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Delirios por VBokthersa

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Delirios

By V. Bokthersa

 

Llevaba más de tres meses observándolo, investigándolo. Siempre lo había visto en la escuela, ahí lo vigilaba, aunque algunas veces incluso se había atrevido a seguirlo a su casa. Sabía todo sobre su familia, aunque no había demasiado que saber de eso. El reporte escolar decía que su madre había muerto, vivía sólo con su padre y un hermano pequeño, pero su padre era un desobligado y eso se notaba a primera vista, pues desde que él se había cambiado a esa escuela no había llegado ni una vez a preguntar cómo iba ninguno de sus dos hijos.

 

Él decía ser hetero, como la mayoría de sus alumnos. Odiaba estudiar y más de una vez le había observado parodiarlo y burlarse de él por ser gay; porque él odiaba a los homosexuales, toda la escuela lo sabía. Desde entonces había comenzado a vigilarlo. Como profesor odiaba que alguien se burlara de otras personas. No. Específicamente odiaba que los que presumían de heterosexuales se burlaran de los gays, porque siempre ellos terminaban siendo los que le arruinaban la existencia a los demás únicamente por su falta de valor para salir del armario.

 

Él estaba inscrito en su clase de física, pero rara vez se pasaba por el aula, eso le hacía un poco más difícil mantenerlo bajo control, aunque no le era imposible ya que tenía «ojos y orejas» por toda la escuela. Sabía a la hora que se iba siempre, él podía controlar su hora de salida; sabía absolutamente todo sobre él.

 

Por eso lo había planeado. Había planeado lo que estaba a punto de hacer, desde que comenzó el año escolar. Pensó detenidamente cuál sería el mejor método para espiarlo, para investigarlo. Calculó cada uno de sus movimientos con la exactitud de un reloj atómico. Cuidó que nada se saliera de su control. Y así sucedió, no fue descubierto mientras lo espiaba, nadie sospechó jamás de él, había hecho todo aquello para «ese momento» y «ese momento» había llegado finalmente.

 

—Estás confundido ¿no?, ignoras por qué estás allí sentado, atado y con los ojos tapados ¿verdad? —preguntó el adulto con un ligero tono histérico.

 

El chico estaba aterrado. Se revolvió un poco en la silla, sintiendo las ataduras lastimar su piel en varios puntos. Trató de concentrar todo su valor para contestarle a su captor, y aunque le tomó algún tiempo, finalmente respondió, logrando que su voz no se quebrara demasiado.

 

—Y-yo no sé qué es lo que quiere de mí —dijo, tratando de mostrar entereza—, pero mi familia no tiene mucho dinero, así que no creo que secuestrarme haya valido la pena, tampoco creo que ese hombre se esfuerce en juntar el rescate, así que déjeme ir por favor —lo último le salió como un murmullo, suplicante.

 

—Deja de hablar, no estás aquí por dinero, es por venganza —el chico mostró una cara de confusión—, voy a vengarme por lo que me hicieron los de tu tipo y por lo que tú mismo le has hecho a los chicos que no comparten tus preferencias. —Sacó una navaja de su bolsa y la puso en el cuello de su alumno—. Te haré pagar por lo que ustedes han hecho, te mataré aquí mismo —deslizó la navaja por todo el pecho del menor, rasgando así sus ropas.

 

—No sé de qué está hablando, pero le juro que yo no he hecho nada. –gimoteó con voz temblorosa de miedo.

 

Cerró los ojos con fuerza pese a estar vendado. Sintió la punta de la navaja, fría, deslizarse desde su pecho hasta el espacio entre sus piernas y tragó en seco. ¿Qué demonios estaba pensando hacer ese maniático?, realmente no sabía quién era, pero podría jurar que su voz se parecía a la de su profesor de física. ¿Alguien así se atrevería a hacerle esto a un alumno?, sus pensamientos se cortaron de golpe cuando él volvió a hablar.

 

—Todavía no has hecho nada, pero estoy seguro de que lo harás. Lo puedo ver en tus ojos, dices que odias a los homosexuales pero realmente te derrites por los hombres ¿no?, la gente como tú me enferma, reprimen sus deseos y cuando ya no pueden más van y les arruinan la vida a los niños inocentes. Mi deber es evitar que esas personas dañen a inocentes.

 

—¡Te equivocas! ¡A mí me gustan las chicas! ¡Nunca tocaría de esa manera a otro hombre!

 

—¡Mentira! ¡Eres un maldito cobarde!

