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Un día entre sábado y domingo por neusa chan

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Notas del fanfic:

Disclaimer:

BTS no me pertenece.

Este texto es de fans para fans. 

Notas del capitulo:

Hola!!

Esta historia es la tercera de la serie de “Historias de Amor” en las que he estado trabajando desde hace dos años. Estoy muy contenta de traerla por fin!!

Como el nombre de la serie dice, son historias de amor que son simplemente eso: de amor. Así que no hay mucho para investigar aquí. Son un montón de One-shots que subiré cada dos meses más o menos sobre dos parejas VKook/KookV de BTS y ChanBaek de EXO.

Esta vez es un KookV de BTS. Espero que les guste mucho. Yo disfruté mucho escribiendo, aunque fue un trabajo grande y largo:’D

Parejas:

KookV

NamJin (leve)

Un día entre sábado y domingo

 

Jeongguk estaba pensando en la cena de esa noche cuando el coche aparcado que había acabado de pasar se movió un par de centímetros a la derecha y un sonido como de latas aplastadas lo hizo dar un saltito en el aire.

Al instante, se transportó a su primera vez en el cine en Seúl. Yoongi lo había llevado a ver la octava película de “Rápidos y furiosos” con su primera paga en el taller de mecánicos más sucio del mundo. A Jeongguk casi se le habían saltado las lágrimas al ver el cinema, con su olor a palomitas de maíz y grasa, y las largas filas para las salas.

—¿No crees que es mala idea ver la octava película de la serie?—había intentado discutir Jeongguk, aunque era el primero en la fila y saltaba en las puntas de los pies de la emoción.

—Es “Rápidos y furiosos”, niño—respondió Yoongi, intentando ocultar de manera disimulada sus manos desaliñadas en los bolsillos—. No nos hemos perdido mucho.

Y Yoongi había tenido razón. A pesar de que Jeongguk no había visto ninguna de las películas anteriores, pudo disfrutar de los personajes y las carreras y las explosiones. El mundo se redujo a la enorme pantalla frente a sus ojos que veía por primera vez. Ese día, aunque odiaba cómo le quedaban las manos a Yoongi después del trabajo, lo agradeció con todo su corazón. Había sido gracias a él, y sólo a él, que ambos podían darse esos pequeños lujos en la vida.

En “Rápidos y furiosos” había muchos accidentes de auto. Y el sonido había sido igual al que Jeongguk había acabado de escuchar.

Le tomó un par de largos segundos, lentos como el paso de un caracol, para librarse del susto. Todavía tenía sus viejos pantalones de chándal y la mochila con el uniforme que Hoseok había elegido para todos pulcramente doblado dentro. Pensó que no era la persona adecuada para tratar con esa clase de situaciones. Sin embargo, se obligó a caminar hacia el coche aparcado que ahora estaba torcido en la calle y el impresionante vehículo que lo había empujado. Tuvo que parpadear varias veces, confundido, porque ese otro, el deportivo, parecía recién salido de “Rápidos y furiosos”.

A primera vista, no parecía haber daños. La pintura del coche aparcado había sufrido unos rasguños, pero nada grave. El auto deportivo estaba intacto. Aun así, había en el aire un silencio casi sepulcral y a Jeongguk se le puso la piel de gallina.

Un chico salió del auto deportivo. Vestía una camisa de seda y un par de pantalones negros sujetos con un cinturón de cuero. En sus zapatos había una incrustación de un par de letras doradas que Jeongguk no pudo distinguir por la luz. Tenía anillos en los dedos y un arete largo y plateado en la oreja izquierda. Era, como a Yoongi le gustaba decir, uno de esos ricos bastardos.

—¿Estás bien?—preguntó el extraño, con una voz grave que no concordaba con su cara bonita. El cabello le caía en largos mechones sobre la frente hasta el punto en que Jeongguk apenas podía ver sus ojos—. ¿No te has hecho daño?

Jeongguk miró hacia atrás, confundido. ¿Estaba hablando con alguien más? Luego, se sonrojó hasta las orejas al darse cuenta de que él era la única persona en la calle. El sonido del accidente debió haber sido muy bajo, porque no atrajo curiosos. Abrió varias veces la boca, avergonzado, y no pudo articular palabra.

—¿Te lastimé?—continuó preguntando el extraño. Dio un par de pasos ágiles hacia Jeongguk, dejando uno de sus zapatos, abiertos en el talón, atrás. Así, con un pie descalzo y la boca torcida en una mueca preocupada, le puso a Jeongguk las manos en el pecho y lo tocó—. No pareces estar herido.

Jeongguk sintió que el sonrojo se extendía hasta su cuello. Si lo viera Yoongi, lo habría reñido. Varias veces le había dicho que ser tímido estaba bien, pero a veces tenía que armarse de valor para enfrentarse al mundo. No había muchas personas que entendieran lo que Jeongguk sentía cuando se encontraba frente a los extraños.

—Estoy bien—dijo, por fin. La expresión del extraño cambió a una indescifrable, pero no le quitó las manos de encima. Se miraron en silencio y Jeongguk se preguntó a sí mismo por qué no lo había apartado. Luego pensó en Namjoon, el amigo de Seokjin que a veces se quedaba a dormir, quien solía decir que las personas atractivas tienen permiso para hacer muchas cosas—. ¿Tú estás bien?

El extraño miró el accidente por el rabillo del ojo y frunció el ceño.

—No pasó nada—respondió. Le dio a Jeongguk un par de palmadas en los pectorales y se alejó para revisar el punto en que ambos coches se tocaban.

—Tuviste un accidente—dijo Jeongguk, siguiéndolo. Se chocó con su espalda cuando el extraño se detuvo en seco.

—¿Accidente?—preguntó, girándose, con una de las comisuras de los labios levantada en un gesto burlón. Tenía, realmente, una cara bonita, y Jeongguk todavía no podía superar su bochorno—. Apenas se tocaron.

—Pero el sonido…— tartamudeó Jeongguk, haciendo un ademán hacia los dos coches—. Fue muy “Rápido y furioso”.

El extraño soltó una risita coqueta y los hombros le temblaron ligeramente. Estaban demasiado cerca y Jeongguk se dio cuenta de que era su culpa ahora, él había sido quien caminó hasta el extraño con el objetivo de revisar el choque.

—¿Rápido y furioso?—repitió el extraño lentamente—. ¿Cómo la película?

—Sí, sí, esa—Jeongguk señaló el punto en que ambos autos se tocaban. Uno era tan lujoso que chocaba con el ambiente y el otro, escasamente, se había movido un poco—. ¿La has visto?

—Sí, la he visto—respondió el extraño. Jeongguk le agradeció silenciosamente que siguiera la charla nerviosa que había iniciado. Ambos se agacharon junto a los autos y se quedaron muy quietos—. No se ve muy mal—comentó, señalando el punto de contacto—. Iba muy despacio.

—¿Qué pasó?—preguntó Jeongguk, mirando con tanta intensidad el accidente que parecía a punto de atravesarlo con rayos láser. No sabía si había algún problema y deseó que Yoongi estuviera ahí. Él, con sus manos permanentemente llenas de grasa, sabría qué hacer.

—Me distraje—dijo él, con una sonrisa de labios apretados y los ojos un poco entrecerrados—. Iba a aparcar delante de este auto y me distraje. Tendré que esperar a que venga el dueño para pagarle por los daños.

Jeongguk se giró ligeramente y desvió la mirada cuando sus ojos se encontraron con los del extraño. ¿Por qué siempre estaban tan cerca? En un solo segundo, se percató de que tenía un lunar en la punta de la nariz.

—¿Tienes un lugar en el que estar?—preguntó el extraño, después de un rato. Se removía ligeramente de un lado a otro y Jeongguk se preguntó qué le pasaba. No fue hasta que el otro se puso de pie con un gemido que recordó que llevaban mucho tiempo hincados.

—¡No!—exclamó él, irguiéndose también. Le dolían las pantorrillas ligeramente y se dio un par de golpecitos distraídos con la palma de la mano en la pierna. El extraño siguió el movimiento con una mirada perezosa—. Lo siento, yo… No quería gritar.

El extraño se quedó en silencio, mirando el suelo, como si no lo hubiera escuchado. No había ni un alma en la calle.

—Me distraje porque te estaba mirando—dijo, luego.

A Jeongguk se le subió la sangre a la cabeza. No estaba acostumbrado a recibir cumplidos así. Cuando no estaba en la universidad, metido hasta el cuello en montañas de libros, se paseaba con Seokjin por ahí como si fueran pareja. En ambas ocasiones, no era el centro de atención de los demás, no era lo en lo que se fijaría un extraño, especialmente uno como el que tenía la frente.

—Mira, te has sonrojado—observó el extraño.

Abochornado, Jeongguk miró hacia otro lado. Estaban tan cerca, tan cerca, y el otro vestía ropas tan ligeras que Jeongguk podía imaginar lo fácil que sería quitárselas. No lo había pensado antes, pero el cumplido había abierto una puerta que sería difícil cerrar.

—Deberías fijarte más por donde andas—le dijo, medio en broma medio en serio.

—No suelo chocar—se explicó el extraño, acercándose más. Jeongguk temió girar la cabeza en su dirección, porque, probablemente, sus narices se tocarían—. Soy mucho más cuidadoso de lo que parece, lo juro.

—Me imagino que tampoco sueles coquetearles a los desconocidos.

El extraño soltó otra de sus risitas y le puso una mano grande y cálida en el hombro. Jeongguk agradeció haberse puesto la chaqueta con capucha, que Hoseok tanto odiaba, después de la batalla. No tenía frío y evitaba sentir directamente el tacto de ese extraño.

—Normalmente—murmuró, casi pegando la boca a la oreja de Jeongguk, como si estuviera revelándole un secreto—. Pero no suelo encontrarme con personas como tú caminando por la calle.

—¿Personas como yo?—soltó Jeongguk.

—Ven conmigo—le pidió el extraño—. Te llevaré a tomar café.

—¿A esta hora?

—Te sorprendería saber la cantidad de cafeterías que puedes visitar en la noche.

—¿Sólo un café?

El extraño fingió que lo pensaba por un buen rato, pero tenía una sonrisa malévola en la boca y su mano no se apartaba de Jeongguk.

—Depende de lo que tú quieras—murmuró—. ¿Qué es lo que tú quieres?

Jeongguk respiró profundamente. Esa mañana, Seokjin, en medio de una pila de libros tan alta como su torso, le había advertido que estaría fuera toda la noche. Había hablado sobre un recital de poesía, aunque también habría podido ser una fiesta privada de esas a las que solía asistir cuando Yoongi los invitaba.

—¿Vas a venir conmigo?—preguntó Jeongguk, como respuesta.

El extraño le sonrió antes de sacar un par de billetes de los bolsillos traseros de su pantalón y ponerlos en el parabrisas del auto aparcado. Hizo un gesto con el brazo hacia el deportivo y movió las cejas de arriba hacia abajo en una invitación silenciosa. Era la primera vez que estaban tan lejos y a Jeongguk le sorprendió darse cuenta de que tenía ganas de acercarse de nuevo.

El interior del coche deportivo era como se lo imaginaba: lujoso, limpio, intimidante. Intentó disimular, pero no pudo ocultarle al extraño su expresión maravillada y la manera casi reverente en la que paseó las manos por la silletería.

—¿A dónde?—preguntó el extraño.

—Cerca. Ya te diré.

Cuando llegaron al aparcamiento del complejo de apartamentos, a Jeongguk le sudaban las palmas de las manos. No habían hablado más que para pedir y dar direcciones, pero el aire se había llenado de una tensión casi insoportable.

—Puedes dejarlo aquí—le dijo Jeongguk, ignorando al guardia de seguridad del complejo que miraba el auto como si se tratara de una sirena recién salida del océano—. No le pasará nada.

—Claro—murmuró el extraño—. ¿Es aquí donde vives?

Jeongguk no le respondió, bajándose del coche y echando a andar con rapidez hacia el edificio. Apretó el botón del elevador un par de veces, como si así pudiera hacer que bajara más rápido, y se limpió una gota de sudor que le bajó por la sien, bajo el cabello, con la manga de la chaqueta. El extraño se puso de pie junto a él, sonriendo, y mirando con mal disimulada curiosidad a su alrededor.

—Pensé que querrías un café— dijo.

—Tú y yo sabemos que un café no es lo único que iba a suceder si me iba contigo. Te he ahorrado comprarme algo que no voy a beber.

El extraño se echó a reír. Como siempre, coqueto, y a Jeongguk le bajó un escalofrío por toda la espalda.

—¿Haces esto a menudo?—preguntó el extraño—. ¿Irte a la cama con desconocidos?

—Sí, ¿tú no?—respondió Jeongguk. Y las puertas se abrieron con un sonido apagado. Ambos entraron casi al mismo tiempo y Jeongguk apretó el botón de su piso. El extraño parecía sorprendido por su respuesta, mirándolo con los ojos abiertos como platos.

—¿Qué? ¿Tú? ¡Pero eres tan tímido!—exclamó.

—¿Tú no?—repitió Jeongguk, paciente.

—No, yo no—balbuceó el extraño—. No pensé que dirías que sí al final.

—¿Entonces sólo me coqueteaste porque sí?

Las puertas volvieron a abrirse y Jeongguk guio al extraño hasta su apartamento. Mientras abría la puerta, el otro habló.

—Bueno, es divertido. Además, estaba avergonzado—explicó—. Tuve un accidente porque te estaba mirando las piernas. No encontraba otra manera de pasar el momento incómodo que diciéndote lo mucho que me gustaron. Están muy bien hechas.

Jeongguk se sonrojó y suspiró, abochornado y cansado a partes iguales.

—No lo repitas—dijo Jeongguk. Empujando la puerta con el hombro—. Por favor. Es vergonzoso.

—¿Verdad que sí?

Jeongguk abrió la boca para decir algo más, pero se quedó de piedra al ver la sala de estar, donde habían puesto una cama a falta de una segunda habitación en el apartamento, y encontrarse a Seokjin y Namjoon hablando en voz baja. Los cuatro se miraron en silencio.

—¿Quién es?—preguntó Seokjin, haciendo un gesto con la cabeza hacia ellos—. No lo conozco.

Seokjin había visto algunas de las personas con las que Jeongguk se acostaba porque era inevitable. Ambos habían empezado a compartir apartamento desde que Jeongguk había entrado a la universidad en Seúl y ninguno de los dos veía que eso cambiara en el futuro. Varias veces, Seokjin le había advertido de los peligros de meter extraños en su cama, pero Jeongguk no le hacía caso. No todos podían tener a Namjoon, con sus montañas de libros y sus torres de condones, a su disposición –aunque Seokin asegurara que sólo eran amigos-.

—Ah, pensé que no iban a venir esta noche—se quejó Jeongguk. La tensión que había entre el extraño y él bajó tan rápido que casi le dio frío.

—¿Quién es?—repitió Seokjin, sin quitarle la vista de encima. Seguramente estaba tan intrigado como Jeongguk por su apariencia: su camisa de seda, sus aretes brillantes, sus zapatos con incrustaciones.

—Él es… Él es…—Jeongguk se interrumpió en mitad de la frase al darse cuenta de que no lo sabía. Seokjin frunció el ceño.

—Kim Taehyung—agregó el extraño—. ¿Y tú?

—Kim Seokjin—respondió, mirando a Namjoon por el rabillo del ojo. Ambos estaban enredados en las mantas de la cama y el televisor estaba encendido—. ¿Jeongguk?

—¿Qué?

—Hablemos.

Seokjin se deshizo de las mantas, dejando a la vista el torso desnudo de Namjoon, y abrió la puerta del balcón, a sus espaldas, antes de deslizarse afuera. Con un suspiro, Jeongguk se puso el cabello detrás de la oreja y miró a Taehyung.

—Perdón, pensé…

—No hay problema—lo interrumpió él, antes de sonreírle. Era diferente a cualquier otra que hubiera hecho, como si hubiera dejado sus ganas de coquetear fuera del apartamento—. Ve con él y dile que no soy como todos con los que te has acostado antes.

Jeongguk se sonrojó y, ligeramente mosqueado, dio un paso lejos de él.

—No demoraré.

Sin esperar respuesta, dio un par de zancadas hasta la cama y le pasó por encima, ignorando a Namjoon, para llegar al balcón. Antes de cerrar la puerta de cristal tras de sí, alcanzó a escuchar a Taehyung: “es un apartamento muy pequeño, ¿no crees?”.

—¿Quién es él?—casi siseó Seokjin, al verlo—. ¿De dónde lo sacaste?

—¿A qué te refieres con eso?—preguntó Jeongguk, cruzando los brazos frente a él en actitud defensiva. Se sentía engañado al verlo ahí, pues le había asegurado que esa noche iba a estar afuera.

—Me refiero a que no es un bailarín. Me refiero a que nunca habías traído a alguien como él a casa.

—¿Alguien como él? ¿Qué tiene de malo?

—Bueno, usa mocasines de Gucci. Creo que tiene puesto encima más de lo que vale este apartamento.

Jeongguk abrió la boca, sorprendido, sin saber qué decir, y Seokjin tomó eso como prueba de que tenía la ventaja en la discusión. Como tantas otras veces antes, se puso a gesticular con dramatismo y a usar un tono de voz más agudo de lo usual, regañándole.

—No es, definitivamente, un bailarín. Sólo hay que ver cómo se mueve. Probablemente no ha tenido que levantar un dedo en toda su vida. Debe pagarle a alguien para que lo limpie cada vez que entra al baño.

—No…— protestó Jeongguk, sin ganas, sintiéndose estúpido al no darse cuenta de que eran mocasines de Gucci. Por alguna razón, eso lo atormentaba. ¿De qué marca sería su camisa? ¿Y sus pantalones? Ni hablar de las joyas que le adornaban las orejas.

—Entiendo toda esa mierda que sueles echarme encima cuando te digo que no es bueno que tengas tanto sexo con desconocidos, ¿sí?—continuó Seokjin, ignorándolo—. Ustedes los bailarines se conectan con el cuerpo y las miradas y todo eso y por eso a veces te veo, o te escucho, entrando y saliendo con ellos o de ellos, como Hoseok, que es igual, sí. “¿Cómo vas a reclamarme a mí, Seokjin, si Hoseok hace lo mismo?”, es lo que dices siempre. Sigo pensando que es mierda, pero entiendo.

Jeongguk le dio una mirada torva, rogándole en silencio que se callara, pero él siguió como un incendio incontrolable.

—Pero este, Jeon Jeongguk, este no es igual a los demás. ¿De dónde lo sacaste?—Seokjin se detuvo, resoplando, pero él no tuvo nada que decirle—. No me digas que te pagó para que te acostaras con él.

—No me pagó para nada—se apresuró a decir él, frustrado—. Yo lo invité aquí.

—Pero, ¿de dónde salió? Tú no te relacionas con la gente como él. No tienes cómo, no tienes dónde. ¿De qué lugar lo sacaste?

—Lo encontré por ahí—respondió él, desviando la mirada.

—¿Cómo lo convenciste?

—Jin, por favor, sé lo que estoy haciendo.

Jeongguk no era bueno hablando con los extraños. Prefería esconderse detrás de los libros que debía leer en la biblioteca y de Seokjin cuando salían a la calle. Yoongi le decía que debía armarse de valor para enfrentarse al mundo, pero él no quería, no le interesaba. En cambio, cuando bailaba, era completamente diferente. Su cuerpo hablaba por él, y podía conectarse con muchos a través de él.

—No tienes ni la más mínima idea de lo que estás haciendo—lo contradijo Seokjin, cruzando los brazos—. Estoy seguro de que no sabías cómo se llamaba.

—Seokjin…

La puerta del balcón se abrió y Namjoon, todavía con la mitad del cuerpo metido en la cama, asomó la cabeza. Sonreía de oreja a oreja, como si se hubiera acabado de reír, y señalaba hacia dentro con el pulgar.

—Tae quiere saber si ambos van a demorar mucho.

—¿Tae?—preguntaron Seokjin y Jeongguk con medio segundo de diferencia.

—¿Sí o no?—insistió.

—Sí—respondió Seokjin, al mismo tiempo que Jeongguk soltó un “no”—. Sí, vamos a tardar.

—Bien.

Namjoon cerró la puerta del balcón y corrió la cortina. Jeongguk se percató, por primera vez, de lo frío que estaba el ambiente. Seokjin tenía una camiseta de tela tan delgada que sus tetillas, erguidas, empezaron a notarse.

—¿Tae?—repitió Seokjin—. ¿Cómo que Tae?

—No sé. Deberíamos entrar.

—Primero quiero que me expliques dónde lo encontraste, Jeongguk. No creo que sea muy difícil.

Jeongguk desvió la mirada, evitando encontrarse con los ojos de Seokjin. En cambio, se fijó en el edificio del frente, ese que estaba tan cerca que se podía ver lo que hacían sus vecinos en sus apartamentos. Yoongi le había regalado un pequeño catalejo de metal, tan chico que le cabía en la palma de la mano, para espiarlos cuando se aburría. Era esa una de las razones por las que Jeongguk no cerraba las cortinas de su habitación.

—Estaba saliendo del club.

Seokjin suspiró, murmuró un “por supuesto” y se apoyó en la barandilla del balcón. No estaban tan alto, pero, aun así, a Jeongguk le dio vértigo verlo casi colgado ahí.

—¿Ganaste algo hoy?—preguntó Seokjin, más por cortesía que por genuino interés.

—Sabes cómo es cuando Hoseok está, no tengo oportunidad.

—¿Estaba Hoseok?

—Oh, sí, sí. Ganó todas las batallas en las que participó. Todos estaban gritando su nombre tan alto que Yoongi estaba enojado. Dijo que así nos iban a descubrir.

—Entonces no hay dinero para ti esta noche.

Jeongguk negó con la cabeza. Una corriente de aire frío lo hizo estremecer, pero Seokjin siguió ahí, impertérrito, como si el clima no lo afectara.

—Fue después de las batallas que conociste—Seokjin hizo una pausa dramática, en la que abrió mucho los ojos y puso cara de sorpresa—: a Tae.

—Sí, bueno, ¿no?… Quiero decir, él no estaba en el club. Lo conocí después, en la calle.

—En la calle—repitió Seokjin. Lo pensó un rato antes de continuar—: No me digas que te recogió en la calle como a una puta, Jeon Jeongguk. Pensé que eras mejor que esto.

Jeongguk se ruborizó. Intentó defenderse, pero no pudo, porque en parte había sido así que se habían conocido.

—No me recogió en la calle como a una puta—siseó Jeongguk, dándole a Seokjin una mirada torva—. ¿Qué piensas que hago después de bailar? ¿Pararme en los callejones oscuros?

—De alguna manera debes recuperar el dinero que perdiste.

—Seokjin, eso no…

—Perdón, estoy interrumpiendo tu historia. Cuéntame más. Quiero saber de dónde sacaste a Tae.

—¿Puedes dejar de decirle Tae?—Seokjin negó con la cabeza, sonriendo—. Bien, entonces no te voy a decir cómo lo conocí.

—Vamos, JK, no te hagas el difícil. Si te subiste a su auto sin conocerlo, no necesitas que te rueguen.

—¿Cómo sabes que me subí en su auto?

—No lo negaste antes.

Rendido, Jeongguk bufó y se sentó en el suelo del balcón. No podía ver qué estaba ocurriendo en el interior del apartamento, porque Namjoon había cerrado las cortinas, y eso le molestaba. Quería saber qué estaba haciendo Kim Taehyung en su casa, ahora que no iban a dormir juntos. Todavía no podía creer que usaba mocasines de diseñador.

—JK, por favor, no te enojes conmigo—dijo Seokjin, sentándose junto a él para que quedaran a la misma altura. Aun así, Jeongguk hizo todo lo posible para no mirarlo—. Estoy preocupado por ti.

—No tienes que preocuparte, yo puedo cuidarme solo.

Seokjin lo ignoró a favor de abrazarlo de manera incómoda con un solo brazo. Una luz en el interior de uno de los apartamentos del frente se encendió y ambos miraron el interior, como si se tratara de la pantalla de un televisor.

—Dices que no estaba en el club y te lo encontraste después—rememoró Seokjin, en voz baja. En el apartamento, una pareja, excitada, se besaba contra una pared.

—Tuvo un pequeño accidente en su deportivo—continuó Jeongguk—. No vayas a preocuparte también por eso, porque no fue nada. Rayó apenas la pintura del otro auto y al suyo no le pasó absolutamente nada.

—Ese Tae tiene mucha suerte.

—Así nos conocimos.

—¿Porque estrelló su auto?—se burló Seokjin, antes de echarse a reír—. Ridículo.

—Porque estrelló su auto mientras me miraba pasar la calle—finalizó Jeongguk—. Aún más ridículo.

Seokjin se quedó congelado, con la boca abierta.

—No puedes estar hablando en serio.

—Sí, sí. Me lo dijo él, también que “mis piernas están muy bien hechas”.

 —Tae, él…—Seokjin pasó saliva, admirado—, me parece una gran persona. Tengo que hablar con él.

Sus vecinos habían desaparecido en una de las habitaciones que sí tenían las cortinas corridas, y ninguno de los dos los vio mientras se ponían de pie y se limpiaban con gestos distraídos los pantalones. Seokjin abrió la puerta corrediza del balcón y sólo dio un paso al frente antes de quejarse en voz alta. Jeongguk pensó que era algo típico y luego se preguntó cuándo admitiría que Namjoon era más que un amigo que se quedaba a dormir.

—¿Pero qué es esto, Namjoon?

Alguien respondió algo desde dentro, que Jeongguk no pudo escuchar, y Seokjin entró dando zancadas.

—¿Cuánto les costó todo esto?

Jeongguk entró, intentando peinarse el flequillo, y también se quedó sorprendido de lo que encontró en el interior. Sobre la mesa de plástico, que Seokjin y él habían encontrado en una venta de segunda mano, había un montón de botellas de alcohol y bocadillos. Los paquetes de papas crujieron de una manera atractiva cuando Seokjin los tomó.

—¿Por qué…?

Taehyung dio un paso al frente, todo sonrisas, para explicarse.

—Hey, no hay que enojarse por esto. Es sólo comida.

—Sólo comida—repitió Jeongguk. Casi podía escuchar el llanto de felicidad de su propio estómago al ver todo lo que había ahí. No había comprado su almuerzo esa tarde para poder apostar por sí mismo en el club.

—Namjoon y yo fuimos a comprar algo mientras ustedes estaban ocupados afuera—continuó Taehyung—. Pensamos que tendrían hambre.

—Pensaron bien—comentó él.

—No, no pensaron no… ¡Namjoon!—gritó Seokjin. Él le dio una sonrisa de disculpa—. ¿Tú pagaste por esto?

