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Los demonios de la noche. por Seiken

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Cid observo a ese hombre desmontar del caballo, de alguna manera había logrado llevar a ese niño pequeño durante todo el viaje, el que se veía cansado, demasiado somnoliento, preguntándose cuando fue la última vez que había probado bocado.

—¿Porque me estás buscando?

Quiso saberlo, sus alumnos a sus espaldas, el padre de aquel niño de pronto se arrodilló frente a ellos, colocando sus manos en el suelo, suplicándole piedad.

—¡Ese demonio quiere arrebatarme a mi Radamanthys, le suplico ayuda, usted tiene que salvarlo!

Cid se acercó a ambos, ayudándole al hombre algo mayor delante suyo a ponerse de pie, al mismo tiempo que el niño rubio bostezaba, tallando sus ojos.

—Por ese demonio quieres decir Aspros, él ha decidido que sea la sangre de tu hijo su tributo, un pago que hasta hoy no se han negado a entregar.

El visitante no supo que decir, pero a diferencia de las otras familias, ellos no habían entregado nunca a nadie de los suyos, tampoco a un inocente, todos ellos, todos sus tributos habían cometido actos condenables, sus familiares recibido un pago por la perdida.

—Nunca hemos derramado sangre inocente.

Fue su respuesta, esperando que hubiera una forma de salvar a su retoño, el que estaba cansado después de ese largo viaje, sus hijos fueron llevados a otras mansiones, esperando que pudieran protegerlos, sin embargo, era este el que incitó el hambre del vampiro.

—Pero han derramado sangre, se la han entregado a ellos y no han intentado proteger a los aldeanos, tal vez, sea un castigo justo que se lleven a tu demonio, para que sufras lo que los otros padres han padecido.

Habían alimentado a los gemelos y a otros vampiros, habían traicionado a los suyos por unas migajas y ahora que les tocaba pagar su cuota, darles la sangre de uno de sus herederos, no estaban dispuestos a realizar ese sacrificio, porque al fin comprendían el dolor que sentían esas familias.

—Si he de ayudarlos, tendrán que prometerme que se unirán a mí en la guerra que se aproxima y me entregaras a este niño, para que sea uno de mis estudiantes, solo así estaré dispuesto a socorrerlos.

Ese humano sabía que no tenía opción alguna y aunque su madre no soportaría perder a su segundo hijo en las manos de otro vampiro, este lo mantendría vivo, seguro, porque todo el mundo hablaba de la amabilidad de Cid, lo fuerte que era, la forma en que protegía a los humanos que habitaban su castillo.

Cid entreno al segundo hijo de los Walden con esmero, transformándolo en un arma, un pupilo aplicado y obediente, un guerrero orgulloso, seguro de si mismo, el primero en salir al campo de batalla, el último en retirarse, enfrentándose con valor a los vampiros que intentaban controlar los primeros levantamientos, antes de iniciar la guerra.

El vampiro que había traicionado a los suyos, la espada, como era apodado, estaba orgulloso de él, de su fuerza y astucia, de lo mucho que había aprendido bajo su tutela, sin embargo, no pudo mantenerlo alejado de Aspros por siempre, en una de las últimas batallas, el segundo al mando del maestro vio a su presa, al que apodaba como su conejito.

Cid no pudo hacer nada, antes de que comprendieran lo que pasaba, Aspros lo secuestro a la mitad del campo de batalla, sin que el pudiera hacer cualquier cosa por su pupilo, cuya muerte, sintió calarlo demasiado profundamente.

Porque no pudo salvarlo y le había prometido que nada malo le pasaría, que el estaba a cargo de su seguridad, pero mintió, como todo un cobarde, como un traidor que dejo que ese pequeño sufriera en las manos de aquella criatura.

Aunque libero a los demás, a los humanos, se dice que perdió la vida en el campo de batalla, justo en las últimas horas del anochecer.

Cuando los primeros rayos de luz iluminaban ese campo cubierto de cuerpos, vampiros, licántropos y humanos, todos ellos murieron durante aquella guerra, que perdieron los vampiros.

Los gemelos de la luna, Thanatos e Hypnos heredaron su tarea, el de mantener a los vampiros en sus moradas, a los humanos a salvo, pero con el tiempo, con el pasar de los años, la gran guerra fue olvidándose, los humanos, algunos de sus representantes decidieron ignorar el pasado, el trabajo de las grandes familias, la magia de los Gemini, la astucia de los Walden y la plata de los Oros, que marcharon junto a los hijos de la luna y los vampiros arrepentidos, liderados por la espada, que desapareció en el tiempo.

Shura, como los gemelos lobo, se preguntaba si estallaría una nueva guerra una vez que los gemelos habían sido liberados de sus tumbas, en donde esperaban que perdieran la vida, desapareciendo en el final de los tiempos, no que fueran liberados cuando la humanidad estaba debilitada, por una de las familias que intento detenerlos para proteger a su progenie.

