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Los demonios de la noche. por Seiken

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Notas del fanfic:

 

 

 

El tren silbo y reanudó su andar con un sonido mecánico, la niebla apenas le permitía ver su entorno, pero lo conocía bien, regresaba a casa después de incontables años sirviendo en el ejército, con un puesto alto, otorgado por la misma persona que le hizo enlistar en primer lugar, la misma que con una carta le pidió regresar.

La carta era corta, concisa, escrita con una caligrafía desesperada, garabatos apenas legibles, no la letra estudiada de su hermano.

Minos lo necesitaba en casa, su vida dependía de ello y aunque en un principio quiso abandonarlo a su suerte, que los buitres se alimentarán de sus restos, le había prometido a su madre nunca darle la espalda.

Así que, solo por eso, por la promesa que le hiciera a una mujer en su lecho de muerte, cuando apenas tenía ocho años, era que regresaba a brindarle su ayuda al moribundo Minos.

El incorruptible juez de ese pequeño pueblo, no tan pequeño porque ya había llegado el tren a esas tierras, pero su casa, la mansión que los vio nacer, estaba a seis horas de viaje en carruaje y esperaba que su hermano hubiera mandado a alguien a buscarle.

—Señor Walden, señor Walden...

Radamanthys comenzó a buscar a sus alrededores, esa voz decrépita no la reconocía de ningún lado, mucho menos al hombre adusto, de unos setenta años que le hablaba con semejante confianza.

—Llevo demasiado tiempo esperando por usted, espero que sea el hermano del juez Minos, yo soy su mayordomo, llevo unos años trabajando para él, por eso no me conoce.

Radamanthys cargaba una pequeña maleta de cuero, no poseía demasiados bienes, pero aun así supuso que ese anciano no podría cargar sus pertenencias.

—¿Donde esta Lune?

El anciano llevo una mano a su pecho, el joven Lune había muerto antes de que comenzara a trabajar para el juez Minos, alguna bestia salvaje lo atacó.

—Falleció, hace algunos años, el medico de su hermano, el doctor Saga Gemini, mi nieto, no pudo salvarlo, fue muy triste.

El anciano sin pedirle permiso tomó su maleta, cargándola con facilidad, un anciano de andar seguro, pero algo encorvado, tal vez de su estatura, cabello gris peinado en una coleta y ojos pálidos, como los de todos los ancianos, tal vez tendría cataratas a su vieja edad, pero aun así había un tinte astuto en su expresión jovial.

—Mi nombre es Kanon Gemini, señor Walden, y si me permite decirlo, procuraré que su estadía con nosotros sea tan placentera como me sea posible.

Kanon carecía de las dolencias de su edad, o eso pensó Radamanthys, ya que se veía muy saludable, sus ojos tenían un extraño brillo, como el de un depredador, su semblante era aristocrático, aunque solo se trataba de un mayordomo, uno no muy profesional, puesto que hasta el momento le había tratado con demasiada familiaridad.

Kanon abrió la puerta del carruaje con cuatro caballos negros que los llevaría a su mansión, acomodando su equipaje al mismo tiempo que el subía en su interior, tomando un asiento junto a la ventana.

Kanon ingreso en el carruaje y cerró la puerta, sentándose frente a él, sosteniéndose de su bastón, del que no había tomado atención, pero tenía la forma de un dragón como sacado de una imagen de la divina comedia.

—Debería tratar de descansar un poco, estoy seguro de que necesitara todas sus fuerzas para ver a su hermano.

Radamanthys estaba cansado, eso era cierto, pero no por eso se quedaría dormido a la mitad del viaje, como si fuera un niño pequeño.

—Ya llegué hasta aquí, estoy seguro de que podré terminar este viaje sin tener que dormir más que lo necesario.

El anciano asintió, recargándose a sus anchas en su asiento, cerrando los ojos, parecía que él si dormiría un poco, supuso Radamanthys, debido a su edad.

Pero, aunque intento permanecer despierto el tedioso camino de regreso a su mansión, en algún momento se quedó dormido, el mismo instante en que el anciano de largo cabello gris abría los ojos.

—Pareciera que estabas más cansado de lo que decías estarlo.

Kanon se levantó de su asiento y recorrió la mejilla de Radamanthys, aspirando su aroma unos momentos, para después volver a sentarse, cerrando los ojos, esperando que ese tedioso trayecto por fin terminará.

