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Los demonios de la noche. por Seiken

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El edificio de gobierno era una construcción novedosa, con apenas unos cuantos años de haber sido levantada sobre los cimientos del convento que Shura esperaba les diera asiló por tan sólo unos días.

El edificio estaba iluminado, sonaba música proveniente de alguna parte, música lejana de violín que alguien tocaba, no sabía la razón, tal vez por alguna orden de los hermanos.

Estaba limpio, podia oler una fragancia  delicada en su piel, la que se mezclaba  con su  sangre, su cabello estaba peinado y seco, e intento levantarse con demasiado esfuerzo.

Notando que además de darle un baño, cambiaron su ropa, puesto que traía únicamente una camisa blanca de seda, sencilla, con las mangas dobladas en tres cuartos, una camisa abotonada hasta la mitad del pecho, la que le quedaba un poco grande.

Su cama era mullida, tal vez de plumas, como la que poseía su madre cuando aún estaba viva, lo reconocía porque en ocasiones les dejaba dormir en ella.

Nunca habían sentido nada tan suave, tan mullido, y las sábanas eran de seda, teñida de rojo, la colcha cocida a mano con un elaborado patrón que le cubria del frío.

Las almohadas, al menos seis de ellas, también estaban hechas de plumas, acomodadas para que pudiera reposar su cabeza sin molestar su herida, la mordida que estaba cubierta por un vendaje.

Haciendole sentir como cuando era tan solo un niño y estaba seguro en compañía de su madre, antes de que la quemarán, que su padre decidiera que Minos era su heredero y el un demonio que tenía que ser destruido, antes del odio y los señalamientos.

*****

Aspros hizo que atendieran a su conejito con toda la dulzura y cuidado con el que hubiera protegido a su primer amor, su primer conejito, de sobrevivir lo suficiente, para cumplir su promesa.

Solamente se merecía lo mejor, las mejores camas, las mejores ropas, las mejores atenciones.

Su segundo conejito fue entrenado para odiarlo, para rechazar su amor, cualquier clase de regalo que pudiera darle, este no, este solamente estaba asustado, no entendía que estaba pasando, ni que siempre lo cuidaría.

Que no permitiría que por su sangre demoníaca fuera castigado, ni lo arrebataran de su lado, porque sabía que podría llegar a amarlo y está vez sí cumpliría su promesa de protegerle.

Cuando finalizaron sus tareas, su conejito dormía plácidamente en su cama, ni uno solo de sus cabellos estaba fuera de lugar, en ese momento se le parecía tanto, tenía esa misma expresión de inocencia que le hizo querer protegerlo desde un principio. 

Aspros tomó un asiento a su lado, para poder observarle mientras dormía, no quería que al despertar lo hiciera solo, seguramente estaría asustado y trataría de cometer alguna locura.

Su juventud había regresado y estaba seguro de que ya no le molestaría su amor, siendo un hombre joven, uno que se sabía muy atractivo, pero sobre todo, aquel que prometió protegerlo cuando tan solo se trataba de un niño.

Con tan solo cerrar sus ojos podía verse a sí mismo caminando en los límites de la alberca de su amo, el agua cristalina reflejando la luz del sol.

El vestía con las mejores ropas que su amo poseía, era su favorito, un puesto que siempre había odiado y todos los días le rezaba a los dioses, porque llegará otro más, porque ya no fuera su conejito.

Pronto cumpliría catorce, ya se estaba acercando a su madurez y su amo, generalmente buscaba a otro más, para que tomara el lugar de su antiguo favorito, que decían ganaba su libertad cuando otro la perdía.

Eso había pasado con el, cuando su amo decidió comenzar a torturarlo con lo que decía era su cariño.

Su hermano estaba perdiendo la razón, casi nunca hablaba y parecía que comenzaba a tener huecos en su memoria, pero al menos, ya no le hacían visitar a su señor.

Por eso debería estar contento, supuso, al menos uno de ellos tenía su libertad, o eso decían, que al cumplir la edad suficiente los dejaban ir.

Aspros vio entonces a un niño nuevo, de cabello rubio y ojos amarillos, con unas cejas que realmente le parecieron divertidas, unidas en una sola.

Era algunos años menor que el y veía el agua con curiosidad, pero, estaba sólo, ninguno de los otros niños se le acercaba, pronto descubrió la razón.

Entre su cabello podía ver dos puntas negras con algunos dibujos morados, ese niño pequeño tenía cuernos, los que no sabía que tenía que esconder.

Por esa razón parecía que no se le acercaba ninguno de los otros niños, pero a él le llamó la atención, quería ver si eran verdaderos.

Así que los toco, sorprendiendo al recién llegado, que por un momento estuvo a punto de llorar, estaba asustado, lejos de su casa y completamente solo.

—No te asustes... no voy a lastimarte.

Pronunció tratando de reconfortarlo, sonriendole con ternura, logrando que el también le sonriera, ganándose casi inmediatamente su confianza.

