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Los demonios de la noche. por Seiken

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Minos comenzaba a cansarse del viaje constante en el carruaje, estaba incómodo, sucio, agotado y asustado, un sentimiento raro en un hombre como él, hasta hacía un año.

Cuando su pesadilla comenzó, después de liberar a Defteros de su tumba, provocar la dolorosa muerte de su amado Lune, y sentir los dientes de aquella bestia en su yugular.

Perderse en sus ojos, en el hambre y deseo reflejado en ellos, para despertar en su cama, medio muerto, con ese asesino tratando de convencerlo de que sus pesadillas no eran reales.

El juez le había prometido a su hermano que todo saldría bien, que estaban a salvó, pero no lo creía, no pensaba que podrían resistir el tiempo suficiente para madurar.

Y esos mercenarios no eran tan fuertes como esperaba, ni tan diligentes, igual que muchos otros, únicamente estaban interesados en su dinero.

-Todo esto fue mi culpa...

Susurraba casi sin descanso, tratando de pedirle perdón a su hermano, pero no alcanzaba a pronunciar lo que deseaba, temeroso, creyendo que no le perdonaría cuando supiera la verdad.

El había soltado a los monstruos que les perseguían y era tan cobarde como para pensar en la piadosa muerte, antes de enfrentarse a ellos, comprendiendo que carecía de la fuerza de voluntad para combatir a Defteros.

Creyendo que tal vez, si mataba a su hermano y después, se disparaba el mismo, podrían escapar, pero, que pasaría con su sangre, si acaso existían las reencarnaciones, la vida eterna.

Ellos los perseguían en un futuro, y algo más, un sentimiento de añoranza, que pensó había sanado con Lune, seguía perturbándolo, un deseo por ver a alguien, una criatura de la luna, de eso estaba seguro, cuyo rostro se le escapaba.

Una promesa que no lograba recordar, una belleza sin igual oculta en filosas espinas sangrientas, corriendo bajo la luz de la luna.

- ¿Crees en la reencarnación?

Le pregunto a su hermano de pronto, el que permanecía la mayor parte del tiempo despierto, seguro de que no podría dormir hasta llegar al convento que les cobijaría unos cuantos días, esos demonios les seguían el rastro, uno invisible creado por su sangre.

-Creo en la reencarnación, tal vez aún ahora estamos pagando pecados de aquellas vidas...

De pronto guardo silencio, no deseaba seguir hablando acerca de las reencarnaciones y supuso que Minos, tampoco quería hablar respecto a los errores del pasado.

- ¿Que pecados?

Quiso saber Minos, observando el paisaje, tal vez porque su dulce madre se enamoró de un demonio y su sangre atraía a estos terribles seres, o tal vez, era un castigo por el asesinato de su padre, o simplemente era por azares del destino.

-Somos demonios, Minos, ese es el pecado que estamos pagando.

Fue la respuesta de Radamanthys, que ya nunca se apartaba de su pistola de balas de plata, las que por alguna razón Shura traía consigo, mucho menos de su hermano.

-Eso no es un pecado, nuestro pecado ha sido dejar a nuestros enemigos con vida.

Tal vez eso era cierto, si su madre hubiera escapado o asesinado a su padre, en vez de tratar de convencerlo de aceptarlos como lo que eran, habrían tenido una mejor vida.

-Ella lo quiso, lo recuerdo bien, pero él dejo de amarla cuando supo la verdad, por eso intento matarme.

Su padre era un hombre avaricioso, lo único que deseaba era su riqueza, por eso la enamoro y ella en su inocencia quiso creerle, después conoció al que sabía era su padre, al señor del Inframundo.

-Siempre quiso su dinero, por alguna razón creyó que yo me trataba de su hijo, y tú no, por eso intento matarte.

Minos entonces se dio cuenta de lo que pensaba su hermano menor, tal vez creía que ellos habían llamado la atención de esos vampiros, por su sangre, un acto del que no podían ser culpados, como el color de su piel, o el brillo nocturno de sus ojos.

-No pienses en eso Radamanthys, no es verdad, no es culpa nuestra lo que nos está pasando, los pecados a los que yo me refiero son de vidas pasadas, errores que arrastramos, tal vez, dejarlos con vida, creyendo que podríamos escapar...

Minos sostuvo la cabeza de Radamanthys por sus mejillas, acercando su frente a la suya, sabía que algo estaba pasando, pero su hermano no se lo estaba diciendo.

-Dime que te perturba...

Radamanthys sonrió, Minos lo conocía demasiado bien, después de todo, siempre habían sido muy unidos, desde que se trataban de unos niños pequeños.

-Recuerdo una vida como el conejito de Aspros...

*****

Al mismo tiempo, el último de los soldados del convento era sostenido por Aspros, que bebía su sangre, cubierto de ella, dejando charcos por doquier, tratando de recuperar su energía, con la de aquellos humanos y media sangre.