—No, fui yo—respondió Taehyung—. Pero no hay problema… ¿No tienen hambre?

—¿Hambre?

—Yo sí. Yo tengo mucha hambre—respondió Jeongguk. Y no esperó a que Seokjin dijera algo más antes de lanzarse directo a las compras.

Taehyung le puso la mano en el hombro mientras él abría el primer paquete. Seokjin los miró a ambos, estupefacto.

—No hay ningún problema—repitió Taehyung, y le dio un apretón a Jeongguk—. Somos amigos, ¿no?

 

 

 

 

 

 

 

 

Las luces eran tan potentes que no podía ver quiénes estaban en el público. Lo único que percibía eran sus gritos y sus aplausos, como una grabación en la parte de atrás de su cabeza que siempre se echaba a rodar después de que se terminaba una batalla.

Jeongguk se limpió el sudor de la mandíbula con el borde de la camisa, ganándose otra ronda de aclamaciones, la mayoría, femeninas. A su lado, el presentador soltó un gruñido. Nadie le había dicho que enseñar un poco de piel era contra las reglas. ¿Quién sabía? Quizá podría llevarse un par de puntos más por ello.

—¿Quién será el ganador esta noche?—preguntó el presentador. Esta vez se había amarrado un pañuelo en la frente para apartarse el cabello de la cara. Normalmente, iba de traje, aunque el sitio y la situación no eran los adecuados—. ¿Quién?

El público gritó a todo pulmón. En una mesa apartada, con las manos ocultas, Yoongi puso mala cara. Decía que un día de esos los iban a descubrir a todos en el sótano del club porque no podían evitar chillar como animales.

—¿Crees que hoy será la primera vez?—murmuró Hoseok. Sonreía como siempre que terminaba de bailar: seguro de sí mismo, arrogante.

—Cállate—gruñó Jeongguk, sin mirarlo.

—Entiendo eso como un no—Hoseok chasqueó la lengua—. Sigue intentándolo, niño.

—No me digas niño.

Antes de que tuviera oportunidad de abalanzarse sobre Hoseok para quitarle la sonrisa de la cara, el presentador señaló al frente, donde estaban los jurados. Siempre eran los mismos, dos hombres y una mujer. Alguna vez, Jeongguk se había quedado hasta mucho después de las batallas, cuando era joven y estúpido, y había hablado con uno de ellos.

—¿Piensas que esto es malo?—le había dicho—. Debiste haber estado cuando los niños ricos les pagaban a los vagabundos para que se pelearan. Esos sí que eran malos tiempos. Al menos, ahora, nadie sale herido.

Jeongguk podía oponerse a eso último, porque, durante años, su ego había recibido bastantes de esas.

El jurado señaló a Hoseok, antes de que el público estallara en aplausos y vítores. Jeongguk sintió que el mundo caía a los pies. Siempre, siempre, siempre. ¿Acaso estaba destinado a quedar en segundo lugar hasta su muerte? Hoseok levantó los brazos, victorioso, y Yoongi, desde la mesa de apuestas, gritó su seudónimo con las manos como altavoz. Un trozo de papel doblado descansaba sobre la mesa con la palabra “abierto” al frente.

—Sigue intentándolo—se repitió Jeongguk, furioso, en voz baja.

Ignorando a Hoseok y a Yoongi, que recibía el dinero de los apostadores con una sonrisa casi macabra en la cara, se abrió paso por el público hasta los vestidores. No lo sabía, pero estaba resoplando y sus labios se torcían en una mueca de rabia que lo hacía agresivo. Tuvo tiempo para darle un puño cargado de frustración a los casilleros, donde guardaba su ropa de calle, antes de que alguien se riera a su espalda.

—¿Qué?—preguntó, dándose la vuelta, y se quedó boquiabierto al ver a Taehyung de pie ahí, con su ropa y mocasines de diseñador—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Decir que estaba sorprendido era poco. Jeongguk estaba paralizado. Después de aquella noche, en la que había prometido más de lo que había recibido, Jeongguk pensó que jamás lo volvería a ver. Se había quedado hablando con Namjoon, como si se conocieran desde hace mucho, mientras jeongguk, borracho y celoso, los veía desde su lugar en los brazos de Seokjin. Taehyung se había ido a la mañana siguiente, después de dormir con la mitad del cuerpo sobre la cama de Seokjin y la otra en el suelo. Todavía tenían las botellas de alcohol de esa noche guardadas en algún lugar de la alacena.

—Vine a verte—soltó, como si no fuera nada, y le dio una de esas sonrisas coquetas que le habían puesto a Jeongguk los pelos de punta aquella vez.

—¿Cómo supiste…? ¿Tú…? ¿Qué?—balbuceó él. Recordaba vagamente que había perdido de nuevo contra Hoseok en una batalla de baile, pero ahora tenía a Kim Taehyung al frente, quien conducía un auto deportivo y se ponía joyas que valían más que el apartamento de Jeongguk, y no podía pensar en otra cosa.

—Seokjin me dijo que venías aquí el sábado y el domingo. Y bueno—Se señaló a sí mismo, como si no lo hubiera visto ya—, aquí estoy.

—¿Por qué?

—Vine a verte—repitió Taehyung, pacientemente—. ¿No estás feliz? Yo sí. No pensé que me parecieras más sexi, pero lograste sorprenderme. ¡Cómo te movías!

Jeongguk boqueó, sin palabras, hasta que Taehyung se echó a reír.

—Pero perdiste, ¿eh?—Negó con la cabeza, como un padre desilusionado, y lo señaló con un dedo—. Seokjin me lo había advertido, pero no quise creerle. Aposté por ti, incluso.

—¿Apostaste por mí?—preguntó Jeongguk, con la voz estrangulada. Era la primera persona que conocía que apostaba por él. Los demás sabían que siempre perdía. Incluso Yoongi, quien lo apoyaba con tanto fervor como un hermano mayor, prefería poner su dinero con Hoseok.

—¿Por qué suenas tan sorprendido?—Taehyung movió de arriba abajo las cejas, burlón, y Jeongguk decidió ignorarlo.

—¿Cuánto?

—Hey, eso no es importante…

—¿Cuánto fue, Taehyung?

Taehyung refunfuñó un poco, pero al final le respondió.

—¿Estás loco?—gritó Jeongguk, llevándose las manos a la cabeza. Ni siquiera si todos sus amigos juntos decidieran apostar por Jeongguk a la vez, habrían alcanzado esa suma. Ahora la sonrisa de satisfacción de Yoongi tenía una razón, una muy buena—. Debes estar bromeando…

—¿Te enojaste?—preguntó Taehyung, poniendo morros—. Seokjin dijo que también harías eso.

Jeongguk iba a responderle, pero se interrumpió al escuchar la voz de Hoseok.

—¿No te has ido? Cuando pierdes, huyes lo más rápido que te dan las piernas.

—Son unas buenas piernas—comentó Taehyung.

Hoseok se quedó de pie junto a la puerta, con la mano levantada en un saludo hacia Jeongguk, pero los ojos fijos en Taehyung. Luego, lentamente, miró a Jeongguk, quien se había encogido hacia los casilleros.

—¿Interrumpo algo?—preguntó, burlándose.

—Sí—respondió Taehyung.

Jeongguk se apresuró a ponerle una mano sobre la boca. No le sorprendió notar que Taehyung había cambiado su perfume y sus labios estaban ligeramente húmedos.

—¿Quién es?—preguntó Hoseok, caminando hacia ellos—. No lo había visto antes.

—No es nadie—respondió Jeongguk. Le pasó a Taehyung el otro brazo alrededor del estómago y lo empujó en dirección contraria a Hoseok. Otro día regresaría por su ropa. En ese momento, lo importante era sacar a Taehyung de ahí—. Ya nos vamos.

—¿Qué pasa? ¿Te sientes muy humillado por la derrota?

Jeongguk apresuró el paso. Pero Taehyung, terco, dejó atrás uno de sus zapatos y aprovechó la distracción para soltarse.

—¿Pero quién te crees? ¿Cenicienta?—se quejó Jeongguk.

—Jeongguk pudo haber perdido—dijo Taehyung, ignorándolo. Había regresado por su zapato y ahora se lo ponía lento, como si estuviera actuando para un público—, pero todavía tiene esas increíbles piernas. ¿Quién es el ganador aquí?

Jeongguk se cubrió la cara, mortificado, mientras Hoseok se echaba a reír.

—¿Increíbles piernas?—repitió Hoseok, entre risas.

—Choqué mi auto por ellas—agregó Taehyung.

—¿Cuántas veces te he dicho que no lo repitas?—gruñó Jeongguk.

—No han sido suficientes—respondió él.

—¿Chocaste tu auto por las piernas de Jeongguk?

Taehyung ignoró sus intentos por callarlo y se acercó a Hoseok para hablar. A pesar de que su total ignorancia del espacio personal seguía siendo evidente, no le puso las manos encima, como había hecho antes con Jeongguk.

—Iba caminando frente a mí y me distraje—empezó a explicar.

Sin esperar para escuchar el final, Jeongguk trotó hacia fuera y se hizo paso a codazos entre los asistentes a las batallas. Dos bailarinas habían tomado el ring y se movían al ritmo de una vieja canción americana que él apenas había escuchado un par de veces. En la mesa de las apuestas, Yoongi se relamía como un gato satisfecho. Debía pensar en todo el dinero que le había sacado a Taehyung.

Había más personas ahora que antes, cuando él y Hoseok habían batallado, y le tomó más tiempo del que quería subir hasta el primer piso del club y salir por la puerta principal. Afuera, el aire le refrescó el sudor casi seco y le despegó la ropa de la espalda. Refunfuñando, maldijo no haber sacado a tiempo su cambio del casillero y se fue dando puntapiés. Cuando iba por la misma calle del accidente, Taehyung le dio alcance.

—¿Taehyung?—preguntó él.

El chico levantó un pulgar, mientras intentaba recuperar el aire. Tenía las llaves de su auto en una mano y la mochila con la ropa de cambio de Jeongguk en la otra.

—¿Siempre te vas así de rápido?—Taehyung puso morros y lo obligó a tomar la mochila. Aún estaba un poco ahogado, pero continuó hablando como si nada—. De eso no me habló Seokjin.

—Parece que Seokjin te ha hablado de muchas cosas—comentó Jeongguk, abrazando su mochila.

—Qué puedo decir. Soy encantador—respondió Taehyung, y le dio una sonrisa brillante, como de artista de cine. Jeongguk puso los ojos en blanco y echó a caminar—. Hey, hey, ¡espérame! No recuerdo dónde dejé el auto.

—No entiendo cómo alguien como tú tiene un auto como ese—Jeongguk chasqueó la lengua, escuchando los zapatos de Taehyung arrastrarse a su lado—. Si fuera mío, no lo dejaría por ahí.

—Está bien, puedo comprarme otro.

Jeongguk decidió cerrar la boca.

—J-Hope parece buen tipo, y baila muy bien—dijo Taehyung, antes de ponerle una mano en el hombro. Jeongguk intentó sacudírselo, pero no tuvo éxito—. Entiendo por qué siempre te gana.

—Déjame adivinar: Seokjin te habló de eso.

—Recuerdo habértelo mencionado allí abajo, sí.

—¿Por qué estás aquí? ¿Por qué estás siguiéndome?—Jeongguk hizo otro intento infructuoso de librarse del agarre y lo único que logró fue que Taehyung le pasara el brazo entero por los hombros. Así, medio colgado, Taehyung le respondió.

—Quiero que seamos amigos.

Jeongguk apretó los labios, recordando la primera vez que lo había visto. Con el cabello en la cara y los labios rojos, Taehyung había sido muchísimo más que un futuro amigo. Si se esforzaba, podía sentir de nuevo el deseo que le había quemado por dentro al saber que se lo podía llevar a la cama.

—¿Acosas a tus amigos?

Taehyung lo miró de medio lado, ofendido, y le jaló la oreja.

—¡No te acoso!—gritó—. No mientas.

—Como quieras.

—No entiendo con qué clase de personas te relaciones—continuó él, con el ceño fruncido—, pero de donde yo vengo, si quieres hacer amigos, vas y los haces. No te quedas esperando a que alguien más venga a hacer el trabajo por ti.

—No me convences—lo fastidió Jeongguk.

—Seokjin y Namjoon fueron fáciles. Ya me los eché a la bolsa—Taehyung chasqueó los dedos frente a su nariz—. Sólo me faltas tú.

—No entiendo por qué querrías ser mi amigo. No nos conocemos.

—Preferiría morir que no tener un amigo con tus piernas. Quiero decir, sólo míralas. Una obra de arte.

Jeongguk se cubrió la cara, avergonzado, y apretó los dientes.

—No vas a parar, ¿no?—preguntó, sin esperar una respuesta—. Supongo que me vas a seguir hasta casa.

—Supones bien, mi buen amigo.

—¿No tienes nada más importante que hacer?

Por primera vez, Jeongguk vio en el rostro de Taehyung una sonrisa triste. Casi se arrepintió de haberle preguntado eso. Era una emoción que no quería volver a ver en su cara.

Él no lo miró al responder, casi melancólico.

—No, no tengo. Mi agenda está libre—Taehyung apretó su hombro, con la mano abierta—. Estás de suerte.

Jeongguk asintió, mordisqueándose el labio. Antes de que pudiera pensar en una respuesta, Taehyung se puso de pie frente a él, deteniéndolo, y le pasó los dos brazos alrededor del cuello. La mente de Jeongguk tuvo un corto circuito y pensó en la noche del accidente. Siempre tan cerca, tan cerca, como ahora, pero ahora sí sabía cómo se llamaba.

—Jeonggukie, tengo hambre.

—¿Eh? Oh, hum—balbuceó Jeongguk.

—Y tampoco sé dónde está mi auto—Como pudo, Jeongguk afirmó con la cabeza—. Sigues siendo tan tímido. ¿Cómo es que te has acostado con tantas personas?

—¿Qué?

—Seokjin también me habló de eso.

—Maldita sea, Jin—murmuró Jeongguk.

—Entonces, vamos por mi auto y luego a comer—enumeró Taehyung, poniendo los dedos frente a su cara. Jeongguk pudo respirar un poco—. J-Hope mencionó algo sobre una hamburguesa y yo quiero una.

Jeongguk frunció el ceño, confundido, y esperó a que Taehyung lo soltara. Cuando el otro no se movió, lo abrazó de medio lado e intentó llevarlos a ambos de regreso al club.

—¿Una hamburguesa?—preguntó. Taehyung lo siguió con pereza, como si no quisiera moverse—. No entiendo.

—Dijo que te la debía—respondió Taehyung, apoyando todo su peso en Jeongguk—. Pero esta vez, yo invito.

—Si vamos a ser amigos, más te vale pagar por todo—bromeó Jeongguk—. Como pudiste ver hoy, no tengo la mejor suerte del mundo. Estoy quebrado.

—Pagaré por todo—aseguró, serio—. Te compraré todo lo que quieras.

—Taehyung, no era de verdad…

—Todo lo que quieras, ¿oíste?

Se demoraron más de lo que Jeongguk quiso de regreso al club por culpa de Taehyung. Se rehusó a separarse para que pudieran caminar más rápido, y varias veces dejó atrás sus zapatos con el objetivo de que Jeongguk se los regresara. Él, ligeramente molesto, lo llevó consigo y esperó a que buscara su auto en el aparcamiento y lo trajera.

—No puedo creer que no tenga ni un rasguño—dijo, cruzado de brazos, al verlo aparecer—. ¿Cómo es que tienes tanta suerte?

—Suerte y encanto, ¿qué más quieres en un amigo?—respondió Taehyung, sonriendo.

 

 

 

 

 

 

 

Lo primero que hizo Jeongguk, cuando tuvo tiempo, fue hablar con Seokjin. Se armó con una botella tamaño familiar de gaseosa y bolsas de dulces rellenos de chocolate y se sentó a esperarlo en su cama en la sala de estar. Seokjin llegó en la noche, visiblemente cansado, y no pestañeó al verlo ocupando su lugar.

—¿Chocolate?—fue lo único que dijo. Jeongguk asintió y Seokjin soltó un sonido más animal que humano para expresar su felicidad—. Te amo. ¿Te he dicho antes que te amo?

Jeongguk esperó a que Seokjin se llenara la boca de comida, ignorante de lo que venía.

—Hablaste con Taehyung—lo acusó.

Lo malo de pasar tanto tiempo juntos era que ambos sabían demasiado del otro. Si Jeongguk había querido sorprenderlo, debería haber trabajado más duro. Seokjin se limitó a masticar lentamente, mirándolo sin parpadear, y a sentarse con las piernas abiertas en la cama.

—Sí—respondió Seokjin, chupándose el exceso de chocolate del pulgar—. Trae un par de vasos para servir el refresco.

—¿Eso es lo único que vas a decir?—preguntó Jeongguk, sin ponerse de pie—. ¿No vas a defenderte?

—¿Defenderme? ¿Defenderme?—repitió, como si no se lo pudiera creer. Luego soltó una risa seca y corta—. ¿Cuál es el problema?

Jeongguk abrió la boca, pero no encontró nada que decir.

—¿Ahora sí vas a traer lo que te pedí?

Jeongguk puso mala cara antes de ir por los vasos. Los dejó en el suelo, junto a la cama, y esperó a que Seokjin le sirviera la bebida. No hablaron en un rato, ambos concentrados en lo que hacían.

—Vino hace una semana y preguntó por ti—dijo Seokjin—. Por supuesto que le dije que no estabas y siguió preguntando. Déjame ver, ¿fue al club a verte bailar?

—Sí—respondió Jeongguk, omitiendo el detalle de que había apostado por él una suma de dinero tan exorbitante que daba risa—. ¿Qué tanto le dijiste?

—Oh, bastante—Seokjin sonrió, satisfecho—. Tiene un no sé qué que te hace quererlo, ¿sabes? Namjoon está comiendo de la palma de su mano.

—Y tú también—murmuró él, antes de meterse un dulce en la boca.

—Es muy inteligente y parece estar muy interesado en ti. Yo creo…

—No está interesado en mí—lo interrumpió Jeongguk, con el ceño fruncido—, lo que quiere son mis piernas.

Seokjin se echó a reír, esparciendo los dulces por la cama y golpeando repetidamente la puerta de cristal del balcón con la mano. Jeongguk lo miró con rencor, por el rabillo del ojo. Ninguno había encendido la televisión, pero había un ruido como un murmullo que se colaba hasta el apartamento. Uno de sus vecinos tenía el desagradable vicio de subirle a la música en las tardes.

—Es hijo de uno de esos millonarios con más empresas que años en la espalda—continuó Seokjin, después de haberse calmado.

—¿Y tú como sabes eso?

—Le pregunté y me lo dijo, así como él me preguntó dónde estabas y obtuvo su respuesta—Seokjin se comió un dulce de manera teatral—. ¿Por qué estás actuando como si tus habilidades sociales fueran menores de lo que son?

—¿Por qué haces esas preguntas?—dijo Jeongguk, a la defensiva—. Pasas demasiado tiempo con Namjoon y Namjoon pasa demasiado tiempo en la universidad.

—Tú también deberías preocuparte por tus estudios. En vez de andar de aquí para allá con Yoongi y bailando en los sótanos de los bares, podrías estar estudiando.

Jeongguk puso los ojos en blanco.

—¡No hagas eso!

—Jin, sabes que no me la paso con Yoongi de aquí para allá. No sé por qué no te gusta, es genial—lo defendió, poniendo morros—. A veces me gusta más que tú.

—Eso ha sido un golpe muy bajo.

—¿Qué?

—Tan bajo como Min Yoongi.

Jeongguk no tuvo nada que responder a eso.

 

 

 

 

 

 

 

 

No quería admitirlo, pero había esperado que Taehyung apareciera fuera de su universidad, tal vez al finalizar una de sus clases de la tarde. Estaba decepcionado de no haberlo visto. Y Jin, después de verlo llegar varias veces con el mismo semblante triste, le había asegurado que vería a Tae el fin de semana. Estaba tan seguro de ello como de que el cielo era azul y él era la persona más atractiva que respirara en la tierra.

—¿Y tú cómo sabes eso?—preguntó Jeongguk, hosco.

—Porque se lo pregunté…

—Y obtuviste tu respuesta—lo interrumpió él—. Sí, sí, ya lo sé.

—Es un chico muy ocupado.

Y había tenido razón, como siempre. Taehyung apareció en el club el sábado en la noche con su auto deportivo y un manojo de billetes que puso en la mesa de Yoongi como si se tratara de un libro cualquiera. Jeongguk lo miró todo con los ojos abiertos por la impresión, igual que la mayoría de los bailarines que se habían reunido esa noche junto a la mesa de apuestas para vigilar sus posibilidades. El club siempre estaba lleno de apostadores como Taehyung, que llevaban consigo más de lo que cualquiera de ellos tendría en la mano de una sola vez, pero era increíble verlo suceder frente a sus ojos.

—¿Esto es de verdad?—preguntó Yoongi, echándole un vistazo rápido al dinero sobre la nariz. Tamborileaba con los dedos sobre sus piernas bajo la mesa. Tap, tap, tap, como si contara ya los billetes.

—Claro que sí—respondió Taehyung, casi ofendido—. Todo es para JK.

—Todo a JK, entendido—repitió. Sin embargo, no hizo ningún movimiento para tomar el manojo.

Una de las chicas mayores, con la pierna doblada de manera preocupante detrás de ella, le dio a Jeongguk un codazo en la espinilla. Él se inclinó con un juramento atrapado en la boca y le dio una mirada enfurecida.

—¿Viste, lindo? Tienes un admirador.

—No es un admirador—respondió Jeongguk, entre dientes.

—Es el fan número uno de tus piernas, por lo que he escuchado—añadió Hoseok, entrando. Le dio a Jeongguk un asentimiento como saludo y empezó a estirarse. Se quedó, como todos, mirando a Yoongi y Taehyung inmóviles frente a la mesa de apuestas—. ¿Qué pasa?

—El chico rico ha apostado todo lo que hay sobre la mesa por el lindo—Jeongguk murmuró en voz baja “deja de llamarme lindo”—, pero Suga no ha querido tomar el dinero.

Hoseok frunció el ceño mientras se echaba hacia delante, para tocarse las puntas de los pies.

—¿No aceptó la apuesta? No parece algo que Yoon… Suga haga—dijo.

—Sí la aceptó, pero no quiere tomarla—respondió ella. Los demás bailarines le dieron la razón.

—¿Pero qué…?

En la mesa, ambos se miraban como si estuvieran midiéndose mutuamente. Yoongi aún tamborileaba con los dedos bajo la mesa y Taehyung había empezado a golpear el suelo con la planta del pie de manera impaciente. Parecía que se habían quedado congelados en el tiempo, esperando a que alguno hiciera el primer movimiento. Finalmente, Hoseok chasqueó los dedos y salió disparado en dirección a la mesa.

—Está bien, ya puedes ir a sentarte—le dijo a Taehyung. Tomó todo el dinero que había sobre la mesa y lo arrojó a la caja de metal que Yoongi utilizaba para las apuestas—. Ha terminado.

Yoongi lo miró con rencor, como si fuese el culpable de todos sus problemas.

—No lo contaste—gruñó.

—Yo no tengo tiempo, ¿lo vas a hacer tú?—preguntó Hoseok, arqueando las cejas.

Jeongguk estaba tan concentrado en la discusión que dio un salto cuando sintió una mano familiar en el hombro.

—Vaya, te asusté—murmuró Taehyung, sorprendido.

—No vuelvas a acercarte a mí de esa manera—siseó él, sacudiéndose el hombro. Taehyung, sin amedrentarse, le rodeó el cuello con los brazos—. ¿Pero qué estás haciendo?

—Seokjin me dijo que me extrañaste.

—Pero ¿qué no te dice Seokjin?

Taehyung sonrió, y Jeongguk sintió el movimiento en la piel del cuello. Decidió regresar el abrazo, porque era incómodo quedarse ahí, con los brazos junto al cuerpo, si había alguien colgado de tus hombros. La bailarina que lo había llamado lindo soltó una risita entre dientes a su espalda.

—Hueles diferente—comentó Jeongguk—. Es la tercera vez.

—Me gusta comprar perfumes. ¿Te gustaría tener uno?

Jeongguk puso los ojos en blanco y no respondió. En cambio, apretó a Taehyung más hacia él, obligándolo a dar un paso al frente, e intentó arrastrarlo consigo a un lugar donde no los viera tanta gente. A pesar de que no eran extrañas las muestras de afecto en el club, sería la primera vez que Jeongguk estaba envuelto en ellas.

—¿Qué haces?—preguntó Taehyung, dejándose llevar.

—Te llevo lejos.

—Eso sonó muy romántico. Quién diría que tenías eso dentro de ti.

—No es… no fue... ¡No! ¡Taehyung!

Taehyung soltó una risita, la de siempre, y caminó balanceándose de lado a lado, como si bailara.

—No sabía que esta noche había baile de salón—dijo la chica de antes.

—Oh, no puede ser—masculló Jeongguk—. Vamos, más rápido—le ordenó a Taehyung.

—¿Por qué? Esto es divertido—respondió él. Luego, le hizo un gesto a la chica, porque ella se echó a reír—. Si bailo contigo, ganaríamos en todas las categorías. Por una vez, recibirías el primer lugar.

Jeongguk pensó en decirle muchas cosas, pero lo que salió de su boca fue una pregunta tonta que nada tenía que ver con las apuestas.

—¿Eres un bailarín?

—Si con bailarín te refieres a que salto al ritmo de la música electrónica en las fiestas, entonces sí, soy un bailarín—respondió Taehyung.

—No sé por qué pensé que lo habías dicho en serio—murmuró Jeongguk.

Finalmente, logró arrastrar a Taehyung hasta los vestidores, donde otros bailarines pasaban el rato. Taehyung levantó la mano a su espalda y saludó a varios de ellos, como si los conociera de mucho antes.

—Hablé con ellos la primera vez que vine—explicó, sin que Jeongguk le preguntara—. Aunque es bastante ilegal y se hacen los duros con sus máscaras y secretismo, son bastante agradables.

—¿Qué pensabas que era esto?—Jeongguk lo empujó contra los casilleros y se apartó. De alguna manera, Taehyung se las había arreglado para despeinarse en el camino, y parecía que le había pasado un ventarrón por la cabeza. Mientras respondía, empezó a peinarse con los dedos, concentrado.

—Cuando Seokjin me habló de que bailabas por apuestas, me imaginé algo como “Rápido y Furioso”, ¿sí?

—¿“Rápido y Furioso”?—repitió Jeongguk, incrédulo.

—¿Por qué no? Fuiste tú quien me habló primero sobre la película.

—La octava fue la primera película que vi en el cine aquí en Seúl—confesó. Apenas terminó de hablar, apretó los labios y miró hacia otro lado.

