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The Last Winter por CrawlingFiction

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Last Winter

 

El frío arreciaba sobre la península. El suelo era cristal y la brisa como navajas heladas al rostro.

Era el clamor de la tierra en búsqueda de su amante.

Era el clamor del dios anhelando su regreso.

Como Sol y Luna, se conocieron en un cruce de miradas. No lo suficientemente extensa para mantenerla siempre en la memoria. Sin embargo, fue suficiente para saber que le amaría por siempre.

Era su destino ineludible.

El dios del invierno era taciturno, silencioso y meditabundo. Le gustaba sentarse en medio de la nieve y mirar al cielo.

Esperaba en volverle a ver.

Eran meses tortuosos. Sólo estaba el viento y los zorros blancos de compañía. Los brotes dormían bajo la nieve y los animales se refugiaban de la inclemencia cada noche sin sol ni luna más severa.

Era la rabia del dios porque no llegaba.

Los árboles eran cadáveres y los ríos espejos.

Sólo le quedaba caminar en medio de su reino compartido. La tierra no era íntegramente sin propiedad. Era del verano, del otoño y la primavera.

El anhelaba la primavera.

Quería volverle a ver.

••••••

En uno de esos primeros inviernos a su nombre le vio. Era una deidad inexperta en su deber por lo que no esperó verle así, danzando en la nieve que derretía bajo sus gráciles movimientos.

El dios de la primavera había llegado.

Asustado por lo novedoso se escondió tras un árbol y le espió. Sonriente el dios primaveral bailaba. Su hanbok plata ondeaba a sus giros y el abanico deshacía el aire pesado del invierno. Los botones florecían bajo sus pies y el horizonte se llenaba de color.

Suspiró maravillado.

¿Así era la primavera? ¿Tan colorida y tan bella?

Se cayó la nieve asentada sobre las ramas de un árbol y se delató su presencia. El dios de la primavera se giró sorprendido.

Ambos se miraron un largo instante.

Eran tan diferentes.

Uno pálido como la gélida estepa y el otro tostado por el sol que se izaba en el cielo grisáceo. Uno de blanco absoluto y ojos bicolores, el otro de hanbok solemne y mirar verdoso como el florecer.

Ambos no sabían que hacer. ¿Eran enemigos? ¿Aliados? ¿Un yin yang sin descubrir?

Aun así, le sonrió. Sus mejillas eran como melocotones frescos por el rubor.

—Puedes decirme HakYeon —se presentó con una reverencia.

—TaekWoon... —murmuró.

—Perdón por deshacer tu trabajo. Es mi turno de estar aquí —explicó detrás de su abanico. Sus olivos sonrientes se mantenían clavados en él.

—Lo sé —el aire se aligeraba a cada respiración.

—Cuídate —el centellar de sus ojos delató su origen sobrenatural. El aire templado se rizó en danzantes torbellinos. Botones sueltos de flores siguieron el compás.

—¿C-Cuando volveré a verte? —se apresuró a alcanzarle. Perdía las fuerzas y su piel se hacía cristal.

—Cuando las flores deban volver a nacer —la dulce voz musitó.

TaekWoon asintió y devolvió aquella sonrisa. No eran tan excepcional; pequeña y tímida con el rosa tiñendo su rostro.

Desapareció entre los últimos aullidos de los lobos y la luna menguante. Quedaron las huellas de sus pies y un botón magenta sobresalió de la nieve.

Sería paciente.

••••••

El verano llegó y luego el otoño. La espera era insoportable y el tiempo que les separaba era abismal.

No entendía la razón, sólo quería volver a ver el florecer mientras bailaba. Verle siendo uno con la naturaleza renaciente.

TaekWoon no conocía mucho sobre el otoño, ni mucho menos del verano. No le interesaban. Sólo sabía que el otoño era moldeado por dos amantes que saltaban sobre las hojas doradas y el verano cautelosamente resguardado por un joven de ojos vivaces, piel ocre y sonrisa refrescante. Cada uno a su manera vivía de su misma magia: saltando, conociendo el amor o las maravillas que tenía la dicha de crear y bailando entre el renacer de las flores.