 

De pronto sintió un enérgico movimiento que lo obligó a levantarse de la silla y luego unas fuertes manos que lo empujaron sobre una superficie blanda. «Una cama», pensó. Ya estando allí la navaja volvió a recorrer su cuerpo, cortando tiras de tela. Luego, las mismas manos fuertes de aquel secuestrador enloquecido terminaron de destrozar su ropa. Se sentía realmente aterrado, no sólo porque estaba seguro de que lo iba a matar, sino porque sin duda antes de matarlo iba a hacerle «eso». No quería pasar por la misma tortura otra vez. Se sintió desnudo y unas manos grandes, pero delgadas comenzaron a acariciarle bruscamente, un pánico enorme se apoderó de su ser.

 

—¡No! ¡No me toques! —gritó histérico—. ¡Suéltame! ¡Mátame! ¡Haz lo que sea, pero no hagas eso! —su atacante se detuvo.

 

—¿Qué acabas de decir? —preguntó de pronto.

 

—Que prefiero morir antes de que «eso» suceda de nuevo —dijo con su voz llorosa— si quieres venganza mátame. Tendré otra razón para odiar a los de tu tipo cuando esté en el otro mundo, pero no me toques.

 

El profesor se apartó un momento, pero al segundo siguiente se abalanzó contra su alumno, y nuevamente acarició su piel con la navaja.

 

—¿Tan seguro estás de que esto no te gusta?, te he visto observar a los otros chicos, los ves con deseo, pero a la vez con un poco de temor, como todos los de tu tipo que no aceptan la verdad —hizo un corto silencio— ¡No lo hacen! —gritó furioso—. ¡Aun cuando abusan de otros! ¡Nunca aceptan la verdad! —de sus delirantes ojos comenzaban a salir lágrimas, pero no estaba seguro si eran de rabia, vergüenza, dolor, tristeza, humillación... no lo sabía, era la sensación que lo poseía siempre que recordaba su pasado.

 

—¡Yo los odio! ¡Odio a los de tu tipo! ¡A los a los homosexuales! ¡Los detesto y los maldigo! —vociferó igual de enojado que su captor, lazó una escupida a donde creía que él se encontraba.

 

El mayor se limpió la saliva de su rostro y abofeteó a su alumno con la fuerza suficiente para partirle el labio.

 

—No estás en posición de maldecir, pequeño Richard —estaba conteniendo su furia, su expresión se contraía—. Ustedes son los malos, no nosotros. ¡Es más! —Explotó nuevamente—.  ¡Ustedes son los culpables de todo lo malo que nos sucede!, pero ¿sabes que?, ya me cansé de hablar, será mejor que comience con mi venganza.

 

—¡No! ¡Imposible! ¡No quiero! ¡No quie…! —comenzó a gritar, pero al instante siguiente fue amordazado por su captor.

 

—Los gritos arruinan mi concentración.

 

Todo aquel drama se tornó en paz para el mayor. Cerró los ojos y comenzó a tararear apenas, buscando la concentración que, según él, le hacía falta. Desabrochó su pantalón y sacó su miembro para frotarlo contra el del chico, a quien ya había desnudado por completo. Richard, el alumno, se revolvía y lloriqueaba, negando, gritando que lo dejara en paz, pero el profesor no lo escuchaba. Estaba en su propio mundo, buscando el incentivo necesario en su zona baja para llevar a cabo su venganza.

 

Abrió los ojos. Su pene finalmente estaba completamente erecto y él, sin contemplación alguna, separó las piernas de su alumno para introducirse en él con un movimiento fuerte y salvaje. El grito del menor se escucho claramente pese a la mordaza, sus ojos se abrieron desmesuradamente y su cuerpo se contrajo por el dolor. El mayor sólo gimió al irrumpir en tan estrecho lugar, se había lastimado un poco, pero nada le importaba. Comenzó a embestirle sin darle tiempo a su víctima de asimilar lo que sucedía. Debía hacerlo sufrir, él debía pagar por los crímenes que podría haber cometido si viviera después de esa noche.

 

Clavó la navaja en uno de los muslos de Richard. Deseaba causarle dolor, le excitaba ver a ese chico tan burlón y prepotente llorar por cada una de sus acciones. Retiró la venda con el deseo de ver claramente el terror y el sufrimiento de su alumno reflejado en su mirada. Seguía moviéndose en su interior, no pararía de hacerlo hasta consumar su orgasmo. Deseaba ver esos ojos humillados y rebosantes de dolor, pero Richard los mantenía fuertemente cerrados, sin embargo lloraba y gritaba, desesperado por lo que estaba viviendo mas sus quejidos eran acallados por la mordaza.