Esperando rejuvenecer varios años más, al beber esa sangre, no quería que su conejito tuviera que yacer con una sombra de lo que fue alguna vez.

Su hermano, con otro grupo de los vampiros provenientes de los pueblos cercanos mataron a los animales y profanaron cada rincón del convento, convirtiéndolo en una tierra olvidada, que no podría ser un refugio para sus futuros amantes.

-Debemos apresurarnos, aún faltan dos conventos y unos pueblos.

Le informo su hermano, con una sonrisa al ver que recuperaba su vieja fuerza, cubierto de sangre de la barbilla a la cintura, dejando caer al sacerdote guerrero sin ninguna clase de respeto por su muerte.

-Tendremos un ejército poderoso para cuando el maestro comprenda lo que está sucediendo.

Aquello lo dijo observando como los cadáveres comenzaban a moverse, esos eran vampiros muertos, seres malditos condenados a vagar eternamente por el mundo sedientos de sangre, obedeciendo sus órdenes, como sus creadores.

Estos vampiros podrían aparentar ser cualquier población si eran visitados de noche, pero de día, tendrían que buscar un agujero profundo, alguna clase de cueva, en donde pudieran esperar el anochecer.

—¿Qué hay de mi avecilla?

Defteros le había cambiado el nombre a su amante, por uno mucho más acordé a su próximo compañero.

—Tu avecilla y mi conejito nos harán compañía eternamente.

Aspros sabía que su hermano gustaba mucho más de las aves que de los conejos y al decirle de esa forma, era una muestra de su deseo por él, tal vez, de su aprecio por el juez inalcanzable.

—Ellos saben que no deben lastimarlos.

Aspros repentinamente vio su ropa, la que estaba arruinada, maldiciendo en voz baja, tendría que buscar una muda nueva en el siguiente pueblo, algo mucho más aristocrático.

—¡Demonios!

Se quejó, limpiando su barbilla con la manga de su ropa, sus modales habían desmejorado demasiado y eso le hacía sentir vergüenza, porque en el pasado pudo haberse comido a todo un pueblo sin derramar una sola gota de sangre.

—¡Tendré que conseguir ropa nueva!

Casi grito, logrando que Defteros se riera, a él no le molestaba manchar su ropa con su comida, había más sangre de donde había llegado esa, pero su hermano, no lo hacía por esa razón, sino, porque pensaba que tenían que mantener una imagen inalcanzable, hermosa, seductora, atrayente, así sus presas iban directo a sus fauces.

—Sabes el trabajo que me costará encontrar un traje a mi medida, este lo mandé a hacer en nuestra mansión y ahora está completamente arruinado.

Se quejó, prácticamente haciendo un puchero que hizo sonreír a Defteros, su hermano seguía siendo demasiado presumido, alejándose de aquel convento, con un paso tranquilo, subiendo a su carruaje para seguir su camino.

—Recuerden que no les harán daño, queremos que viajen hacia el sur.

Le recordó al primer vampiro en levantarse, el que asintió, con lo que podría ser una apariencia humana.

—Así será.

*****

Shura comprendía perfectamente que se estaba arriesgando demasiado al proteger a su viejo amigo y a su hermano, de los mellizos, esos vampiros que se trataban de criaturas malvadas, tan retorcidos como eran hermosos.

Tal vez no era su culpa, ellos habían sido educados para pensar así, fueron gladiadores, pero antes de eso fueron coperos, efebos entrenados para obedecer órdenes, niños secuestrados de sus casas para complacer a monstruos enfermos.

A su corta edad habían presenciado actos de toda clase, obligados a participar en otros tantos, habían sido corrompidos casi hasta la locura, eso lo sabía muy bien, sólo un monstruo puede crear a otro.

Siempre estaban juntos, siempre protegiéndose las espaldas, y tal vez, quien sufrió más fue Aspros, el mayor, el que protegía a su hermano de cualquier daño, cuya piel clara era más apreciada que la morena del menor.

Cuando eran tan solo unos muchachos serían obligados a participar en un combate a muerte, para entretener al emperador de Creta, un tal Minos.

Un hombre mayor, del que se decían varias historias, unas le tachaban de ser un ente perverso, las otras de ser un emperador justo, las historias más cercanas a la realidad eran las que hablaban de su justicia.

Porque Minos al comprender lo que harían en ese espectáculo, decidió comprar a los hermanos, evitar esa tragedia, después de la muerte de su propio hermano casi dos décadas atrás, su corazón seguía acongojado y decidió salvar su vida, sin poder presenciar aquel acto barbarico, salvando a los muchachos que pudieron verlo en el palco, un hombre que parecía estar hecho de mármol, piel, cabello, ropas y aún sus ojos eran blancos, una criatura que no podía ser humana.

Entregándolos poco después al cuidado de un joven soldado llamado Sisyphus, un arquero, que decidió llevarlos a una tierra lejana.

Minos era un hombre mayor, a punto de perecer bañado en agua hirviendo, pero en su juventud, cuando tenía sus veinte años fue toda una belleza.