¿Qué quedaba de él?

Vagaba solitario por la estepa con lobos y zorros. Miraba a la luna y sonreía con tristeza por los cadáveres que hallaba a su paso.

Él era destrucción.

¿Qué de hermoso tenía el invierno?

Las plantas morían, los animales dormían y los humanos se escondían.

TaekWoon no producía felicidad, sólo muerte y soledad.

Y así se sentía.

Muerte y soledad.

Quería ser Vida y danza, como HakYeon.

Cuando los brotes prematuros reclamaron el final de su estadía le vio regresar.

Una enorme sonrisa fue el saludo. Tanto la imaginó que tenerla al frente fue fantasía.

HakYeon estiró la mano hacia él.

TaekWoon retrocedió asustado.

—No hay nada que temer —HakYeon se acercó— Has hecho descansar a la Madre. Gracias a ti las aves viajan y crean sus nidos, los árboles duermen y las plantas reposan —le dijo— Gracias por cuidarnos.

TaekWoon sonrió.

Estrechó su mano y entrelazaron los dedos. Ese tacto tibio se fundía contra su piel de escarcha.

—Pensé que… todos morían por mi culpa —confesó cabizbajo.

—La muerte es inevitable —su pulgar se trazó sobre el dorso lechoso y trémulo. Sus venas azuladas asemejaban al cielo invernal que colapsaba por el deshielo— Si la Madre lo quiere así, así tiene que ser —TaekWoon sorprendido subió la cabeza. Una cálida sonrisa le recibió— Sea invierno o primavera.

—¿Qué hacen en la primavera? Quisiera verlo —pidió ansioso.

—Las personas se enamoran —se rio.

—¿Por qué? —vaciló.

—No lo sé —le soltó y caminó lejos de él. Los torbellinos de flores y rocío les volvieron a separar. El recordatorio de que eran ambivalencia.

—No, no, ¡espera! —le siguió. Las plantas de sus pies perdían soltura y el cielo desmenuzaba su piel de hielo. HakYeon le miró sobre el hombro con el abanico en la mano. Estiró la mano libre y le enseñó una florecilla celeste. Hija de la primavera y semejante al invierno.

—Ahora es tu turno de descansar —le sonrió. TaekWoon se estiró a atrapar la flor, pero en un destello desapareció. La flor cayó sobre el pasto húmedo.

Quiso volver atrás hacia la primavera y saber qué era el amor.

••••••

—¡Nos vemos! —gritaron los dos chicos agitando la mano. Uno era pálido, de cabellos rubios y sonrisa contagiosa y el otro moreno y de risa suave. Oro y ocre en honor al otoño.

En medio de un torbellino de hojas secas desaparecieron.

Eran dos porque sus almas estaban conectadas. El otoño era una buena época para andar de la mano y jugar en los jardines que ofrecía Madre.

TaekWoon con una sonrisa melancólica alzó su cayado de cristal y vio como las últimas hojas aferradas de los arboles lloraban y morían.

Sus pies descalzos se cubrieron de ellas.

El cielo oscureció y las pesadas nubes que asomaron no impidieron a las aves escapar despavoridas.

Una lágrima cruzó su mejilla.

¿El Invierno también podía tener compañía?

Sentado en una colina de nieve el viento despeinaba sus cabellos blancos. El cielo, por un instante se aclaró y escuchó el rumor de la luna.

A veces, la luna era su única compañía.

—¿Quieres hablar conmigo? —pidió en un hilo de voz. Un destello en la hermosa luna llena fue la respuesta.

Bajó la mirada y allí le vio.

Un príncipe de piel porcelana y cabellos tan negros como el firmamento. La luna era silenciosa e igualmente cautivadora. HongBin, el guardián de la Luna y la noche.

—¿Crees que… Madre me deje tener un compañero? —murmuró. El príncipe de la luna se sentó a su lado y le sonrió. Su sonrisa de ojos como cúmulo de estrellas y hoyuelos como primorosos cráteres sobre la nívea piel. Hermosa como un suspiro de amantes en la oscuridad.

TaekWoon se rio sin ganas.

