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Los demonios de la noche. por Seiken

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Las noticias seguían llegando, dos vampiros estaban alimentándose de los habitantes de los territorios protegidos por la familia Walden, sus herederos habían abandonado su mansión y parecía, por la dirección de la que provenían los rumores, que se dirigían al bastión.

Hypnos seguía ausentándose de la jauría, confundiendo demasiado a Thanatos, que trataba de tomar una decisión, respecto a qué hacer con este cambio de actitud, esos dos vampiros que trataban de alimentarse del mundo entero, al menos una parte de este.

—Manigoldo, necesito que visites con algunos de nuestros licántropos más viejos ese poblado, no quiero que te enfrentes a nadie, entendido, sólo quiero que veas lo que está pasando allí.

Su amante asintió, sabía exactamente a quienes llevar consigo, tres lobos leales a la jauría, poderosos y sigilosos, de nada le servían un montón de salvajes que apenas pudieran contener sus instintos.

—Así lo haré, Thanatos, no debes preocuparte por nada.

Pero Thanatos ya estaba preocupado, casi seguro de que pronto estallaría una nueva guerra, sólo esperaba que sus temores no fueran ciertos, que la guerra no se avecinara, sin embargo, que más podría pasar con dos vampiros tratando de comerse a ese mundo.

—Llevare a Io y Albafica, además, ellos serán quienes van a ayudarme con mi tarea, sin dejar que sus instintos se apoderen de su raciocinio.

Su alfa asintió, ellos podrían ayudarle a su fuego demoniaco a realizar la tarea que le indicaba, que era solo observar ese pueblo y evitarían que su compañero se arriesgara de forma inútil, podía confiar en ellos.

—No te enfrentes a ellos, estos vampiros no son como los que estamos acostumbrados a tratar.

Manigoldo no pensaba cometer ninguna tontería, no era ningún bruto, ni mucho menos, se dijo, transformándose, al mismo tiempo que sus soldados también lo hacían, modificando su apariencia por la de un lobo del color de su cabello.

—Ten cuidado.

*****

Cuando supo que los hermanos habían abandonado la mansión no pudo creerlo, mucho menos lo que decían de ellos.

Minos era un hombre justo, tal vez, demasiado inflexible, pero sus castigos eran necesarios, ladrones, asesinos, gente de la peor calaña habían recibido su castigo.

Radamanthys era puro y noble, un muchacho justo, que había abandonado su mansión, porque muchos en ese pueblo decían que se trataba de un demonio, que debían matarlo, los susurros iban en aumento, estos siempre terminaban en gritos, los gritos con el injusto castigo del acusado.

El visitaba la taberna todas las noches para comer, beber algo y enterarse de los chismes de la localidad, los que ahora hablaban de la enfermedad provocada por los Walden, unos muchachos inocentes cuya familia había sufrido como ningún otra, tal vez, los Oros, o los Gemini, pero sin duda alguna, los primeros habían sufrido mucho más.

Se trataba de un pecador arrepentido, cuya inspiración era un varón, un hombre joven, tal vez demasiado joven, puro y noble, para un hombre cansado como él, para un pecador, que no poseía ningún centavo, nada a su nombre, un embustero en bancarrota, que ya ni siquiera poseía su carisma.

Un pecador que una de las múltiples ocasiones que visito ese pueblo, pudo verle, al joven rubio que salía de su mansión por su cuenta, su cabello dorado y sus ojos amarillos, le robaron el aliento, no tenía que ver su rostro para saber de quién se trataba, el enmascarado disfrazado con un extraño atuendo que ocultaba su apariencia.

Ese día durante el carnaval, vestía uno de aquellos disfraces bordados que cubren todo el cuerpo del que los utiliza, un antifaz que cubría su rostro, de color negro, tal vez buscando libertad, tal vez, buscando compañía, la que sería fácil de encontrar al ser tan joven como lo era en ese momento.

Tan hermoso lo vio que lo siguió sin pensarlo, manteniendo su distancia, notando que se dirigía a una zona del pueblo en donde se decía que algunos varones se encontraban, ocultos por la noche y por sus antifaces, para conseguir placer o compañía.

Al ser un pecador sabía que no era seguro para un muchacho como Radamanthys hacer lo que planeaba, mucho menos siendo el heredero de los Walden, al que ya acusaban de crímenes terribles, e intento detenerlo, sosteniendo su muñeca, percibiendo un aroma que inundó sus sentidos, evitándole pronunciar palabra alguna.

Radamanthys pensó que lo buscaba por la misma razón por la que visitaría ese sitio, sonriendo, algo avergonzado, condenándolo al mayor de los martirios, que era enamorarse de ese muchacho adinerado, al que no podía ofrecerle nada.

