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Los demonios de la noche. por Seiken

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Shura intento levantarse, lo último que recordaba era la emboscada llevada a cabo por los gemelos, la traición de Mu, que los había entregado sin mostrar ninguna emoción, ni un poco de arrepentimiento.

—Shura, al fin despiertas.

Shaka le veía sin verlo, llevando sus manos a su torso para ayudarle a levantarse, escuchando un ligero quejido cuando sus costillas resentidas fueron presionadas con un poco más de fuerza de la que podía soportar.

—¿Dónde están los hermanos? ¿Dónde están Radamanthys y Minos?

Así que esos eran sus nombres, Aioros les había dicho muy poco, apenas conjeturas de lo que había visto, pero Shura podría explicarles mucho mejor que ocurrió con Mu, con esos muchachos del carruaje, aun con el toro.

—Fueron capturados.

Shura negó eso, le había prometido a Radamanthys que tanto el cómo su hermano estarían a salvo y así seria de no elegir a Mu como uno de sus guardaespaldas, ofreciéndole la inmortalidad para ambos, de una forma en que no tendrían que pagar con la sangre de dos inocentes.

—No, fueron vendidos por la inmortalidad de Mu, tú lo sabes, nuestro viejo camarada no les tuvo piedad.

Shaka lo sabía, Mu estaba perdido, los había engañado y se preguntaba si acaso no los entregaría a esas criaturas, porque comenzaba a creerlo capaz de cualquier cosa, sin embargo, Shura comprendía mucho mejor que estaba pasando.

—Mu transformara a su amante en uno de los suyos y esos muchachos estarán perdidos.

Si es que no estaban muertos para ese momento, supuso Shaka, pero no era posible, ellos eran valiosos, de lo contrario no se habrían tomado tantas molestias para capturarlos.

—Y si ellos están perdidos nosotros también lo estaremos, son hijos del señor del inframundo, son dos Walden con la edad suficiente para madurar, si consiguen manipularlos, para convertirlos en soldados leales, no habrá fuerza humana que pueda vencerlos.

Recordaban historias de la gran guerra, la magia de los Gemini, el poder de los Oros, la oscuridad de los Walden, cuyos hijos habían pactado con fuerzas inmortales y oscuras, convirtiéndose en los sirvientes de Hades, sus hijos en sus herederos, medio demonios, una vez que lograban madurar, en ese momento se transformaban en criaturas completas, poderosos, casi invencibles, inmunes al vampirismo o la licantropía.

—Pues ya es tarde, esos muchachos están en el centro, en el castillo, llevan días en ese lugar y nadie sabe lo que pasa, solo que su enfermedad sigue expandiéndose, creemos que pronto vendrán por nosotros, solo es cuestión de que Mu termine su traición.

Shura negó eso, era simplemente imposible que en ese corto lapso hubieran perdido tanto, preguntándose si su amigo aun estaba vivo y si lo estaba, si soportaría la tortura del vampiro.

—¿Por qué seguimos aquí entonces?

Shion fue esta vez quien tuvo una respuesta para esa pregunta, estaba esperando a que Shura despertara, necesitaban información y solamente él comprendía lo que estaba pasando.

—Necesitábamos que despertarás.

*****

Thanatos decidió darles algo de privacidad, o eso le había dicho a Hypnos, para que su protegido pudiera contarle su pasado sin que se sintiera forzado a eso, no deseaba que desconfiara de su hermano, puesto que solo una vez en la vida sucedía el milagro de encontrar a su alma gemela, al ser que despertara su corazón milenario, o esas fueron sus palabras antes de que les diera la espalda.

Hypnos permanecía con los brazos cruzados delante de su pecho, su expresión neutral, no estaba enojado ni decepcionado, únicamente esperaba una respuesta, la que no vendría con demasiada facilidad.

—¿Qué deseas saber?