—Pero no debes preocuparte, ya estás en casa.

Radamanthys se quedó dormido, soñando con manos recorriendo su cuerpo, voces pronunciando su nombre, una negrura tal que no le dejaba respirar, ni moverse, y unos ojos azules que le mantenían quieto.

—Señor Walden, hemos llegado.

Pronunció el anciano, que ya había bajado sus maletas y ordenado que las acomodaran en su habitación, una que estaba al otro lado del pasillo en donde dormía su hermano convaleciente.

—Me tome la libertad de llevar su maleta a su habitación, espero que no se moleste conmigo.

Radamanthys llevo una mano a su cabeza, la que le dolía demasiado, tal vez porque hasta el momento no había probado bocado alguno, no estaba molesto y bajo de un salto del carruaje, notando que Kanon ya no estaba encorvado, ahora su espalda estaba recta, tanto como la suya.

—¿Quiere ver a su hermano?

Necesitaba verlo, para saber que estaba pasando con él, porque necesitaba su ayuda y porque ese supuesto medico no había logrado curar su malestar, sus dolencias, a tal grado que ahora su hermano menor estaba en cama, postrado en ella.

—Llévame con Minos.

Kanon asintió, conduciéndolo a los aposentos de su hermano, cuya cortina estaba corrida y cientos de velas descansaban en el suelo, muchas de ellas prendidas, otras ya se habían consumido, como si necesitara que la luz siempre estuviera encendida, lamparas de aceite rodeaban su cama, crucifijos, rosarios, aun ajo podía verse alrededor suyo, llamando su atención, porque su hermano nunca había sido un hombre religioso.

—¿Radamanthys?

Pregunto al ver como se acercaba, Minos respiraba entrecortado, como si le costara demasiado trabajo realizar esa sencilla tarea, su pijama no le dejaba ver que su torso, desde su cuello hasta sus costillas estaba vendado, de las laceraciones que se estaba provocando en sus constantes alucinaciones, sus brazos también estaban vendados, aun sus caderas, estas tenían rojas cortadas con forma de uñas afiladas, porque el juez decía que una criatura lo atacaba de noche, un demonio que se estaba llevando su salud, su cordura y no descansaría hasta llevarse su alma.

—Estoy alucinando, tanto he pensado en ti que ahora te estoy viendo...

Radamanthys dio un paso en dirección de su hermano para ver un pentagrama dibujado con sal, con otros símbolos, que pensaban eran de protección o contra el mal de ojo, aquellos que su madre les enseño cuando eran tan solos unos niños, pero de los que Minos se había burlado cada ocasión que podía.

—No, Minos, ya estoy aquí, he venido a verte por la carta que me enviaste.

Esa información fue peor aún, Minos la recibió con desagrado, agitando su cabeza, completamente descolocado, tratando de levantarse, pero no pudo de tan cansado que estaba, pero sí pudo aventarle un frasco con algunos polvos que ese asesino decía eran medicamentos, los que atrapo Radamanthys con bastante facilidad.

—¡Lárgate demonio!

Grito, volteándose, respirando hondo, logrando que Radamanthys caminara en su dirección, se sentara en su cama y sostuviera sus brazos con fuerza, angustiado de verle así, a su hermano, el que siempre controlaba sus sentimientos, nunca mostraba terror, el que estaba tan demacrado que bien podía ser un moribundo.

—¿Qué te ha pasado? ¿Qué ha pasado contigo?

Minos al sentir sus manos, al ver que en efecto era su hermano menor, al que no le mando ninguna carta, esta vez llevo sus pálidos dedos a su mejilla, no era posible, no era posible que ese demonio trajera a su hermano a su mansión.

—Un demonio... una cosa me ataca... y esa cosa te ha traído aquí...

Intento explicarle, pero Kanon ya había llamado al médico, un hombre casi idéntico al mayordomo, pero joven, vigoroso, cuyo cabello rubio estaba peinado en una trenza, quien, al ser visto por Minos, provoco que su desesperación aumentara, retorciéndose en la cama para tratar de pararse, no dejaría que lo durmieran, no le permitiría a ese demonio atacarle de nuevo.

—¡No estoy loco! ¡Radamanthys, no estoy loco!

Le suplico, aferrándose a su cuerpo, a sus ropas, al mismo tiempo que Saga comenzaba a preparar una inyección, solo así podrían calmar al juez Minos, que le temía a la oscuridad, pero mucho más aun a quedarse dormido, era en ese momento cuando era atacado por esa cosa.