La Luna y él eran buenos amigos. En algún punto de su soledad creyó añorarlo, amarlo. Todas las noches la Luna se esforzaba en brillar para él.

Era un amor taciturno.

Aun así, el amor entre el cielo y la tierra era doloroso hasta para la más inmortal de las almas.

La perla del cielo ya no le hacía feliz.

Quería conocer las flores, los colores y el amor que los seres vivientes se procuraban.

—Quiero conocer la primavera… —murmuró TaekWoon. La Luna tomó de su mano y la apretó apenas. Cuando TaekWoon giró la cabeza el príncipe le volvió a sonreír.

Observando su soledad en silencio le había amado y con ese silencio dulce le dejó ir.

TaekWoon se abrazó a sus rodillas y giró la cabeza, esta vez, hacia el cielo.

La Luna de plata le alumbraba con su cariño de siempre.

••••••

TaekWoon abrió los ojos de golpe. Se giró en su lecho de hielo y cavó con las manos.

Una pequeña planta había florecido.

La Luna eterna se disolvió y el sol se izó con timidez tramposa. El príncipe del Sol era juguetón y malicioso. Era ruido y molestia mientras que la Luna silencio y caricias frescas.

TaekWoon no dejó que esto le desanimara. Cuando regresó su mirada al horizonte allí estaba HakYeon.

Dejándose llevar por sus impulsos corrió hacia él y le abrazó.

Le había extrañado. Quería que le enseñara sobre la primavera antes de marcharse.

HakYeon entre risitas dio vueltas entre sus brazos.

—Yo también te extrañé —le sonrió con su característica candidez. Una corona de florecillas adornaba sus cabellos oscuros. Quedaban bien con el tono de su piel.

TaekWoon se quitó su corona de ramas secas y agachó la cabeza.

HakYeon se dio cuenta de su pesar; se quitó una flor y la colocó en su oreja.

—Esto es la primavera. ¡Vamos! ¡No hay mucho tiempo! —tomó de su mano gélida y corrieron por la nieve que se derretía a sus pasos. TaekWoon miraba a todas partes maravillado. El blanco de repente se hizo azul, verde o multicolor.

El valle de Madre se volvió un hermoso prado húmedo y lleno de vida.

Tocó las flores, escuchó el trinar de los primeros pájaros y cruzó apresurado los estanques congelados antes que quebraran.

Era un espectáculo maravilloso.

—Me siento débil —confesó tumbado en el césped fresco. HakYeon se giró y le miró preocupado.

—¿Ya te tienes que ir? —esos ojos verdes y vivaces por un segundo lucieron apabullados— Fue divertido jugar contigo…

—¿Te veré el otro año? —apresuró a suplicar tomando su mano.

—Todos los que quieras —una sonrisa se extendió lentamente en su rostro— Eres mi amigo.

—Me has enseñado muchas cosas, pero… —murmuró dudoso. Haces cálidos y reconfortantes hacían brillar su piel impoluta— No sé todavía que es el amor de primavera.

—¿Cómo es en invierno? —preguntó a su vez. A certeza, no lo sabía tampoco.

—El final —suspiró.

—En primavera es el comienzo —le sonrió e inclinó a besar sus labios. Un roce dulce e ingenuo. TaekWoon cerró los ojos y dejó las mariposas estallar dentro su estómago.

Ahora la primavera estaba implantada en su corazón de hielo.

Una mano fría acunó su mejilla y respondió con la misma terneza. HakYeon sonrió y acarició las gemas que pendían de su oreja.

El cielo se nubló por un segundo.

El invierno no se hizo inclemente, sino juguetón.

Diminutos copos de nieve caían como llovizna de enero. El sol y la brisa fría se hicieron amigos por esta vez.

¿Así era la primavera? Y, ¿esto también podía ser el invierno?

Cuando HakYeon abrió los ojos no había nadie a su lado.

TaekWoon había desaparecido.

Sonrió y miró maravillado los copos de nieve que besaban las nuevas hojas de su Madre.

—Te esperaré —prometió manteniendo el dulzor frío de sus labios en el corazón también.

Notas finales:

Una historia bastante simple pero con amor.


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