No fueron al río, sino a su estudio, en donde le hizo el amor por primera vez, sin que le dejara ver su rostro, creyendo que podía ocultar quién era con un simple antifaz, pero esos ojos fulgurantes eran únicos en ese mundo.

En ese momento comprendió que haría lo que fuera para que le amara, para que le correspondiera, para que fuera su inspiración, y ahora, haría lo que fuera para mantenerlo seguro.

El carnaval duro cinco días, los cinco días se encontraron en la oscuridad, su pura y noble inspiración, su musa, se le entrego como ningún otro había hecho jamás, permitiéndole amarlo con gentileza, pero sin dejarle ver su rostro, tal vez, creyendo que le abandonaría, pero, eso no era posible, su corazón era suyo desde aquel primer instante en que lo vio.

El pecador arrepentido conocía bien los entes oscuros y sabía que su musa no era como eso, sin importar la sangre que corriera en sus venas, lo sabía puro, noble, tanto como lo veía hermoso.

Pero bien sabía que no tenía nada que ofrecerle, únicamente su afecto, y Radamanthys era un noble, su sangre era de la más alta cuna, la suya también, o eso decía su hermano que se aferraba al pasado, a lo que decía tuvo su familia, pero el se conformaba con la oportunidad de ser amado por el joven Walden.

Que tenía sus dieciocho años, el once años más, ya era todo un hombre, y decidió que tal vez, debería comenzar a buscar fortuna, la forma de presentarse frente al terrible Minos, para pedirle la mano de su dulce hermano, él nunca desposaría a una mujer, sabía que no estaba interesado en ellas, pero si aceptaría a un hombre consigo, el que besaría el suelo que pisaba.

Se marcho mucho antes de que aquellas criaturas de pesadilla despertaran, paso casi cuatro años buscando riqueza, pero encontró al demonio, con una apariencia similar, una criatura repugnante que deseaba lastimar a su musa, su inspiración, que había escapado de aquel pueblo y a él, lo había encerrado en el peor de los calabozos.

Ahora el pecador pensaba que, de ser correspondido, conocería la felicidad, al poder acompañarlo cada día, escucharlo decir que le amaba o al menos, asegurarse que su amado estuviera seguro, lejos de la muerte.

Tan enamorado estaba de su musa que se atrevería a enfrentarse a cualquiera que intentara lastimarlo, era por eso por lo que esperaba las noticias que le dijeran que los demonios habían abandonado el castillo, para seguirlos y evitar que lastimaran a su inspiración.

*****

—Nunca he conocido a nadie como tú, tan dulce y caballeroso.

Susurro Milo en su oído, besando su cuello, invitándolo a desvestirlo, a rozar su piel y besar su boca.

—Por eso siempre me sentiré culpable por esto, mi dulce Hypnos.

Milo intento en ese momento besar sus labios, pero Hypnos al fin reconoció cual era el aroma que le fascinaba en ese muchacho, era la muerte y la sangre.

—Eres un...

Pronunció, alejándolo con demasiada facilidad, comprendiendo que era un vampiro joven, tal vez, a medio transformar, el que intentaba alimentarse de la sangre de un licántropo de su edad, una tarea imposible por su fuerza y para ese momento habría muerto, si no estuviera tan encantado con ese muchacho.

—Vampiro...

Hypnos modifico un poco su apariencia, para que comprendiera que no era humano, esperando que Milo se alejara, era bien sabida la rivalidad entre ambas especies.

—¿Eres un hombre lobo?

Milo retrocedió entonces, llevaba mucho tiempo sin alimentarse, desde que decidiera abandonar a su maestro, aquel que lo transformo en contra de su voluntad y del que trataba de alejarse.

—Estoy hambriento, pero no me gusta la sangre, no me gusta lastimar a las personas...

Hypnos se preguntaba si tal vez aquella fuera la razón de su equivocación, al pensarlo humano, cuando en realidad era un vampiro.

—Nunca he probado la sangre de un humano y pensé, solo pensé que una pequeña mordida, un sólo trago, podría mantenerme en pie.

El anciano lobo supuso que lo más piadoso sería matar a Milo, cortarle la garganta y dejar que el sol finalizará el trabajo, sin embargo, este nuevo hallazgo lo único que hacía era aumentar su interés en su persona.

—Lo que estoy a punto de hacer es considerado un acto de traición en mi jauría, pero...

Milo le veía con una mezcla de extrañeza y miedo, alejado algunos pasos, sus ojos azules limpios, claros, como los de un humano.

—Puedes beber mi sangre, aliméntate de mí, no quiero que mueras.

Hypnos descubrió su brazo, su sangre estaba viva, justo como la de un vampiro que no se había alimentado aún, porque la maldición se propagaba en el cuerpo cuando se realizaba la primera ingesta de sangre humana y técnicamente, el ya no era un humano.