—¿En serio?—murmuró Taehyung. Jeongguk agradeció que aún no empezara la música, porque si no fuera así, no habría podido escucharlo—. Jeonggukie, mírame, ¿en serio?

—Sí—respondió él, concentrado en uno de los grupos reunidos en la otra pared. Todos usaban una gorra roja, como si hicieran parte de una misma academia de baile. Igual que ellos, antes, él se vestía como Hoseok. Aún podía recordar lo feliz que había sido en esa época.

—Eso fue hace poco, ¿eh? ¿Por qué nunca habías ido al cine?

—Es caro—dijo Jeongguk. No sabía por qué había compartido ese pedazo de información con él, pero ahora se arrepentía. La vergüenza le quemaba la piel de cara y tenía ganas de meterse en uno de los cubículos del baño y no salir hasta que Taehyung se fuera. Seguramente, él nunca había tenido que renunciar a las cosas buenas de la vida por falta de dinero.

Taehyung hizo un sonido con la boca cerrada, como si lo pensara muy bien. Ambos se quedaron en silencio un rato, hasta que Jeongguk sintió que le apretaban la oreja.

—No, no—se quejó, sin convicción—, Taehyung.

—¿Qué?

—No hagas eso.

—Voy a llevarte al cine todas las veces que quieras.

—¿Para qué?—preguntó él. Alguien lanzó una maldición, atrás—. Es mejor si vemos películas por internet, es gratis.

—Vaya, así que es por eso que no vas al cine. Qué tacaño eres—bromeó Taehyung—. Está bien, es una cita.

—¿Qué?

Antes de que pudiera decir algo más, Taehyung le dio un jalón a su oreja y se escurrió en dirección al escenario. La música había empezado a sonar y las paredes parecían rebotar con el bajo de la canción. Hoseok debía estar preparándose para batallar, si todavía no estaba discutiendo con Yoongi en la mesa de apuestas.

—¿A dónde vas?—gritó Jeongguk, usando las manos como altavoz.

Taehyung se encogió de hombros, sonrió y levantó dos dedos como saludo. Después de desaparecer tras la puerta, alguien se acercó a Jeongguk.

—Pensé que era broma, pero ahí está.

—Jimin—murmuró Jeongguk. Eran terribles noticias que se encontrara ahí. Si Jeongguk quedaba siempre en segundo lugar contra Hoseok, ahora no tenía ni la más mínima oportunidad. Esa noche se iría a casa sin una moneda en los bolsillos y la medalla de bronce colgada en el cuello—. ¿Qué quieres?

—Háblame con más respeto, mocoso—refunfuñó Jimin. Vestía de blanco y negro, con el uniforme del grupo de Hoseok, y se había tinturado el cabello de rojo brillante. No había pasado mucho desde la última vez que se habían visto, pero Jimin estaba tan diferente que parecía otra persona—. ¿Así me vas a saludar después de tanto tiempo?

—¿Qué quieres?—repitió, poniendo los ojos en blanco.

—Como siempre, tan agradable—Jimin lo miró de arriba abajo, frunciendo el ceño, mas no hizo ningún comentario sobre su ropa—. ¿Quién es?—Al ver la expresión confusa de Jeongguk, agregó—: El que estaba contigo. Alto, con camisa de seda, cara de tonto.

—Taehyung no tiene cara de tonto—lo defendió Jeongguk.

—Taehyung—repitió Jimin. Su expresión no se relajaba—. Todos están hablando de tu admirador. Pensé que era broma.

—¿Quiénes son todos?

—Me lo imaginaba con el doble de edad y un traje de Armani. Supongo que así está bien.

—¡Jimin!

Jimin lo ignoró a favor de hablar con alguien a su espalda. Sin más, levantó una mano en un saludo y se fue caminando rápido, como si no quisiera estar con Jeongguk más tiempo del necesario. Él se quedó ahí, viendo su espalda, donde el logo del grupo de baile de Hoseok era más visible.

Mordiéndose el labio, miró su mochila, guardada en uno de los casilleros, donde su propio uniforme estaba doblado. Olía muy bien, porque a Jeongguk siempre le había gustado tener su ropa limpia, y los pliegues estaban muy marcados por no haber sido alisados en mucho tiempo. Desde que Jimin se había ido, Jeongguk había relegado la ropa que Hoseok le había dado a algún lugar de su mochila, como si ni siquiera pudiera verlo.

—JK, ¿vienes?—preguntó alguien.

Él metió rápidamente la mochila en el casillero y cerró la puerta con firmeza. No quería pensar en eso, ni en Hoseok, ni en Jimin, ni en lo que habían sido antes.

Después, cuando Jeongguk se enfrentó a Hoseok y Jimin, ambos perfectos y vestidos igual, como parte de la misma familia, perdió con la mente en blanco. Iba a ir a casa con menos del tercer lugar. Regresó por su mochila y esperó a Taehyung en la puerta del club, tiritando, sin pensar aún.

—Hoy estás diferente—comentó Taehyung, balanceando el llavero de su auto en un dedo largo y fino—. Bailaste peor que la otra vez.

Jeongguk lo miró con los ojos entrecerrados, enfadado, y se cruzó de brazos. No había querido ponerse un abrigo y tenía los bellos de los brazos erizados.

—Me hiciste perder mucho dinero, Jeongguk, eso no está bien—insistió Taehyung. Al ver que no había más reacción, puso morros—. ¿Qué pasó? ¡Estabas bien al principio de la noche!

—¿Vas a traer el auto?—preguntó él, sin mirarlo a la cara.

—¿Qué pasó?—repitió, ignorándolo.

—¡Quiero irme a casa, Taehyung! ¿Qué no entiendes coreano?

Taehyung cambió de expresión al instante. Se cerró como si todo lo que Jeongguk había conocido de él no fuese más que una fachada. Con los ojos perdidos y los labios cerrados e imperturbables, le dio la espalda para ir en busca del auto. Jeongguk lo esperó arrepentido, frotándose de manera enérgica los brazos.

—Taehyung, yo…— empezó a decir, cuando el auto deportivo que tan bien conocía se detuvo frente a él.

—Cállate—ordenó él, con la voz fría. Ese no era Taehyung, no, al menos, el que le había coqueteado para aliviar su vergüenza y le había prometido todo lo que quisiera—, y súbete.

Durante el trayecto, Jeongguk intentó iniciar una conversación, pero Taehyung se había convertido en la peor imitación de Yoongi que Jeongguk había visto. Se negaba a hablar y, cuando lo hacía, eran respuestas cortantes, como si deseara estar en cualquier lugar menos ahí. Finalmente, se detuvieron frente al edificio de apartamentos y Taehyung se quedó quieto, con las manos en el volante y el motor ronroneando.

—Apaga el auto—ordenó Jeongguk. Cuando Taehyung no lo obedeció, Jeongguk se quitó el cinturón y lo hizo él mismo—. ¿Qué te pasa?

Taehyung lo miró de reojo; parecía querer hablar, pero no dijo nada.

—¿Qué ocurrió?—preguntó, intentando calmarse. Quizá, si usaba un tono de voz más suave, iba a conseguir una respuesta. Sin embargo, tuvo que esperar mucho tiempo.

—Eso podría preguntarte yo también—dijo, al fin, Taehyung.

Jeongguk cerró los ojos y se quejó en voz baja.

—Es mejor que regreses con Seokjin—continuó él, con ese tono impasible que sonaba tan horrible—. Esta noche no va a ser divertida para ninguno de los dos y…

—Pasé por un mal momento—lo interrumpió Jeongguk—. Pasé por un mal momento y no supe cómo superarlo. Lo siento, no debí haberte tratado así.

—No tienes que disculparte—dijo Taehyung, menos tenso—. Yo no sé qué hacer cuando me rechazan. Suelo hacerlo muy mal.

—No, fue mi culpa. Tú no hiciste nada y yo… Bueno, ya vimos lo que hice.

Taehyung tamborileó con los dedos sobre el volante un par de veces antes de deslizarlas sobre él hasta sus muslos.

—No estoy acostumbrado a que me griten—murmuró—. Los demás hacen todo lo que yo digo.

—Eres un niño mimado—se burló Jeongguk. Taehyung le dio un golpe en el brazo—. Eso dolió, ¿sabes? No puedes ir pegándole a la gente porque te llama niño mimado. Están diciendo la verdad.

—Silencio, Jeongguk—pidió él, poniendo morros—. Lo sé y me da vergüenza.

Jeongguk sonrió y le hizo un gesto para que encendiera el auto y entrara en el aparcamiento. Mientras subían en el elevador hasta su piso, Taehyung se colgó de su brazo y apoyó la cabeza en su hombro. Seokjin no dijo nada al verlos entrar juntos, y le ofreció a Taehyung un poco de la pizza que había pedido.

—Vamos a subir, Jin—respondió Jeongguk por él. Taehyung sonrió tan amplio que Seokjin arqueó las cejas, sorprendido—. ¿Hablamos mañana?

—Claro, sí—balbuceó. Namjoon no estaba esa noche.

Era la primera vez que Jeongguk dejaba a Taehyung entrar a su habitación. Al verlo ahí, observando todo con atención y tocando lo que había a su alcance, deseó haberlo traído antes, aquella noche del accidente. Estaba contento, al menos, de que el lugar estuviera limpio, y la luz de la luna entrara de la mejor manera sobre las sábanas. Era una noche bonita.

—Tienes abiertas las cortinas—comentó Taehyung, dejándose caer en la cama. Sus zapatillas habían quedado abandonadas en algún punto de las escaleras que subían a la habitación de Jeongguk—. ¿No te da miedo que te miren los vecinos?—Señaló hacia el frente, donde había otro edificio igual con las ventanas muy cerca.

—No me da miedo—respondió Jeongguk. Dejó caer la mochila con el uniforme de Hoseok a un lado –después pensaría en eso- y se acomodó junto a Taehyung. Con el brazo extendido, tomó el catalejo que Yoongi le había dado y se lo puso sobre las piernas—. Yo soy el que mira.

—No puedes estar hablando en serio.

En las manos de Taehyung, el catalejo se veía más pequeño de lo normal. Sin embargo, Taehyung se lo puso frente al ojo y espió los apartamentos que se veían vacíos a esa hora. Jeongguk lo observó en silencio, sorprendiéndose de lo cansado que estaba. En algún momento entre el viaje en ascensor y la charla con Seokjin, había pensado en llevarse a Taehyung a la cama, pero ahora no quería más que acurrucarse junto a él y dormir un poco. Quizá Taehyung sería suficiente para olvidarse de que Jimin había regresado.

—Esto es ilegal—dijo Taehyung, después de un rato de jugar con el catalejo—. Puedo ver dormir a algunos de tus vecinos. Eres un chico malo, Jeonggukie, bailando en el sótano de un club y espiando a tus vecinos.

—Y tú eres un niño mimado—murmuró Jeongguk, con los ojos cerrados.

—¿Te estás durmiendo?—preguntó Taehyung. Jeongguk lo sintió moverse, cambiando el peso en el colchón de la cama, y se hizo a un lado para darle un poco más de espacio.

—Estaba durmiéndome. Deja de hablarme y podré hacerlo de nuevo.

Taehyung soltó una risita en voz baja, quizá con la boca cerrada, y apoyó su cabeza en la almohada, a su lado. Pronto, Jeongguk sintió que los dedos de Taehyung le acariciaban las mejillas.

—¿Qué te pasó a ti?—preguntó, en voz baja—. ¿Por qué tuviste un mal momento?

—Un amigo regresó de un viaje—susurró Jeongguk.

Taehyung le pasó un brazo alrededor del cuerpo y lo apretó contra sí. En esa posición, su aliento le hacía cosquillas en la oreja.

—Eso suena como una buena noticia.

—No lo es—musitó Jeongguk—. Es una noticia terrible. Otra vez estoy en el tercer lugar—Hizo una pausa, en la que intentó acompasar su respiración a la de Taehyung. Luego dijo—: Siempre pierdo. ¿Qué es lo que estoy haciendo mal?

—Oh, Jeongguk—dijo Taehyung, abrazándolo más fuerte.

—Siempre, siempre, siempre.

—Quizá…

—No.

Taehyung esperó para hablar. Para entonces, Jeongguk estaba medio dormido, y le costó entender la primera vez lo que había dicho.

—¿Qué?—preguntó, con la boca pastosa.

—Parece que pasa siempre, pero no es así. Todo termina—repitió Taehyung—. Mírame, yo siempre estuve solo—Jeongguk apretó los párpados—. Y ahora no.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

—Seokjin cree que tuvimos sexo.

Taehyung sonreía de medio lado, coqueto, y usaba pantalones tan desajustados que parecían haber sido hechos con una cortina. Jeongguk, por el contrario, se había puesto lo mejor que tenía en el armario. Había recibido un par de burlas, pero la mayoría de personas le habían dedicado miradas apreciativas. Se había sentido como mucho antes, cuando se llevaba a otros bailarines a la cama después de las batallas porque sentía que sus cuerpos habían hablado, cuando era tan seguro de sí mismo como Hoseok y Jimin.

—¿Cómo sabes eso?—preguntó Jeongguk, siguiéndolo hacia la mesa de apuestas.

—Hablé con él—canturreó Taehyung.

Jeongguk sonrió, desviando la mirada.

—Mira cómo te pones—se burló Taehyung—. ¿Acaso quisieras que fuera verdad?

Jeongguk lo ignoró a favor de saludar a Yoongi, quien asintió en su dirección antes de meter bruscamente las manos bajo la mesa. Taehyung, ignorando el movimiento, se colgó del hombro de Jeongguk y sonrió.

—¿Qué hacen aquí?—preguntó Yoongi, mirando solamente a Jeongguk.

—Vamos a apostar, claro—Taehyung metió la mano en su bolsillo y se quejó en voz baja—. ¿Dónde lo habré dejado ahora?

—No, Taehyung—dijo Jeongguk, intentando detenerlo con la mano. Lo único que logró fue enzarzarse en una batalla de palmadas que Yoongi tuvo que interrumpir deslizándose bajo la mesa y pateándolos en las espinillas.

—¡Ay!—chilló Hoseok, desde algún lugar cerca del escenario—. ¡Eso debió doler!

—¿Por qué no me dejas apostar por ti?—se quejó Taehyung, frotándose sin prestar atención la pierna—. ¡Sabes que puedo hacerlo cuantas veces quiera!

Jeongguk abrió la boca para responderle, pero Yoongi se apresuró a hacerlo por él.

—Muy bien, idiota, ¿no sabes?—Taehyung abrió mucho los ojos, sorprendido—. JK no baila hoy.

—¿Me acaba de llamar idiota?—le preguntó a Jeongguk, señalando a Yoongi con el pulgar—. Creo que lo escuché llamándome idiota.

—Lo hice, sí.

Taehyung asintió, todavía estupefacto, y Jeongguk lo jaló hasta las graderías construidas de mala manera alrededor del escenario. Normalmente, Jeongguk no pasaba mucho tiempo ahí, por lo que se demoró en subir los escalones espaciados con mucho cuidado. Había un hueco por el que se podía ver el suelo cada vez más lejos entre los tablones.

—Joder, esto es horrible—murmuró en voz baja.

—¡No puedo creer que me haya llamado idiota!—se quejaba Taehyung, todavía, felizmente ignorante del miedo que le atenazaba el estómago a Jeongguk por las graderías que temblaban como si fueran a derrumbarse—. ¿Quién se cree que es? Ya entiendo por qué Seokjin lo odia.

Jeongguk se interrumpió en mitad de un paso para poner los ojos en blanco en dirección a Taehyung. Él lo miró, ofendido, y se echó a andar frente a él con los labios apretados en una mueca triste.

—Taehyung, no andes tan rápido, por el amor de… ¡que se va a caer!

—No se va a caer—le dijo un chico. Sostenía en una mano el nuevo iPhone y en la otra uno de los tiquetes que Yoongi les entregaba a los nuevos apostadores para tener un acuerdo escrito del dinero—. ¿Eres nuevo?

—¿Qué?

El chico lo midió de arriba abajo, balanceando despreocupado uno de sus pies por los huecos bajo los asientos. Su zapato, suspendido a varios metros sobre el suelo, creaba una sombra parecida a un murciélago.

—No, definitivamente no estás aquí para pagar por uno de ellos—Señaló con un gesto desdeñoso el escenario, donde calentaban algunos bailarines—. No tienes suficiente.

—¿Qué?—repitió Jeongguk, sin podérselo creer.

Antes de que pudiera responderle, el chico miró hacia un lado, como si hubiera algo que llamara su atención. Jeongguk tuvo menos de un segundo para darse cuenta que ese algo era Taehyung, y se estaba lanzando hacia delante. Sintió el aire del movimiento en la cara y escuchó el sonido apagado y familiar cuando el puño de Taehyung dio de lleno en la mejilla del chico.

—¡Oh!—exclamó Jeongguk, estupefacto, y se llevó las manos a la boca. Pronto, las bajó de nuevo, avergonzado de su reacción tan femenina.

Taehyung, sacudiendo el brazo con el que había dado el golpe, sonrió tan amplio que sus ojos se entrecerraron.

—Eso fue genial—dijo.

El chico, desmadejado en la banca de la gradería, se sostenía la cara con una mano. Miraba a Taehyung como si fuera un católico fervoroso frente a una estatua de Cristo.

—¿Kim?—preguntó. Abajo, en el suelo, su iPhone reflejó una de las luces que habían encendido en preparación para la batalla. La pantalla debía estar tan rota que Jeongguk pensó que era mejor idea dejarlo ahí.

—Nadie va a venir a sacarnos, ¿verdad?—dijo Taehyung, frotándose los nudillos—. Ya sabes, con los guardias de seguridad y todo eso.

—No—graznó Jeongguk. Dio un tembloroso paso hacia atrás, esperando a que Taehyung volviera a subir las escaleras hasta un punto más elevado de las graderías—. Siempre hay peleas y a la dueña le gustan—Sin saber por qué, añadió rápidamente—: Antes, los niños ricos les pagaban a los vagabundos para que se pegaran aquí.

—¡Le voy a decir a tu papá!—exclamó el chico, todavía tirado ahí.

Taehyung dijo algo, pero Jeongguk no pudo escucharlo, porque la música empezó a sonar tan alto que las graderías temblaron al ritmo. Jeongguk, consternado, se agarró fuertemente de la barandilla de las escaleras, aunque estas parecían tan frágiles como las muñecas de muchas de las bailarinas que había conocido.

“¿A su papá?”, pensó, “qué ridículo”. Sin embargo, cuando miró a Taehyung, este parecía genuinamente preocupado por la amenaza. No le gustaba ver esa expresión en su rostro, así que le puso una mano en la espalda y lo empujó hacia arriba. Taehyung le siguió sin dejar de gritarle cosas al chico caído, llegando incluso a darse media vuelta para mantener el contacto visual. Jeongguk, con el corazón en la garganta, le advertía en dónde poner los pies para no irse directamente al suelo.

Finalmente, cuando estuvieron sentados, juntos, Jeongguk puso la cabeza entre las manos y maldijo en voz baja. La música era tan alta que se le dificultaba seguir sus propios pensamientos. Al salir esa noche, vestido con lo mejor, había tenido la grandiosa idea de ir con Taehyung a algún lugar en el que pudieran hablar. No sabía cómo habían terminado en las graderías, con Taehyung sosteniéndose la mano como si se hubiera roto la muñeca, y con ese ruido infernal taladrándole las orejas. No le salía nada bien.

Taehyung, indiferente a sus planes, lo tomó del cuello y le pegó la boca a la oreja.

—Ya están llegando todos—gritó. Sonreía aún, y no parecía que había golpeado a alguien menos de cinco minutos antes.

Jeongguk asintió, aunque eso no le parecía motivo de alegría, porque mientras subían, la estructura vibraba y se movía de un lado a otro. Debía decirle a Hyoyeon que arreglara un poco las instalaciones del sótano. Antes, cuando era parte del grupo de Hoseok, ella solía escuchar sus peticiones.

Una mano buscando en sus bolsillos hizo que levantara la cara. Taehyung no le dio una explicación, aunque Jeongguk intentó apartarlo a gritos. Triunfante, Taehyung sacó el teléfono de su chaqueta y le hizo señas para que lo desbloqueara.

—¿Qué? ¿Qué? ¿Qué quieres?—preguntó Jeongguk. Sabía que Taehyung no lo escuchaba, pero no podía evitar su desconcierto—. No entiendo qué quieres.

Era diferente escuchar la música ahí arriba, donde estaban sentados, que en el escenario. Allí el sistema de sonido era mejor y el volumen, razonable. Jeongguk sintió deseos de cambiar de planes y entrar a batallar. Sin embargo, antes de que pudiera ponerse de pie para ir, Taehyung le recordó que estaba ahí volviendo a pegarse a su cara.

—¡Quiero poner mi número!—gritó.

Jeongguk ignoró las miradas que, estaba seguro, les estaban dirigiendo y desbloqueó la pantalla. Pronto, Taehyung tecleó su número y le devolvió el celular.

—Podemos hablar por aquí—dijo.

Y luego, empezó a escribirle un montón de mensajes de texto. Jeongguk tuvo que admitir que era inteligente. En las graderías, la música era tan intensa que se sentía igual que en el interior del club. Pronto apagarían las luces para que el público pudiera ver las batallas y tampoco podrían verse a la cara. Escribirse lo que iban a decir era una buena idea.

—¿Crees que le diga a mi papá?—preguntó Taehyung.

Jeongguk arqueó una ceja antes de observarlo por el rabillo del ojo. No pudo hacer mucho, porque en ese momento se apagaron las luces y entró el presentador.

—¿Se conocen?

—Algo así—respondió Taehyung, con rapidez—. Hemos estado en muchos lugares al mismo tiempo. Mis padres y sus padres son amigos.

—¿Lo son?

—Mis padres son amigos de todos—Taehyung agregó un emoji poniendo los ojos en blanco, y Jeongguk sonrió—. Podría meterme en problemas.

—Si andas golpeando gente en la cara, sí, tendrás problemas.

—Coqueteando con extraños y golpeando gente en la cara—escribió Taehyung.

—Había olvidado eso—dijo Jeongguk. Esperó un poco por una respuesta que nunca llegó y decidió continuar—: Le diste muy fuerte. ¿Te gusta pelear?

—Te sorprendería—Fue la críptica réplica, junto a un emoji de un guiño. Jeongguk puso un signo de pregunta—. Digamos que mi hermano menor es el tipo de persona que siempre tiene problemas con la gente equivocada… y para qué estamos los hermanos mayores, sino es para defender.

—¿Tu hermano menor?

—Tengo dos hermanos: el orgullo de la familia y la oveja negra.

—Y tú, ¿qué eres?

—Yo soy Taehyung.

Los dedos de Jeongguk se congelaron en la pantalla, así como su pulso, al sentir la mano de Taehyung en su muslo. Él, ajeno a sus reacciones, le dio un apretón y le escribió algo con la punta del dedo que Jeongguk no pudo seguir.

—Mi hermanito es un problema andante. Terrible, terrible—continuó Taehyung después, como si no hubiera ocurrido nada—. Alguien debía ser el problema de la familia, y él se llevó el papel—Jeongguk puso un emoji de sorpresa—. Yo quería ser el chico malo, ¿sabes? Tenía todo para serlo. Pero él me ganó. Un día de pronto… ¡bang!... alguien debe sacar al bebé de la cárcel antes de que papá regrese de su viaje de negocios. A papá no le gusta ver problemas cuando está en el país.

Jeongguk se giró a mirarlo, aunque lo único que podía distinguir era su perfil y, a veces, cuando una de las luces del escenario hacía un barrido sobre los asientos del público, un poco de su cabeza.

—Aprendí a pelear por mi hermano. He golpeado a más que tú.

Jeongguk dudó un poco antes de escribir. No sabía qué decirle, en sus planes no estaba hablar sobre sus problemas personales. Lo que menos había pensado era que Taehyung tenía algo por lo que sentirse triste. Sí, le dijo aquella noche que siempre había estado solo, pero Jeongguk no pudo tomárselo en serio porque Taehyung tenía dinero, y en el mundo de Jeongguk, el dinero te daba felicidad.

—No te creo.

—¿Quieres apostar?—preguntó Taehyung. Jeongguk lo recordó frente a la mesa de Yoongi, dejando caer como si nada el fajo de billetes que traía en el bolsillo.

—Vas a dejarme en la calle.

—Ya te gustaría.

En el escenario, dos bailarines se enfrentaban en una batalla de baile bastante igualada que todos parecían seguir con gran concentración. Incluso el presentador, que normalmente se hurgaba la nariz o se limpiaba las uñas cuando Jeongguk estaba bailando, tenía los ojos fijos en la tarima.

—¿Y tu hermano mayor no golpea extraños?

—Ni les coquetea, ni les golpea—respondió Taehyung, agregando un emoji triste—. Tiene esposa y dos hijos y no le interesa lo que nos ocurra.

—¿No?—preguntó Jeongguk, incapaz de otra cosa.

—Nos quiere. Más a mí que a él. A mí me quiere mucho. Soy su favorito. No me gusta que se enoje. Es una buena persona. Yo también lo quiero. Sólo que no tiene tiempo para mi hermanito. Mi hermanito es difícil.

—Si vas a escribir tanto, deja de enviar los mensajes sin terminar. Escríbelo todo junto y luego sí lo envías.

Taehyung se rio, y Jeongguk lo sintió agitarse junto a él.

—Pensé que si estaba junto a ti ibas a estar feliz—continuó Jeongguk—. Pero no has hecho más que contarme la triste historia de tu vida.

—No es triste—se quejó Taehyung—, es la mejor historia que hayas leído.

Jeongguk quiso creerle, pero no pudo. Aún tenía en la cabeza la voz de Taehyung diciéndole que había estado siempre solo y era claro que su familia no era tan perfecta como se imaginaba.

—Debí haber estado bailando.

—Eres malo. Malísimo. Chico malo—escribió Taehyung. Luego le envió un montón de corazones y un par de emojis que no podían significar más que una invitación para tener sexo.

—No pidas cosas que no quieras.

—¿Quién dijo que no quiero?—Taehyung le puso la mano de nuevo en el muslo y escribió con la otra—. ¿Por qué crees que te dije que Seokjin cree que ya lo hicimos? Te iba a empotrar contra la puerta de tu habitación después de que perdiéramos el tiempo en este horrible sitio.

—Jin debería meterse en sus propios asuntos—respondió Jeongguk, ignorando el calor que le estaba empezando a correr por las venas—. ¿Perder el tiempo? ¿Eso es lo que crees que hago aquí?

—Hay que darle la razón a Seokjin. Sabes que no le gusta equivocarse.

