Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Los demonios de la noche. por Seiken

[Reviews - 92]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Defteros había tenido que vestirse con uno de esos trajes nuevos, botas de montar, un abrigo negro, pantalones del mismo color, camisa blanca y un pañuelo, que cubría su trofeo, el que colgaba de su cuello, el bonito collar de su conejito blanco y esponjoso.

El convento donde trataba de esconderse estaba muy bien oculto, tal vez ni siquiera lo hubiera encontrado de no sentir que el aroma de su próximo compañero eterno, estaba adentro de aquel sitio, al menos su sangre.

A su lado había una o dos docenas de los vampiros puestos a su cargo, algunos eran de elite, con mas de seis siglos de antigüedad, otros eran recientes, pero no importaba, ninguno de ellos podría tocar a sus conejitos.

Las ordenes de su hermano eran claras y el estaba de acuerdo, atacarían ese convento, matarían a todos los humanos o media sangre que le habitaban y después los arrastraría de regreso a su mansión, era una buena casa, muy cómoda, en la que ya tenían sus habitaciones listas.

La cera y los rayones habían sido retirados, cortinas nuevas, todo lo mejor para su conejito blanco, se dijo relamiendo sus labios, que de seguro ya se había recuperado, dándole la oportunidad para beber su rica sangre de nuevo.

Defteros les hizo una señal, era momento de atacarlos, pero él se mantendría viendo desde lejos, no quería que su pequeño conejo corriera o intentara matarse apenas lo viera, si otros vampiros atacaban, creerían que ese golpe era en contra de los habitantes de ese convento.

Conociéndolo, escaparía, tratando de llevarse a su hermano con él, ingresaría en el carruaje, después de matar al conductor, para inmovilizar a los conejitos, era un plan sencillo y su hermano estaría orgulloso.

Su hermano, que en ese momento estaba finalizando los detalles de su mansión, sería como en los viejos tiempos y trataba de transportar algunas de sus viejas pertenencias, las que no se destruyeron por el paso del tiempo.

El maestro no dijo nada de sus planes para con su regalo de tregua, ellos sabían que hacer con los suyos, se dijo, observando a lo lejos como iniciaba el combate entre sus vampiros y los de la vieja orden, que con las herramientas necesarias profanaron el agua bendita, contrarrestando los sellos, cualquiera de las protecciones del convento, habían aprendido mucho en esos siglos, mientras que sus enemigos no habían comprendido nada.

Defteros esperaba por el carruaje donde transportarían a sus conejitos y lo vio, tratando de alejarse, usando veloces caballos de manto negro, mucho mas rápidos que ese percherón que uso el hermano menor para escapar de su lado.

Riendo por lo bajo, en ocasiones eran tan predecibles, preguntándose cuánto dinero les habían pagado para arriesgarse de aquella forma, encontrando sus acciones banales, aburridas y algo estúpidas, pero eran humanos de la orden, que se podía esperar de ellos.

—Minos.

Susurro, iniciando su carrera, persiguiendo el carruaje a una velocidad imposible para cualquier criatura viva, saltando a su techo para aferrarse a la cubierta, arrancándola entonces para ingresar a ese lugar, oliendo la deliciosa sangre de su conejo, de ambos, pero la de Radamanthys no era tan exquisita.

Encontrando su ropa manchada de sangre, no demasiada, apenas unas gotas, lo mismo pasaba con la de Radamanthys, no eran más que andrajos, ellos no estaban allí, era una trampa, sus conejitos les habían engañado.

—¡Minos!

Grito, tratando de salir del carruaje, pero este repentinamente se prendió en fuego con un signo de poder dibujado en el suelo, no por suficiente tiempo, justo aquel que necesitaron para que los caballos que se trataban de una invocación de Mu realizaran su deber, los que le llevarían a una zanja construida por ellos con una centena de lanzas de madera con tallados especiales.

A los que no pudieron arrastrarlo, puesto que Defteros destruyo las puertas con sus manos desnudas, saltando a la suave tierra, sus dientes apretados, comprendiendo que habían sido engañados, por alguien que sabía que hacer, alguien con experiencia, demasiada tal vez, gruñendo de pronto al creer que su conejito se le había escapado.

Regresando al convento que cubierto en llamas había devorado a mas de una docena de vampiros, los otros estaban malheridos, sosteniendo partes de sus cuerpos, con estacas en ellos, daños irremediables, todos ellos morirían y tal vez, esa trampa poderosa estuvo preparada para él, el primero de dos golpes mortales, puesto que, para tratar de recuperarse, correría detrás del carruaje, debilitado, malherido, no podría escapar de su jaula hasta caer en las estacas de madera.