El licántropo que le había brindado ayuda desde que se cruzaron sus caminos no tenía nada en particular que quisiera saber, únicamente esperaba que Milo confiara en sus actos, que le contara su pasado.

—Lo que desees contarme.

Milo estaba furioso, no esperaba encontrar a Kasa en ese sitio, aunque nunca le había hecho daño, el sabía cosas, porque nadie le prestaba atención, lo trataban peor que basura y no se extrañaba el que hubiera traicionado a los otros vampiros.

—Mi padre se llamaba Kardia, el era el amante de un erudito llamado Degel, ambos eran miembros de la orden, a veces tenían misiones separadas, en una de esas misiones, Kardia conoció a una hermosa mujer llamada Calvera, con la que tuvo un hijo, ese fui yo, ella me dejo a su cuidado.

Lo recordaba bien, cada año su padre le contaba como de un momento a otro, escucharon el llanto de un bebe en la puerta, no la vio, pero sabía que se trataba de su hijo, nacido de la hermosa mujer que conoció en América, no sabía que se trataba de un ángel, hasta que leyó la carta, que le pedía que lo protegiera, porque ella no podía.

—Ella me abandono, pero Degel y Kardia me cuidaron, decidieron adoptarme, ya eran amantes, ya sólo les faltaba un hijo propio, éramos una bonita familia, éramos muy felices.

Susurro, Hypnos no recordaba a su madre, únicamente a su hermano, que era distante, eran mucho más unos aliados que unos hermanos, no eran cercanos, no se contaban nada, solo gobernaban la jauría lo mejor que pudieran.

Escuchando de vez en cuando los consejos del lobo solitario, Albafica, que se apartaba de la jauría la mayor parte del tiempo, siempre oliendo a rosas, en donde pasaba la mayor parte del tiempo, en los rosales que cuidaba en donde fuera que se escondiera.

—Cuando yo cumplí ocho años, ellos atacaron, Camus y ese vampiro de ojos azules, Kiki, el sabía en donde se encontraban, pero no sabía que yo existía, ese bastardo traiciono a mis padres, hizo que los matarán.

Era de noche cuando escucharon los primeros gritos, ellos vivían en un pueblo pequeño, tenían animales de granja, caballos, tenían una vida tranquila, según decían Degel guardaba un mapa en alguna parte de la casa, en donde escondían un tesoro que buscaba el príncipe de hielo, ese era el mapa donde eran señaladas las celdas de los hermanos, por quienes asesinaron a sus padres.

Ellos creyeron que buscaban a su media sangre, a Milo, que con ocho años ya se creía lo suficiente mayor para pelear junto a sus padres, pero Kardia lo golpeo, era un hombre de acciones, no de palabras, dejándolo inconsciente, encerrándolo en un cuarto oculto debajo de una alfombra.

Comprendiendo bien que no tenían la oportunidad para enfrentarse con Camus, que su principal objetivo era mantenerlo con vida, sin importarle el mapa que Degel cuidaba con tanto esmero, su pequeño era mucho más importante aún.

Su hijo, que despertó al amanecer, con un fuerte dolor de cabeza, encerrado en el cuarto debajo de la alfombra, escuchando unos pasos sobre la madera, de pronto dos personas abrían la puerta, uno de ellos era un oriental de cabello café, con una sonrisa amable, la otra tenía cabello verde, ojos lilas, una mirada preocupada.

—Lo siento tanto.

Fue lo único que tuvo que decir para comprender que sus padres habían sido asesinados, por ese Camus, cuya apariencia no conocía, pero si su nombre, el asesinato de Kardia y Degel.

Llorando inmediatamente, sintiendo los brazos de Shion rodearle con ternura, sin decirle nada más, sin embargo, lo llevaría a su orfanato, en donde lo criaría, para enseñarle a utilizar sus dones especiales, aunque decía que se trataba todavía de un niño, que aun le faltaba alcanzar todo su potencial.

