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ONÉSIME; straight to hell. por canneloni

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Notas del fanfic:

Bueno, este es la primer historia que publico en Amor Yaoi, espero que les guste.

Se acepta todo tipo de crítica; si ven un error de redacción o de ortografía no tengan miedo en decirmelo.

Por cierto, acá se van a tocar temas fuertes. Aviso por si son muy sensibles sobre el tema de la pedofilia y eso. Además del mperg y el lemon.

Sin más que agregar, aquí vamos.

El internado Onésime era uno de los más prestigiosos e imponentes centros de educación de toda Francia. Sus dimensiones eran impresionantes, dotado de patios de varios kilómetros. Situado junto a un enorme lago, con un espeso bosque rodeando la institución. Las paredes del internado eran de piedra gris, lo cual ocasionaba que su interior fuera frío. La presencia de Onésime dotaba del siglo XVIII, siendo en esa época el flamante castillo de un noble. Cuando la familia Onésime compró la construcción, esta estaba a punto de derrumbarse. Ellos, millonarios como eran, contrataron a los mejores albañiles y obreros para reedificar al magnifico castillo a sus días de gloria.

Los Onésime bautizaron al inmenso internado con su nombre hace veinte años, asegurando que sería el centro educativo más lujoso y de renombre de toda Francia. Los mejores docentes enseñaban allí, bajo la imponente tutela del director Rodolphe Onésime.

El uniforme era bastante elegante; en blanco y negro. El de los chicos estaba compuesto por una camisa blanca y un pantalón negro (se permitía el que fuera de vestir o jean mientras fuese negro), zapatos negros (se permitían botas, mientras fueran completamente negras; los tenis no estaban permitidos). El de las chicas contaba también con la camisa blanca, pero tenía puntillas; una falda negra tableada, medias o pantimedias blancas y zapatos negros (se aplicaba lo mismo que con los chicos en este aspecto).

En las épocas más frías, el uniforme contaba con sweaters, igualmente negros, que mantenían los jóvenes cuerpos calientes. Abrigos de piel falsa también podían llevarse.

Los alumnos se identificaban con pines de metal con el escudo de la institución en algún lugar visible de su camisa. El escudo era negro y dorado; perteneciente a la familia Onésime desde generaciones, lo cual daba la sensación de que, al entrar en la escuela, se formaba parte de la familia.

Sin embargo, tanto estudiantes como profesores y cualquier personal, tenían que tener su respectiva identificación escolar que los mostraba como alumnos/trabajadores de Onésime. Esto era principalmente para evitar que individuos indeseados de metieran al colegio y por razones obvias de seguridad. La institución en cuanto a esto era bastante exigente y fue, hace años, reconocida como uno de los colegios más seguros; bajo su tutela, nadie entra y nadie sale sin que se sepa.

Era, en sí, un lugar con muchos misterios. Prestigioso, sí, pero bastante aterrador. Muchos niños lloraban al enterarse que irían al internado Onésime, pues existía la leyenda de que cada año, desaparecían niños del colegio o que eran golpeados o abusados. Obviamente, para los adinerados, estos eran sólo “cuentos”.

Más de una vez las autoridades fueron a parar a el Onésime, investigando por un niño herido o, en los peores casos, desaparecido. Pero la búsqueda se estancaba y se terminaba abandonado el caso, nadie lograba mostrar pruebas contundentes de la conexión entre el colegio y las desapariciones. Siempre algo entorpecía toda la investigación, la supuesta evidencia se esfumaba y los detectives se retiraban abruptamente.

Todo esto levantó muchas sospechas, pero el instituto siempre declaraba que eran banales intentos por manchar su reputación por parte de los colegios menos exitosos. La gente poco a poco comenzó a creer que aquellos niños desaparecidos nunca existieron o que todo era una farsa de las familias para ganar dinero del gobierno, puesto que la mayoría de los niños heridos o desaparecidos estudiaban en el Onésime por medio de becas.

