I
—Mei, no mires, pero Akashi Seijûrô te está mirando.
Las palabras de Nanako me desconcertaron y provocó que mi arroz cayera al piso, perdiéndose. Sus ojos negros brillaban de emoción mientras sonreía y hablaba. Todas las demás miraban, expectantes.
—¿Eh? ¿Enserio?
Nanako asintió y Kotoko le siguió, emocionada. Todas miraban fijamente hacía mí, lo que me disturbaba un poco. Terminé por voltear la cabeza para mirar a la mesa que estaba unos metros detrás de la nuestra, donde Akashi Seijûro almorzaba junto con los integrantes del club de basquetbol. Parecía impasible, siempre recto. Tan extrañamente perfecto.
—Estás loca, Nanako—dije cuando me volteé de vuelta hacia nuestra mesa. Akashi Seijûrô es como un príncipe encantado, y los príncipes se fijan sólo en princesas.
Nanako estiró los labios en una fina trompa y negó, moviendo el pelo negro de un lado a otro.
—¡Te lo juro! Akashi te estaba mirando. Y no de manera aterradora.
Reí, bebiendo de mi caja de jugo. Nanako tenía esa sonrisa que ponía cuando Hayama Kotaro pasaba delante de nosotras, totalmente emocionada y enfocada en un solo punto.
—No te creo—dije, sonriendo—. Akashi Seijûrô jamás miraría a alguien como yo.
—¡De qué hablas, Mei! ¡Eres la niña más linda de nuestro grado!
Abrí la boca y la cerré, avergonzada. Sonreí mientras miraba mi plato de arroz, a la mitad. Kotoko hablaba mientras tanto.
—Eres súper alta pero no más que los chicos. Tus pestañas son larguísimas y tus piernas también. ¡Tu pelo es taaaaan suave! ¡Y eres la chica con las mejores calificaciones del grado! ¡Eres la segunda de la generación!
La segunda.
Ya.
Eso era una verdad dolorosa y siempre lo será. Yo soy inteligente y tengo buenas notas, pero Akashi siempre está un paso delante de mí. Es como si fuera alguna clase de ser fuera de este mundo, incapaz de cometer un error y sin defecto alguno. Primer lugar, atleta maravilloso, heredero de un imperio de negocios conocido internacionalmente y hermoso como las rosas recién floreciendo en primavera.
Qué ojalá pudiera estar por sobre Akashi, qué sería increíble, pero sus ojos rojizos (en un pasado bicolores. Nunca me expliqué cómo es que sus ojos son rojos ahora, si anteriormente uno era dorado, dorado como todo él) siempre se anteponen y llegan primero.
Ah, mi eterno rival, aún si él no lo sabe. Bello como cuadro renacentista y alabado como una estatua religiosa. ¿Sería posible que él me mirara, que aquel encantador Apolo fijara sus ojos en mí?
Porque no es como si yo no lo hubiera hecho anteriormente, Akashi.
—Bueno, no sé—terminé por murmurar, encantada con la idea aún si no quería admitirlo.
—¡Vamos, Mei! ¡Ustedes dos serían la pareja perfecta!
Sonreí ante las palabras de Chiharu. Mis dedos tamborileaban sobre la mesa con cuidado, mientras miraba mis uñas, con los restos del esmalte rosado que me quité el domingo en la noche.
—Es guapo—susurré, y me giré un poco para ver a Akashi nuevamente. Su perfil parecía tallado por Gian Lorenzo Bernini, parecía haber sido tallado ardua y delicadamente por horas, horas, horas.
—¡Esa es la actitud, Mei! ¡Tú ve a por él! —gritó Nami. Yo me reí.
—Bueno, dije que es guapo, no que lo amo.
Nanako amarró el negro cabello en una coleta que caía por su hombro izquierdo. Sonrió.
—Mei, en serio te estaba mirando. Ustedes dos se verían muy lindos juntos. ¡Tú puedes!
Sonreí y sentí como me ruborizaba. Miré fijamente mis uñas por un rato más, sintiendo como el corazón me hacía pum-pum dentro del pecho, a una velocidad que parecía que iba a provocar que mi corazón explotara en cualquier minuto.
—Bueno, sí. Creo que nos veríamos bien juntos.
Mis amigas sonrieron, haciendo algo así como un mini escándalo audible sólo en nuestra mesa. Yo sonreí también, sintiendo que ahora vendría bien un poco de rojo en mis uñas.