Sus conejitos tenían la ayuda necesaria, eran mucho mas escurridizos de lo que lo supuso en un principio, Aspros tenía que saberlo, pero también tenía que seguir el rastro, uno no muy viejo, de al menos dos días, el rastro verdadero que se confundía con el aroma de otros tres, un medio vampiro, un humano y un ente antiguo.

Un ente antiguo, que podía estar interesado en sus conejitos, una criatura que no dejaría que le arrebatara a su hermoso compañero, Minos era suyo, sin importar lo que pasara, lo supo cuando fue ese hermoso hombre a quien vio apenas pudo salir de su cautiverio, con su ayuda, esa era una señal, le decía que debía convertirlo en su vampiro.

Así que decidió seguirlos, ver a donde se escondían, para después regresar con su hermano, el que sabría que hacer, como enfrentarse a ese medio vampiro y a ese ente antiguo que los acompañaba.

—No escaparan.

*****

Radamanthys fue el primero en darse cuenta de la palidez inusitada de Mu, el poder que manifestaba, no era un humano, tal vez era como ellos, pero entonces, porque no eran más que humanos comunes, sin nada especial en ellos, ni fuerza, ni velocidad, apenas se regeneraban mucho más rápido que los demás.

De que les servía tener media sangre demoniaca, del señor del Inframundo, si no lograban protegerse de dos vampiros, por viejos que fueran, se preguntaba en silencio, observando a Mu, fijamente, su compañero de armas conducía el carruaje, a su lado estaba Shura, guiándolo todo el tiempo.

Mu actuaba como su guardaespaldas, después de abandonar el convento, ya habían pasado demasiados días y los gemelos podían regresar por ellos, siguiendo el rastro de su sangre.

—Eres como nosotros, un media sangre, pero que sangre es la no humana.

Le pregunto sentado a un lado de Minos, que, para ese momento, completamente recuperado, fumaba un cigarrillo, decía que necesitaba tranquilizarse y a pesar de ya no necesitarlo, decidió quedarse con su bastón, el que sostenía en una de sus manos, mirándole de reojo cuando hizo esa pregunta.

—Soy un vampiro, medio vampiro, Aldebaran me da la sangre que necesito para soportar la sed, la única sangre que me alimenta.

Minos estuvo a punto de preguntar porque razón tenían un vampiro a su lado, pero Radamanthys colocando una mano en su pecho, le pidió no hacerlo, en su predicamento actual necesitaban toda clase de ayuda, en especial, si lo que decían era cierto, que su sangre ya no era llamativa para otro vampiro.

—¿Crees que logremos escapar?

Radamanthys no había dejado de pensar en eso, creyendo que Aspros estaba seguro de que darían con ellos, le regresarían a su mansión y terminarían lo que empezaron, tratando de recordar lo que paso en esa habitación, pero no podía, era imposible para el hacerlo, pero estaba seguro de que los atraparían de nuevo, si no lograban matarlos.

—No lo creo, Shura piensa que puede protegerlos, tal vez si logramos que sobrevivan lo suficiente para que alcancen la madurez, ustedes podrán protegerse solos en el supuesto de que sean poderosos y por la energía en su cuerpo, Shura cree que ese será el caso, pero aún faltan varios años, no lograran hacerlo.

Radamanthys guardo silencio entonces, respirando hondo, el pensaba lo mismo, no creía que pudieran sobrevivir, sin importar lo que pasara no podían mantenerse en movimiento y tarde o temprano darían con ellos, Aspros o Defteros, o ambos, su sangre actuaba como un hilo dorado, una guía que les mostraría el camino, aunque zarparan al otro continente, ellos les perseguirían.

—¿Dijiste llegar a la madurez?

Pregunto Minos, sin dejar que le afectaran las malas noticias, esperando escuchar una respuesta convincente del medio vampiro, del joven lemuriano, que seguramente tenía muchos más años que él y Radamanthys juntos.

—Generalmente los humanos varones dejan de crecer alrededor de los veintiún años, después de eso llega la madurez humana, y el declive, ustedes al ser lo que son, alcanzaran esa etapa alrededor de los veinticinco años, si bien en este momento ya lucen como un humano de su edad, en algunos años, su herencia demoniaca se manifestara, pero aún faltan muchos años para eso, para ti dos, para Radamanthys, tres, debemos mantenerlos seguros hasta entonces, esperando que sus dones sean lo suficiente fuertes, para protegerlos de los hermanos, en ese momento, ya no podrán convertirlos.

Minos recibió esa noticia con una sonrisa, esa idea le fascinaba, la de ser poderoso, la de tener las herramientas para destruir ese pueblo, quemarlo hasta las cenizas por lo que le habían hecho a su familia.

—Yo llegare primero a la madurez Radamanthys, cuando lo haga, quemare a esos vampiros hasta sus cenizas, después, en un año más, tu maduraras, seremos invencibles juntos.