Aspros sabría poco después de los labios de su amo, que sus padres no habían muerto, ni tuvieron que venderlo, sino que lo regalaron, no les gustaban sus cuernos.

Decían que su padre era un demonio, que era un media sangre, lo que fuera que eso significaba, aquello que le había condenado a pasar su niñez en ese horrible lugar, ellos no tenían padres, sólo tenían a su hermano, su mellizo, otra razón por la cual estaban pagando por crímenes que no cometieron.

—Parecen orejas de un conejo, te vez como un conejito... tierno y esponjoso.

Eso lo dijo para que dejara de llorar, porque sabía que no le gustaba a los demás por esas cosas en su cabeza, esos cuernos, pero a él si, a el le fascinaban, lo hacía diferente a los demás y le encantaba que su atención únicamente fuera suya.

—Cuando sea adulto y podamos salir de aquí, te llevaré conmigo, yo voy a cuidarte y castigare a quien sea que se atreva a lastimarte.

Como respuesta él lo abrazo, su conejito de cuernos negros, era la primera vez que cualquiera que no fuera su hermano lo trataba con ternura o tocaba su cuerpo sin hacerle sentir enfermo.

—Me gusta eso, cuando sea adulto yo seré tu conejito.

Su conejito se lo había prometido y el a su vez quiso protegerlo, pero sólo era un niño, que no sabía que su conejito con cuernos negros en la cabeza no sobreviviria tanto, ni siquiera cumpliría la edad que el tuvo cuando le juro protegerlo.

Cada vez que lo recordaba, lágrimas de sangre resbalaban por sus mejillas, de tanto que le dolía su muerte, era un niño, era inocente y jamás le había hecho daño a nadie, pero ellos creían que se trataba de un monstruo, que podían lastimarlo, podian dañarlo sin que le importara a nadie, pero a este no, a este no lo matarían.

—No van a lastimarte conejito, no voy a dejarlos, está vez no lo harán.

Le prometio a su conejito, acariciando su mejilla, para después limpiar sus lágrimas, dos líneas rojas de sangre, recordando que en ese momento tenía poder, era fuerte, no volverían a lastimarlo, ya no era un niño.

Ambos lo eran, eran tan solo unos niños y por eso, no pudo cumplir su palabra, pero ahora ya no lo era, tampoco era un joven hombre, era una criatura milenaria, que tenía el poder y la sabiduría para proteger a su conejito.

Esta vez sí cumpliría su palabra, no permitiría que nada ni nadie lo apartara de su lado.

—Estas a salvó.

*****

Radamanthys despertó con esa música, sintiendo las almohadas y las sábanas, pero también recordando lo que había pasado con su hermano, su hermano, que estaba en las manos de aquella horrible cosa.

E intento levantarse, sintiendo una punzada de dolor en su cuello vendado, para observar con horror que Aspros estaba sentado a su lado, observandole fijamente, sin decir una sola palabra.

Solo mirándole con una expresión que no lograba comprender, sin embargo, estaba desnudo, debajo de las sábanas y esa camisa, que era propiedad del vampiro que le había mordido era su unica ropa puesta, no existía otra prenda que le cubriera, haciéndole temer lo peor, aunque bien sabía que la ropa no era una barrera ni servía como protección cuando Aspros quisiera poseerlo.

—Conejito...

Radamanthys retrocedió un poco, sumiendose en las almohadas, tratando de mantener su distancia, creyendo que le haría daño.

—Al fin despiertas.

Le informo, sentándose a su lado, en esa cama, llevando una mano a su mejilla para acariciarlo con ella, con una sonrisa tierna.

—Esta vez no te alejaran de mi, yo siempre voy a protegerte mi dulce conejito, conmigo estarás a salvó.

Radamanthys sostuvo la muñeca de Aspros, tratando de alejarlo de su cuerpo, con demasiado esfuerzo.

—No volverán a hacerte daño.

Le prometio, no obstante, Radamanthys no le creía, quien deseaba hacerle daño era él, quien lo transformaría en su esclavo era ese vampiro, pero sobre todo, quien permitió que lastimaran a su hermano fue él.

—No te creo, no soy un muchacho estúpido, se que tú deseas hacerme daño.

Aspros ignoro su respuesta, seguro de que se lo había ganado, pero tarde o temprano, se ganaría la confianza de Radamanthys.

—Tu dejaste que violaran a mi hermano y que matarán a mi amigo, me vas a violar a mi, no eres más que un monstruo.

*****

Minos despertó algunas horas después demasiado aturdido, Defteros no era tan cuidadoso como su hermano, pero intento ponerle cómodo, usando su propia cama para que su compañero despertara en ella, era cómoda, estaba limpia, era suficiente para ambos.

A diferencia de Aspros, el se acostó con su avecilla, recargandose en su pecho, para escuchar el sonido de su corazón latiendo.

Sintiendo cuando Minos abrió los ojos, jadeando con terror, al verle en ese cuarto, arriba de su cuerpo.