Sin esperar, Taehyung se puso de pie, ganándose un par de improperios de los que estaban sentados detrás de él, y empezó a caminar con la ayuda de la luz de su teléfono para bajar las escaleras. Jeongguk intentó llamarlo, pero no logró nada. Con dificultad, él hizo lo mismo, disculpándose, aunque sabía que no lo escuchaban, con los asistentes de la fila de atrás. Encontró a Taehyung en los vestidores; sostenía el celular junto a su cara, con la conversación abierta.

—No puedo creer que hayas…— Jeongguk se interrumpió en mitad de la frase al ver las cejas de Taehyung moverse de arriba hacia abajo—, coqueteado conmigo aquí.

—No es la primera vez—canturreó Taehyung—. Además, coqueteado—se burló—. Yo no puedo creer que te lleves gente a la cama hablando así.

Jeongguk se sonrojó e intentó ocultarse dándole la espalda y caminando hacia los casilleros.

—No hablo con ellos cuando me los llevo a la cama—se defendió—. Soy bailarín.

—Sí, sí, igual que Hoseok, dice Seokjin—Taehyung le hizo una seña para que se acercara, que Jeongguk fingió no ver—. Ven aquí, eh. ¿Por qué estás actuando así ahora? Si sigues así, nunca vamos a tener sexo.

Con la boca seca, Jeongguk se guardó lentamente el teléfono en el bolsillo de atrás de los pantalones. Intentaba hacer tiempo, porque no tenía ni la más mínima idea de qué podía responderle.

—Eh, ummm.

—Qué elocuente— se burló Taehyung—. Mejor ven ya, que están todos ocupados afuera y no nos pueden ver.

—Taehyung.

—Jeongguk.

—Eres… un niño mimado.

Taehyung le dio otra de esas sonrisas coquetas que Jeongguk había aprendido a identificar como su debilidad y no pudo resistirse más. Con pasos largos, se lanzó hacia Taehyung y dejó que él lo empujara contra los casilleros y le tomara la cara entre las manos. Al instante, Jeongguk pensó en la noche en que se conocieron, cuando no paraba de repetirse a sí mismo que estaban siempre muy cerca.

—Por fin—murmuró Taehyung.

—Sí, por fin—repitió Jeongguk.

El beso fue intenso y húmedo, como si el mundo fuera a acabarse pronto y no tuvieran más oportunidades para repetirlo. Jeongguk intentó explicarlo argumentando que la música era la mejor que había escuchado y su ropa era perfecta esa noche, pero en el fondo sabía que se debía a que era Taehyung. Si él hacía algo, tenía que llevarlo hasta el otro extremo; no había puntos intermedios. Jeongguk le devolvió el beso con la misma pasión, tomándolo de la camisa y jalándolo hacia sí.

Cuando se separaron, Taehyung le rodeó el cuello con los hombros y le sonrió con la boca pegada a su mejilla.

—Quería esto desde la primera noche—murmuró—. ¿Por qué nos demoramos tanto en llegar aquí?

—Porque Seokjin y Namjoon estaban en el apartamento aquella vez y luego te olvidaste de mí para convertirte en el mejor amigo de todos mis amigos.

—A Yoongi aún no lo convenzo.

—Yoongi es difícil.

—No tanto como tú, Jeon Jeongguk—respondió Taehyung. Le dio un beso que dejó a Jeongguk jadeando y añadió—: Eres el más difícil de todos los que he tenido.

—¿A cuántos has tenido?—preguntó, intentando ocultar los celos que, de pronto, había sentido al pensar en Taehyung con otras personas.

Taehyung fingió que lo pensaba, sonriente, quizá disfrutando de la situación.

—No tantos como tú, claro—dijo, en susurros, como si contara un secreto. Ahí, en los vestuarios, la música se escuchaba baja y lejana, pero Jeongguk reconoció la canción. Pensó que nunca la olvidaría y hablaría de ella en el futuro como “la canción que escuché cuando besé a Taehyung por primera vez”—. Tengo una confesión.

—Sí, sí—murmuró Jeongguk, besándole la mejilla. Taehyung se rio antes de hablar.

—Hace casi un año que no me acuesto con nadie.

Jeongguk se separó tan rápido que su cuello emitió un chasquido desagradable.

—¿Qué? Debes estar bromeando.

—Sólo tenía dos opciones—continuó Taehyung, divertido. Tenía los ojos tan brillantes que Jeongguk se recordó que debía besar a Taehyung más a menudo si se ponía así—: Primera: los hijos de los amigos de mis padres. He estado con algunos y, créeme, lo único que saben hacer bien es quejarse y ponerse los pantalones después—Jeongguk se rio entre dientes—. Segunda: los amigos de mi hermanito.

—Los amigos de tu hermanito.

—No son mi tipo de chico malo—Taehyung sonrió—. Tú sí lo eres.

Jeongguk lo calló, avergonzado, con un beso. Taehyung apretó los brazos alrededor de su cuello como respuesta y pronto estuvieron pegados de nuevo a los casilleros. Sin un espacio entre sus cuerpos, Taehyung le llenó la boca de fuego líquido y promesas oscuras, mientras entrelazaba los dedos en su cabello y halaba con la fuerza exacta. La piel de Jeongguk se erizó y sus rodillas se doblaron. Tuvo que apoyarse en el metal a su espalda, clavándose una bisagra en la parte izquierda de la espalda. Taehyung lo iba a volver loco. Así que, en medio del beso, Jeongguk decidió devolverle el favor; apretó entre sus manos la camisa de Taehyung y la jaló hacia arriba, buscando sacarla de los pantalones.

Sin embargo, antes de que pudiera lograrlo, un ruido de zapatos chirriando sobre el suelo llamó su atención. A Jeongguk le habría gustado decir que se separó rápidamente de la boca de Taehyung, pero habría sido una mentira; por el contrario, se alejó con reticencia, como si la lengua de Taehyung fuera un imán, y miró, perezoso, la entrada a los camerinos.

Allí, con una expresión estupefacta, Jimin intentaba ponerse de pie. Ambos se miraron sorprendidos, y a Jeongguk le faltó tiempo para soltar la ropa de Taehyung y poner los dos brazos de manera rígida junto a su cuerpo.

—Jimin—dijo. Su voz, quizá por los besos, salió ahogada, y Jeongguk se sintió enrojecer hasta la punta de las orejas.

—Yo iba a irme, lo juro—soltó Jimin. Ayudándose con las manos, se puso de pie y dio un tembloroso paso hacia atrás. Señalaba con el pulgar hacia su espalda, todavía sin quitarles los ojos de encima, cuando habló—: Venía a buscar agua.

—¿Jimin?—preguntó Taehyung en un susurro—. ¿Quién es Jimin?

Jimin dio un par de pasos más hacia atrás, incapaz de escuchar lo que él decía. Dos bailarines sudados y agitados entraron al camerino y los ignoraron mientras hablaban entre ellos. Jeongguk reconoció su lenguaje corporal y adivinó que se irían ambos a la casa de uno de ellos y follarían como conejos.

—Yo… eh…— balbuceó Jimin, antes de cerrar la boca con un chasquido y salir casi corriendo de la habitación. Los dos bailarines se quedaron de pie, muy juntos, junto a un casillero. Suspirando, Taehyung se alejó y miró con pena el techo.

—Algo me dice que esta noche no va a pasar, ¿verdad?—murmuró.

Jeongguk no le dijo nada.

 

 

 

 

 

 

 

 

Por un tiempo, Taehyung olvidó el incidente de los casilleros, pero, también, se rehusó a aparecer por el club y las batallas de baile.

Jeongguk debía bailar en el escenario, casi sin saber qué estaba haciendo, antes de regresar al apartamento, donde Taehyung y Seokjin, y algunas veces Namjoon, lo esperaban con un montón de comida y bebida que habían elegido. Luego, después de que todo se acababa, y Seokjin empezaba a ponerse melancólico, Jeongguk llevaba a Taehyung a su habitación y se besaban hasta que ambos se quedaban dormidos. Taehyung no regresaba a donde fuera que pasaba el resto de sus días hasta el domingo por la noche, cuando Jeongguk dejaba que le plantara un beso en cada sitio por el que pasaban hasta llegar a su auto.

Por orden de Taehyung, Jeongguk había hablado con la dueña del club y le había pedido que arreglara el sistema de sonido del sótano.

—¿Me estás pidiendo qué?—preguntó Hyoyeon, malhumorada. Solía tener preferencia por Jeongguk y lo llamaba por motes cariñosos en inglés que él no podía traducir, y él sabía que era la única persona a la que ella dejaría hacer sugerencias—. ¿Por qué?

—Cuando estás sentado en las gradas, no puedes hablar—le explicó apresuradamente Jeongguk, sintiendo una urgencia casi angustiosa que lo instaba a terminar pronto ahí para regresar a los brazos de Taehyung, quien lo esperaba en casa—. Es imposible. La música suena muy fuerte.

—Pero en la tarima se escucha bien—había dicho ella, pensando en voz alta—. No entiendo cuál puede ser el problema.

Seokjin había hecho un par de preguntas sobre Taehyung y la relación que tenían unos días después, cuando Jeongguk regresaba de clases, que lo habían dejado mudo. Sin embargo, no había insistido mucho. Debía saber que Taehyung y él sí tenían algo más que una buena amistad nacida entre batallas de baile y accidentes de coche –algo más parecido a lo que él mismo tenía con Namjoon, aunque respondía, si alguien le preguntaba, que eran sólo buenos amigos-, y no había necesidad de aceptarlo verbalmente.

Mientras tanto, Taehyung empezó a escribirle mensajes inconexos en diferentes horas del día cuando no estaban juntos. Varias veces, Jeongguk miró la pantalla de su celular para encontrarse con fotografías de Taehyung en muchos lugares que él no reconocía y comentarios que no explicaban más que su estado de ánimo en el momento.

—Taehyung viaja mucho—le había dicho Jeongguk a Seokjin alguna vez.

—Yo también lo haría, si tuviera tanto dinero como él. Deberíamos hacer que nos invitara.

Jeongguk sólo le había preguntado a Taehyung por su hermano una sola vez; al instante, se había arrepentido tanto que no sabía dónde esconderse, aunque Taehyung estaba en Busan, vistiendo un esmoquin tan elegante como incómodo, y no podía verlo.

—Ha estado portándose bien—había respondido Taehyung. No había ningún emoji que acompañara el texto y Jeongguk se sintió muy triste, de pronto—. No puede hacer algo malo si está ocupado. Y hemos estado ocupados.

El día en que el asunto de los casilleros explotó para Jeongguk coincidió con el día en que Taehyung cumplió una de sus promesas -que a veces hacía en broma-. Jeongguk llegó al apartamento, después de clases, para encontrarse con una caja junto a la cocina y a Seokjin leyendo un libro boca arriba en la encimera.

—¿Qué es esto?—preguntó, ignorando la posición incómoda de Seokjin y yendo directamente a la caja.

—No lo sé—respondió él. Sonaba frustrado, como si llevara mucho tiempo haciendo algo que no quería hacer, y Jeongguk pensó que no era una buena idea molestarlo—. Lo envió Taehyung.

—Oh—Jeongguk recordó el último mensaje de texto que le había enviado esa semana, la noche anterior: una fotografía de su torso desnudo, a media luz, y sólo un vistazo de su labio inferior. A Jeongguk ya le sorprendía que aún no se hubieran acostado, con la cantidad de tensión sexual que Taehyung creaba entre ellos. Taehyung había bromeado alguna vez que, si había esperado tantos meses, podía hacerlo un poco más—. Voy a… Voy a abrirlo.

Jeongguk tuvo que buscar un cuchillo para cortar la cinta que unía la tapa de la caja; fue un alivio para él, porque pudo ocultar su sonrojo de Seokjin hasta que su cara regresó a su color habitual. Cuando, por fin, pudo ver el contenido, soltó un quejido incrédulo y se echó a reír.

—¿Qué es?—preguntó Seokjin, ignorando su libro y balanceándose precariamente sobre un brazo para ver el interior del paquete y no caerse de cara al suelo—. Dime qué es.

—Perfumes.

—Perfumes—repitió Seokjin, decepcionado—. Tanto problema por una caja de perfumes.

Fue entonces que Yoongi llamó, y Yoongi nunca llamaba a menos que fuera importante.

Por eso, Jeongguk se encontró con él, más tarde, en el taller en el que trabajaba. Ignorando el olor a grasa y caucho quemado, Jeongguk se sentó en una de las sillas de plástico que estaban regadas por ahí y esperó a que Yoongi saliera de debajo de un auto tan destartalado que era sorprendente que no se cayera a pedazos.

—Traje algo para ti—le dijo Jeongguk, antes de que Yoongi pudiera decirle algo, y sacó una caja de perfume del bolsillo de la chaqueta. Yoongi lo miró como si no estuviera ahí y se alejó para tomar un trapo para limpiarse las manos—. ¿No vas a decirme algo?

Yoongi se encogió de hombros y frotó sus dedos enérgicamente con el trapo. Tenía la punta de la nariz llena de grasa, quizá se la había rascado mientras trabajaba, y la mitad superior de su mono colgaba inerte detrás de él, como una cola desgarbada y descuidada.

—Yoongi, dime cuál es el problema. No sé qué pasó para que me llames, si a ti no te gusta llamar a la…— Jeongguk se interrumpió en mitad de la frase con un jadeo que llamó la atención de Yoongi—. ¿Fui yo? ¿Hice algo malo? Oh, mierda, ¿qué hice esta vez?

—¿Por qué crees que es tu culpa?

—Sólo puedo tener a uno de los dos contentos—se explicó Jeongguk, poniendo morros. Dejó colgar la cabeza del espaldar de la silla y estiró las piernas hasta que no pudo más—, y Seokjin está, ahora mismo, muy feliz. Debí haberlo sabido, que pronto estarías enojado.

—¿Por qué está Seokjin contento?—preguntó Yoongi, apretando el trapo en sus manos como si se tratara del cuello de su enemigo no declarado. Jeongguk se preguntó cómo era posible que se odiaran tanto y dudó en responder—. Jeongguk, dime—ordenó.

—Estoy viendo a alguien que a él le gusta—le respondió vagamente.

—Tu sugar daddy.

—¿Mi qué?—casi chilló Jeongguk, irguiéndose y sentándose tan recto que parecía atravesado por una vara—. ¿Mi qué?

De eso quería hablar Yoongi, al parecer, porque se tomó un poco más de tiempo para mojarse la boca con una botella de agua a medio terminar que había por ahí. Sus uñas estaban negras cuando se puso a tamborilear con ellas sobre el borde plástico del empaque. Jeongguk lo esperó, cada vez más disgustado, hasta que decidió hablar.

—Tu sugar daddy—dijo, pronunciándolo muy bien. A pesar de no haber terminado la secundaria, sabía algunas cosas que Jeongguk no, y el inglés era una de ellas—. No tienes que decirme quién te dio ese perfume, porque ya sé quién fue.

Jeongguk intentó explicarse, pero tenía la lengua como dormida dentro de la boca, y no pudo más que balbucear como un tonto y temblar en su lugar, asustado.

—Jimin me dijo—continuó Yoongi.

—¡Por Dios, Jimin!—se quejó Jeongguk, llevándose las manos a la cara y ocultándose de manera infantil de Yoongi.

—Me dijo que te lo estás follando para que te lleve en su auto deportivo, te compre cosas y apueste por ti en las batallas—añadió. Todavía tamborileaba, tap, tap, tap, sobre la botella—. Eso no está bien Jeongguk. Si eso es lo que Seokjin piensa que debes estar haciendo con tu vida, es mejor si vienes a vivir conmigo, como te he pedido desde hace años. Ser la puta de uno de esos ricos bastardos no es un buen futuro.

Jeongguk levantó la cara, ofendido, y trató de hablar, aunque la acusación le había hecho castañear los dientes.

—Jimin es un hijo de puta mentiroso—masculló—. No tiene ni la más mínima idea de lo que está hablando. Debería meterse todo eso que te dijo por el cu…

—Jeongguk, por favor, la prueba está ahí mismo—dijo, señalando la caja de perfume en el regazo de Jeongguk. Él maldijo el momento en el que pensó que era una buena idea darle uno de esos caros regalos a Yoongi. Había tantos de esos en la caja y parecía que nunca se acabarían si sólo los usaba Jeongguk—. ¿Con qué dinero compraste eso? Has perdido todas las batallas de baile en las que has participado desde hace un par de semanas. Ya nadie apuesta por ti y no creo que tus padres estén dispuestos a pagar por tu universidad y estos caprichos de niño rico—Jeongguk, en un último intento de conservar su dignidad, intentó ocultar la caja dentro de su chaqueta. Estaba tan mortificado que no podía mirar a Yoongi a la cara—. Y bien, ¿no vas a defenderte?

—Taehyung no es mi sugar daddy—dijo, con voz como de niño. Yoongi era demasiado directo para su gusto y Jeongguk estaba sintiéndose extrañamente vulnerable. Sabía que la relación que tenía con Taehyung no era así, pero no sabía cómo explicarlo cuando todo lo que Yoongi tenía para juzgar le indicaba lo contrario—. Él y yo no… Él no me ve como una puta, por favor, Yoongi. No debe pagarme para estar con él porque a mí me gusta estar con él.

Yoongi frunció el ceño. Esperó un poco a que Jeongguk se calmara, pero él no pudo hacerlo del todo. Podía recordar las palabras “puta de esos ricos bastardos” como si lo hubieran golpeado físicamente. Deseó que Seokjin estuviera ahí, porque al menos, así, Yoongi podría concentrarse en otra cosa que no fuera Jeongguk.

—Jimin los vio en los vestidores—dijo Yoongi. Jeongguk no podía mirarlo a los ojos, pero supuso que Yoongi estaba tomando nota de cada una de sus reacciones—. ¿Incluso ahí, Jeongguk? ¿Por eso dejaste el grupo, para revolcarte después con ricos bastardos cuando se te acabara el dinero?

—Yoongi—gimoteó él—. No hables del grupo, no tienes idea. Tú no sabes, Jimin, tampoco. ¡No saben nada!

—Desde que te fuiste, has ido de mal en peor—continuó él, ignorándolo—. ¿Es esto lo que querías? ¿Es esto lo que Seokjin quería para ti?

—No metas a Jin en esto—murmuró él, temblando—. Y deja de decir que yo… Pero ¿qué es lo que ha hecho Jimin? Yo ni siquiera he estado con Taehyung.

—Hoseok, Jimin y yo estamos muy preocupados por ti—Yoongi dejó de tamborilear. Jeongguk vio sus uñas negras en los bordes, por la grasa de los autos que nunca era capaz de quitar del todo, tan diferentes a las de Taehyung, en esas manos que tomaban su cara con tanto cuidado para besarlo—. No nos gusta ese rico bastardo con el que andas. Todavía hay tiempo para arreglarlo, Kook, sólo tienes que…

La caja de perfume cayó con un sonido apagado.

Jeongguk no escuchó el final, porque se puso de pie tan rápido que las orejas empezaron a zumbarle y echó a correr hacia el apartamento, dejando tras de sí una caja que se mojaba lentamente de perfume en el suelo. Aun corriendo, quiso que, cuando Yoongi la limpiara, no tomara los cristales rotos de la botella de perfume con sus manos, porque podría hacerse daño.

Más tarde, cuando se metió bajo las mantas junto a Seokjin y buscó un poco de comprensión en silencio, dejó que él le pasara las manos por el pelo y le rodeara el cuerpo con los brazos.

—¿Qué pasó hoy, Kook?—preguntó Seokjin. Y aunque sonaba preocupado, él no quiso decirle.

 

 

 

 

 

 

 

 

Había algo que Jeongguk era y no estaba orgulloso de ser: un cobarde. Por cobardía, no se había enfrentado a sus padres y había aceptado estudiar lo que ellos querían, para que le pagaran el coste completo de la matrícula. Por cobardía, había abandonado el grupo de Hoseok y se había dedicado a superarlo, incansablemente. Por cobardía, empezó a evitar a Taehyung.

No era difícil ignorarlo. Lo único que debía hacer era bailar en los últimos turnos de la noche, no responder a sus mensajes y dormir en las casas de sus amigos. No estaba especialmente feliz con su comportamiento, pero no encontraba fuerzas para hacerlo diferente. Seokjin no le decía nada, pero lo seguía por el apartamento con una mirada pesada que era peor que un regaño.

Mientras tanto, intentaba demostrarle a los demás que no tenía un sugar daddy, aunque él mismo sabía que no era así. Iba por ahí con sus peores ropas y ponía buena cara cuando perdía y los ricos bastardos del público que no habían votado por él se levantaban a aplaudir. La caja llena de perfumes había terminado en el balcón, donde, al sol y la lluvia, parecía pudrirse.

Debía estar dando un espectáculo lamentable, porque Hoseok decidió hablar con él un día. Atrás quedaron sus comentarios pasivo agresivos que tanto habían marcado su relación después de que Jeongguk abandonara el grupo; esta vez, se parecía más al Hoseok que conocía desde antes.

—¿Qué es lo que pasó entre ustedes?—preguntó. Quitándose la gorra que se había puesto para bailar. Se habían enfrentado de nuevo y, como siempre, Hoseok había ganado.

—No sé de qué me estás hablando—dijo Jeongguk, apresurándose a cambiarse. Era una de esas noches en las que esperaba que Taehyung apareciera para verlo, pero no lo hacía, así que estaba mosqueado.

—Entre los chicos y tú.

—No sé de qué me estás hablando.

—Algo pasó entre Yoongi, Jimin y tú, porque normalmente hablamos de ti como si no hubiese pasado nada, pero eso no ha vuelto a ocurrir desde hace unas semanas.

Jeongguk puso los ojos en blanco y se mordió la mejilla para no responder.

—¿Vas a seguir haciendo esto? Ignorar los problemas no harán que desaparezcan.

—Tú sabes qué pasó—dijo Jeongguk, sacándose la camisa sudada por la espalda, en una manera tonta de exhibirse para Hoseok. Quería decirle que lo mirara, que se diera cuenta que él no lo necesitaba a él, ni a Jimin, ni a un sugar daddy.

—¿Esto es por ese…? ¿Cómo es su nombre? ¿Kim?

Lo único que obtuvo de Jeongguk fue una mirada torva por encima del hombro y más silencio.

—Bien, es por él—Hoseok cruzó los brazos y se apoyó en los casilleros junto a Jeongguk, para obligarlo a mirarlo—. ¿Qué fue lo que te dijo Yoongi?

—¿Cómo sabes que fue Yoongi?

—Jimin no quiere hablar contigo—respondió Hoseok—. Te odia.

—Jimin no me odia. No puede odiarme—dijo Jeongguk con seguridad, aunque parecía más un recordatorio para él que para Hoseok.

—Pues está bastante molesto contigo—Alguien entró a la habitación y Hoseok esperó a que saliera antes de seguir la conversación—. ¿Qué te dijo Yoongi?—repitió.

—Dijo que ustedes estaban preocupados por mí y por mi sugar daddy.

—¿Y estás molesto por eso?

—Hoseok, deja de burlarte de mí al menos una sola vez y…

—Porque me parece muy estúpido—Ambos se miraron, desafiantes, y Jeongguk apretó la mandíbula—. Nunca te ha importado lo que nosotros pensemos.

—Sí me importa—murmuró Jeongguk.

—No te ha importado y nunca te importará, Kook—dijo Hoseok, fingiendo un tono alegre que no sentía—. Estás molestándote por algo estúpido.

—¡Todos me ven como una puta!—exclamó, tirando a sus pies la ropa que se había quitado y no había guardado dentro de la mochila—. ¡No me gusta que me vean como una puta! ¡No es algo estúpido!

—Pero ¿eres una puta?

—¡Incluso Jin!—continuó, ignorándolo—. La primera noche él… ¡pensó que me había recogido en su coche!

—Hey, Kook, hey, escúchame—Hoseok lo tomó del hombro y lo obligó a mirarlo—. ¿Eres una puta? Eh… No me mires así y respóndeme. ¿Eres una puta? ¿Te ves a ti mismo como una puta?

—Hoseok—musitó él, furioso.

—Después de todo lo que has hecho, Kook, sólo tengo un consejo para ti: deja de escuchar a los demás—Hoseok tomó aire y lo miró sin sonreír—. Siempre estás preocupado por lo que los demás piensan de ti y así no vas a llegar a ninguna parte. Si pudieras, si sólo pudieras, vivir como a ti te gusta, serías tan feliz, Kook, tan feliz. Tú eres el único que puede decidir qué es lo mejor para ti, qué es lo que debes hacer. Ni Seokjin, ni Yoongi, ni Jimin, ni yo, tenemos idea de lo que tú quieres.

—Antes me estabas diciendo que no me importaba lo que ustedes pensaban sobre mí—lo interrumpió Jeongguk—. Estás contradiciéndote.

—No te importa lo que los que te queremos pensamos sobre ti—dijo, sin dudar—, y cuando sí te importa, son estupideces.

—¿Tú no piensas que Taehyung es mi sugar daddy?

—No puedo pensar algo porque no sé qué está pasando.

—Pues ni Yoongi ni Jimin saben qué está pasando y andan por ahí diciendo que tengo un sugar daddy y estoy actuando como una puta—Jeongguk frunció el ceño y se dejó caer en uno de los bancos de madera que de vez en cuando estaban tan sucios que nadie quería sentarse en ellos—. Sí me importa lo que ustedes piensan de mí, Hoseok.

Hoseok lo ignoró, pero se sentó junto a él.

—Yo te quiero mucho, Kook, y no me gusta que Yoongi, Jimin y tú peleen. Lo que sea que te haya hecho dejarnos no le da la razón a ellos para que digan esas cosas—le dijo—. Además, no importa si tienes sugar daddy o no, es tú vida. Nadie puede decirte que lo estás haciendo mal—Hoseok lo pensó un poco y añadió—: No estoy diciendo que Yoongi y Jimin estén actuando mal, porque están preocupados por ti, pero no debieron decírtelo así. No eres una puta, y si lo fueras, no importa.

Jeongguk dejó que le pasara un brazo sobre los hombros, como había hecho muchas veces antes, cuando estaban en el mismo grupo y se sentaban juntos en el suelo del Hope Studio, y lo atrajera hacia sí. No sabía si era por la nostalgia que lo estaba llenando, o las palabras que parecían aceptarlo, aunque no hubiera nada que aceptar, pero Jeongguk sintió que los ojos se le humedecían.

—Hoseok, yo…

—Vamos, vamos, este no es el Jeongguk que me gusta—Hoseok le dio un último apretón a su hombro, tan diferente a los que le daba Taehyung, y se puso de pie. Sus rodillas chasquearon un poco, y él se miró abajo con el ceño fruncido—. Jimin está dolido porque nos dejaste, ¿sabes? Y Yoongi siempre ha tenido problemas con las personas que tienen mucho dinero. Entiéndelos, no estés tan enojado con ellos. Hacen lo que hacen, aunque no sea la mejor manera, porque te quieren.