—Shion, el líder del segundo bastión me educo, me advirtió de Camus y me pidió que no buscara venganza, pero no lo escuche, yo era un hombre, ya era un adulto, comprendía el mundo mucho mejor que todos los demás.

Hypnos conocía esa sensación, cada humano, vampiro, licántropo o ser inteligente sobre la faz del planeta en algún momento se sentía superior a los demás, creyendo que conocía todas las respuestas, una actitud que siempre terminabas pagando muy caro.

—Fui a buscarlo, deseaba destruirlo, creía que yo podría lograrlo cuando decenas de los míos no pudieron hacerlo.

Esa historia era parecida a la de Manigoldo, ese cabeza hueca decidió que debía matar a Thanatos, acusándolo de ser el quien destruyera su aldea, matara a su maestro, pero ellos no tuvieron nada que ver, únicamente al escuchar lo que había hecho Camus, decidieron visitar ese pueblo, cargando con la culpa de ese atroz acto.

—Lo tenía todo preparado, me disfrazaría de un mero sirviente y cuando amaneciera, lo mataría, sería rápido, fácil, seguro, Shion estaría orgulloso de mi.

Milo busco toda la información que pudo encontrar acerca de Camus, el príncipe de hielo, un vampiro pelirrojo que vivía en Rusia, en un castillo en donde un pueblo humano se protegía a sus pies, entregando de vez en cuando algún tributo.

Un hombre o una mujer, sangre fresca para el vampiro, él trataba de ser uno de los seleccionados, lo recordaba bien porque se sintió afortunado cuando Afrodita lo señalo, el trabajaría en el castillo, en donde algunos vampiros moraban, junto a varios humanos con una vida muy corta, pero cómoda, protegidos de los elementos por esas paredes de piedra tan fría como el corazón del vampiro pelirrojo.

En su interior había varios vampiros, uno de ellos Afrodita, un hermoso vampiro que seleccionaba a los nuevos sirvientes, a él lo pondrían a trabajar en las cocinas, en donde nada era preparado, apenas el alimento de los esclavos, que decían, trabajaba para ellos.

—Pensé que tuve suerte, podría ingresar en la habitación de Camus, destruirlo y escapar, todo eso mientras aun siguiera dormido.

Hypnos negó eso, Milo era un cabeza hueca, casi tan malo con Manigoldo, que creyó podía cazar a un lobo de media tonelada únicamente con una espada, apestando a tabaco, un aroma que Thanatos aun encontraba desagradable, pero era nostálgico, aquel de su compañero.

—Supongo que no paso mucho tiempo antes de que te encontraran.

Milo asintió, cargaba unas cacerolas, caminando en uno de los pasillos, observando como dos humanos limpiaban un charco de sangre en el suelo, su aroma inundando su nariz con el metálico sabor de la muerte, logrando que casi vomitara, pero pudo controlarse.

En esos pocos días había visto demasiado para saber que los vampiros eran monstruos, que beber sangre humana era una atrocidad, que esas criaturas no solo bebían sangre porque estaban hambrientos, sino porque les gustaba la sensación de la vida escapando de un humano, el miedo apoderándose de cada una de sus células, eran monstruos sádicos, criaturas que debían ser destruidas.

En medio de aquella horrible escena fue que lo encontró, Camus observaba ese pasillo desde un balcón, recargado en un pasamanos, sus hijos estaban hambrientos, los humanos debían alimentarlos, así era como debería ser, pero siempre peleaban, siempre trataban de buscar su libertad, un acto que encontraba ridículo, no había forma de escapar.

Milo era un hombre joven después de todo y ningún humano, mucho menos, uno con un corazón tan grande como el del escorpión, podía ignorar los actos monstruosos que transcurrían frente a sus ojos, deteniéndose cuando escucho un grito proveniente de uno de los cuartos, llamando la atención de Camus, que cerrando los ojos aspiro su aroma como si se tratase de la fragancia mas exquisita que jamás hubiera presenciado.

