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Los demonios de la noche. por Seiken

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Los gemelos intercambiaron una mirada y de pronto, a una velocidad que no comprendieron, Defteros aventó a Radamanthys a los brazos de su gemelo, sentándose junto a Minos, que jadeo al verle tan cerca, tratando de alejarse.

-¡Radamanthys!

Grito su nombre, tratando de levantarse, pero Defteros le sujeto de la cintura, sentándose a sus anchas, con las piernas abiertas, en donde situó a su avecilla, cuyos brazos sostuvo con fuerza.

Pegandolo a su cuerpo, para que pudiera notar lo exitado que estaba al tenerle a su lado, su erección a través de su ropa.

-Tranquilo... mi hermano cuidara muy bien de él...

Le aseguro, besando su cuello, escuchando su respiración entrecortada, sintiendo sus absurdos intentos por liberarse, riendose de pronto, encantado con la idea de poseerlo cuando estuviera despierto, toda su atención fija en él.

-Ya no voy a hacerte daño, a menos que tú me lo pidas.

Le aseguro, lamiendo su oreja, para llevar su mano a sus piernas, acariciándole por encima de la ropa.

-¡No!

Defteros era por mucho más fuerte que Minos, su masa corporal era mayor, músculos bien definidos que podían apreciarse a través de su ropa, una camisa blanca a medio abotonar y unos pantalones oscuros, con botas altas.

-¡Por favor!

Su cabello azul estaba despeinado, cubriendo su rostro, como si no le importara peinarlo, contrastando con el de Minos, que a pesar de no haber podido cuidarlo demasiado era blanco, lacio y sedoso.

Su piel era como la leche, en cambio la tez de Defteros era morena oscuro, de un tono que no podías imaginar como el de un vampiro.

La ropa de Defteros era de mucha mejor calidad que la que portaba Minos, la que estaba sucia, algo maltratada, aún su hermano, llevaba tanto tiempo en el carruaje que no habían podido darse un baño "decente" en mucho tiempo.

-¡Suéltame! ¡Por favor suéltame!

Le suplico, gimiendo cuando Defteros lamió el sudor de su cuello, sosteniendo ambas muñecas con una de sus manos, llevando la otra a su torso para acariciarlo con ella, buscando un camino entre su ropa.

-¡Frente a él no! ¡Frente a mi hermano no!

Minos podía sentir la mirada de su hermano, el horror y su miedo por verle en los brazos de aquella criatura, que iba abriendo los botones de su camisa, arrancando uno por uno.

-Prométeme que vas a cooperar y esperare hasta estar en nuestras habitaciones...

Le susurro, Minos no se atrevía a ver a Radamanthys, que seguia inmóvil en los brazos del vampiro, que en ese momento tenía la edad de un hombre maduro, de unos cincuenta años, el que le sostenía de los antebrazos, para que no intentará escapar.

-Pero antes, quiero un beso.

Le susurro, sosteniendolo de su mentón, para unir sus labios a los de su avecilla, que casi inmóvil había dejado de pelear, únicamente obedecía.

Defteros sonrió al verle rendirse, acariciando la mejilla de su próximo compañero, para besarle con mucha más hambre, cambiando su postura entre sus piernas, para sentarlo sobre ellas, viéndolo de frente, besando sus labios.

-Tanto trabajo te costaba obedecer...

Se quejó, acariciando los muslos de Minos, que simplemente se dejaba hacer por el vampiro, que seguía besando su boca, admirando su belleza y acariciando su cuerpo.

-Eres tan dócil cuando te has olvidado de la esperanza...

Radamanthys le veía con extrañeza, en los brazos de Aspros, que hasta el momento no se movía, acariciando su cabello con delicadeza, esperando el momento en que comprendiera lo que le hacían a su hermano mayor.

-Mi hermano cuidara muy bien de él, es un amo piadoso y protector.

Susurro de pronto en el oído de Radamanthys, admirando su aroma, sintiéndolo moverse de pronto, tratando de liberarse.

-No...

Le ordenó con un tono suave de voz, que logro que de momento Radamanthys le observará, su expresión una de hermoso miedo.

-No intentes escapar, conejito...

Aspros aunque había consumido sangre hasta el cansancio, absorvido la energía de los humanos, aún estaba cansado, ochocientos años encerrado en una prisión podían hacerle eso a un vampiro.

-Yo me encargaré de ti, de ahora en adelante.

Le aseguro, rodeando su torso con uno de sus brazos, debido a la edad que tenía Radamanthys, aún era delgado, todavía no adquiría la masa muscular que sabía tendría en algunos años.

-Esperaba darte mi primer beso cuando estuviéramos cómodos, en la mansión, después de un baile y una fiesta fastuosa, pero quisiste marchate y ahora estamos aquí.

Sosteniendo ambas muñecas con una sola mano, que de pronto se veía como una garra, aspirando su cabello, para gemir después.

-Pero tendrás que disculparme, estoy tan hambriento que podría comerme al mundo.