Al final del día, el flamante internado Onésime, donde asistían niños de las familias más ricas e influyentes o así mismo pequeñas pobres mentes prodigiosas, era la mejor opción para educar que pudiera existir en Francia.

O al menos, eso pensaba Bérenger Lesauvage, viudo hace años de la siempre bella Valériane. Él era un adinerado hombre en sus treinta y seis años, dueño de una empresa de renombre que buscaba su lugar en la política. Él, con sus trajes borgoña y su vino tinto, atrapaba mujeres que buscaban pronto convertirse en las madrastras del joven doncel Télesphore Lesauvage. Pero, lamentablemente para ellas, en el corazón de Bérenger sólo existía el amargo recuerdo de su mujer. Él poseía una mansión hermosa de color rojo oscuro, que se encontraba bellamente envuelta en enredaderas que les daban un toque mágico junto a los árboles rodeándolo como un mini bosque. En su interior predominaba la decoración al estilo victoriano, con la chimenea y los cuadros sobrios. Era todo bastante acogedor, aunque algo solitario de no ser por las criadas y el resto de la servidumbre.

Ellos, aunque algo serios y estrictos, eran como una familia para el pequeño heredero, Télesphore. Su padre, el melancólico pero imponente Bérenger, era bastante ausente. Pasaba su tiempo en la casona lamentándose la muerte trágica de Valériane. Ella murió en el parto, al dar a luz al rubio andrógino de Télesphore. Bérenger, en su interior, siempre culpó a su hijo de asesinar a su esposa. El chico siempre notó esto y era algo que le dolía de sobremanera; él comenzó a culparse también de la muerte de su madre y cada año, en el cumpleaños de Valériane, iba Télesphore a pedirle disculpas entre llantos.

Si bien Bérenger odiaba a su hijo por matar a su esposa, también lo quería por ser tan parecido a ella. Télesphore y Valériane eran como dos gotas de agua, mismas facciones, misma baja estatura, misma bonita figura y compleción, mismas expresiones, mismos ojos y mismos cabellos rubio pálido, ¡hasta la el tono de piel blanco cual nieve era igual! Todo esto curaba el corazón de Bérenger de la misma forma que lo rompía más; era un arma de doble filo, un círculo vicioso sin fin.

La solución del Sr. Lesauvage era alejarse los más posible de su hijo para evitar hacer alguna estupidez. Cada que tenía que hablar con él, se mostraba frío e intimidante, violento y severo. Con la misma voz imponente y autoritaria que usaba con sus subordinados y, básicamente, todo el mundo. Le lanzaba comentarios, órdenes, correcciones o quizás simples saludos que causaban que un escalofrío recorriera la espalda del chiquillo.

A Télesphore siempre le causó pavor y respeto la voz rasposa y dura de su padre, le parecía atrayente. Deseaba poder algún día conocer a algún hombre cuya voz lo impresionara tanto, que fuera profunda y áspera. Un hombre que tuviera esa espalda amplia y brazos musculosos. Le gustaría que fuera mucho más alto que él, aunque todos ya eran más altos que Télesphore. Lo quería mayor que él, con más experiencia. Alguien fuerte y temible, pero que por sobre todo le brindara amor y atención, tanto a él como a sus futuros hijos.

Télesphore no buscaba la atención de todos, sólo la de su padre y la de su guapo futuro marido. Quería que le dieran afecto, las criadas y el mayordomo eran buenos, pero fríos. A veces, hasta violentos tanto verbal como físicamente.

Pero él ya estaba acostumbrado, ya se había resignado a que un abrazo o, mínimamente, una caricia en su larga cabellera de parte de su padre nunca sucedería. Era realista, su padre lo odiaba y Télesphore no lo culpaba.

¿Quién podría amar al asesino de su esposa?

La respuesta era clara.

 

…£


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