Seguía vestido, con ropa que se le pegaba a la piel debido a la sangre, Defteros no había hecho nada más que dormir a su lado, con una sonrisa satisfecha en sus labios.

Levantándose a medias al sentirlo moverse, acariciando su mejilla con sus manos cubiertas por vendajes, se había quitado la mitad de su ropa.

—Al fin despierto a tu lado.

Le informo, llevando una de sus manos a sus labios, medio vestido, descalzo, con apenas unos pantalones cubriendo sus piernas.

—No quiero que te asustes, ni que grites, no me gustan los sonidos fuertes avecilla.

Minos cerró los ojos, respirando hondo, comprendiendo que Defteros deseaba que asintiera, que le respondiera de alguna forma, por lo que asintió, no gritaria, pero no podía prometerle no asustarse.

—¿Te vas a portar bien?

Le pregunto con una sonrisa que era todo dientes, afilados, colmillos que ya existían mucho antes de ser un vampiro.

—¿Donde esta Radamanthys?

Defteros se encogió de hombros, estaba con su hermano, pero no sabía con seguridad en donde se encontraba.

—Con mi hermano, en alguna parte de este castillo, yo elegí esta habitación para nosotros, tiene un cuarto de baño con tina, un estudio repleto de libros, cosas que se que te gustan.

Una sola cama en donde ambos dormirían, supuso, demasiado débil para moverse, o para tratar de alejarse.

—No me hagas daño...

Defteros ladeó la cabeza, preguntándose a que se refería con eso, llevando una de sus garras a su ropa, cortándola con ellas.

—Si te portas bien, te prometo no molestarme contigo, pero no me gustó que salieras con ese diablo del látigo, no te merecía.

Le explicó, desvistiendolo con lentitud, cortando su ropa con cuidado, pero aún así, seguía cortándo su piel, marcandola con sus garras.

—¿Lune?

Defteros asintió, lamiendo la sangre seca, deshaciendo las escamas sangrientas en su boca, le encantaba ese sabor.

—No digas su nombre, tus labios únicamente deben pronunciar el mío, avecilla, yo soy tu amo.

Le advirtió molestándose un poco, sosteniendo las manos de Minos a cada lado de su cabeza.

—Cuando te ví supe que era un mensaje divino, tú me liberaste de mi amo y de mi tumba, pero tu mente le pertenece a ese diablo, del que yo te salve al matarlo, al arrancar los miembros de su cuerpo, así no volverá a acercarse a ti, que eres tan perfecto mi avecilla blanca.

Minos cerró los ojos, no se atrevía a moverse, tampoco tenía fuerza suficiente para eso.

—¿Porque me haces esto?

Le pregunto, sintiendo los labios de Defteros en su cuello, entretenido con la sangre seca de su anterior mordida.

—¿Hacerte el amor?

Eso no era hacer el amor, está criatura lo lastimaba cada vez que compartían su lecho y no podía ser cierto que ni siquiera se diera cuenta de que lo hacía.

—Me estás haciendo daño, tú me lastimas, lo que no entiendo es porque, porque me odias tanto.

Defteros se alejó entonces, aún sentado sobre sus piernas, manteniéndolo inmovil.

—Yo te amo, tu nos liberaste y yo a cambio quiero pagarte con la vida eterna, que hay de malo en eso.

Lo había violado cada noche desde que mató a su amante, no podía ignorar el daño que le hacía.

—Mataste a Lune, después me violaste cada noche, mientras dormía sedado por Saga, dejándome marcas nuevas, trataste de volverme loco.

Defteros de pronto se vio genuinamente sorprendido, tanto que retrocedió, eso era una mentira, poseía su cuerpo, era cierto, pero nunca le hacía daño, nunca se atrevería a cortar su piel, ese daño era provocado por su avecilla, su pobre y perturbada avecilla blanca, al intentar pelear con él.

—Mientes, yo nunca te he hecho daño, si, te seduje varias veces y tú venías a mi, me dejabas amarte, pero yo siempre cuidaba de ti, las marcas no son más que una muestra de mi pasión, aunque no podías saber que yo existía hasta que mi hermano recuperará a su conejito, no quiero que esté solo para siempre.

Minos soportaría cualquier insulto, pero no qué le mintieran de una forma tan escandalosa e intento golpear a Defteros, quien sostuvo su brazo, pegandolo a su cuerpo.

—Querian quemarlos, querían matarlos y nosotros los hemos protegido, ustedes deberían agradecernos lo que hemos hecho por ustedes, lo saben, verdad...

Eso no era cierto, estos demonios querían convencerlos de su inocencia, querían que se rindieran, pero no lo harían.

—No soy un demente y esas marcas, ese semen, no era mío, yo no me hacía daño, eras tú, siempre has sido tu.

Defteros simplemente sonrió, sin importar lo que dijera, su avecilla le pertenecía, no podía luchar y ya había pasado demasiado tiempo sin poseer su cuerpo.

—Soy tu amo y tú eres mi mascota, no tienes otra alternativa más que complacerme, Minos.

 


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