Sus pupilas convirtiéndose en un punto, sus colmillos creciendo, su boca salivando, sintiendo un hambre y una sed tan grande como nunca la había sentido, saltando, perdiendo toda clase de compostura, todo por acercarse al joven humano, que se había detenido, como si deseara correr para ayudar a quien grito en ese cuarto.

Milo al escuchar el pesado cuerpo cayendo en el suelo, a pocos metros de su persona, volteo, era el, era Camus, su cabello rojo, sus uñas y ojos, era el príncipe de hielo, quien le miraba con sorpresa, acercándose más a él.

—Eres diferente.

Fue lo único que pudo pronunciar antes de atacarlo, sosteniéndolo de la muñeca y después de la cintura, clavando sus dientes en su cuello, como si se tratase de uno de los vampiros muertos, para beber su sangre, tanta que Milo pensó que morirá, sin embargo, recordando su entrenamiento, buscando una daga de plata, la encajo cerca del corazón del vampiro, esperando destruirlo con ese filo sagrado.

Sin embargo, fallo por unos centímetros, escuchando el grito de Camus, viéndole distorsionarse por culpa del dolor, apreciando su verdadera apariencia, la que siempre le traería pesadillas de tan horrible que en verdad era.

—¿Fallaste?

Milo asintió, llevando su mano a su cuello, recordando la desesperación, el dolor de la muerte apoderarse de su cuerpo, escuchando los pasos del lobo dorado, que de pronto rodeo su cuerpo, al ver que aún le temía, que esos recuerdos realmente le afectaban.

—Si, yo falle y habría muerto de no tener esta sangre en mi cuerpo, de no ser lo que dijo Kasa que yo era.

Hypnos asintió, de no ser un ángel ya estaría muerto o sería un esclavo de ese vampiro sin corazón, el dios del sueño comprendía que debería mandarlo lejos, pero el lobo, el humano, creía que debía proteger a este ángel de ese demonio, eso era lo correcto.

—Aquí estas a salvo.

Le aseguro, pero Milo negó eso, no estaba a salvo, únicamente la muerte lo salvaría, porque Camus no lo dejaría escapar, ese príncipe de hielo deseaba su cuerpo, su alma, no podría huir jamás.

—No lo estoy, ni siquiera debería estar aquí.

Hypnos negó eso, no lo dejaría marchar, era un buen chico y necesitaba protección, comprendiendo entonces lo que dijo su hermano acerca de su fuego fatuo, de internarse en los abismos de la muerte, únicamente para mantenerlo seguro, porque ese muchacho solitario, que veía fantasmas, lo necesitaba, casi tanto como el deseaba a su compañero.

—Camus no es rival para mí, yo soy el dios del sueño, un licántropo milenario, tendrá que pensárselo dos veces antes de intentar matarme, conmigo estas seguro Milo, yo te protegeré, esta ocasión no tendré piedad con mis enemigos.

*****

Thanatos corría tan rápido como sus piernas se lo permitían, transformado en un lobo de inmensa envergadura, siguiendo el rastro de su compañero, de Manigoldo, el fuego demoniaco, el médium que veía fantasmas e intento matarlo, pero cuando pudo hacerlo, se detuvo, mostrándole piedad.

Demostrándole que ambos estaban solos, que necesitaban de la compañía de su igual, encontrándolo en el otro, Thanatos lo supo apenas lo vio, Manigoldo cuando por fin, con una espada de plata, estuvo a punto de matarlo, deteniéndose, escuchando lo que tenía que decirle, creyendo que no tuvieron nada que ver con la destrucción de su aldea, los licántropos no se alimentaban de carne humana, únicamente de animales, porque su sangre y su carne eran iguales.

Sin importarle que su hermano enfureciera con él, no abandonaría a su cangrejo, a su compañero, porque no era nada sin su afecto, sin su compañía, así como no mostraría piedad a cualquiera que deseara lastimarlo.

 


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