De pronto comenzó a reírse, notando como Defteros no podía controlar sus instintos, sus deseos más básicos y desnudaba poco a poco a su avecilla, que de nuevo trataba de soltarse, no deseaba que su hermano lo viera en aquella postura.

-Necesito de tu sangre especial y de tu energía, mi conejito...

Radamanthys comenzó a retorcerse, tenía que quitarle ese bastardo de encima a su hermano, pero al mismo tiempo, vio como Aspros comenzaba a desabrochar su ropa, cortando los botones de su camisa y arrebatándole un pañuelo que Shura le había regalado para las heridas de su cuello, ahora cicatrizado.

-Te necesito ahora mismo...

Minos vio por el rabillo del ojo como Aspros desvestía a su hermano, como estaba abriendo su camisa, su abrigo, quitándole su pañuelo, descubriendo su piel para poder morderlo.

-¡No! ¡No le hagas daño!

Trato de suplicarle, sin embargo, repentinamente Defteros desgarro la ropa de Minos al nivel de su hombro, para morderlo frente a Radamanthys.

-Minos...

Apenas pudo pronunciar, observando la sangre de Minos escurrir por su hombro, dos hilos gruesos que comenzaron a manchar su ropa, petrificandolo, a causa de la desesperación que sentía, Aspros manteniendo la fuerza de su agarre, no dejaría que se moviera.

-¡Minos!

Volvió a gritar, sin embargo, su hermano había dejado de escucharle, arqueando su espalda, gimiendo, como si sintiera placer con esa mordida.

Defteros ya no le prestaría atención a nada más, bebería hasta que el corazón palpitante de Minos alcanzará un ritmo lento, para soltarlo de pronto, sosteniendolo en sus brazos.

Su cuerpo casi sin energía, su respiración entrecortada, pero sabía que su atención estaba fija en su hermano, y supuso que lo mejor era que lo viera, la primera mordida consciente de su querido Radamanthys.

-Seremos una hermosa y gran familia, tu, yo, mi hermano y el tuyo...

Defteros le ayudo a voltear su rostro, sosteniendolo aún en sus brazos, Radamanthys de pronto redobló sus esfuerzos por soltarse de las manos de Aspros, que le mantenía en su regazo sin dificultad alguna.

-No...

Pronunciaba Minos, sintiendo las caricias de Defteros en su espalda, escuchando la lucha de su hermano menor por soltarse, el que había llegado a la mansión por culpa suya, a quien había condenado a esa pena.

-Mira bien, Minos...

Le aconsejo Defteros, esperando el momento en que su hermano mordiera a su conejito, sus dientes afilados sobresaliendo de su boca, dándole una apariencia aterradora.

Minos no podía dejar de mirar, comprendiendo que por eso mismo paso él, hacía casi un año, recordando el dolor, el miedo, esperando que algo o alguien salvará a Radamanthys.

Que de pronto grito cuando Aspros lo mordió, encajando sus dientes en su cuello, para beber su deliciosa sangre, la que tenía la fuerza de su padre, la energía regresando a su cuerpo al mismo tiempo que abandonaba al menor, que a diferencia suya no gemía, aún no estaba acostumbrado a esa sensación, aún no le gustaba sentir a su amo vampiro arrebatándole la vida.

Minos comenzó a llorar, lágrimas transparentes recorrían su mejilla y su hermano, seguía tratando de soltarse, con algunos esporádicos esfuerzos, estirando las piernas, como si tuviera los últimos espasmos de su vida, que se escapaba con ese beso sangriento.

Aspros le dejo ir de pronto, aún sosteniendolo en sus brazos, pero liberando su cuello de sus dientes.

Minos le veía con horror, deseando que su hermano menor muriera, eso era mucho más piadoso que el que hubiera sobrevivido con apenas una quinta parte de su sangre en su cuerpo, debilitado y confundido.

Aspros sintió en cambio como una marea de energía pura lo invadió, llegando de pronto, dotándolo de una fuerza mayor, con esa media sangre y la energía del Inframundo recorriendo sus venas cansadas.

Su cabello empezó a oscurecerse, a tomar la forma y textura que tuvo en el pasado, con un azul profundo, como sus ojos, su piel arrugada fue recuperando su elasticidad, convirtiéndose en una suave y tersa, como la que tuvo cuando era tan solo un muchacho, sus músculos, cada parte de su cuerpo se sentía rejuvenecer.

Pero no sólo eso, de pronto se sentía mucho más fuerte que cualquiera, libre y ligero, como nunca antes ocurrió con cualquier tipo de sangre, aún la de su segundo conejito no era tan poderosa, el era un humano después de todo, este chico hermoso, este muchacho era un medio demonio, que al cumplir los veinticinco sería invencible.

-La próxima ocasión sera en nuestros aposentos.

Le aseguro, una vez repuesto del paso del tiempo, seguro de su apariencia y juventud, de su belleza.

