostrarme el campamento?-. Sí de verdad se odiaban tanto, no les haría gracia nuestro paseo.


-No te preocupes por eso-. Me guiñó un ojo, y para mi mala suerte terminé sonrojándome. Gracias al cielo ella rescató mi dignidad ignorando mi cara colorada. -Soy la líder de la cabaña-. O eso creí. -Te ves linda sonrojada-. Esa fue la primera vez que deseé que la tierra me tragara.


Era muy extraño lo que sucedía, y no me refería a eso de ser una semidiosa platicando con otra, lo realmente extraño ese día era el estarme llevando bien con alguien. Por lo general era desconfiada y rehuía el contacto con la gente porque me incomodaba, pero con Shizuru las cosas fluían naturalmente, tenerle cerca era agradable, su voz me gustaba.


Pasé el resto de la tarde con ella, hablando sobre las demás cabañas, las actividades del campamento, y mi particular encuentro con aquel pájaro asesino. Cuando cayó la noche tuvimos que separarnos. Según lo que me había contado, a la hora de cenar, cada cabaña tenía su propia mesa, misma en la que debían comer juntos los campistas que eran hermanos. Tenía entendido que esa era una regla del campamento, pero más tarde que temprano comprobé que no todos le obedecían.


Me senté con mis nuevos hermanos, y la verdad les estaría mintiendo si dijera que me trataron mal, los cuatro intentaban que me sintiera cómoda y no paraban de buscar tema de conversación. Créanme, sí quería hablar con ellos, pero me resultaba muy complicado abrirme con los demás.


De un momento a otro, todos los campistas se pusieron de pie para tirar algo de su comida a la hoguera del centro, eso me pareció bastante extraño y sólo pude fruncir el ceño cuando me contaron que eran ofrendas para los dioses. Cabe aclarar que no quería ofender a nadie que quizá podría partirme con un rayo, menos aun cuando acababa de llegar, así que sin protestar arrojé parte de mi cena al fuego.


Al regresar a mi asiento, de inmediato sentí que alguien me miraba, no, es mejor que sea más exacta, sentí que ella me miraba. Giré el torso completamente, en efecto, Shizuru no me quitaba la mirada de encima.


Procuré mantener una mirada amigable al hacer contacto visual, en verdad me interesaba formar una amistad con ella. Hasta la fecha lo niego, pero mis hermanos dicen que puse cara de idiota enamorada cuando me sonrió.


Aun ni empezábamos a comer como los dioses mandan, pero me hizo una seña para que le siguiera, tomó su plato, se levantó de la mesa y se retiró. No me lo pensé dos veces antes de imitarle. Mis hermanos intentaron decirme que debía quedarme, no obstante, me resultaba mucho más tentador comer con Shizuru.


Al momento de retirarme, pasé frente a la mesa de la cabaña Ares. Casi todos ignoraron mi existencia, y digo casi, porque ahí estaba esa pelirroja que me miraba despectivamente, como sí yo le hubiese hecho lo peor del mundo. Le dediqué una mirada con la cual quería decirle: Ni sueñes que me vas a intimidar.


Alcancé a ver que golpeó la mesa con su puño, pero no le di importancia, me marché campante. Según me contaron después, sus hermanos tuvieron que sostenerle para evitar que me siguiera.


Shizuru me guio hasta un lugar que sin estar muy apartado de los demás, conseguía quedar fuera de la vista de otros. Tomó asiento en un tronco caído y palmeó el lugar junto a ella para que me sentara. Así lo hice. Comimos durante unos minutos, completamente calladas, aclaro que era un silencio cómodo, su compañía me hacía sentir bien.


Tras terminar de cenar, dejamos los platos de lado. -¿Esto no va contra las reglas?-. La curiosidad me pudo más. Ella no parecía del tipo de chicas rebeldes.


-Podría decirse que sí-. Lo dijo tan tranquila, tan despreocupada. -Pero me pareció que no estabas cómoda allá-. Rozó su mano con la mía, apenas un leve contacto.


-Vaya, rompes reglas por una recién llegada-. Eso no tenía mucho sentido, al menos no para mí.


-La vida es un riesgo-. Me sonrió. -Sobre todo cuando somos semidioses-.


-Ohh cierto, somos bocadillos andantes-. Yo no era de bromear, y eso no era una broma, pero Shizuru rio.


-Nos convertimos en bocadillos cuando sabemos que lo somos-. Fruncí el ceño.


-Yo no tenía ni idea y me atacó ese pajarraco de mierda-.


-Bueno-. Me miró. -Es un hecho sorprendente que duraras tanto ahí afuera, tu madre debió esconderte muy bien-.


No sé que cara habré puesto, aunque debió ser una nada feliz para provocarle esa mueca de culpa. -Lo siento-. Me dijo con tono compasivo.


Le resté importancia. -No tengo recuerdo alguno de mi madre, falleció cuando era muy pequeña-. Froté mis manos, la noche ya estaba enfriando. -He vagado de tutor en tutor-. Ese hecho no me afectaba. Quizá no podía extrañar lo que nunca había conocido, o quizá yo era más extraña de lo que pensaba, quien sabe. -Y creo que a ninguno le he caído muy bien-. Bueno, no les culpo, yo era un problema con piernas, aunque según comprendí después, todos los semidioses lo éramos.


No me veía venir su siguiente comentario. -Eso sólo te hace más sorprendente, Natsuki-.


La charla terminó porque en ese punto, el frío de la noche ya nos hacía temblar a las dos.


Cada una regresó a su cabaña.


Me acosté en mi nueva litera.


Y esa fue la primera noche que tuve sueños fuera de lo común. Bueno, creo que la palabra adecuada sería: pesadillas.


Pesadillas cuyo significado tuve que aprender a interpretar.


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