—Yo también los quiero—dijo Jeongguk, con la voz ahogada. De pronto tuvo frío, y quiso vestirse, pero no se atrevió a moverse.

—Eso debes decírselo a ellos—Antes de salir, Hoseok le dio un guiño—. Yo sé lo mucho que me quieres. Si no fuera así—dijo, sonriente—, no estarías tan obsesionado con vencerme—Jeongguk le devolvió la sonrisa—. Algún día, Kook, ya verás.

Jeongguk se vistió mientras intentaba secarse las lágrimas que, sin él quererlo, le bajaban por las mejillas. Cuando llegó al apartamento, por primera vez en una noche de fin de semana desde la conversación con Yoongi, sabía que tenía un aspecto lamentable y un poco patético. Seguramente, Seokjin pondría una de esas caras que hacía cuando Jeongguk le parecía particularmente adorable y le daría un montón de dulces. Eso, si no estaba demasiado enojado.

Al entrar al apartamento, Seokjin lo recibió de pie en la puerta abierta del balcón. Namjoon roncaba como una máquina de construcción sobre la cama desordenada. En la mano de Seokjin brillaba la colilla de un cigarrillo con filtro.

—¿Jeongguk?—preguntó, hostil—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Aquí vivo—respondió él, bajando la mirada. Se mordisqueó los labios, buscando verse más enternecedor. Y, al parecer, funcionó, porque Seokjin le dio una calda al cigarrillo antes de desaparecer en el balcón.

—Ven, tenemos que hablar.

Jeongguk dejó la mochila junto a la puerta y atravesó la sala de estar, rodeando la cama en la que Namjoon dormía, hasta el balcón. Cerró la cortina y luego la puerta de cristal a su espalda y miró con creciente preocupación el cenicero de cristal que Seokjin había dejado en la baranda. Los apartamentos del frente estaban oscuros, sin rastro de vida.

—¿Qué es lo que pasó?—preguntó Seokjin, apoyado en la baranda. Parecía haber inhalado una cajetilla entera de cigarrillos, a juzgar por la ceniza que había dejado.

—¿Por qué estás fumando tanto?

—Porque me causas mucho estrés, niño.

Jeongguk se sentó en el suelo, a sus pies, y suspiró.

—Lo sé, lo siento.

—No sé dónde estás estos días y has estado más callado de lo que habitual—Seokjin se quejó, con la voz más aguda y gesticulando con las manos—. ¿Quién te crees que eres? ¿Crees que me quedo esperándote hasta la madrugada, aunque sé que no vas a llegar a dormir? ¿Crees que no cocino para ti, aunque sé que te estás muriendo de hambre en algún callejón oscuro como un huérfano?

Sabía que no debía, pero Jeongguk soltó una risita.

—¡No te burles de mí, Jeon Jeongguk!—continuó, inflando el pecho, indignado—. ¡He estado muy preocupado! ¡Pensé que habías empezado a esnifar cocaína!

—¿Cocaína? ¿Pero de dónde sacaste eso?

Seokjin señaló con un gesto el interior del apartamento, furioso, antes de dejar caer la ceniza con seguridad en el cenicero.

—Namjoon trajo un montón de folletos sobre adicción a las drogas y los dejó la otra noche sobre el televisor.

—Oh, dios mío, qué conveniente—se burló él, ganándose un golpe en la cabeza—. ¡Eh, eso dolió!

—Eres un desconsiderado—Seokjin se puso una mano sobre el pecho con dramatismo—. Mi pobre corazón. Creo que he envejecido diez años.

—Eso te deja listo para ir a un asilo de ancianos. ¿Debería buscar uno para ti?

Seokjin le dio otro golpe.

—Explícame. He esperado mucho a que me digas algo.

Jeongguk pasó saliva y abrió la boca.

—Fue Yoongi, ¿no?—lo interrumpió Seokjin—. Ese… demonio. Mientras más cerca estás del suelo, más cerca estás del infierno.

—Jin, por favor—lloriqueó Jeongguk, medio riéndose—. No digas esas cosas.

—Bien, como quieras, continúa.

Jeongguk esperó un par de segundos para asegurarse de que Seokjin hablaba en serio y empezó a explicarle lo que había sucedido entre Yoongi, Jimin y él. No habló sobre la primera vez que besó a Taehyung en los camerinos y, en cambio, reprodujo con todo lujo de detalles lo que Hoseok le había dicho esa misma noche.

—Sí, sí—repitió Seokjin. Su cigarrillo, olvidado, moría lentamente en la barandilla. Una voluta de humo tan gruesa como el dedo meñique de Jeongguk subía hasta el segundo piso, donde, seguramente, podría verse por la ventana abierta de su habitación—. Yoongi siempre ha tenido problemas con los ricos bastardos de los que tanto se queja.

—¿Eso es lo único que vas a decir?

—¿Qué quieres que te diga?—preguntó Seokjin, arqueando las cejas—. Sé que Taehyung no es tu sugar daddy, porque lo conozco y no es de los que pagaría por sexo. No necesita pagar por sexo. Podría sólo pararse ahí y Namjoon y yo haríamos lo que quisiera, gratis.

—¡Jin!—exclamó Jeongguk, a medias enojado y sorprendido.

—Y tú no eres una puta—dijo—. Aunque si lo fueras, vamos, Taehyung iría por ti después del trabajo y te traería a casa. Creo que, incluso, te compraría los condones.

Jeongguk se echó a reír, intentando ocultar su cara. Tenía ganas de llorar otra vez y estaba avergonzado. ¿Por qué lloraba tanto, siempre? ¿Por qué dejaba que los demás guiaran lo que hacía?

—El problema aquí es Yoongi, como siempre—continuó, frunciendo el ceño—. Ese enano demoniaco proyecta sus odios injustificados en ti.

—Pero, ¿qué estás diciendo?

—Lo siento—se excusó Seokjin, frotándose el entrecejo hasta relajar la expresión—. Estuve hablando con Namjoon.

—¿Sobre Yoongi?

—Sí, sobre Yoongi. Es un tema interesante, ¿no te parece? Más ahora que parece que a él también le gusta discutir cosas que no le interesan—Seokjin soltó una risita—. Desde que lo conozco ha hecho lo que Namjoon dice: se queja de aquellos que tienen mucho dinero porque, en el fondo, le gustaría estar en su lugar.

—No me gusta que hablen de Yoongi—murmuró Jeongguk, dándole un vistazo al apartamento, aunque no podía ver el interior a través de la cortina.

—¿No has visto lo que hace con las manos? Siempre escondiéndolas cuando alguien que no le gusta aparece. Está tan avergonzado de lo que es, de lo que representa, que se oculta. Pobre Yoongi, que odia tanto, pero no está dispuesto a aceptar sus propios demonios.

—Jin, no me gusta que hables de Yoongi—dijo él, más alto. Seokjin lo miró un segundo en silencio, quizá pensando, antes de responderle:

—Tae está arriba.

—¿Qué?

—Tae está en tu habitación—reveló Seokjin—. No sé cómo lo hice, pero he logrado convencerlo de esperarte hasta que lograras aclararte—Hizo una pausa en la que miró con gesto ausente el cigarrillo apagado—. Es un buen chico. Me compra todos los cigarrillos que quiero.

Jeongguk quiso decirle algo más, pero su cuerpo parecía moverse solo. Ahora que sabía que Taehyung estaba ahí, no podía evitar ir a buscarlo. Debía pedirle perdón, debía decirle muchas cosas. Él no tenía la culpa de nada. Se puso de pie sin pensarlo y empezó a abrir la puerta de cristal.

—Jin…

—Ve rápido, entiendo—Seokjin movió las manos como si quisiera echarlo del balcón—. Yo estoy cansado. Ya estás aquí y puedo dormir tranquilo, por fin.

Con una última mirada, Jeongguk entró al apartamento y corrió en las puntas de los pies hasta las escaleras. Se aferró con fuerza al barandal, dudando de las palabras de Seokjin. No podía imaginar peor escenario que subir y no encontrar a nadie en su habitación.

Sin embargo, sabía que Seokjin no le mentiría. Puso un pie en cada escalón como si la gravedad fuera más fuerte que él y el cuerpo le pesara más de una tonelada. Finalmente, llegó al pasillo del segundo piso. Un rápido vistazo a su derecha le indicó que el baño estaba desierto. En cambio, la puerta de su habitación estaba abierta y Jeongguk pudo distinguir a Taehyung sentado en la cama, con las luces apagadas y el catalejo en las manos, espiando a los vecinos.

El llanto que había estado intentando evitar lo asaltó. Y, entre las pestañas mojadas, miró a Taehyung mientras entraba a su habitación. Tenía ganas de decirle muchas cosas.

—Lamento haberte dejado solo—dijo Jeongguk, asustándolo. Taehyung se giró tan rápido, con los ojos tan abiertos, que a él le dio pena, y lloró más.

—¿Jeongguk?—preguntó Taehyung. Era la primera vez que lo escuchaba en mucho tiempo. No se había permitido ver sus mensajes de texto, ni aceptar sus llamadas—. ¿Estás llorando?

—No—respondió él, al instante—. No estoy llorando.

—Está bien, Seokjin me ha hablado de esto—Taehyung sonrió—. Dice que eres un llorón.

Jeongguk cerró la puerta detrás de sí y caminó frotándose con fuerza los ojos con las mangas de la sudadera. Taehyung se movió un poco hacia un lado para que pudiera sentarse junto a él en la cama. Estaba descalzó y vestía como siempre, con su ropa de diseñador que parecía caérsele a veces.

—Tus vecinos tienen vidas muy interesantes—continuó Taehyung, como si nada hubiera pasado—. Creo que los he visto tener sexo más de cinco veces. Ha sido salvaje.

—No entiendo por qué no estás enojado conmigo.

—Hablé con Seokjin.

—Siempre estás hablando con Jin—lloriqueó Jeongguk, en medio de las lágrimas.

—Y mencionó algo sobre Yoongi y que creía que todo había sido su culpa—Taehyung miró el catalejo en sus manos que, por supuesto, sabía que había sido un regalo del mencionado—. A Yoongi no le gusto mucho, claro, pero no pensé que hiciera algo para…

—Jimin también. Él no… está muy feliz conmigo últimamente.

—Tu amigo que regresó de un viaje—dijo, sin mirarlo.

—¿Cómo lo supiste?

—Lo adiviné.

Taehyung lo abrazó y cayeron ambos sobre la cama en un enredo de brazos y piernas. Era casi como antes, aunque Jeongguk todavía sollozaba a veces y Taehyung no estaba sonriendo.

—Yoongi me llama “El rico bastardo de Jeongguk”—murmuró Taehyung, cuando Jeongguk, finalmente, pudo calmarse—. No lo he visto nunca recibir el dinero que doy cuando apuesto por ti. Creo que le doy asco.

—No es así, Tae. Yoongi sólo es una persona difícil.

—Está bien—dijo, poniéndole a Jeongguk la nariz en el cabello—, no tengo que gustarles a todos tus amigos.

—Tae…

—No fue sólo por Seokjin que decidí esperarte.

Jeongguk hundió la cara en el pecho de Taehyung y esperó a que siguiera hablando. Se estaba sintiendo bien, un poco adormilado. Si seguía así, quizá pudiera olvidar que alguna vez lo habían acusado de tener un sugar daddy y ser una puta. Taehyung no iba a juzgarlo, aunque lo tuviera, aunque lo fuera. Se alegraba de que no estuviera enojado con él.

—Hablé con mi hermano menor—dijo, y la voz se le rompió a la mitad. Necesitó un poco más de tiempo para recuperarse, sin embargo, continuó como si pudiera echarse a llorar en cualquier momento—. Me pidió consejo porque se había enamorado de alguien. Me dijo que sólo me tenía a mí y era la única persona en el mundo que podía entenderlo—Jeongguk le dio un beso sobre la camisa, esperando que lo sintiera—. Luego va y me suelta que si yo sabía cómo conquistar a un necesitado.

—¿A un qué?

—A un necesitado—casi siseó Taehyung—. Dijo necesitado como si… como si… como si ustedes…

Jeongguk se quedó muy quieto, aguardando.

—A un necesitado—repitió Taehyung—. ¿Por qué cree que yo sé? Dice que, ya que estoy haciendo trabajos sociales, ayudando a los hambrientos y a los indigentes, puedo darle consejos.

—Tae, él…

—Es igual a Yoongi—susurró—. ¿Por qué es así? ¿Qué fue lo que hice mal?—Taehyung se interrumpió, respirando profundamente, y luego añadió—: Si te dijo la mitad de lo que mi hermano me dijo a mí, entiendo por qué no querías verme.

Jeongguk cerró los ojos; intentaba imaginarse esa conversación, pero no pudo.

—Nosotros no le damos comida a los indigentes—susurró Taehyung, al final. Jeongguk se quedó pensando en eso hasta dormirse.

 

 

 

 

 

 

 

 

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que Jeongguk le hizo una visita a Jimin. Lo único en lo que podía pensar mientras subía las escaleras hasta su apartamento era en la noche en que había besado a Taehyung por primera vez. Ponía un pie frente al otro y recordaba el espacio que había entre los asientos de las graderías, la pantalla del teléfono de aquel rico bastardo en el fondo de los escalones, la bisagra del casillero que se le había clavado en la espalda.

—¿Cómo es que todo terminó de esta manera?—se dijo.

Jimin se había despedido de él con un abrazo tan fuerte que Jeongguk temió que se le hubiera roto algo dentro. Además de lo mucho que había llorado, Jeongguk se había quedado con la primera sensación, la que a él le gustaba llamar “el inicio del final”. Después, su vida se había ido lentamente a la basura.

Cuando estuvo frente a la puerta de Jimin, levantó el puño en el aire y respiró profundamente. Pensó en Taehyung, que le había enviado un mensaje desde Nueva York, vistiendo un abrigo tan atroz que lo había hecho casi borrar la fotografía, y lo que él le habría pedido que hiciera si estuviera ahí. Entonces, tocó la puerta.

Jimin no pareció muy contento de verlo ahí, porque su expresión pasó de una cordialidad trabajada a la hostil que Jeongguk ya reconocía bien.

—Jeongguk—dijo, casi apretando los dientes—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Debemos hablar.

Jimin intentó cerrarle la puerta en la cara, pero él se lo impidió metiendo el brazo. Se imaginó a Seokjin riñéndolo por hacerse daño sin razón, y eso lo hizo sonreír.

—¿De qué te estás riendo?

—Déjame pasar, por favor—le pidió, sin empujarlo. Esperó a que Jimin cediera, como siempre, y, después de un rato, entró detrás de él.

El apartamento estaba desordenado, quizá porque Jimin no tenía mucho tiempo para limpiar, y había una caja de pizza enfriándose sobre la mesa del comedor al fondo. Jeongguk siguió a Jimin hasta la sala de estar y, sin esperar invitación, se dejó caer en uno de los sillones.

Antes de que pudiera empezar a decir lo que había practicado, Jimin le arrojó un par de revistas a la cara.

—¿Qué? ¿Qué es esto?—preguntó Jeongguk, consternado. No era como quería que se desarrollara la conversación, y lo miró con el ceño fruncido—. ¿Qué es esto?—repitió.

—No sé, dímelo tú—respondió Jimin. Se sentó en el espaldar del sillón con una pizza en la mano y la usó para señalarlo—. Tú lo sabes mejor que yo.

El odio que podía escuchar en la voz de Jimin hizo que Jeongguk empezara a molestarse. Sabía que no era buena idea, pero no había pensado que hablar con Jimin sería tan difícil. Tuvo que recordarse a sí mismo que no debía subestimarlo; al final, Jimin había llegado mucho más lejos que Jeongguk en lo que sí le gustaba hacer. Era mucho que mejor en todos los aspectos.

—No sé qué es esto—Jeongguk señaló las revistas y esbozó una sonrisa cruel—. ¿Ahora lees revistas de chismes? Esto es lo más bajo que hay Jimin. ¿No te ha enseñado América lo que es buen entretenimiento?

Como toda respuesta, Jimin le lanzó otra revista y le dio un mordisco casi salvaje a su pizza. Jeongguk sintió que la sonrisa se le borraba de la cara.

—¿Qué?

—Léela, Jeongguk, y explícame.

Jeongguk se quedó mirándolo antes de hacer lo que le decía. Todas las revistas eran de hacía un par de semanas y pertenecían a esa sección de las librerías a las que Jeongguk no les habría echado ni una mirada. Escándalo tras escándalo se sucedían a cada página y los protagonistas eran actores y ídols y políticos que a él no podían importarle menos.

Tomó una de las revistas por la página central y la agitó en el aire al lado de su cabeza. Jimin comía todavía, y arqueó las cejas como si no supiera qué estaba haciendo Jeongguk.

—No sé qué quieres que haga—dijo Jeongguk, irritado—, y no me importa. Vine a preguntarte por qué demonios crees que puedes decirle a Yoongi que soy una puta y tengo un…

—Kim Taehyung—lo interrumpió Jimin—. Páginas 15, 16, 17 y 18 en tu mano. Páginas 29 y 30 en esa de allá, y 5, 6, 7, 8, 9 y 10 en la que pusiste sobre…

Jeongguk no lo dejó terminar. Rápidamente, tomó la revista con las dos manos y empezó a buscar. Se repetía una y otra vez que esto no era lo que quería al ver a Jimin, pero no podía detenerse. En su afán por encontrar las páginas de las que Jimin había hablado, desgarró unas cuantas y dejó caer un par de revistas al suelo. Al encontrar lo que quería, leyó de manera frenética, escuchando en las orejas un sonido muy parecido al de aquella vez en el taller con Yoongi.

—No es… No dice… Taehyung no…

Escaneó la hoja buscando el nombre, rogando con todas sus fuerzas que no fuera algo malo. Quería convencer a Jimin de que no tenía un sugar daddy, que Taehyung era un buen chico, que no había nadie en el mundo que Jeongguk quisiera tener como a él. Si había algo que lo incriminara en una de esas revistas, y él lo había leído, no tenía muchas esperanzas de cambiar su opinión.

En vez de Taehyung, que buscó y encontró mencionado un par de veces, el artículo hablaba sobre su hermano menor, la oveja negra de la familia. Jeongguk leyó con creciente horror la lista de cosas que había hecho en un viaje a la Isla de Jeju, incluyendo una descripción detallada de una orgía celebrada en la casa de un famoso político con ansias de llegar a la presidencia.

—Jimin…—murmuró, con la boca seca—, esto… esto es horrible.

Jimin le dio una sonrisa burlona sobre su pizza, antes de comerse todo lo que quedaba de una sola vez.

—Esa es la clase de personas con las que estás ahora—dijo, enojado—. Esa es la clase de personas por las que nos cambiaste.

Incapaz de defenderse, Jeongguk negó con la cabeza y releyó el artículo. No tenía ganas de mirar las otras revistas, que podían contener aún más información sobre el hermano de Taehyung. No quería encontrarse con cosas peores.

—No, Jimin, tú no entiendes—murmuró Jeongguk—. Este es su hermano. Dios mío, tengo que decirle.

Sin esperar algo de Jimin, se puso de pie y tomó en brazos la mayor cantidad de revistas que pudo. Sólo dio dos zancadas antes de que Jimin lo detuviera tomándolo de un brazo. Sus dedos llenos de grasa por la pizza se asieron a su camisa y lo halaron con urgencia.

—¿Vas a ir con él después de ver eso?—preguntó, estupefacto. También había en su mirada una tristeza tan grande que a Jeongguk casi le dio pena, sin embargo, tenía cosas más importantes que hacer.

—¿Cómo no voy a ir con él? Mira esto—Le señaló las revistas con la barbilla—. Él debe saber qué es lo que está haciendo su hermano.

—¡Jeongguk!—Jeongguk se zafó del agarre y camino directamente a la puerta—. ¡Esto no es…!

—Tengo que decirle… tengo que…

—Escúchame, estúpido—Jimin lo alcanzó y ambos empezaron a caminar juntos. Jeongguk intentó adelantarlo, pero Jimin estaba decidido y no iba a dejar que se fuera sin él—, no vas a ir con él porque debe ser igual que su hermano.

Jeongguk apretó la mandíbula. “Ignóralo”, pensó, “no sabe de lo que habla”. Jimin intentó decirle más cosas, haciendo aspavientos con las manos, pero él ni lo miró.

—¿Qué te ha hecho para que seas así?—gritó al notar que Jeongguk no le prestaba atención. Se detuvieron en la calle, donde una pareja paseaba de la mano—. ¿Qué te hizo?—chilló.

—Jimin…— empezó Jeongguk.

—¿Qué pasó contigo?—lo interrumpió él. Sus ojos empezaron a humedecerse—. Esperé que me llamaras o me escribieras o dieras señales de vida o algo por seis meses, Jeongguk, ¡seis meses! ¿Quién te crees que eres? ¿Crees que eres tan importante?—Jimin se calló, esperando, y su labio inferior temblaba violentamente—. Nos dejaste solos. Éramos… éramos un equipo, Jeongguk, y tú te fuiste sin decirnos por qué. ¿Crees que eres tan importante? ¿Crees que…? ¿Qué es lo que crees?

Seokjin había dicho algo parecido mientras fumaba ese cigarrillo con filtro que no se habría comprado sino fuera por Taehyung. Había dejado salir una bocanada de humo y le había preguntado a Jeongguk: “¿Quién te crees que eres?”.

—Esperé, Jeongguk, pensé que te había pasado algo—“¿Crees que me quedo esperándote hasta la madrugada, aunque sé que no vas a llegar a dormir?”. La imagen que tenía de Jimin se volvió borrosa por las lágrimas. ¿Ahora quién estaba llorando? ¿Jimin o Jeongguk?—. Y luego Hoseok me dice que nos dejaste a todos de lado por ¿quién? ¿Por ese bastardo rico que te lleva de paseo en ese auto suyo? ¿Por ese rico bastardo que te tira dinero esperando qué, Jeongguk?

Jeongguk abrió la boca, buscando defenderse, pero lo único que salió fue un sollozo. Seokjin le había dicho a Taehyung que él era un llorón, y no se equivocaba. No había nadie en el mundo que lo conociera más que Kim Seokjin.

—Yoongi te lo había advertido y lo primero que hiciste fue cambiarnos por un rico bastardo de ojos bonitos—Jimin chirrió los dientes, mirando a todos lados menos a Jeongguk—. Mira lo que hace, mira lo que hace su familia, y tú todavía quieres ir a verlo. ¿Quiénes somos nosotros, Jeongguk? ¿Crees que nos preocuparemos? ¿Crees que vamos a seguir intentando que entiendas?—murmuró—: ¿Quién te crees que eres?

Jeongguk no lo sabía.

 

 

 

 

 

 

 

 

Seokjin se quedó de piedra al verlo aparecer. Lo único que sabía era que Jeongguk había salido a visitar a Jimin. Supuso que no podía salir mal, pero se equivocaba, porque lo que veía frente a él no era algo bueno.

—Jeongguk…

Jeongguk caminó hasta la cama y se hizo un ovillo sobre las mantas. Todo olía a sucio, a usado, y se recordó a sí mismo que hacía mucho no lavaba la ropa de cama de Seokjin.

—Jeongguk, ¿qué te pasó?—preguntó Seokjin, sentándose a su lado en la cama. Hizo amago de ponerle la mano en la cabeza, pero no se atrevió a hacerlo.

—Siempre pierdo, Jin—susurró Jeongguk—. ¿Qué es lo que estoy haciendo mal? Siempre, siempre, siempre. ¿Por qué siempre?

 

 

 

 

 

 

 

 

Taehyung dio un par de saltitos hacia la ventana y se inclinó en el alfeizar. Abajo, Seokjin y Namjoon seguían hablando en voz alta. Discutían desde que Jeongguk y Taehyung habían regresado del club, y la mayoría del tiempo no se les entendía. Taehyung le había dicho que subieran, al fin y al cabo, podían encontrar algo que hacer en lo que no fueran necesarios.

—Me duele todo el cuerpo—comentó Jeongguk, dejando la mochila en el suelo junto a la puerta. Normalmente, la habría soltado en la sala, pero no se quedaron el tiempo suficiente para que pudiera hacerlo.

—Puedo darte un masaje—se ofreció Taehyung, esbozando su sonrisa coqueta que ya Jeongguk conocía bastante bien.

—No se va a quedar en un masaje, y lo sabes muy bien.

—Eso suena como una promesa—Taehyung se dio media vuelta y apoyó la espalda en la ventana. En uno de los apartamentos del frente, su favorito, estaban haciendo una fiesta, y las luces de colores parecían luciérnagas—. Pero la pregunta es ¿qué tipo de promesa?

Jeongguk sonrió, tratando de ignorarle, y se dirigió a su escritorio para tomar en sus manos el catalejo. Tenía intención de mirar qué hacían los demás, qué era lo que estaban viviendo.

—¿Una promesa como la primera vez?—continuó Taehyung, balanceando de un lado a otro la cabeza, como si pudiera seguir el ritmo de la música que lograba colarse desde la fiesta—. ¿O una promesa de verdad?

—Umm—musitó Jeongguk, poniéndose el catalejo en uno de los ojos. La mayoría de las cortinas estaban cerradas esa noche, y él hizo un mohín.

—No entiendo cómo puede dolerte el cuerpo, bailaste peor que siempre.

Taehyung le sacó la lengua al esperar una respuesta y no recibirla, no le gustaba que lo ignoraran. A Jeongguk le gustaba pensar que Taehyung estaba acostumbrado a que todos besaran el suelo por el que pisaba, como ahora hacían Namjoon y Seokjin y la mayoría de los asistentes regulares a las batallas de baile.

—¿No me escuchaste bien?—preguntó Taehyung, alzando ligeramente la voz. Para darle más dramatismo a la siguiente frase, hizo un altavoz ahuecando una mano junto a la boca—: ¡Bailaste peor que siempre!

Fingiendo que lo ignoraba, Jeongguk caminó hasta él, mirando a través del catalejo una pared de piedra y una ventana medio cerrada. Cuando estuvieron frente a frente, Taehyung le puso una mano sobre el hombro. El gesto era tan familiar y cargaba tanto afecto que Jeongguk sonrió.

—Arrodíllate—le ordenó Taehyung.

El miércoles, le había enviado a Jeongguk una fotografía en ropa interior frente al espejo del baño más grande que hubiera visto. Había querido verse muy seductor, pero Jeongguk no estaba de humor para seguirle el juego. No lo había estado por varios días.

—¿Hoy?—preguntó Jeongguk, bajando el catalejo.

Taehyung no le permitió verlo a los ojos, porque lo empujó hacia abajo; Jeongguk dobló las rodillas, obediente, hasta quedar a la altura de la hebilla de su cinturón.