Mu negó eso, Minos, para ser al que habían atacado por más tiempo era el menos preocupado, sin contar que era el mayor, también era el menos sensato, como si creyera que podía lograr su cometido sin problema alguno, que era invencible, pero no comprendía que debían esconderse por setecientos treinta días, la misma cantidad de noches, y su madurez únicamente les serviría, si eran poderosos.

—No es tan sencillo, Minos, un vampiro no se detiene hasta que devora a su víctima.

Minos se encogió de hombros, sus ojos ocultos debajo de su cabello, pero podía verlo sonreír, como si tuviera todos los ases de aquella baraja, logrando que se molestara, acaso no comprendía que sus vidas estaban en peligro.

—Sobreviviremos esos años, si es necesario contrataremos otros mercenarios, somos ofensivamente ricos y de donde nació esa fortuna, podemos conseguir más, somos jóvenes, tendremos poderes como los tuyos, mi hermano es un militar con un rango muy importante, yo un juez, tenemos navíos, minas, todo cuanto deseamos, cuando abramos los ojos de nuevo, estoy seguro de que también seremos inmortales, así que esos dos vampiros, tendrán un infierno que pagar, por meterse con la familia Walden.

Radamanthys observaba la ventana, el paisaje, sin atender a las palabras de Minos, que trataba de jactarse de su poder, para esconder que en realidad estaba muy asustado, tanto como el, pero mientras su hermano mayor actuaba como si nada le afectara, el prefería el silencio, a veces la reclusión, en una o dos ocasiones beber algo fuerte hasta perder el sentido.

—Setecientos treinta... son setecientas treinta oportunidades para esos vampiros de transformarnos en sus compañeros... conmigo son mil noventa y cinco, en el supuesto de madurar y ser poderosos, pero de no madurar, como nuestra madre, supongo... de no ser poderosos... ellos nos matarán.

Minos quiso decirle que no debía ser tan pesimista, Mu asintió, el menor tenía razón, no podían esperar sobrevivir esos años para renacer, porque no sabían si eso pasaría, o lo que ocurriría en ese momento.

—Nuestra única opción es matarlos.

Finalizo, recordando que no solamente había estado a solas con Aspros en su habitación, también en la carroza, aquella vez sintió lo mismo, oscuridad que le asfixiaba, no podía respirar sintiendo las manos de algo en su cuerpo, un miedo aterrador y se preguntaba si eso sentirían el resto de su eternidad, de ser convertidos en sus sirvientes.

—Soló así seremos libres, Minos, tenemos que matarlos.

*****

Aspros mantenía sus manos detrás de su espalda, había mandado reparar la mansión, con una veintena de personas del pueblo, les ordeno iluminarla, regresarla a su vieja gloria, tenía las habitaciones de sus conejitos listas para recibirlos, las que también eran sus cuartos, esos muchachos dormirían a su lado por lo que restaba de su eternidad, aunque no les dejarían cerrar los ojos en mucho tiempo.

Muchas personas creían que los vampiros eran impotentes, pero con la energía suficiente, con sangre fresca recorriendo sus venas, eran criaturas sexuales, sobre todo con sus elegidos, con sus compañeros.

Minos y Radamanthys nunca podrían descansar de nuevo, no hasta que los convirtieran, en ese momento, ya no lo necesitarían y su energía pura, tan deliciosa, aun estaría presente, seguirían alimentándolos, pero serían obedientes.

Sus dulces, tiernos e inocentes conejitos, que pensaban que podían escapar, que se los permitirían, que dejarían que su familia los condenara, sin pedirles nada a cambio por ese acto deshonroso.

Tendrían su fortuna, sus tierras, todo cuanto poseían, más sus últimos herederos, Minos para su hermano, Radamanthys para él, ese hermoso joven de apariencia masculina, ojos amarillos, rostro adusto, que sabia se contorsionaba en medio del placer por uno de los más eróticos que había visto.

Aspros decidió mover su cuadro a su sala principal, en su lienzo viejo, podía ver una mancha oscura, con una forma apenas legible, pero recordaba bien ese retrato, sería un homenaje a la última noche con vida de su conejito, que le hiciera recordar cómo se veía cuando aun latía su corazón, pero, sobre todo, su triunfo sobre la vida.

Junto al suyo, mandaría pintar muchos más de su escurridizo conejito, tantos como se le antojara, algunos en sensuales posturas que le invitaran a tocarle, pero al verdadero lo tendría en su lecho, pendiente de cada uno de sus caprichos.

Pero no sería su único tesoro, no sería su único pago por el castigo injusto que sufrieron por tantos años, por ser robados de lo que legítimamente les pertenecía, no, ellos matarían al gran maestro, se convertirían en los nuevos regentes de los vampiros, tendrían su mansión, toda la riqueza de los Walden, a sus conejitos, su eternidad seria gloriosa.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).