-Mi dulce conejito.

Al que cargo para acunarlo en sus rodillas, sosteniendo su torso, llevando su cabeza a su regazo, sin importarle que su sangre manchara su ropa nueva, podría encontrar más y de mejor clase, para ellos, pero sobre todo, para sus amantes, que medio muertos pero completamente concientes de sus alrededores, no podían más que viajar con ellos a su siguiente morada.

-Mi dulce y precioso conejito.

Un conejito que está vez no moriría, que siempre lo acompañaría, que no se marchitaria, que no entregaría en los brazos de la muerte.

*****

Un encapuchado observaba esa procesión en silencio, el lento avance del carruaje negro, con caballos del mismo color, que se detuvo enfrente del pequeño castillo que se trataba del edificio de gobierno.

Vio como abrieron la puerta del carruaje y permitían descender a los gemelos, que cargaban a dos muchachos en sus brazos, como sus novias, con demasiada delicadeza para ser quienes les habían atacado en el interior del carruaje.

Sangre fresca manchaba sus hombros, apenas latía su corazón y comprendía, que el mayor horror de todos era que aún estaban conscientes.

Como si mirarán ese espantoso instante de sus vidas desde fuera de su cuerpo, en los brazos de los monstruos que deseaban alimentarse de su vida, convertirlos en sus esclavos.

Aspros de vez en cuando se detenía para verificar que su prisionero aún estuviera vivo, Defteros lo sabía, llevaba un año atacando a su avecilla, conocía los latidos de su corazón, en especial esos que le daban vida a él.

Los vampiros muertos les habrían paso, permitiéndoles entrar en lo que sería su morada, hasta que sus amantes hubieran aceptado su destino.

El vigía supuso que para esos muchachos, lo que ocurría con ellos era el equivalente a ser enterrado vivo.

Tal vez dejarían de existir esa noche, no lo sabía y ya nada podían hacer para protegerlos, ni para salvarlos, estaban condenados al peor de los sufrimientos.

Pero tal vez su único amigo aún tuviera una oportunidad, se dijo en silencio, agazapado en las sombras, para buscar al tercero, ese que había peleado valientemente contra la horda de vampiros muertos.

Un hombre joven, cubierto de sangre y de mordidas, al que habían abandonado cerca del punto en donde capturaron a esos muchachos, el que aún respiraba, todavía podía salvarlo.

-Radamanthys...

Susurro, pero el encapuchado lo ignoro, cargándolo en sus brazos para escapar de allí, buscar el único punto seguro de ese pueblo, que justamente era debajo de los puentes, en las alcantarillas, en donde ese vampiro recién rejuvenecido no quiso entrar para no ensuciar su traje nuevo.

-Vamos, te llevaré a un lugar seguro...

*****

Manigoldo y Albafica habían decidido adelantarse, ignorando las órdenes del alfa supremo, uno de los dos alfas, cuyo compañero no dejaría solo a su amigo, el segundo tenía que salvar a Minos, tenía que volver a verle, al menos una vez antes de morir.

Se lo había prometido, se lo juro, le dijo que jamás le daría la espalda y eso haría, aunque este Minos ni siquiera supiera quien era el o no comprendiera lo mucho que le quiso alguna vez, que aún le amaba con la locura de la luna llena incendiando su deseo.

Albafica seguía el rastro, Manigoldo corría a sus espaldas, deteniéndose de pronto, cuando escucho el sonido de una pelea.

Un hombre vestido con andrajos, el que olía a mugre y sangre, un aroma de calabozo cubriendo sus arapos, su piel, combatía con vampiros muertos, humanos que no morían, pero tampoco eran bendecidos con el último beso, con la sangre del vampiro, y en su sed, atacaban a otro humano, corrompiendo sus cuerpos, condenandolo a vagar sin mente propia buscando más sangre que beber.

Manigoldo por un momento quiso seguir adelante, pero Albafica se detuvo, odiaba a esas criaturas más que a nada y las atacó, defendiendo sin pensarlo al vagabundo que no podia creer que existieran lobos de aquel tamaño, puesto que su cruz le llegaba fácilmente al pecho.

-¿Licántropos?

Pregunto, a diferencia de muchos no quiso atacarlos, sólo verificar que no estuviera en un error y esos lobos decidieran comérselo de pronto.

Manigoldo le olfateo, alejándose con un quejido, ese humano realmente olía mal, se dijo, estaba cubierto por la sangre de vampiros, pero no era uno de ellos.

-Mi nombre es Kanon... un vampiro secuestro a mi prometido, lo estoy buscando.

Estaba mintiendo, ese muchacho no era su prometido, era su inspiración, pero esos licántropos no tenían porque saberlo, se dijo, esperando por una respuesta.

-Su nombre es Radamanthys...

Era el hermano de Minos, Albafica lo sabía, de alguna forma esos dos generalmente nacían de la misma dama, así que buscaban a los mismos vampiros.

-Necesito salvarlo.

 


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