—O lo hacemos hoy o no lo hacemos nunca, Jeongguk—casi lo amenazó Taehyung. Al alzar la mirada, Jeongguk logró captar la punta de su lengua apareciendo apenas entre los labios—. He estado enviándote fotos suficientes para que…— Refunfuñó, molesto y tomó la barbilla de Jeongguk entre sus manos—. Ahora vas a ser un niño bueno y harás todo lo que yo te diga. Estoy desesperado y no esperaré más.

Jeongguk lo sintió apretarle las mejillas y asintió. Le sorprendió darse cuenta de que quería hacerlo, aunque los últimos días no habían sido muy buenos. También estaba, como Taehyung, un poco desesperado. Desde que había conocido a Taehyung, no se había acostado con nadie.

—¿Cerraste la puerta?—preguntó Taehyung. Jeongguk lo pensó: ¿sí? ¿no? No lo podía recordar. Había dejado la mochila junto a la puerta y luego ¿qué?

—No sé—respondió, y tragó en seco cuando Taehyung torció la boca y frunció el ceño, pensando—. Apúrate. Hazlo rápido.

—Bueno, no creo que alguno de ellos suba a mirar qué estamos haciendo. Son más inteligentes que eso—murmuró.

Regresó su atención a Jeongguk y le acarició la cara con reverencia. Pasó los dedos bajó sus ojos y en sus mejillas, sobre la frente y en la línea de la nariz.

—He querido hacer esto desde hace mucho tiempo—dijo—. No sé por qué, pero somos muy complicados, ¿no crees? Pudimos haber hecho esto mucho antes… Sí, pudimos.

Jeongguk intentó responderle, pero no pudo. Taehyung le apretó las mejillas y lo obligó a fruncir los labios.

—Te quiero dar un beso, pero no voy a inclinarme—Lo miró un par de segundos y se echó a reír—. Tampoco dejaré que te pongas de pie. Te ves muy bien ahí abajo.

Él sabía que podía deshacerse del agarre de Taehyung en cualquier momento, pero no quería. Taehyung parecía estar disfrutando lo que hacía, y Jeongguk no iba a ser quien le arruinara la diversión después de tanto tiempo. Además, una pequeña parte de él también lo encontraba muy placentero.

—Quédate quieto—pidió Taehyung. Al sentir el asentimiento de Jeongguk, le soltó la cara y suspiró—. ¿Sabes por qué me gusta usar ropa tan grande?—Se desabrochó el cinturón y los pantalones cayeron a sus pies con tanta rapidez que Jeongguk no pudo seguirlos con la mirada. De pronto, se encontró de frente con la ropa interior de Taehyung. La boca se le secó. Habían esperado tanto—. Fácil acceso.

Taehyung soltó una risita nerviosa antes de desnudarse por completo. Primero fue la camisa de botones, lentamente, y por último la ropa interior. Su pene estaba duro y se curvaba ligeramente hacia el estómago.

—No sé por qué estoy así—dijo, avergonzado—. No hemos hecho nada.

—Está bien—graznó Jeongguk. Estaba incómodo, no sabía qué hacer con los brazos ni dónde mirar.

—Sí, sí, como digas—Taehyung se mordisqueó el labio inferior, como si no supiera qué hacer a continuación—. Creo que voy a correrme muy rápido.

—Está bien—repitió Jeongguk al instante—. Muy bien.

Taehyung decidió no decir nada. En cambio, sonrió de esa manera que volvía loco a Jeongguk y volvió a tomarle la cara. Esta vez, usó ambos pulgares para abrirle los labios y ver el interior de su boca.

—No voy a durar—murmuró, antes de soltar otra risita—. Oh, no voy a durar.

Usó una de sus manos para sostener su pene y la otra para mantenerle la boca abierta. Nunca había sido así para Jeongguk. Él tenía el control siempre, siempre, siempre. Se aferró a las piernas de Taehyung y lo miró a los ojos.

—¿Qué?—preguntó Taehyung, divertido.

Finalmente, metió la punta de su pene en la boca de Jeongguk y cerró los ojos. Jeongguk vio su pecho subir y bajar rápidamente y se quedó muy quieto para que Taehyung pudiera disfrutar esa primera vez después de tanto.

—Voy a poner las manos aquí—dijo Taehyung. Dejó caer los brazos como un peso muerto junto a su torso y jadeó—. No sé qué hacer ahora. No pensé que llegaríamos tan lejos—Jeongguk arqueó las cejas—. Estaba esperando que nos interrumpieran, u ocurriera un accidente, o te durmieras… No tenemos mucha suerte. ¿Qué sucederá esta vez?

A su pesar, Jeongguk sonrió. Pensó que era típico de Taehyung pensar en ese tipo de cosas cuando por fin estaba acostándose con alguien. Decidido a que no pasara algo así antes de que terminaran, tomó el pene de Taehyung y empezó a chuparlo.

—Oh, ¡oh!—gimió Taehyung. Tuvo un espasmo en los muslos y sus manos se crisparon como garras en el marco de la ventana. Por unos instantes, Jeongguk pensó que se caería, y rogó a todos los cielos que no se hiciera daño al hacerlo. Sin embargo, Taehyung aguantó, aunque tenía los ojos perdidos y temblaba de arriba abajo—. Dios mío.

Viendo el peligro lejos, Jeongguk succionó con esmero, cerrando los ojos. Apretó los labios alrededor de Taehyung y usó la mano para la parte que no alcanzaba. Estuvo así hasta que le empezó a doler la mandíbula. Para entonces, Taehyung estaba encorvado y gemía cada exhalación. A veces murmuraba cosas que no tenían mucho sentido.

Jeongguk lo lamió una última vez y lo soltó después. Sentía los labios hinchados y sensibles. Recordó que tenían las cortinas abiertas, mientras miraba a Taehyung y se limpiaba la saliva de la comisura de la boca. Él le devolvió la mirada entre las pestañas, sonriente.

—¿Cansado?—se burló.

—¿Qué tal si me devuelves el favor?—preguntó Jeongguk.

Taehyung le acarició la cara antes de ponerse de pie con dificultad, todavía temblando, y caminar hacia la cama. Jeongguk se puso de pie tan rápido que se mareó. Le tomó más tiempo del que quiso quitarse la ropa. Cuando se giró, desprendiéndose de los pantalones con un par de patadas torpes, Taehyung se estaba preparando a sí mismo.

—Ah—soltó Jeongguk—. Oh, vaya.

—Apúrate—le ordenó Taehyung, entre suspiros—. Podría terminar aquí solo, si sigues demorándote.

Jeongguk se quedó inmóvil, desconcertado, hasta que algo hizo click en su cerebro y se lanzó a la cama con tan poca elegancia que se golpeó en una espinilla y el dedo pequeño del pie.

—Sabía que iba a pasar algo—se quejó Taehyung, mirándolo por encima del hombro. Arqueó la espalda mientras soltaba un quejido y añadió—: ¿Tendré que llevarte al hospital?

—¿Al hospital? ¿Ahora?—preguntó Jeongguk acomodándose detrás de él. “Ignora el dolor”, pensó, “ya se irá, pronto se irá”.

—No sería la primera vez—Taehyung se detuvo y apoyó ambas manos a la altura de su pecho. Respiraba pesadamente y sonreía con tantas ganas que Jeongguk pensó que ya se había corrido—. Es una historia larga, ¿quieres escucharla?

—¿Ahora?—repitió.

—Tienes razón.

Jeongguk se puso el condón de manera automática, con los ojos clavados en el cuerpo de Taehyung. Él, mientras tanto, lo miraba por encima del hombro, sonriendo, y el cabello se le pegaba a la frente por el sudor.

—No hablas mucho—observó Taehyung.

—Nunca he hablado mucho—respondió Jeongguk. Se puso en posición y empujó dentro de Taehyung. Él abrió la boca y hundió la cara en la almohada. En sus manos, apretadas junto a su cabeza, empezaron a verse sus venas.

—Sí, sí, sí—gimió—. ¿Cómo es que me hice esto a mí mismo?—Luego imploró—: Más rápido, maldita sea, Jeongguk, no estoy hecho de cristal.

Jeongguk lo obedeció sin dudarlo. Su cerebro se había desconectado en algún punto entre haberse puesto el condón y la primera embestida, y sólo reaccionaba a lo que Taehyung le pedía. En algún momento se preguntó si Seokjin y Namjoon podían escucharlos abajo, si los vecinos podrían verlos si se asomaban a la ventana. Después se dio cuenta de que no le importaba.

Los miedos de Taehyung fueron infundados, porque sí duró bastante. Jeongguk pudo tenerlo en varias posiciones, como quiso, y luego, cuando tuvo su orgasmo y su cuerpo se sacudió, miró a Jeongguk con una fijeza que lo hizo gimotear.

—Es la primera vez que haces ruido—Fue lo primero que dijo Taehyung cuando volvió en sí. Apartó a Jeongguk de sí mismo con un empujón firme, pero cuidadoso, y se quedó ahí acostado, viendo como Jeongguk se masturbaba.

—¿Qué?

—No hablas, no gimes—Taehyung se pasó la lengua por los labios—. ¿Te gustó?

—Aún no termino—suplicó—. Aún no, Tae…

Taehyung le hizo un gesto para que se acercara y, cuando le hizo caso, intercambió sus manos. Jeongguk se sentó en su regazo, escondiendo la cabeza en su hombro, y se dejó hacer. Mientras tanto, Taehyung empezó a susurrarle frases.

—Eres un buen chico, Jeonggukie—dijo, una vez—. Estoy muy orgulloso de ti.

Jeongguk eyaculó en silencio. Aspiró todo el aire que pudo y lo sostuvo en alguna parte de la garganta. No lo soltó hasta que las corrientes eléctricas que le nacían del vientre bajaron y subieron por todas sus extremidades. Entonces, se relajó junto a Taehyung y dejó que él le despejara la frente y le diera besos en la mejilla.

—Está bien, Kookie, está bien—murmuró Taehyung.

Quería decirle muchas cosas a Taehyung, pero, en algún momento, Jeongguk se adormiló. Al abrir los ojos después, la fiesta del apartamento del frente se había acabado. Un silencio como magma líquido parecía impregnar todo, incluyendo el piso de abajo, en el que ni los ronquidos de Namjoon podían escucharse. Jeongguk se dio la vuelta en la cama, con la sábana firmemente apretada junto a su cuello. Un dolor sordo, pero placentero, se instaló en su espalda baja, y, recordando lo que había pasado, él sonrió.

—¿Tae?—preguntó, con la voz ronca. Se aclaró la garganta y esperó por Taehyung—. ¿Tae?

—Aquí.

Taehyung estaba sentado a los pies de la cama, junto a la ventana, con el catalejo en las manos. Sólo se había puesto la ropa interior y la camisa, y su cabello húmedo brillaba con la escaza luz que entraba. Era una noche oscura y Jeongguk quiso que no lo fuera.

—¿Qué haces ahí?—preguntó Jeongguk, irguiéndose con pereza.

—Miro por la ventana—respondió Taehyung.

Algo parecía estarle molestando, porque se mordisqueaba los labios y se negaba a mirar en su dirección. Jeongguk decidió esperar.

No le tomó mucho a Taehyung empezar a hablar.

—Jeongguk…—empezó. Se interrumpió, dudoso, y continuó—: No sé qué decirte.

—Salió bien, ¿no?—preguntó él, sonriendo. Apoyó el cuerpo en la pared junto a la cama y se arrebujó en las mantas. Taehyung sólo podía ver sus ojos.

—Creo que te quiero—confesó Taehyung.

Jeongguk parpadeó una, dos veces.

—Oh—soltó—. Vaya.

Taehyung se rio suavemente, mientras negaba con la cabeza. En sus manos, el catalejo se movía de derecha a izquierda y de izquierda a derecha.

—Dijiste lo mismo antes—dijo, burlándose—, cuando estábamos…

Jeongguk esperó a que terminara, pero no lo hizo, en cambio, Taehyung lo miró imitando su posición, apoyado en la ventana. Ahí donde su cabello tocaba el vidrio, se empezó a formar una mancha.

—Tengo miedo, Jeonggukie—susurró—. No creo que esté haciendo trabajos sociales—. Jeongguk frunció el ceño, sin entender, y Taehyung cambió de tema—: No hablas, ni gimes. ¿Te gustó?

—Ya me lo habías preguntado—dijo Jeongguk—. Sí, me gustó—respondió—. Me gustó mucho.

—¿Entonces por qué no me lo dijiste? ¿Por qué no hiciste ningún sonido?

—No sé, no sé.

Jeongguk desvió la mirada incapaz de aguantar los ojos de Taehyung tan fijos en los suyos, como si quisiera saber qué era lo que Jeongguk ocultaba muy dentro de sí.

—Nunca dices nada, Jeonggukie. ¿Cómo vamos a saber todos cómo te sientes si no nos lo dices?

—Taehyung, no sé por qué estás pensando en eso, pero no es el momento—Liberó uno de sus brazos del enredo de mantas y palmeó a su lado como una invitación—. ¿Por qué no regresas aquí y podremos dormir abrazados, como te gusta?

—Nunca había estado con alguien tan silencioso—continuó Taehyung, ignorándolo—. Sólo jadeabas. No podía evitar pensar: quizá no le está gustando, quizá no estoy haciéndolo bien. Pensé que se me había olvidado cómo era. Pero estaba sintiéndome muy bien, muy, muy bien, ¿cómo iba a detenerme?—Abrió la boca un par de veces y luego dijo—: Perdón.

—¿Por qué?—preguntó Jeongguk, frunciendo el ceño.

—Por haberte obligado a…

—¡No! ¡No, no, no!—exclamó Jeongguk. Recordó a Seokjin y Namjoon y bajó la voz—. Tú no me obligaste a nada. Quería hacerlo tanto como tú, Taehyung.

—Pero no lo dijiste. No me dices nada.

Algo parecía extraño. Era como si Taehyung no se estuviera refiriendo sólo a lo de esa noche.

—No soy de las personas que… Tae, por favor, pensé que había salido bien—Jeongguk sintió que la garganta se le hacía un nudo. ¿Y ahora por qué iba a llorar? ¡Taehyung lo había disfrutado!—. No sé por qué soy así. No sé… perdóname. No hago más que arruinarlo todo.

—Hey, ¿de qué estás hablando?

Jeongguk se encogió de hombros. Ese fue el momento que Taehyung escogió para gatear hasta él y tomarlo en brazos. Jeongguk se sentía pequeño ahí, y al mismo tiempo, protegido. Taehyung olía a limpio, como si se hubiera dado una ducha, y su piel estaba erizada.

—Hablaste con Jin—afirmó. Taehyung no dijo nada—. Lo sabía.

—Está muy preocupado por ti.

—¿Cuándo no?—preguntó Jeongguk, con crueldad—. ¿Cuándo se dedica sólo a su vida?

Taehyung lo apretó más fuerte.

—Quizá debas decirle qué es lo que está pasando—Taehyung los balanceó ligeramente. Jeongguk recordó el abrazo que se habían dado en el club, cuando una de las bailarinas les dijo que hacían baile de salón—. Quizá debas decirle a todos lo que está pasando.

—¿A todos?—inquirió Jeongguk, mirando la ventana. Había humedad en el cristal donde Taehyung había descansado la cabeza. A Seokjin no le gustaría eso, porque tendría que limpiarlo.

—Todos—Luego Taehyung rogó—: A mí.

 

 

 

 

 

 

 

 

Su nombre era Yeoreum y a Jeongguk le gustaba mucho, no sólo porque era alta y tenía el rostro bonito, sino también porque sus cuerpos se entendían. A Seokjin esa clase de explicaciones le daban risa. Se burlaba de Jeongguk y Hoseok y todos los demás bailarines que se justifican con esa frase. Pero si era Jeongguk, al menos, lo decía muy en serio. No podía entenderlo, no podía creer que Jeongguk fuera así.

Yeoreum y Jeongguk ya habían dormido juntos un par de veces. Una noche no habían sido capaces de aguantar hasta llegar a la casa de uno de ellos y habían terminado haciéndolo en uno de esos hoteles que hacían a Seokjin arrugar la nariz. Jeongguk sabía que era territorio conocido, pero peligroso.

Por eso, al verla esa noche en pantalones cortos y enseñando el ombligo, supo que iba a tener problemas. Aunque hubiera estado vestida de otra forma, sería igual. Tuvo ganas de darse media vuelta y desaparecer del club; nadie lo extrañaría, nadie lo esperaría. Sin embargo, no podía, pues ya estaba en la lista de batallas y el dinero de Taehyung había caído en manos de Yoongi al principio de la noche.

Su expresión aterrorizada debió de ser suficiente, porque Jimin, que tenía el turno anterior, lo empujó con el hombro con el objetivo de desestabilizarlo y le susurró:

—Alguien no tendrá feliz a su sugar daddy hoy.

Jeongguk ni lo miró, sintiendo el miedo hacerle nudos en el estómago. Taehyung estaba en algún punto de las graderías, esperando por verlo. No sabía cómo podría sostenerle la mirada después de esto.

—Jeon Jeongguk—lo llamó ella. Una corriente eléctrica le bajó a Jeongguk por toda la espalda. Muchas veces había dicho su nombre, en muchos lugares, de muchas maneras diferentes.

—Yeoreum.

Ella sonrió, enseñando todos los dientes. Sabía que era atractiva y lo que Jeongguk sentía por ella. Disfrutaba de pavonearse frente a él. Le gustaba saber que un chico menor que ella, que no hablaba ni aunque fuese cuestión de vida o muerte, la deseara tanto. Podía notarlo en sus ojos cuando bailaban, la manera en la que parecía estar a punto de estallar.

—No te había visto—dijo ella, echándose el cabello sobre el hombro. Se lo había pintado de un negro tan oscuro como lo que Jeongguk esperaba que fuera el infierno—. ¿Dónde has estado?

—Aquí—respondió él.

—¿Y en Hope Studio?—preguntó Yeoreum, arqueando las cejas—. No me digas que peleaste con Hoseok. No parece algo que tú harías.

Jeongguk se sintió enfermo. No quería estar ahí.

—No sé—masculló.

—Parece que hoy vamos a bailar juntos—añadió ella después de un rato, sonriente—. ¿Estás preparado?

—No—Jeongguk intentó darle una mirada suplicante, “mi no-sé-qué está en el público y no quiero que me vea contigo”, pero no logró nada.

—Porque yo sí.

Luego empezó la música, y él se sintió como si lo hubieran condenado a la muerte capital y tuviera que esperar en el pasillo de la muerte. Cuando fue su turno y siguió a Yeoreum hacia la tarima, junto al presentador, el corazón le latía tan desbocado que temió desmayarse.

Taehyung le había dicho que creía que lo quería. Y ahora, ¿qué iba a hacer Jeongguk?

—Que empiece la batalla.

Como siempre, y aunque a Jeongguk lo temía, sus cuerpos se entendieron. Era esa la frase que Hoseok usaba para explicar la química, la tensión casi animal que parecía crearse cuando dos bailarines iban al mismo ritmo, a la misma frecuencia. Jeongguk casi podía sentir el deseo como un líquido corriéndole por las venas, esperando por unirse a Yeoreum, alrededor de ella, dentro de ella, donde fuera.

No era una batalla, ya no, era un baile de pareja.

Terminaron frente a frente, jadeando, y ella sonrió. Jeongguk se giró sobre las puntas de los pies con la boca llena de saliva y los pulmones a punto de estallar. Buscó a Taehyung con la mirada. Sin embargo, por más que lo intentó, no pudo hacerlo. No sabía ni por qué lo intentaba, porque las luces nunca le permitían ver al público después de una batalla.

El estómago se le hundió como si se hubiera tragado un agujero negro. “Lo vio, lo vio, lo vio”, pensó.

—¿Quién será el ganador esta noche?—preguntó el presentador. Su corbata emitía un reflejo desagradable por la luz de un reflector mal enfocado.

Los jurados miraban todo con idénticas expresiones de diversión. En la mesa de las apuestas, Yoongi se concentraba en sus manos, como si no fuera capaz de ver a Jeongguk.

—Que gane ella—masculló Jeongguk—. Por favor, que gane ella.

Eligieron a Yeoreum y el público se deshizo en aplausos. Jeongguk no esperó por ella y salió corriendo en dirección a los casilleros. Sus pies no podían llevarlo más rápido de lo quería.

Al llegar, abrió con urgencia la puerta del casillero y se colgó la mochila al hombro. El uniforme del grupo de Hoseok, con el logo de Hope Studio, pesaba el triple en su espalda. Dio dos pasos hacia la salida y Yeoreum, con el ceño fruncido, apareció en la entrada.

—¿Por qué huiste?—preguntó. Hizo un sonido horrible con la boca, como si masticara un chicle. Al notar que Jeongguk no iba a decir nada para explicarse, dio un par de pasos en su dirección—. No importa. ¿A dónde vamos? ¿A tu casa o a la mía?

Había sudor bajándole a Jeongguk por los costados. No sabía qué responder. ¿Qué debía decir?

—Ey, ¿qué pasa?—dijo Yeoreum, dando un paso al frente.

—Seokjin me había hablado de esto también.

El cuello de Jeongguk se puso rígido y le costó girarlo en dirección a la voz. Taehyung, con las manos en los bolsillos y mirando hacia el suelo, jugueteaba con uno de sus mocasines en la entrada de los camerinos. Parecía quererse encoger, como si no pudiera soportar estar ahí.

—Tae—suspiró Jeongguk—, pensé que te habías ido.

Taehyung frunció el ceño. Habían tenido tanto sexo en los últimos días que el cuerpo de Jeongguk se rendía de cansancio en los momentos menos esperados. Una vez, se había quedado dormido en una clase de estadística que había esperado tomar por meses. Le había tenido que pedir ayuda a Namjoon, quien, sorprendentemente, sabía de eso.

—¿Pero cómo me voy a ir sin ti?—preguntó Taehyung, receloso—. ¿Querías que te dejara aquí o qué?

Jeongguk no pensó. Miró las clavículas de Taehyung, las joyas que le adornaban las orejas, su cintura estrecha marcada por el cinturón de sus pantalones, y se abalanzó sobre él para besarlo con hambre.

—Tae, Tae, Tae—repitió, tomándolo del cabello y pegándolo a él.

—Wow—exclamó Yeoreum, en algún punto a su espalda.

Taehyung lo tomó de los antebrazos y alejó a Jeongguk con suavidad. Ambos se miraron con sorpresa, con los ojos muy abiertos.

—Perdí de nuevo—murmuró Jeongguk, antes de sonreír.

—Me hiciste perder mucho dinero hoy—respondió Taehyung, bajando la mirada. Parecía triste, pero las comisuras de sus labios se elevaban ligeramente.

—Pensé que te habías ido—repitió. Luego recordó que Yeoreum estaba ahí todavía, y se giró un poco para señalarla con el dorso de la mano—. Ella es Ahn Chaeyeon.

Taehyung apretó los labios y asintió. No había rastro de la sonrisa tenue que tenía antes. Jeongguk se preguntó qué había hecho mal.

—Esperaré afuera—dijo, al final. Sin mirarlos, dio media vuelta y salió. En su camino, esquivó a Jimin, que miraba todo desde un escondite poco exitoso.

—Eh, Taehyung, espérame…

—¿Quién es él?—preguntó Yeoreum, interrumpiéndolo. Jeongguk suspiró antes de mirarla—. No me digas que es tu novio. No quiero que se moleste contigo.

—Él no…

—Deberías explicarle—continuó ella, abrazándose a sí misma y frunciendo el ceño—. No quiero tener problemas con esos ricos. Pueden hacerte la vida imposible si así quieren.

—Yeoreum…

—Siempre tan hablador, Jeon Jeongguk. Pudiste haberme dicho que estabas con un rico, hubiera entendido—Yeoreum le hizo un gesto con la mano para que siguiera a Taehyung—. Estaba tan molesto. Pobrecito.

—No tiene razones para estar molesto—se justificó Jeongguk—. No ha pasado nada.

—¿Pero cómo lo va a saber si no le dices?—preguntó ella—. ¿No lo viste? Pensé que iba a asesinarme—Se interrumpió y añadió—: No, asesinarme no. Ellos no se ensucian así las manos. Iba a contratar a alguien para asesinarme.

Atrás de ellos, todavía escondido, Jimin soltó una risita.

—Yeoreum—Jeongguk dudó en qué decir. Sabía que no sabría de qué manera aclararle a ella o a cualquiera lo que estaba pasando. Al final soltó—: nos veremos pronto.

Ella se despidió con la mano, pero él no pudo verlo porque ya había corrido hacia fuera. Pasó a Jimin y subió las escaleras hasta el primer piso del club, donde había una fiesta apenas empezando. Olía a sudor, alcohol y perfume caro, como Taehyung.

Afuera, aparcado de mala manera, estaba el auto deportivo.

—Tae—lo llamó Jeongguk, abriendo la puerta del asiento del copiloto. Taehyung estaba sentado muy quieto, con las manos sobre el volante y una máscara indiferente en la cara—, Tae, mírame.

Taehyung no hizo lo que le pedía.

—¿Estás molesto?

—No puedo estar molesto, no ha pasado nada—dijo él, de corrido, como si lo hubiera practicado—. Seokjin me había hablado de tus parejas de una noche y esa estupidez de que sus cuerpos hablan y yo… Pero vaya, si tú también me lo mencionaste—Taehyung tomó aire y lo soltó sonoramente por la nariz—. No estoy molesto. Estoy bien.

Jeongguk suspiró. Uno de los guardias de seguridad del club miraba con expresión sospechosa el auto.

—Se llama Ahn Chaeyeon.

—Yeoreum, ya sé—intervino Taehyung—. ¡Ya te dije que estoy bien!

—No parece—Jeongguk intentó ponerle una mano sobre la pierna, pero Taehyung se la apartó de un golpe—. Tae…

—Lo siento, yo… No sé compartir. Todo lo que quise siempre lo tuve y ahora te quiero a ti. Pero, por supuesto, no eres algo que pueda tener sólo para mí—Taehyung hundió la cabeza en los brazos, abatido—. Eres una persona y debo compartirte. Tú haces lo que quieres. Si quieres a Yeoreum, puedes tenerla. Puedes hacer lo que quieras.

—Tae…— intentó interrumpirlo Jeongguk.

—¿Sabes qué es lo más gracioso?—preguntó Taehyung, aunque no había humor en su voz—. Vi lo que estaba pasando y aun así bajé esas estúpidas graderías lo más rápido que pude para que no pudieras irte con ella.

Una fila de chicas llegó al club y empezó a coquetear con el guardia de seguridad para entrar. Lucían como Taehyung, vestidas de arriba debajo de lujo. Debían ser apostadoras del sótano.