Los Gemini habían desaparecido, ya nada mas que ruinas quedaban de sus viejas propiedades, de los Walden únicamente quedaban dos muchachos perdidos y asustados, de los Oros, quedaba uno de sus miembros, Aioria, el joven león de Oros, que seguía siendo poderoso, con fabricas por medio continente, minas de plata a su nombre, armas de fuego a su disposición.

Era sin duda la única familia que había prosperado, la única que aun quedaba de las tres grandes familias, pero, Aioria creía firmemente que cualquier criatura no humana era un peligro y que su nombre, le daba el derecho de hacer su voluntad, destruir vidas inocentes para saciar sus deseos, cumplir sus caprichos, nada ni nadie podía negarse a sus deseos, sin importar su nombre, su edad o su procedencia.

El era todo un león, pero en el significado peyorativo de aquella palabra, un muchacho de unos veinticinco años, mayor que Radamanthys, pero menor que Shura, que fácilmente podría cumplir los treinta años, aunque se veía joven, hermoso, piel pálida, ojos morados, cabello negro como el ala de un cuervo.

Shura provenía de un orfanatorio regido por Shion, un hombre anciano de cabello verde, quien había educado al propio Mu, a pesar de ser un humano, él había sobrevivido siglos en su casa para los niños perdidos.

Era un padre amable, en su orfanatorio nadie pasaba hambre, ni frio, mucho menos tenía que temerle a nada, era el paraíso, guiado por un buen hombre, cuyo compañero era otro más, su pareja de vida, un oriental de cabello café, que generalmente se encargaba de las reparaciones de aquella casa, o de dormir cuando se suponía que tenía que enseñarles alguna materia aburrida, dejándoles hacer lo que desearan.

Shion por el contrario era un maestro estricto, pero justo, amable, que se preocupaba por ellos de forma sincera, que le conto acerca de su pasado, su madre era una mujer solitaria, una hermosa muchacha de la aldea, su padre había sido un noble, un hombre idéntico a él, cabello negro, ojos lilas, piel blanca, pero sin titulo alguno, puesto que su familia lo desterró cuando supo que se había prendado de su madre.

Quien murió al darle a luz, su padre poco tiempo después, simplemente desapareció sin dejar rastro, antes de entregarlo al cuidado de Shion, que con gusto lo protegería, le daría una educación y un futuro, puesto que ese era su mayor orgullo, salvar almas que podrían descarriarse, darles una oportunidad al menos.

Shura decidió ingresar entonces al ejército, probar suerte y viajar en busca de fortuna, enlistándose en el mismo escuadrón de dos sujetos extraños, el primero de ellos, unos años menor que el, Aioria, el joven león con un puesto demasiado alto, comprado por su familia, algunos decían que solamente se trataba de una formalidad el que estuviera con ellos, otros, que se enlisto para poder matar sin que lo condenaran por ello, el segundo joven se trataba de un muchacho de unos veinte años, su hermano había conseguido un rango para él, a cambio de lanzarlo fuera de su casa, de su pueblo, para poseer su fortuna, dejándolo en la indefensión, bajo la pena de ser ejecutado si regresaba a su casa.

Al principió los tres parecían congeniar en demasiados puntos, Radamanthys era demasiado frío, mucho más que él, no hablaba demasiado y cuando lo hacía, era muy cortante, nada agradable de tratar, pero cuando pasaron los meses, cuando fueron ganándose su confianza, resultaba ser una persona bastante agradable, aun era muy frío y podía jurar que sus ojos a veces brillaban en la oscuridad, pero no le importaba.

Aioria al principio actuaba como un buen tipo, siempre riendo, siempre hablándole con amabilidad y soltura, como si fueran viejos amigos, ignorando muchas veces la presencia de Radamanthys, enfocándose en el todo el tiempo, como si no existiera nada más.

Shura en un principio quiso hablar con él, charlar como si fueran amigos, pero, de un momento a otro, Aioria parecía comportarse de cierta forma territorial, a veces podía verlo despierto, observándole, como si se tratase de un león y el una gacela, una sensación que no le agradaba en lo absoluto.

Radamanthys generalmente salía de noche, alejándose del campamento algunos metros, para observar el cielo, a veces, para dormir en la intemperie, no sabían porque, pero parecía que no le agradaba el joven león, Aioria, y a él, tampoco le agradaba el menor, notando el color inusual de sus ojos, lo inhumano de estos, llamándolo demonio en vez de su verdadero nombre.

Shura de comprender lo que sabía en el presente, entendería que Aioria lo veía como una amenaza, que buscaba la forma de librarse de ese cadete de la familia Walden, conociendo muy bien lo que se decía de el en el pueblo, lo que hablaban respecto de su sangre demoniaca, después de todo, Aioria comprendía su deber, liberar a la raza humana de los inmortales, así como de los media sangre, Radamanthys era uno de esos, mezclado con algo que bien podía ser peor aún que un licántropo y un vampiro, un demonio.