Luego de un rato, el profesor cortó las amarras y tomó la mano derecha del chico, deteniendo por un instante sus movimientos dentro de él.

 

—¿Qué te parece si jugamos con tus deditos? —propuso, el menor no tenía fuerzas para resistirse—. ¿Qué podríamos hacer con ellos? ¿Rebanarlos en trocitos? —preguntó retóricamente, el chico abrió los ojos sorprendido y luego negó con la cabeza, a la vez que gimoteaba—. Sí, eso suena súper divertido ¿no te parece? —Dio una nueva embestida más fuerte que las anteriores y soltó su mano—. Pero primero quiero terminar con esto.

 

Dejó la navaja a un lado y se concentró en obtener su orgasmo. El menor estaba casi al borde de la inconsciencia cuando las últimas estocadas se produjeron, acompañadas de un sonido gutural y la horrible sensación de ese maldito vaciando su semen caliente dentro de su cuerpo. El estímulo negativo lo despertó y volvió a gritar. Su interior ardía como el infierno.

 

—Bien, ahora que me he saciado sexualmente será mejor jugar con otras partes ¿no?, tienes unos dedos muy bonitos, quedarían perfectos en mi colección, diez pequeños frasquitos sobre el estante de mi habitación, tus manos en otro bote y tu cabeza en otro. Quizá también ponga como trofeo tu pene ¿te parece bien?

 

El rostro de Richard se deformó por el terror como nunca antes. Ese tipo era un puto sádico enfermo, un maldito loco que merecía la muerte. Escuchó hablar de «colección», ¿quien sabe cuantos inocentes habían muerto en sus manos, soltó un nuevo quejido al sentirlo salir de su cuerpo. Él se acomodó la ropa interior y los pantalones, luego se dirigió a un gavetero, extrajo un cuchillo de carnicero y regresó con su presa.

 

—Llegó la hora, pequeño Richard, dame tu mano —pidió, pero evidentemente, su alumno se la negó—. ¡Dámela ahora! –Ordenó, pero no obtuvo respuesta—. ¡Qué me la des, te digo! —Tomó nuevamente la mano derecha del menor—. Extiende los dedos, si no lo haces, no podré cortarlos —dijo con toda la naturalidad del mundo.

 

El chico negó efusivamente con cabeza y apretó los dedos en un puño. ¿Qué no le bastaba con haberlo humillado tanto? ¿Por qué tenía que mutilarlo? ¿Por qué no lo mataba de una vez por todas?

 

—Bueno, no importa si no los extiendes, cortaré tus manos y luego los dedos de tus pies, uno por uno, después, no sé... quizá corte tus brazos, tus piernas, aunque para eso necesitaré otras herramientas —comentó despreocupado.

 

Colocó la mano del menor con fuerza sobre la mesa de al lado y sin previo aviso, dejó ir con toda su fuerza el filoso cuchillo contra su muñeca, haciendo que la mano recién cortada se revolviera en la propia y que la sangre manara abundante de las venas rotas. El rostro de Richard se descompuso y su boca profirió una muda exclamación, al parecer se había quedado sin voz de tanto gritar.

 

—Los dedos de los pies también son bonitos, aunque los de las manos tienen ese no sé qué... ¡Simplemente me encantan! —En sus ojos dementes centelló el placer enfermizo—. Ahora vamos con la otra.

 

Repitió la acción con la mano izquierda, colocándola sobre la mesa y cortándola de tajo. El chico apenas podía retorcerse de dolor.

 

—Es el turno de los pies, ¿verdad?, pero antes sería divertido cortar esa linda piel que tienes ¿no crees? —Con sus últimas fuerzas, Richard sacudió su cabeza en negativa–. ¿No?, yo sí lo creo.

 

Volvió a tomar la navaja y laceró distintas zonas de su cuerpo para arrancar trozos de piel. La garganta de Richard realmente ya no podía gritar más, hasta podía sentir el sabor a sangre de lo lastimada que estaba. El dolor y el terror estaban tatuados en su rostro. Entonces, como un último y triste consuelo, todo se volvió negro para él.

 

—Ah, que mal, se desmayó tan pronto —comentó el adulto con un poco de lástima—. ¡Qué pena que se acabara tan rápido la diversión!, bueno, no importa, es tiempo de decapitarlo.