Jeongguk pensó que era casi aterrador lo fácil que era para Taehyung soltar lo que realmente pensaba como si se hubiera desbocado un río dentro de su cuerpo. Hablaba como si no le costara nada.

—Me digo que puedo compartirte, pero no hago lo que digo. ¿Por qué soy así?

Jeongguk entró al auto, se abrochó el cinturón de seguridad y puso la mochila en su regazo. A pesar de todo, estaba sonriendo, porque Taehyung no se había ido sin él. Su mayor miedo esa noche había sido que lo dejara solo en el club. Era la única persona que lo apoyaba ahora. A Seokjin no le gustaba ir al club, había peleado con Yoongi y Jimin, Hoseok era su mayor rival y el público lo odiaba. Si Taehyung también lo hubiera dejado… ¿Cómo podría haberle hecho lo mismo a Taehyung?

Merecía que lo trataran de la misma manera que él lo trataba.

—No iba a irme con ella—confesó Jeongguk. Le sorprendió lo fácil que fue decirlo, y abrió la boca, estupefacto.

—¿Qué?—preguntó Taehyung. Levantó la cara, y tenía la nariz roja, como si hubiera intentado aguantar el llanto—. Pero yo te vi… Ella y tú… Los dos…

—No iba a irme con ella—repitió, empezando a sonreír—. Tenía miedo de que te hubieras ido sin mí, por eso corrí. No quería que pensaras mal de mí. Sí, ella es una de las bailarinas con las que siempre solía follar, pero es sólo eso. ¿No me has dicho todo tiene su final? ¿Qué siempre no es siempre?

—No iba a irme sin ti—murmuró él.

—A Jin no le gusta que yo diga que nuestros cuerpos hablan, pero es cierto—Jeongguk ladeó la cabeza—. Lo viste, ¿no?

—Sí.

—Pero no me fui con ella a pesar de eso.

—¿Por qué?—preguntó Taehyung, y se lamió los labios.

—Porque hay alguien que está dispuesto a estrellar su auto por mí esperándome afuera.

Taehyung soltó una risita y sonrió, coqueto. Al instante, Jeongguk se transportó a la primera noche en que lo había visto. Pensó en cuánto lo había deseado.

Y ahora, por fin, lo tenía.

 

 

 

 

 

 

 

Taehyung y él hicieron el amor y Jeongguk lo dejó durmiendo en su cama. Mientras se duchaba, planeó lo que iba a decir.

Bajó en puntas de pies, porque Namjoon estaba durmiendo. Roncaba con tanta fuerza que Jeongguk esperaba ver temblar los cristales del balcón. Últimamente, Jeongguk lo veía con más regularidad en el apartamento. Quizá Seokjin estaba aceptando por fin que eran algo más que amigos.

La puerta del balcón estaba abierta. Jeongguk se deslizó por el hueco que dejaba, intentando ser lo más silencioso posible, y la cerró a su espalda. Seokjin descansaba en el suelo, fumándose un cigarrillo con filtro.

—Dame—le pidió Jeongguk como saludo.

Seokjin le dirigió una mirada desdeñosa y soltó el humo por la nariz.

—¿Qué pasó?—preguntó, aburrido. Estaba envuelto en una manta que le daba más de tres vueltas. Un regalo de Namjoon—. Mi compañía no es lo que quieres esta noche. ¿No está Tae ahí arriba?

—Está arriba, sí, pero a mí también me gusta estar contigo.

Seokjin se rio como si dijera “no te creo nada, mentiroso” y siguió mirando entre las rejas de la barandilla. Las farolas iluminaban la calle vacía y un poco húmeda; había llovido en la tarde.

—Jin, he pensado que nunca hablo contigo—Seokjin lo miró por el rabillo del ojo, pero no dijo nada—. Siempre estás preguntándome cosas y yo las respondo si quiero, pero nunca soy yo el que te habla.

—Vaya, estamos filosóficos esta noche.

—No te burles de mí, estoy intentándolo—lloriqueó Jeongguk, sabiendo que a Seokjin no le gustaba—. Parece que pasa siempre, pero no es así. Todo termina.

—No quiero que pienses que debes contarme todo lo que pasa contigo—dijo Seokjin, sacudiendo el cigarrillo entre los dedos—, para eso no estoy aquí.

—¿Para qué estás aquí?

—Para apoyarte, para acompañarte. Eres como… mi hermano menor, ¿sabes?—Y añadió, después de una calada—: Yo te amo.

—Y yo te amo a ti.

Jeongguk le sonrió cuando Seokjin se giró a mirarlo, y aguantó que le despeinara el cabello.

—¿De qué quieres hablar?—preguntó Seokjin, finalmente. Había olvidado el cigarrillo que se consumía a sus pies. Jeongguk lo consideró una victoria.

—Responderé una pregunta que me hiciste, Jin. Quiero decirte quién creo que soy.

Seokjin lo escuchó atentamente.

 

 

 

 

 

 

 

También le hizo el amor a Taehyung antes de irse a Hope Studio. Taehyung ya no regresaba a casa. Decía que se sentía solo, que de todas maneras Seokjin era muy buena compañía, y se quedaba a dormir noche tras noche. Compraba comida para todos, así que Seokjin no podía quejarse.

Jeongguk se había puesto el uniforme acartonado, por haber estado tanto tiempo en la mochila, y se había mirado al espejo. Lucía como si hiciera parte del grupo de baile de Hoseok.

—Eso es bonito—silbó Taehyung, desde la cama. Estaba medio desnudo y se tomaba fotografías con filtros para sus amigos en Japón—. ¿Por qué no te quedas un poco más? Se me ocurren muchas maneras en las que podría quitarte ese uniforme.

—Lo imagino—respondió Jeongguk. Su reflejo tenía las orejas rojas.

—¡Jeonggukie!

Hope Studio estaba como lo recordaba. Jeongguk tuvo que quedarse un momento de pie en la entrada, limpiándose un par de lágrimas que se le escaparon de los ojos, quizá por la nostalgia, antes de entrar. El salón en el que Hoseok daba clase, el principal, estaba a reventar. Siempre eran muchos los que querían tomar clase con él como profesor.

Jeongguk se formó con los demás, como si fuera uno más, y se preparó para bailar. Varios lo reconocieron, pero se abstuvieron de hacerle preguntas. “Es mejor así”, se recordó Jeongguk, “al único que debe importarle es a él”.

Hoseok lo vio después de una hora. Sus miradas se encontraron en el espejo y Hoseok se detuvo en mitad de un movimiento, desafiando la gravedad en una pirueta, y sonrió. Parecía que sabía que ya se había acabado la rabieta de Jeongguk y este había regresado por fin a su hogar.

Al finalizar la clase, Jeongguk se limpió el sudor con una toalla de manos que tenía en la mochila casi vacía y bebió un gran trago de agua. Esperó pacientemente hasta que todos los alumnos estuvieron afuera, incluyendo a Yeoreum, a la que saludó con energía.

—Bienvenido de nuevo—dijo Hoseok, cuando se encontraron solos. En su gorra estaba el logo de Hope Studio, el mismo logo que la camiseta y los pantalones y las zapatillas de Jeongguk.

—Hola, Hoseok, espero que no estés muy enojado conmigo.

Hoseok hizo un gesto con la boca que podía interpretarse como un sí o como un no. Jeongguk se sentó en el suelo, frente a los espejos, recordando la mancha húmeda que Taehyung había dejado con su cabello en su ventana la primera noche que habían tenido sexo.

—Debo aceptar que me has sorprendido bastante—dijo Hoseok. Se sentó frente a Jeongguk, apoyando todo su peso en los brazos detrás de él, y lo miró fijamente—. Pensé que nunca sabría por qué nos dejaste de repente.

—¿Cómo sabes que eso es lo que vengo a decirte?

—Lo sé, Kook, yo soy tu profesor favorito.

Jeongguk protestó, pero sonreía. Había extrañado mucho a Hoseok, había extrañado bailar con él, había extrañado ponerse el uniforme de su estudio de baile.

—Seguí tu consejo.

—¿Mi consejo?—repitió Hoseok, arqueando las cejas—. ¿Cuál consejo?

—Siempre escuchaba demasiado a los demás—se explicó Jeongguk—. Ahora sé que no debe ser así. A veces, hay que cambiar.

—Suenas diferente. ¿Qué ha pasado contigo? La última vez que supe de ti, aún querías acabar conmigo y mandarme hasta la base de la pirámide alimenticia de los bailarines.

Ambos se echaron a reír.

—Hey, ¿quieres escuchar por qué dejé Hope Studio y empecé a batallar contra ti?

—Ilumíname, oh, estudiante pródigo. Creo que al menos me merezco una explicación—bromeó Hoseok.

Jeongguk abrió la boca y empezó a hablar.

 

 

 

 

 

 

 

Jeongguk se caló la gorra del grupo de baile e intentó adecentarse, aunque echaba en falta un espejo de cuerpo entero.

—Te ves bien—comentó Taehyung, mientras miraba el celular.

—Ni siquiera me has visto—se quejó Jeongguk.

La música de las batallas se escuchaba apagada en el camerino y había un par de bailarines descansando por ahí. Taehyung se había colado en la habitación con el permiso de la dueña del lugar. Jeongguk no sabía desde cuándo eran amigos esos dos.

—Siempre te ves muy bien—dijo Taehyung—. No las estoy mirando, pero puedo asegurar que esas piernas… ¡uff!

—Eh, lindo, dile a tu admirador que deje de hablar así—se burló la bailarina que Jeongguk deseaba que se metiera en sus propios asuntos.

—No me digas lindo—le pidió—, por favor.

—Eres lindo—intervino Taehyung, todavía concentrado en lo que estuviera mirando ahí en su pantalla—, y mío.

—Le ha quedado claro a todo el mundo—bromeó la chica—. ¿No lo crees, Yeoreum?

Yeoreum decidió no responder, dándole la espalda a la conmoción y recogiéndose el cabello en una coleta alta. A Jeongguk no le pasó por alto la mirada hostil que le lanzó Taehyung cuando pensó que nadie lo estaba vigilando, así que lo obligó a ponerse de pie y lo empujó hacia la salida.

—¿A dónde estás llevándome?—preguntó Taehyung, mosqueado. Intentó sostenerse de las puertas de los casilleros cercanos, pero lo único que logró fue magullarse las manos—. ¡Jeongguk!

—Te vi—Jeongguk sonrió cuando Taehyung se cruzó de brazos y se dejó llevar hasta afuera. La música sonaba cada vez más fuerte mientras se acercaban a las graderías.

—No tienes pruebas.

—Deja a Yeoreum en paz. Ya te tiene suficiente miedo.

Taehyung cerró la boca en un instante y se removió hasta que logró liberarse de las manos de Jeongguk. Antes de subir los primeros escalones de las graderías, se dio media vuelta, limpiándose la ropa como si estuviera llena de polvo, y evaluó a Jeongguk de arriba abajo. Él lo dejó ahí, un poco divertido, pensando que el comportamiento de Taehyung era parte de una broma.

Al regresar a los camerinos, Yeoreum ya no estaba. En su lugar, Jimin se acomodaba el cabello bajo una gorra de pescador con el logo del Hope Studio.

—Jimin—lo llamó. El chico, sobresaltado, dio un saltito, pero no le prestó atención—. Park Jimin—No recibir respuesta hizo sonreír a Jeongguk. Jimin era terco, pero después de haber hablado con Hoseok, no le suponía un problema enfrentarse a él—. Enano.

—¿A quién estás llamando enano, mocoso irrespetuoso?—lo encaró Jimin, calándose el sombrero hasta las cejas—. ¿Quieres pelear?

Se quedó en mitad de un paso al ver la ropa de Jeongguk. Él, para disfrutar más el momento, dio una vuelta, como si estuviera modelando un traje de esos caros que Taehyung se ponía.

—¿Qué dices?—preguntó, cortando el silencio que se había formado entre ellos—. Yo creo que este uniforme me queda muy bien. Es casi como si lo hubieran hecho especialmente para mí.

Jimin no respondió. En cambio, se desplomó sobre una de las pocas bancas que había y hundió la cabeza en las manos. La línea de sus hombros se hundió, como si lo hubieran liberado de un gran peso.

—¿Estás llorando? No llores.

—Tú eres el que siempre está llorando—lo acusó Jimin, señalándolo con un dedo amenazador—. La otra vez, fuiste tú el que se puso a llorar tanto que le dolió la cabeza.

—¿Quién te dijo eso?—inquirió Jeongguk, borrando su sonrisa—. ¿Quién fue?

—Seokjin.

—¿Por qué siempre se tiene que meter en mis asuntos?

La pregunta quedó en el aire, mientras Jimin se frotaba energéticamente la cara, con la intención de evitar llorar, y Jeongguk lo miraba.

—¿Has hablado con Hoseok?—preguntó Jimin, levantando un poco la cara. Sonreía de oreja a oreja y le quedaba muy bien; se veía más atractivo así que con el ceño fruncido. Era la primera vez que le sonreía a Jeongguk desde que había regresado de América.

—Por supuesto. Le expliqué por qué dejé el equipo.

—¡Merezco saber eso!—exclamó Jimin. Una pareja de bailarines se quedó mirándolo, pero no les pidieron que bajaran la voz.

—Te diré—prometió Jeongguk—. También tengo que pedirte perdón.

—¿Por qué?—Jimin ladeó la cabeza, genuinamente curioso.

—Por no haberte llamado, ni escrito, ni nada en estos seis meses—Jeongguk pasó saliva, repentinamente tímido, y se rascó la nuca—. Te extrañé.

—Y yo a ti—reveló Jimin, ampliando la sonrisa—. Y yo a ti, mucho más.

 

 

 

 

 

 

 

—Me encontré con Seokjin—Fue lo que dijo Yoongi cuando Jeongguk se sentó frente a él. En la mesa había dos hamburguesas y una orden familiar de papas fritas que Yoongi no había tocado.

—¿Qué?—soltó Jeongguk, con la guardia baja.

—Hace un par de días, en el supermercado—Yoongi miró hacia otro lado, incómodo—. Iba con ese novio suyo que se pasea por ahí con bolsas de libros en los brazos.

—Kim Namjoon—dijo, aunque sabía que Yoongi olvidaría el nombre en los próximos dos minutos.

—No me interesa—gruñó—. Pero me alegra que hubiera estado ahí… Si no hubiera estado ahí, tu querido hermano me habría lanzado el carrito de compras, con las compras dentro, a la cabeza.

—¿Mi hermano?—preguntó Jeongguk en un hilo de voz—. ¿Te refieres a Jin? Jin no es mi hermano.

Yoongi bufó, como si no pudiera creer que hubiera tanta estupidez reunida en una sola persona, antes de responder:

—Tú lo elegiste a él. Es tu hermano.

Jeongguk boqueó, aturdido, con un montón de ideas pasándole a velocidad luz por la cabeza. ¿Qué quería decir Yoongi con todos esos misterios que le decía?

—No entiendo nada—confesó Jeongguk. Luego lo pensó mejor y abrió los ojos como platos—. ¿Yo lo elegí a él? ¿Acaso es una competencia?—Yoongi fingió que no lo escuchaba. “Típico de Yoongi”, pensó Jeongguk—. No me digas que… Yoongi, eso es muy estúpido e innecesario y mal de tantas maneras diferentes que no sé por dónde empezar.

—No sé qué estás pensando, pero no es.

—Es casi tan malo como que tú y Jimin pensaran que yo tengo un sugar daddy y soy una especie de puta.

Yoongi se sonrojó, mas no respondió a la acusación.

—A ver si he entendido bien—Jeongguk puso los codos sobre la mesa y esbozó una sonrisa torcida—. ¿Seokjin y tú se odian tanto porque había alguna especie de competencia a mis espaldas para ver a quién elegía?

—No… Bueno, quiero decir… ¿quizá? No hay nada en papel—balbuceó Yoongi, cada vez más rojo. No parecía poder dejar los ojos fijos en un solo objeto, y sus irises se movían de lado a lado con tanta velocidad que a Jeongguk le sorprendía que no se mareara—. Suena muy estúpido si lo dices así—dijo, rendido.

—¡Pero si yo los quiero a los dos por igual!—se burló Jeongguk. Eso de decir la verdad, de poder hablar por fin, le estaba gustando—. Qué tontería. Creo que, si le dieras la oportunidad, Jin y tú podrían ser muy buenos amigos.

Yoongi le dio una mirada torva.

—No pidas más de lo que hay, Jeongguk.

Jeongguk se echó a reír.

—Perdóname—murmuró Yoongi—Jimin y yo no debimos… Lo siento mucho. Ya me contó que hablaste con él. No sabes cuánto lo lamento.

—Está bien—respondió Jeongguk, encogiéndose de hombros—. Sé por qué lo hizo Jimin. Creo que también sé por qué lo hiciste tú—Yoongi lo miró fijamente, esperando la explicación—. Necesitabas una razón para odiar a Taehyung, además de que tuviera mucho dinero. No es tu tipo de persona favorito.

Yoongi asintió, metiendo las manos debajo de la mesa.

—Perdóname—pidió de nuevo—. No sé en qué estaba pensando. Quería salvarte de ellos y yo… No sé por qué pensé que tenía que hacerlo—Parecía tener ganas de hacer algo con las manos, pero no las movió de su regazo, donde Jeongguk no podía verlas—. De repente andabas con él por todos lados y parecías uno de esos boy toys que se la pasan por ahí en el club junto a sus sugar daddys. Yo sólo pensé: “vaya, creo que debería intervenir”. A nadie más le importaba lo que estabas haciendo y yo… Mierda, no sé. Perdóname.

Jeongguk tomó la hamburguesa y empezó a comer. Quería que las palabras que había dicho Yoongi se quedaran ahí, entre ambos, como si flotaran en el aire. Así se daría cuenta cuál era el problema.

—Taehyung no es una mala persona—comentó, después de tragar—. Me gustaría que lo conocieras.

—Si tú lo dices…— titubeó Yoongi—. Mira, no sé por qué, pero lo miro y no puedo dejar de pensar en todo el dinero que tienen y lo bien que viven y lo mal que viven algunas personas en el mundo. Sólo son un grupo de bastardos egoístas y no…— Se detuvo en mitad de la frase al notar el ceño fruncido de Jeongguk y suspiró.

—No voy a negarlo, pero no quiero discutir—Jeongguk se frotó la mejilla, intentando concentrarse en lo que quería decir para no pelear con Yoongi—. Puedes pensar lo que quieras, pero a Taehyung… Primero conoce a Taehyung, luego hablaremos sobre esto, ¿de acuerdo?

Yoongi asintió, aunque estaba dispuesto a empezar un debate si Jeongguk le daba permiso. Él sólo se comió una de las hamburguesas y algunas de las papas fritas que ya empezaban a ponerse frías.

—Él cree que lo odias—le informó, señalándolo con una papa.

—No lo odio—se defendió Yoongi, frunciendo el ceño—. Sólo odio lo que representa. Si no se vistiera de esa manera, como si quisiera restregarnos a los demás en la cara todo el dinero que tiene, no tendría ningún problema con él.

Jeongguk soltó una risita. Recordó cuando se enteró que todo lo que vestía Taehyung era de diseñador, se había sorprendido tanto que pensó en no volver a dirigirle la palabra.

—Sé lo que parece… pero creo que debes darle una oportunidad—Lo pensó un poco y añadió—: Hazlo por mí, por favor.

—No me chantajees, Jeongguk. Eso es muy bajo.

“Tan bajo como Min Yoongi”, recordó Jeongguk, y tuvo que ocultar la parte inferior de su cara para que Yoongi no viera su sonrisa.

—Vamos, Yoongi, me harás muy feliz si conoces a Taehyung. Él es como… mi novio. Sí, mi novio. Algo así. No mi sugar daddy.

Yoongi lo miró con indecisión, pero al final asintió en silencio. Entonces, Jeongguk le enseñó la sonrisa que tenía.

—Estás demasiado contento—se quejó Yoongi—. Borra esa sonrisa de tu cara antes de que se te quede así para siempre.

—Gracias, Yoongi. Sé que es difícil para ti.

Vacilando, Yoongi puso las manos sobre la mesa. Había suciedad bajo sus uñas y en las cutículas, aunque se notaba que se había frotado la piel con tanta fuerza, en un esfuerzo por limpiarla, que se había hecho daño. Jeongguk pensó en lo que Seokjin le había dicho sobre Yoongi escondiendo sus manos porque se sentía inferior a Taehyung.

Jeongguk se mordió la mejilla y extendió una mano para ponerla sobre las de Yoongi, curtidas por el trabajo duro. Eran tan diferentes a las de Taehyung como la noche del día.

—Todo estará bien. Yo estaré ahí—le prometió Jeongguk, dándole un apretón a sus manos—. Y si te sientes mal, me dices. Te sacaré de ahí lo más rápido que pueda.

—Deja de tratarme como un niño. Sé cuidarme sólo.

—Lo sé, Yoongi—Jeongguk le dio otro apretón—. Lo sé.

 

 

 

 

 

 

 

 

Jeongguk estaba de pie junto a Jimin y Hoseok esperando el resultado de la batalla de grupos y no podía sentirse más feliz. En medio de la presentación, Jimin había hecho un montón de piruetas que se habían ganado el aplauso entusiasta de una multitud enardecida desde las graderías. Al acabar, Hoseok les había susurrado que Jimin debía cuidarse, porque empezarían a pagar más por él.

—Si van a pagar más por mí, ojalá sea alguien como Taehyung—había respondido Jimin, jadeando. Le dio un codazo a Jeongguk y le guiñó un ojo—. Parece que es de los buenos.

Jeongguk le había devuelto el golpe con el doble de fuerza.

El grupo con el que habían competido tenía un aire de derrota que Jeongguk empezó a reconocer como suyo, antes, cuando aún no se había reconciliado con Hoseok y Jimin. Después de haberse ido de Hope Studio, se había sumido en una guerra personal destinada al fracaso, pues ni él mismo creía que era bueno en lo que hacía. Ahora era todo lo contrario.

—¿Quién ganará?—chilló el presentador en el micrófono. Era fan del grupo de Hope Studio y también se veía tan feliz como Jeongguk de que hubieran regresado. El único que no estaba tan contento era Taehyung, porque debía quedarse hasta muy entrada la noche, en los turnos de los grupos, para verlos bailar—. Yo sé quién va a ganar, pero quiero que griten.

El público recibió la broma con más aplausos. Entonces, Jeongguk sintió que Hoseok lo tomaba de la mano.

—Vamos a ganar—murmuró Jimin.

Y los jurados los señalaron. Hoseok levantó su mano junto a la suya, como vencedores.

Jeongguk bajó de la tarima envuelto en felicitaciones y abrazos de otros bailarines que apenas se quedaban el tiempo suficiente para que él los identificara antes de apartarse para que otros pudieran saludarlo. Al abrazar a la bailarina que lo llamaba lindo, se le humedecieron los ojos. Era su primera victoria de grupos desde que Jimin se había ido a América.

Hoseok lo tomó del brazo para llevarlo consigo fuera del gentío, lanzando sonrisas en todas direcciones. Jeongguk se aferró a su mano y lo siguió, bajando la cabeza. En la mesa de las apuestas había una gran conmoción.

—¿Qué pasó?—preguntó Jeongguk. A Hoseok se le había borrado la sonrisa.

—No lo sé, pero Yoongi me pidió que fuera por ti.

Jeongguk se adelantó hasta la mesa y se abrió paso entre las personas que vociferaban. En el centro, cruzado de brazos, Yoongi movía la cabeza de arriba abajo.

—¿Yoongi?—lo llamó.

Yoongi levantó la cara e intentó sonreír, pero su gesto no fue muy alegre. La gente, al ver que empezaba a prestar atención, volvió a gritar.

—¿Qué no ven que está cerrado, hijos de puta?—exclamó Yoongi, señalando con rabia el trozo de papel que ahora decía cerrado. A Jeongguk se le había olvidado que ese cartel burdo existía.

—¡No puedes cerrar la mesa de apuestas!—protestó alguien con más anillos en los dedos que piel desnuda.

—¿Que no?

De manera teatral, Yoongi giró el papel doblado hasta que la palabra “ABIERTO” estuvo al frente. Luego, moviendo los dedos como si fuera un prestidigitador en Broadway, la giró de nuevo hasta “CERRADO”.

—He cerrado la mesa de apuestas—anunció, mirándolos a todos con los ojos entrecerrados.

—¡No puedes!—se quejó otro, después de una pausa demasiado larga.

—Suga, ¿qué pasa?—intervino Hoseok, asomando la cabeza sobre el hombro de Jeongguk y obligándolo a inclinarse—. Nunca cierras esto.

—Tenemos que irnos—ordenó Yoongi, antes de ponerse de pie. La caja en la que guardaba el dinero estaba bajo la mesa y él la pateó hacia los furiosos miembros del público que parecían querer sacarle los ojos.

—¿Por qué?—preguntó Hoseok. No sabía qué estaba pasando, pero no lo dudó ni un minuto, tomó a Jeongguk del antebrazo y le hizo señas a Jimin a lo lejos para que los siguiera.

—Tae recibió una llamada y casi sale corriendo en ese mismo momento—explicó Yoongi. Jeongguk soltó un estupefacto “¿Tae?” que todos ignoraron—. Fue difícil convencerlo, pero logré que nos esperara—Luego, como si apenas lo recordara, miró a Jeongguk y le dijo—: Ya sé que no te gusta que hable mal de los ricos bastardos, pero esta vez yo tengo razón. Ojalá se les caiga el techo encima.

—¡Yoongi!—exclamó Jimin, uniéndose al grupo—. ¡Eso no está bien!

—Liberaremos a este mundo de un buen grupo de hijos de puta. Ni sus madres los van a extrañar.

Jimin boqueó, incapaz de encontrar las palabras. Su boca se abrió una y otra vez de una manera casi graciosa y Jeongguk sonrió, a pesar de que no sabía qué estaba pasando.

—¿En tu auto?—preguntó Yoongi. Hoseok asintió—. Bien, Jimin y yo vamos contigo. Jeongguk va con Tae.

—¿Desde cuándo es Tae?—inquirió Jeongguk.

—Desde hoy—respondió él, críptico—. Ahora cállate y apúrate.

Yoongi los apuró a todos hacia las escaleras, ignorando los gritos indignados de los apostadores y los bailarines.

—Esos autos son muy bonitos—comentó Jimin, al salir. Taehyung estaba de pie junto a su auto y parecía que se había pasado las manos por el cabello hasta casi arrancárselo—, pero el espacio que tienen…

—Por eso vienes conmigo—intervino Hoseok, sonriendo—. ¿A dónde, Yoongi?

—Sigue ese auto—dijo él, señalando el auto deportivo—. No me miren así. Sé que también han querido decir algo como eso. Es icónico.