Lo que tampoco notaba Shura, era que Aioria comenzaba a desearle, lo consideraba hermoso, astuto, un compañero agradable, la clase de amante que un Oros merecía, después de todo, ellos habían salvado a la humanidad, esta le debía tributos, su lealtad, sus cuerpos o su compañía.

Al principio Aioria intento seducirle, un regalo de vez en cuando, una caricia que duraba más de la cuenta, palabras dulces, pequeñas naderías que pensaba serían agradables para un muchacho como el, actos que Shura encontró desagradables, e intento rechazar lo mejor que pudo.

Sin embargo, Aioria no estaba acostumbrado a recibir un no por respuesta y decidió, tomar lo que deseaba utilizando su puesto, uno superior al suyo, ese primer día, lo acorraló en una de las carpas, aun recordaba esa primera ocasión, porque sin duda fue cuando su amistad con Radamanthys comenzó y la que tenía con Aioria se terminó.

—Creo que no lo entiendes Shura, tu me gustas, demasiado y deseo que correspondas mi afecto.

Eso logro que Shura le mirara perplejo, para después reírse, una risa seca, de apenas unos segundos, la clase de risa nerviosa que utilizas cuando no encuentras algo divertido, sino, muy molesto.

—¿De que estas hablando?

Quiso saberlo, al mismo tiempo que Aioria trataba de acariciar su mejilla, siendo rechazado por Shura, que retrocedió un paso, pensando que no era una buena idea golpear a un superior, sin importar quien fuera este.

—Soy tu superior, puedo usar mi rango para convertir esta época en el frente un infierno para ti, puedo mandarte a una misión suicida, o ponerte a limpiar las barracas, las letrinas, si no decides mostrarte agradecido y ser algo más obediente.

Podía hacerlo, Shura lo sabia muy bien, pero él no se rebajaría, sin importar los castigos que ideara su superior, al que conocían por tener aquello que deseaba, por haber poseído ya a algunos cuantos soldados de la infantería, o mandar a los peores lugares a quienes no aceptaron ser sus juguetes, después de usar la fuerza con ellos.

—Puedes irte al diablo, porque no te obedeceré.

Aioria fue esta vez quien encontró sus palabras divertidas, riéndose, pero usando la risa de quien encuentra toda esa situación divertida, seguro de que no había forma de rechazarlo, usando la sorpresa para saltar en su contra, logrando que se golpeara la cabeza con una de las cajas, casi perdiendo el sentido.

—Serás obediente, serás sumiso y me lo agradecerás, Shura, no te estoy preguntando tu opinión.

Shura sintió como Aioria lo levantaba, para acostarlo en la caja en donde se había golpeado la cabeza, abriendo sus piernas, para tratar de quitarle los pantalones, escuchando de pronto unos pasos y un quejido, después otro, y otro más.

—¡Hijo de puta!

Escucho que pronunciaba un intruso completamente furioso, un soldado que atacaba a Aioria, el que no respondía porque no le daba tiempo para eso, maldiciéndole, cuando en el suelo, vio a Radamanthys sosteniendo aquello que utilizo para golpearlo, alejándolo de su persona, esto era un tronco no muy grueso, el que usaba para practicar algún tipo de artes marciales, aunque Shura creía que solo estaba inventando los pasos.

—¡Lárgate y no lo vuelvas a molestar!

Le amenazo, haciendo que Shura notara por primera vez aquel fulgor de sus ojos, los que brillaban en la oscuridad como los de un gato, dándole una apariencia fiera.

—¡Maldito demonio!

Radamanthys aún seguía enojado, con el tronco en sus manos, dispuesto a seguir con esa lección, puesto que Shura sabía, que el joven rubio tenía un rango superior al de Aioria, regalo de su hermano el juez, decían muchos, con envidia.

—¡Tienes hasta que cuente hasta cinco para marcharte o te romperé la espalda para que no puedas lastimar a nadie más, maldito animal!

Aioria se levanto y se fue, demasiado molesto, sin embargo, Shura estaba seguro de que no sería la última vez que tendría que tratar con él, porque no se detendría hasta atraparlo en algún momento que tuviera la guardia baja.

—Gracias.

Fue lo único que alcanzo a pronunciar, cuando el rubio le daba la mano, para ayudarlo a levantarse, comenzando lo que seria el inicio de una larga amistad, que lo llevo a presenciar la mordida del vampiro y ahora, lo tenía en ese carruaje, tratando de salvar la vida de su buen amigo, un medio demonio, que desconocía todo respecto a su raza o cualquier criatura de las sombras.

—Debemos acampar, eso será lo mejor.

 

Notas finales:

 

 


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