 

Arrastró al chico hasta la mesa que había usado antes, dejando la nuca descansar sobre la madera y el resto del cuerpo aún en la cama. Alzó el cuchillo de carnicero sobre su cabeza y tras unos pocos cortes la separó completamente del cuerpo, la sangre chorreó por todo el lugar, pero él parecía extasiado... ¿Cómo alguien tan perverso podía haber pasado por un tranquilo profesor de escuela por tantos años?, mataba adolescentes en un lugar donde nadie los podría ver ni escuchar y al día siguiente iba a impartir clases con la mayor naturalidad del mundo. Claro que elegía bien a sus presas, no quería matar a nadie injustamente, la verdad no hacía nada malo ¿cierto?, sólo buscaba venganza, se vengaba de esos chicos antes de que abusaran de nadie, es decir, prevenía el mal. ¡Estaba salvando a la humanidad!, y si de paso disfrutaba un poco, pues mejor, más a su favor.

 

Mientras cortaba los dedos de los pies de Richard, escuchó unos golpes provenientes de la puerta, eran muy insistentes. Se asustó. Las demás personas no comprendían su labor social, su venganza. Seguramente querrían encarcelarlo antes de poder explicarles que no estaba haciendo nada malo, simplemente evitaba que esos chicos arruinaran la vida de alguien más en un futuro cercano.

 

—¡Abran! ¡Es la policía! —escuchó que gritaron del otro lado de la puerta, entró en pánico.

 

¿Qué iba a hacer si lo capturaban? ¿Quién iba a encargarse de esos villanos dormidos, de esos que aún no habían actuado, pero que sin duda abusarían de algún niño cuando terminaran de crecer, como alguna vez habían hecho con él?, no podía permitir ser atrapado, el mundo se quedaría sin su salvador. Mientras esas ideas delirantes cruzaban por su mente, él intentaba buscar una forma segura de salir de allí, pero se dio cuenta que esa casa no tenía otra salida, sólo la puerta que los policías estaban a punto de derribar.

 

La cabeza le daba vueltas, se sentía fuera de la realidad. Escuchó a lo lejos cómo abrían la puerta por la fuerza y luego alguien le gritaba que subiera las manos, pero él no comprendía esas palabras, el aire comenzaba a faltarle. En milésimas de segundo había cerrado los ojos y su cuerpo caía inerte al piso, la cabeza de su más reciente victima yacía en sus brazos, con una expresión serena y los ojos cerrados, por todos lados había sangre y tejidos humanos, piel, dedos, manos... todo era un caos.

 

 

 

Abrió los ojos y se encontró con un techo blanco. Estaba recostado contra una pared acolchonada, el suelo también era suave, percibió que sus brazos estaban atados por una camisa de fuerza. Desconcertado, miró hacia todos lados. Estaba dentro de un cubo completamente blanco. ¿Era esa la habitación de un manicomio? ¿Por qué? ¿Qué hacía él allí? ¿No debería estar en...? La pregunta mental quedó en el aire. Dos enfermeros irrumpieron en el lugar, lo obligaron a tragar unas pastillas y volvieron a salir, se dio cuenta que por donde entraron los enfermeros había una ventanilla, el único punto negro entre toda esa blancura. Se quedó observándola un momento, pero no logró ver nada del otro lado. Le estaba dando sueño nuevamente, cerró sus ojos y se encontró de frente a otro delirio similar.

 

—Qué tristes son estos pacientes ¿No crees?, sería más piadoso matarlos de una vez y acabar con su sufrimiento, del tipo de este —uno de los enfermeros señaló la puerta de la habitación que acababa de dejar— son casos perdidos.

 

—La verdad sería más piadoso, pero no se puede atentar contra su vida, además él no merece piedad, es el profesor que violó y descuartizó a varios de sus alumnos, la verdad me parece que en lugar de sedante deberíamos darle alucinógenos, de esos que producen las más terribles pesadillas y aún así, nada sería suficiente tortura para él.

 

—Yo creo que es demasiado inhumano, pero no puedo hacer nada, sólo espero que Richard algún día encuentre la paz...

 

Mientras los dos enfermeros se retiraban, Richard soñaba nuevamente con otra situación donde él era víctima y verdugo. Él moría torturado y luego era apresado por haber torturado a su presa, todo al mismo tiempo, porque él era Richard el alumno y Richard el profesor de física. Ese era el precio que pagaba por haber torturado y asesinado a tantos de sus alumnos, por haberse creído el nuevo salvador del mundo, por haber querido cambiar las cosas antes de que pasaran, viéndolo todo desde un punto de vista completamente retorcido y erróneo. Ese era su infierno personal, un castigo más cruel que la cárcel o la muerte, condenado a morir y revivir, torturar y ser torturado por el resto de su vida.

 

 

Notas finales: ¿Y bien? ¿Qué les pareció?, espero sus comentarios ^^


 


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