—¡Te juro que no estoy loco!

Saga al ver que Radamanthys apenas podía comprender lo que pasaba, sostuvo el brazo de Minos, para inyectarlo, quien no tenía fuerza suficiente para negarse a ser drogado, y aferrado a su cuerpo, perdió el sentido, desmayándose en su cama de sábanas blancas.

—Kanon, te dije que debías avisarme a mi primero de la llegada de su hermano.

El anciano guardo silencio, como si le apenara la apariencia de su hermano, mirándole de pronto, haciendo que notara que sus ojos ya no tenían ese tinte blancuzco que se presentaba con la disminución de su vista.

—¿Qué es lo que tiene mi hermano? ¿Qué le ha pasado?

Pregunto Radamanthys, esperando escuchar una explicación del médico que trataba a su hermano, quien, guardando su jeringa, limpiando sus manos con su bata, guardo silencio por lo que pareció una eternidad.

—Eso es lo que estoy tratando de averiguar, pero mientras tanto, él ve alucinaciones, está convencido de que un demonio lo ataca de noche, cree que bebé su sangre y le ha hecho cosas peores...

Saga descubrió sus caderas para demostrarle las marcas de las uñas en su piel, abrió su pijama solo un poco, era lo mismo, uñas que laceraban su cuerpo, pero no podía existir un demonio, ni una criatura que le atacara de noche, así que eso se lo había hecho su propio hermano en su locura.

—¿Está diciendo que eso se lo ha hecho él? ¿Qué se lacera en la noche? ¿Mientras duerme o cuando esta despierto?

Quiso saberlo, sosteniendo la mano de su hermano, que al sentirlo se agito un instante, como si temiera a lo que acechaba en la oscuridad, al demonio que decía lo atacaba en la oscuridad, comprendiendo que pronto anochecería y su hermano, tal vez, deseaba permanecer despierto, o charlar con el antes de que los últimos rayos de luz se ocultaran, aunque tal vez, ni siquiera sabía que acudiría a verlo ni estaba despierto para poder compartirle sus temores.

—Mi hermano no me estaba esperando, creyó que me trataba de una alucinación.

Saga sostuvo la carta para poder verla, la que de pronto se resbalo de sus dedos y fue a dar al grupo de velas de mayor tamaño, incendiándose en un instante, aunque el medico trato de alcanzarla sin poder hacerlo.

—Esa me temo que es la letra de su hermano, desde que falleció su ayudante de cámara, el señor Lune, cree que un demonio lo persigue, asegura que eso es lo que mato a su amante y a él lo ataco en el bosque esa primera vez, pero dígame usted, si existieran entes de esa naturaleza tan desalmada, no los habría catalogado ya la ciencia.

Radamanthys asintió, cubriendo su rostro con ambas manos, para después observar fijamente a Minos, quien apenas respiraba, dormido con ese calmante que le fue inyectado, cuyo verdugón resultante era demasiado notorio en su piel pálida, mucho más cadavérica de lo normal.

—Porque no espera a que amanezca, su hermano se ha deteriorado tanto en su malestar que me ha permitido vivir en esta mansión, mañana a la hora del desayuno puedo explicarle todo lo que necesita saber, además, se ve algo pálido, lo mejor es que coma algunos alimentos, el viaje desde la India hasta esta provincia es muy largo, debe sentirse muy cansado, mi abuelo, Kanon, lo llevara a sus habitaciones.

Saga tenía razón, se sentía demasiado cansado, pero no dejaría esa noche a su hermano, creyendo que tal vez moriría durante su sueño y no podría verle, ni hablar con él, haciendo que ese viaje fuera una pérdida de tiempo.

—Usted está equivocado caballero, si cree que puede decirme que hacer en mi propia casa, permaneceré a lado de mi hermano, Kanon me servirá mi merienda aquí, usted váyase a descansar si así lo prefiere, yo le avisare si Minos empeora durante la noche.

Saga frunció el ceño, molesto, parecía que no le gustaba que le dijeran que hacer, ni que lo desobedecieran, pero asintió, suspirando, dejándole a solas con el mayordomo, que le observaba con una expresión preocupada al otro lado de la cama, el que con una graciosa reverencia se marchó, para obedecer sus órdenes, dejándolos solos en ese cuarto con todas esas velas encendidas.

—¿Qué te ha pasado Minos?

 


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