Jimin puso los ojos en blanco.

Jeongguk se acercó a Taehyung y lo obligó a mirarlo tomándolo de los antebrazos. Tenía los ojos enrojecidos y un mohín angustiado que le dieron ganas de quitarle a besos. Su frente, humedecida por el sudor, asomaba entre los mechones de su cabello que se había desordenado.

—¿Qué pasó?—preguntó, en voz baja. Taehyung intentó soltarse—. ¿Tae, qué pasó?

—Tenemos que irnos ya—Después insistió—: Ya, ya, ya.

Jeongguk le dio un vistazo a Yoongi, a su espalda, esperando que él le explicara. Taehyung aprovechó su descuido para deshacerse de su agarre y salir corriendo hacia el asiento del conductor de su auto.

—Súbete, Jeongguk—le ordenó Yoongi, de pie junto a Jimin en la calle—. Hoseok fue por su coche. Ya los alcanzaremos.

Todavía confundido, Jeongguk abrió la puerta del deportivo y entró junto a Taehyung, quien abrió una aplicación en el teléfono.

—¿Tae…?—titubeó, pero no le dijo nada más al verlo concentrado en lo que hacía. En cambio, se puso el cinturón de seguridad y esperó.

Taehyung empezó a conducir poco después. Y lo hizo con tanto desenfreno que Jeongguk, aferrado a su asiento y el techo del auto, se sintió como si hiciera parte de las grabaciones de “Rápidos y Furiosos”. La situación era tan ridícula como emocionante, y no sabía qué se supone que debía hacer.

Por el espejo retrovisor podía ver el auto de Hoseok siguiéndolos, a veces a mucha distancia y otras veces justo detrás. Se preguntó si sería Yoongi el que estaría conduciendo. Tanta velocidad le pondría a Hoseok los pelos de punta.

Finalmente, Taehyung detuvo el auto en la calle estrecha frente a una casa. Intentó desabrocharse el cinturón de seguridad con movimientos torpes y poco calculados, por lo que Jeongguk, más calmado, tuvo que ayudarle. Antes de salir disparado por la puerta, Jeongguk lo tomó de la mano.

—Tae, respira un poco, ¿sí? Dime qué es lo que está pasando.

Taehyung lo miró como si no estuviera ahí, casi atravesándolo con los ojos. Rendido, Jeongguk lo dejó ir y lo siguió afuera. El auto de Hoseok se detuvo con un chirrido que le recordó a Jeongguk la noche en la que había conocido a Taehyung.

Yoongi se bajó de un salto del asiento del conductor. Por el otro lado, Hoseok cayó desmadejado en el suelo.

—¿Está bien?—preguntó Jeongguk, abriendo mucho los ojos.

—Ya volverá en sí—dijo Jimin, siguiendo a Taehyung y Yoongi que ya habían entrado a la casa—. Sólo está siendo dramático.

—¡Casi nos matamos!—exclamó Hoseok—. ¡Soy muy joven para morir!

Jeongguk lo ignoró a favor de caminar detrás de Jimin. Ambos sortearon una larga fila de zapatos en la entrada y se encontraron con un jardín interior que tenía muy buen aspecto. Jimin se detuvo un momento para admirar una planta, pero fue interrumpido por un grito del interior de una de las habitaciones.

Cuando entraron, Taehyung tenía a un chico empotrado contra la pared. Yoongi trataba de separarlos sin éxito.

—¿Dónde está?—volvió a gritar Taehyung, dándole un empujón—. ¿Dónde está mi hermano?

Jeongguk se quedó congelado al ver a los reunidos más cercanos, todos vestidos con ropa de diseñador casi idéntica. Alguna vez, Yoongi le había dicho que a los ricos bastardos les gustaba comprar en el mismo lugar porque así no tenían que expresar su personalidad como los demás mortales. En una mesa de café junto a los pies de Taehyung había líneas de polvo blanco y un montón de bolsitas de plástico con contenidos de diferentes colores. La habitación era tan grande que Jeongguk no podía ver la pared contraria, oculta por un grupo de personas de pie con cigarrillos en la mano.

—Vamos, Tae, cálmate—dijo el chico. Su voz se quebró a la mitad de la frase al recibir otro empujón.

—Ya está bien, suéltalo—ordenó Yoongi, intentando interponerse.

—No voy a soltarlo hasta que me diga dónde está mi hermano.

—Están… Droga…— balbuceó Jimin, apretándose junto a Jeongguk.

—Nunca había visto tanta junta—dijo Hoseok, tambaleándose hacia ellos. Estaba pálido, pero tenía mejor aspecto que al bajarse del carro—. ¿De dónde sacaron tanta?

—¿Dónde está mi hermano, Sungmin?—repitió Taehyung, perdiendo la paciencia. Jeongguk lo vio en la manera en la que entrecerraba los ojos: habría problemas si no intervenía—. Más te vale que esté bien.

Jeongguk intentó alcanzarlos, pero Jimin se lo impidió sujetándolo del brazo. Parecía aterrorizado, casi temblando como una hoja, y fue entonces que Jeongguk recordó las revistas que le había mostrado en las que el hermano de Taehyung había sido protagonista.

—Oh, mierda—maldijo en voz baja—. Ojalá no llegue la policía.

—¿La policía?—repitió Hoseok con la voz sofocada.

El chico, Sungmin, levantó ambas manos hasta lo que Taehyung le permitió e hizo un gesto conciliador.

—Era una broma—masculló, intentando sonreír.

—Una broma—siseó Taehyung, aflojando sus brazos. Yoongi logró separarlo del chico y lo sostuvo cuando se tambaleó—. ¿Cómo que una broma?—Al no recibir respuesta, se giró hacia la mesa, donde una chica con un tubo de metal más delgado que su dedo meñique miraba todo con expresión estupefacta—. Dime que es una broma, Soyeon. Explícame por qué mierda pensaron que sería divertido decirme que mi hermano… que mi hermano…

 —Hey, Tae, cálmate—Sungmin esbozó una sonrisa perdida, casi soñadora—. Es sólo una broma.

—Una broma—sollozó Taehyung, y se cubrió la cara con las manos. Yoongi lo sostuvo en silencio, aunque su lenguaje corporal reflejaba lo mucho que quería salir corriendo.

—Te dije que no debiste decirle eso—se quejó Soyeon. Y allí, frente a la mirada cada vez más estupefacta de los tres bailarines en la puerta, esnifó a través del tubito una raya de cocaína. Después, sorbió y se limpió con el dorso de la mano—. Eres un tarado. 

—Fue idea de Taeha—respondió Sungmin. Ignoró a Taehyung temblando frente a él y caminó hasta sentarse en el suelo junto a la mesa—. ¿O no? ¿Estoy mintiendo? Díganme que estoy mintiendo.

—No estás mintiendo—dijo una chica, lejos.

Jeongguk miró a Taehyung, que le decía a Yoongi algo en voz baja. Tuvo que armarse de todo su valor para ir hacia él. Se sentía como un payaso de circo, ahí en medio de todas esas personas, y vestido como estaba. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, lo escuchó:

—Dijeron que había tenido una sobredosis—murmuraba Taehyung, en un tono tan lastimero que a Jeongguk se le humedecieron los ojos—. Dijeron… Sobredosis… ¿Cómo es eso divertido?

Yoongi, al verlo, se separó de Taehyung y dejó que lo abrazara. Al instante, Taehyung pareció desvanecerse en sus brazos, sollozando sonoramente y limpiándose la cara en su uniforme.

—Casi me matan de un susto—gimió. Jeongguk lo apretó con más fuerza—. Pensé que esta vez… esta vez sí… Pensé que no iba a llegar a tiempo—Divagó, con la voz cada vez más rota—. Tiene que pasar alguna vez, yo… No puedo llegar a tiempo siempre, Jeonggukie.

—Respira, Tae—Fue lo único que pudo decirle.

—Pensé que iba a morirse… No quería que muriera junto a esta gente, es horrible—Soltó una risa de desprecio—. Le diré a sus padres. Sungmin… Le voy a enseñar qué es divertido.

Jeongguk le frotó la espalda, intentando calmarlo.

—Eh, Tae, tu hermano está allí, si quieres verlo—dijo Sungmin, señalando hacia su izquierda de manera vaga—. Está en buenas condiciones. Vamos, hombre, si le hablas, te contestará.

Taehyung se limpió la nariz con la manga de su camisa y se dirigió hacia la dirección que le habían indicado, aunque Jeongguk no podía estar seguro de que pudiera ver lo que había a su alrededor cuando había estaba abrazado a él. Casi en automático, Jeongguk lo siguió, poniéndole una mano en la espalda para guiarlo.

Lo encontraron detrás de un sillón, descansado en la pared y mirando de una manera bobalicona la pantalla de una tableta. El parecido con Taehyung era innegable. Era su hermano pequeño y tenía sus ojos y la curva de la punta de su nariz. Taehyung se hincó junto a él, frotándose la nariz enérgicamente con la camisa cada vez más húmeda. Las lágrimas le habían dejado marcas sobre las mejillas.

—Pensé que estarías con la abuela—dijo Taehyung, intentando sonar estricto, pero fallando en esconder el alivio que sentía.

—Oh, Taehyung—lo saludó su hermano. Desvió los ojos de la pantalla con tanta lentitud que Jeongguk se preguntó si estaría bien—. Hola.

—Hola.

—¿Qué haces aquí?—Luego señaló lo que tenía en la mano y dijo—: Es el mejor video que he visto.

Taehyung sonrió y Jeongguk quiso sacarlo de ahí lo más rápido posible. Taehyung no debería estar en esa habitación con el grupo de drogadictos de ropa cara, sino con Jeongguk, en su apartamento, en su cama, celebrando la primera victoria del grupo de Hope Studio en más de seis meses. Sin darse cuenta, cruzó los brazos y empezó a taconear.

—Mira, pero si es tu trabajo social—Jeongguk miró al hermano de Taehyung con la boca abierta. ¿Se estaba refiriendo a él?—. ¿Todavía estás dando de comer a los hambrientos?

—No hables así…— lo regañó Taehyung, sin muchas ganas. Se sonrojó hasta el cuello, avergonzado, y miró hacia el suelo. Así no tendría que ver la reacción de Jeongguk.

—Sí, sí, es verdad. Ya me habías dicho que a los pobretones no les gustaba que los llamaran así.

Jeongguk pensó en Yoongi y Jimin, que habían dicho algo parecido, pero desde el otro lado de la moneda. Pensó en Taehyung después de haberlo ignorado por lo de Yoongi: “Si te dijo la mitad de lo que mi hermano me dijo a mí, entiendo por qué no querías verme”. Para su hermano Jeongguk era un pobretón, para Yoongi, él era un rico bastardo.

—No voy a quedarme aquí—anunció—. Tae, esperaré afuera.

No esperó a que le dijera algo. Además, ¿qué podría decirle? Salió de la habitación dando zancadas, como si estuviera enfadado, pero liberándose de un peso que no sabía que tenía con cada centímetro más cerca del auto deportivo. Sus amigos lo siguieron inmediatamente. Jeongguk escuchó a Jimin murmurarle a Hoseok que si él tuviera tanto dinero, lo que menos haría sería meterse tanta droga por la nariz.

Afuera, Jimin silbó antes de echarse a reír, probablemente por el nerviosismo.

—¿Qué dijo?—preguntó Yoongi, frunciendo el ceño de una manera que ya era familiar para Jeongguk.

—Nada, es sólo un rico bastardo. No es asunto nuestro.

Hoseok esbozó una sonrisa que, en su cara pálida, lo hizo parecer más cansado.

—¿Y Taehyung?—preguntó Jimin.

—Taehyung estará bien. Ya vendrá cuando termine.

 

 

 

 

 

 

 

 

Namjoon había dicho alguna vez “las personas atractivas tienen permiso para hacer muchas cosas”, también “la cocaína podría estar hecha de polvo de estrellas, pero si fuera así, sería de otro color y no se vería tan increíble”, y “los actos simbólicos funcionan cuando crees lo suficiente en ellos”.

Jeongguk, ya que podía testificar con su propia experiencia que una de esas frases era correcta, le creía con todo su corazón.

Por eso, no perdió tiempo para pedirle a Jimin todas las revistas que había acumulado en su larga campaña de desprestigio de Taehyung. Jimin dejó el paquete en su casa y se llevó una caja de perfume de Hugo Boss, argumentando que los mensajeros merecían al menos una paga.

—¿Qué tienes ahí?—preguntó Taehyung, sin levantarse de la silla en la que se balanceaba precariamente. Seokjin, sentado junto a él, puso cara de haber comido algo muy amargo.

—Oh, no en mi casa, Jeon Jeongguk—se quejó, subiendo el volumen de la voz y haciéndola más aguda—. No en mi casa

—También es mi casa.

—¿Qué está pasando?—continuó Taehyung, cada vez más sorprendido y entretenido a partes iguales. A Jeongguk le hacía feliz que no le hubiera afectado demasiado lo de su hermano. Era verdad lo que Taehyung decía: ya estaba acostumbrado a sus asuntos turbios. En cambio, Jimin aún miraba a los apostadores de las batallas de baile, especialmente los que iban muy bien vestidos, con desprecio.

—Ven, Tae—le pidió Jeongguk.

Tomó el paquete en sus brazos y pasó por encima de la cama de Seokjin (ganándose más quejidos del dueño) hasta el balcón. Ahí, en una olla bastante grande, tomada prestada de la casa familiar de Namjoon, dejó caer las revistas.

—¿Qué tienes ahí?—repitió Taehyung, entrando detrás de él. El balcón apenas tenía espacio suficiente para albergarlos a ambos junto a la olla y Jeongguk, temiendo que Seokjin se pusiera más violento, le pidió a Taehyung que cerrara las cortinas y la puerta—. Esto parece una muy mala idea.

—Tae, vamos a hacer un acto simbólico.

Taehyung esbozó una sonrisa confundida. Movía las manos como si no supiera dónde ponerlas.

—¿Un qué?—preguntó al fin.

—Un acto simbólico.

—Ya.

Se quedó observando a Jeongguk mientras tomaba la gasolina que le había pedido a Yoongi en un tarro de cristal de perfume de Chanel y lo vertía en la olla, rociando las revistas.

—¿Ese acto simbólico incluye un incendio?—preguntó Taehyung, tentativamente. Tenía esa sonrisa confundida en la cara, pero sus ojos bailaban con alarma.

—Oh sí. Será muy simbólico.

—Bueno—murmuró—. Okay. Perfecto.

—Vamos a quemar lo malo, Tae—Jeongguk sacó un encendedor del bolsillo de atrás del pantalón y lo instó a dar un paso hacia atrás—. Espero que no explote.

—Esto es la peor idea que has tenido y Seokjin me ha contado muchas cosas de ti—Taehyung se aferró de las barras del balcón a su espalda y le dio una mirada aterrorizada a Jeongguk—. No sé si estoy asustado o emocionado. Quizá una mezcla de ambas. También estoy un poco caliente.

Jeongguk soltó una risita.

—Vamos a quemar estas revistas—Hizo un gesto para abarcarlas con la mano libre y la llama bailó frente a su nariz—. Tienen chismes y…

—A mi hermano—completó Taehyung, asintiendo—. Quemaré a mi hermano, simbólicamente.

—No a tu hermano, sino sus…

—¿Asuntos?

—Si quieres llamarlo así—concedió Jeongguk—. Y lo vamos a hacer usando la gasolina del taller de Yoongi y este bonito encendedor que Jimin compró para mí en América.

Taehyung se lamió los labios.

—Hagámoslo—dijo—. Qué rayos, vamos a hacerlo.

—No pareces muy convencido.

—Si tu novio te dice que va a hacerle un funeral vikingo a un montón de papel, ¿qué pensarías?

—Pero tú no me has dicho nada así—respondió Jeongguk. Taehyung fingió que le disparaba con una flecha.

—Eres demasiado… Oh, mi pobre corazón—dramatizó—. Si no te quisiera, me habrías conquistado con eso.

—Te conquistan muy fácilmente, entonces.

—Ni siquiera me has pedido que sea tu novio.

—¿Por qué no me lo pides tú?

Taehyung se irguió, inflando el pecho y extendiendo el cuello hasta señalar a Jeongguk con un gesto de la barbilla.

—Frente a este acto simbólico y cremación, te pido a ti, oh, Jeon Jeongguk, que seas mi novio. Podemos tener la luna de miel después de que se nos quite la ceniza. O donde quieras. En la ducha también está bien para mí.

—Sí, vale. Ahora vamos a quemar esto—respondió Jeongguk, acercando la llama a la primera revista.

—Eso fue muy poco romántico.

—¿Sabes qué no es romántico? Que esto explote—Taehyung cerró la boca, divertido—. Ahora, espero hacer esto bien.

Prendió la primera revista, que, empapada en gasolina, ardió como la mejor leña. Las demás la siguieron casi al instante. Y Jeongguk imitó a Taehyung, apoyándose en la barandilla a su espalda, para ver el espectáculo sin quemarse las pestañas.

—Es muy bonito…— comentó Taehyung—. ¿Quién lo diría?

—Aquí está muriendo tu soledad, Tae. Ya no tendrás que estar solo—Luego agregó, sonriendo—. Y mi siempre.

—¿Tu siempre?

—Sí—asintió Jeongguk—. Mi siempre.

 

 

 

 

 

 

 

 

—Tenemos que hablar.

“Quizá las palabras no fueron las correctas”, pensó Jeongguk, cuando el catalejo que Taehyung tenía en las manos se cayó con un ruido metálico al suelo y él no supo cómo reaccionar.

—Quiero decir… Oh, vaya, eso sonó mal—Taehyung se inclinó a recoger el catalejo con las manos temblorosas y Jeongguk esbozó una sonrisa arrepentida—. Lo siento, Tae, no quería decir eso. No es algo muy serio.

Taehyung bufó, pero no dijo nada. Dejó el catalejo con cuidado en el alfeizar de la ventana y se pasó las manos por el pelo, tratando de calmarse.

—Me asustaste, idiota—le espetó. Le dio una mirada torva antes de sentarse en el borde de la cama y hacerle un gesto con la barbilla—. Habla.

—No voy a terminar contigo.

—Hicimos un funeral vikingo. No puedes terminar conmigo.

Jeongguk le sonrió y lo invitó a sentarse frente a él. Taehyung adoptó la misma posición de la noche en la que habían estado juntos por primera vez, descansando la cabeza en el cristal de la ventana y doblando las rodillas hacia un lado.

—Todo empezó porque Hoseok empezó a firmar contratos para coreografiar canciones.

—¿Qué?—preguntó Taehyung, frunciendo el ceño. Quiso sentarse mejor, pero al final desistió.

—Yo pensé: “bueno, no hay que ponernos mal por esto, sólo son contratos”. Pero luego, Jimin se ganó esa beca.

—¿Cuál beca?

—La beca que tomó para irse a América—respondió Jeongguk—. Se la ganó porque es un buen bailarín.

—No entiendo, Jeonggukie.

—¿Sabes, Tae? Yo siempre quise bailar. Me gusta mucho bailar. Pero a mis padres la idea no les agrada mucho—Jeongguk se encogió de hombros—. Me pagan la universidad y… no es lo que yo quiero estudiar. Dicen que el baile me hará morirme de hambre, como lo que tu hermano cree que hago.

Taehyung soltó un gruñido. No quería que le hablaran de él.

—Y llegué a creerlo yo también, cuando Hoseok empezó a coreografiar y Jimin se fue y sólo pude pensar que yo no era suficiente, que había algo que estaba haciendo mal. Entonces me fui de Hope Studio. Quería probarme a mí mismo que era un bailarín tan bueno como ellos dos. Por supuesto, no salió como esperaba. Perdí todas las competencias en las que participé. Me morí de hambre siendo bailarín—bromeó.

—No me parece divertido.

—Está bien. Ahora todo está mucho mejor.

—¿Fue por eso que no hablabas con Hoseok y Jimin estaba tan enojado contigo cuando regresó de su viaje?—preguntó Taehyung, después de una pausa—. Qué tonto fuiste.

—Quería ser un buen bailarín—repitió Jeongguk—. Veía a Hoseok y Jimin arriba de mí y yo estaba en sus sombras. No quería estar en la sombra de nadie.

—Nunca has estado a la sombra de nadie.

—Lo sé ahora, pero entonces era difícil—Jeongguk sonrió—. Ese es mi siempre.

—Que ya no es siempre—canturreó Taehyung—. ¿De esto querías hablar?

Jeongguk parpadeó, confuso, mientras Taehyung regresaba a su posición inicial, mirando por la ventana a través del catalejo.

—¿Por qué no suenas sorprendido?

—Bueno, Seokjin me habló de esto…

—Oh, no puede ser cierto… ¡Jin!—exclamó, poniéndose de pie.

Taehyung se quedó sentado en la cama, riéndose.

 

 

 

 

 

 

 

Epílogo

Seokjin sostuvo el cenicero con la mano libre y lo dejó sobre la barandilla del balcón, donde no podía caerse a menos que alguien lo empujara. En vez de cigarrillos, que estaba intentando dejar, tenía una bolsa de cubos de azúcar que sujetaba con el brazo desnudo. Jeongguk recogió las piernas para darle espacio para sentarse.

—¿Dónde está Taehyung?—preguntó Seokjin, metiéndose el primer cubo de azúcar de la noche en la boca.

—En…— empezó a responder Jeongguk, pero fue interrumpido por Yoongi, sentado en la cama de Seokjin. Con la puerta completamente abierta, podía poner los pies en el balcón y tener la mitad del cuerpo bien abrigada en las mantas.

—Deja de preguntar cosas que no te incumben, Seokjin.

—Creo que he escuchado una voz desde el subsuelo, ¿alguien más tuvo esa sensación?

—Jin— intervino Namjoon, poniendo la mano en su hombro en actitud conciliadora—, por favor.

En ese momento, Taehyung regresó del baño y se sentó casi sobre Jeongguk. Después de que él se quejara e intentara empujarlo con suavidad, todos pudieron acomodarse en su sitio.

—¿Por qué están peleando?—preguntó Taehyung.

—Estupideces, como siempre—respondió Namjoon.

—¿Escuchaste a tu novio?—intervino Yoongi. En medio de la discusión, se había llevado consigo la manta y ahora estaba enfrentándose a Seokjin envuelto como un burrito—. Dice que eres estúpido.

—¡Lo escuché!—exclamó Seokjin—. ¡Y eso no fue lo que dijo!

Taehyung arqueño las cejas, claramente aburrido, pero no les quitó los ojos de encima. Fue entonces que Yoongi sacó una mano de su abrigo de mantas y apuntó a Seokjin en el pecho.

—Eres la persona más insufrible que he tenido el horror de conocer—dijo, señalando cada dedo con un toque.

Seokjin abrió la boca para responder, pero Taehyung lo interrumpió soltando una exclamación.

—Oh, tus uñas.

Yoongi intentó esconder su mano, con tan mala suerte que lo único que hizo fue desenredarse más la manta y verse completamente ridículo. Jeongguk se apresuró a cubrirle la boca a Taehyung.

—Déjame ver eso—ordenó Seokjin. Sin esperar por el permiso de Yoongi, lo tomó del antebrazo y lo acercó a su cara. Lo observó, concentrado, por un rato. Namjoon, a su lado, sonrió—. ¿Con qué las limpias?

—Qué pregunta tan estúpida—se mofó Yoongi—. Con Jabón. ¿Con qué más?

—No parece servir mucho—dijo Taehyung, apartando la mano de Jeongguk de su boca. Él lo miró con alarma, pero no logró que Taehyung se callara.

—Pues es lo que hay—gruñó.

Seokjin asintió, aunque no se habían dirigido a él. Luego, le dio un par de palmadas a la mano de Yoongi.

—¿Qué hiciste cuando te diste cuenta que el jabón no servía?—preguntó.

—Seguí usándolo—Por primera vez, Yoongi pareció casi sumiso. Mas no duró mucho—. ¿Hay algún problema con eso?

—No creo que haya—comentó Namjoon.

Seokjin movió de una mejilla a otra el cubo de azúcar que estaba succionando.

—Yo sé limpiarlas—Y aclaró después, cuando Yoongi lo miró, estupefacto—: Tus manos.

—¿Cómo?

—Hay muchas maneras. Agua oxigenada, por ejemplo.

—Y crema hidratante—agregó Taehyung—. Porque la piel se reseca.

Yoongi los miró a ambos como si les hubieran salido dos cabezas.

—¿Quieres intentarlo ahora mismo?—lo invitó Seokjin.

—No puedo creerlo—murmuró Yoongi. Jeongguk lo vio mirarse la mano con actitud reverencial, como si se la hubiera besado el Papa, mientras Taehyung y Seokjin se ponían de pie.

—No tenemos todo el día, Min Yoongi—lo llamó Seokjin, pasando por encima de su cama hacia el baño—. ¿Las quieres limpias o no?

Antes de ir detrás de ellos, Yoongi le dio una mirada asustada a Jeongguk. Parecía debatirse entre la felicidad más extrema y la incredulidad. Él le hizo un gesto para que siguiera a Taehyung y Seokjin.

—Va a salir bien—dijo Namjoon, jugando con un cubo de azúcar.

—Sí—respondió Jeongguk—. Sí.

 

FIN

 

Notas finales:

Puntos de “Un día entre sábado y domingo”:

1. La historia fue reescrita dos veces.

2. Jin y Suga no se llevan bien porque Jin cree que Suga es una mala influencia para Jungkook (aunque en el fondo era porque estaban compitiendo por él).

3. A Suga le apenaba que Taehyung viera sus manos porque siempre estaban sucias.

4. Jin y Namjoon tienen una relación sin título porque la prioridad de Jin es Jungkook. Él piensa en sí mismo como su hermano mayor.

5. Suga también piensa en sí mismo como hermano mayor de Jungkook, hence la competencia :D

6. La idea nació de un revuelto de cosas que vi en los últimos dos años: un apartamento cuya ventana quedaba muy cerca de otro edificio de apartamentos y se podía ver todo, un hombre que se metió las manos en los bolsillos para que no vieran que tenía las uñas sucias en un sitio en el que trabajé, la frase de una amiga mía que es bailarina y fue algo como “es que nuestros cuerpos se entienden muy bien, no puedo dejar de acostarme con él”, y el look de Taehyung en DNA :’) (LOOK GLORIOSO ALELUYA)

7. Es canon que Taehyung use Gucci; en fanfiction, se vuelve cliché. Pero a mí los clichés me GUSTAN.

¡Muchas gracias por leer! La siguiente historia de la serie será un ChanBaek (EXO)

Si tienen alguna pregunta, estaré por aquí: neusa_chan

También estoy en Wattpad: electricgrey

Hasta la próxima. 


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