Razón número 2: Mamá no es comprensiva
Mamá me regaña mucho. Y pone muchas reglas. Y me cuida cuando me enfermo.
Papá no puede cuidar a nadie porque es terrible en esas cosas. Cuando me hago daño papá es el primero en gritar y correr en círculos buscando ayuda. Es muy ridículo, y muchas veces me da risa verlo correr de un lado a otro pidiéndole ayuda a cualquiera que esté cerca.
En cambio, mamá es fantástica. Es muy buena en esas cosas, y siempre sabe qué hacer cuando me hago daño. Sabe como curar los raspones que me doy mientras juego, pero también sabe como descubrir mis mentiras, y eso no me gusta.
A veces, papá y mamá hablaban serios, y papá le reclamaba que ella no lo comprendía. No sé a que cosas se refería, pero siempre lo hablaban en voz baja, cuando creen que estoy ocupado haciendo deberes o alistándome para dormir.
Como a papá, tampoco me gusta que mamá no comprenda mis problemas. Ella no es flexible, y siempre me prohíbe hacer o decir algo y dice que son cosas sin importancia.
Le he preguntado a mamá si puedo pegarle a un niño que me molesta, y me ha dicho que no. Es más, me prohibió terminantemente pegarle, porque no es propio de un caballerito. No quiero obedecerle, porque él me molesta mucho y es malo conmigo por ninguna razón. Me enfada.
Se me ocurrió la mala idea de protestar, y mamá me ha castigado. No hay postre para mi, tampoco consola. Ser como papá me sale muy caro cada vez que lo intento con mamá.
Cuando fui a la escuela, otra vez fui molestado por ese niño fastidioso, llegué a casa con el pelo lleno de bolitas de papel ensalivadas y un repugnante chicle a medio mascar pegado a mi camisa, cortesía del asqueroso niño que no para de molestarme. Además, una de las hojas de mi libreta estaba rayada con lápiz color azul, y mi tarea estaba arruinada, así que mamá me ha regañado. Otra vez, sí.
Quería llorar, porque todo es muy injusto.
Al pedirle ayuda a mamá, solo me ha aconsejado hablar con ese niño y “resolver nuestras diferencias con el dialogo civilizado”.
Qué.
Me ha enfadado tanto que he protestado. Y le hable fuerte a mamá, porque ella se niega a ver que las cosas no van a resolverse así.
¡Los problemas de hombres se resuelven con violencia, es cuestión de honor, no de un falso diálogo civilizado! ¡Es un ultraje!
Mamá me ha regañado otra vez, advirtiéndome que copiar actitudes groseras no va a ayudarme a resolver nada, y me he enfadado aun más. Ella no es comprensiva. No me entiende. Creo que no le importan tanto mis problemas.
Me he callado, y le hice saber que estoy enfadado manteniéndome en silencio todo el tiempo. Ni le di las buenas noches para despedirme e irme a dormir.
En la mañana, no quise levantarme para ir al colegio y mentí, diciendo que estaba enfermo. Como es obvio, mamá supo en seguida que no era cierto, y apenas se asomó a mi habitación me ha lanzado otro regaño. Uno muy pesado, con palabras duras incluidas. Es injusto.
En el colegio, el niño fastidioso me hizo la zancadilla cuando me distraje, y he acabado en el suelo. Derramé mi desayuno en mi uniforme, me clavé la esquina de mi bandeja en las costillas, me lastimé un poco la muñeca al parar mi caída y me di un buen golpe en la nariz.
Como un caballero, no lloré, a pesar que mi nariz me dolía bastante y sangró un poco. Tampoco le hice nada al asqueroso niño del demonio que me atormenta sin parar.
Ya no quiero ir al colegio. Tampoco quiero obedecer a mamá. No quiero nada ya.
Quizás papá también se cansó y decidió que tampoco quería nada de mamá.