Tuvo muchos amantes, pero uno en especial lo cautivo, un lobo que se le presento en su juventud, que le amo demasiado, pero tuvo que dejarlo ir cuando visitó la ciudad que mantenía presos a los mellizos que Minos libero, en esta había plata por montones y un lobo no podía entrar en ella.

Shura pensaba que tal vez Defteros había elegido a Minos por el parecido con ese emperador, era una versión joven, delicada y sobre todo vulnerable de aquel que inició su vida, de forma indirecta, en el vampirismo, tal vez para esa salvaje criatura, estaba pagando la buena obra que realizó con ellos.

Porque Sisyphus era un vampiro viejo, que les enseño todo lo que debían aprender para sobrevivir, sin embargo, les dio un último don, el de la vida eterna, cuando tenían treinta y tres años.

Shura nunca comprendió porque lo hizo, porque darle ese don a dos muchachos que se veían tan desesperados, tan enfermos, que odiaban tanto a la humanidad.

En especial el mayor, que, aunque había sufrido más que su mellizo, era el quien mantenía cada uno de sus recuerdos intactos, Defteros para sobrevivir había olvidado la mitad de su juventud, en especial su niñez.

Pero Aspros los mantenía frescos y usaba su belleza para atraer a sus amantes, su actitud siempre era la de un hombre seductor, alejado del mundo, de los humanos.

Había sido el conejito de un monstruo humano de gustos enfermos y parecía que ahora buscaba a su propio conejito inhumano para saciar sus bajas pasiones como lo hicieron con el cuándo aún era un niño, aunque no entendía porque a este joven hombre en particular.

Radamanthys era una buena persona, un hermano singular, que había perdonado a Minos con demasiada facilidad, era joven, era hermoso, pero Aspros había tenido demasiados amantes como él, a ninguno lo mantenía demasiado tiempo, preguntándose qué había de especial en el menor de los Walden que atrapaba el deseo de Aspros.

Shura creía que lo escogió de las grandes familias, antes de que comenzarán las guerras, cuando estos gemelos aconsejaron al maestro a iniciar los impuestos de sangre.

Shura comprendía que la llegada de estos dos vampiros fue lo que le dio inicio a su dominio, buscando humanos poderosos para que le sirvieran a cambio de poder, o para convertirlos en vampiros, incrementando sus filas.

Iniciando una campaña exitosa que al final puso el mundo en las manos del maestro y sus consejeros, siendo ellos quienes más se beneficiaron de su locura.

El compañero del maestro, quien le había dado vida eterna, estaba furioso y avergonzado, creyendo que no debían seguir con ese martirio a la humanidad, tenían que dejarlos libres, eso era lo justo, pero no lo escucharon.

Y los mellizos comenzaron a usar a los humanos como ganado, seleccionando algunas cuántas familias para darles una tarea, manipular a las demás, para que creyeran que ese era el orden natural del mundo, que debían estar agradecidos por ello.

Cid decidió darles la espalda, abandonar a los suyos y recluirse en su propia morada, tratando de instruir algunos humanos en las artes de la guerra, enseñarles a defenderse de sus hijos, creyendo que tarde o temprano una guerra comenzaría.

Los lobos trataban de proteger a algunos humanos, pero no eran tan numerosos, mucho menos tan fuertes y la humanidad, los hijos del hombre, estaban condenados a perecer.

Pasaron los siglos y sus estudiantes cada vez eran mayores en número, las tres familias seleccionadas por Aspros como sus sirvientes principales ya no creían que estuvieran fuera del alcance de la sed de los vampiros.

Sin embargo, fueron los Walden, aquellos que eran conocidos por practicar ritos oscuros en nombre de deidades antiguas y pactos con demonios, aquellos que le visitaron primero.

Y Cid, creía Shura, acepto recibir al acongojado padre, que cargaba a su pequeño en brazos, esperando encontrar una escapatoria.

Shura observaba el paisaje, recordando todo lo aprendido en su larga vida, sentado en el techo del carruaje, sus ojos lilas brillando de momento en la oscuridad.

—Te arriesgas demasiado por ellos.

Lo sabía, comprendía muy bien que tanto se arriesgaba por mantener a esos dos muchachos seguros, pero no lo hacía por la bondad de su corazón únicamente, sino que, creía que ellos serían su única esperanza para sobrevivir.

—Puedes irte si quieres, ya te lo dije antes, te haré llegar el pago que solicitaste.

Mu negó eso con un movimiento de su cabeza, no se marcharía, porque aquello que deseaba mucho más no era la fortuna prometida, sino la llave a la vida eterna para su toro, porque al ser media sangre, no podía transformarlo en su compañero sin ayuda.

—Solo quiero que comprendas lo que haces.

Shura asintió, el comprendía mucho más de lo que Mu apenas comenzaba a imaginar, pero no sé lo dijo.

—Comprendo lo que hago, por eso no te preocupes.

 


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