—¿Estás hablando en serio?

Milo quiso saberlo, acercándose unos centímetros, observando como Hypnos, en contra de todos sus instintos y actuando en contra de todo lo aprendido, le ofrecía su antebrazo, para que pudiera alimentarse.

—No voy a repetirlo de nuevo.

Le respondió, ellos viajaban en un carruaje, paseando por la ciudad, ajenos al mundo exterior.

—Gracias.

Milo le mordió con delicadeza, con tanto cuidado que por un momento pensó que no se había atrevido a hacerlo, y bebió, como se lo dijera, apenas un minúsculo trago de sangre.

—No es suficiente, bebe un poco más.

Tuvo que ordenarle, contando los segundos que pasaban, esperando llegar al momento en que supuso, Milo estaría recuperado, cuando el muchacho se alejó, con una expresión acongojada, algo mareado.

—No me gusta beber sangre, puedo sentir el latido de tu corazón, como se escapa la vida de tu cuerpo, es horrible.

Hypnos sonrió, encontrando divertido que el vampiro al que había dejado que bebiera su sangre, se quejara de lo horrible que había sido, siendo el, quien recibió aquella mordida.

—¿Te sientes mejor?

Milo asintió, suspirando, suponiendo que podría pagarle su amabilidad al hombre a su lado, que le veía con genuino interés, una expresión extraña, porque parecía estar catalogando cada uno de sus actos, de una forma casi científica.

—Sabes, me doy cuenta de cómo me mirabas la primera vez, sé que yo te gustó.

Así era, ese vampiro le agradaba demasiado, pero no intentaría cobrarse su ayuda con su afecto, como lo había dicho Thanatos, debían comprender que eran dioses piadosos, que siempre estarían ahí para ellos, ganarse su fe, antes de cobrar lo que tanto deseaban.

—No eres un prostituto y si me cobrará mi sangre con tu cuerpo, te transformaría en uno, porque un pago es un pago.

Le respondió, sintiendo otra presencia, casi escuchándola, había algo que les perseguía, tal vez otro vampiro, tal vez algo más.

—¡Eres demasiado descortés!

Fue la respuesta de Milo, que también guardo silencio al sentir el aura en ese páramo, asomándose por la ventana del carruaje, un lobo negro, mucho más grande que uno de sus caballos corría a su lado.

—¡Mierda! ¡Mira el tamaño de aquella criatura!

Hypnos le ordenó al chófer que se detuviera, acariciando la mejilla de Milo, era su hermano, Thanatos, el que siempre lo dejaba sólo, respetando sus decisiones, pero ahora le buscaba, cuando acababa de darle su sangre a un joven vampiro, que aún estaba en el interior de su carruaje.

—No salgas hasta que yo te dé una señal.

Hypnos bajo del carruaje, aparentando tranquilidad, llevando sus brazos detrás de su espalda, esperando por qué Thanatos se transformará de la misma forma.

—Necesito que regreses a la jauría, temo que una guerra entre clanes estalle de nuevo y tenemos que tomar decisiones importantes.

Thanatos aún no comprendía la naturaleza de su compañía, por lo que podía ver, pero al descubrir que sangraba del brazo, que había algo más en el interior del carruaje, arqueo una ceja, frunciendo el ceño ligeramente, casi de forma imperceptible, dando un paso en su dirección.

—¿Hay un vampiro en ese carruaje?

Le pregunto, sin comprender lo que estaba pasando, esperando escuchar lo que Hypnos querría decirle.

—Es un vampiro que no ha bebido sangre humana, ni lastimado a nadie, quiero saber porque y de dónde viene esa fuerza.

Thanatos asintió, su hermano no era ningún idiota, pero, aun así, la sangre en su brazo quería decir que le dio de beber.

—Por eso has roto una docena de nuestras leyes, sin contar, que le has dado tu sangre divina.

Eso era cierto, pero no le pregunto si lo entregaría, si lo acusaría con la jauría, su hermano jamás le había dado la espalda.

—He mandado a varios de los más viejos a los territorios de los Walden, los vampiros han cambiado su comportamiento y mi preocupación por Manigoldo, no me deja pensar con claridad, te necesito conmigo en este momento.

Thanatos pensaba ignorar aquella presencia, él sabía que no todos los vampiros eran demonios, pero si había unos mucho más salvajes, que únicamente buscaban alimento, esa clase de vampiro ya había gobernado y esa época fue tan oscura que decidieron borrarla de sus memorias.

—Si quieres puedes traer a ese vampiro tuyo, yo te respaldare en esto, como tú lo hiciste con mi cazador.

 


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