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Los demonios de la noche. por Seiken

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Milo despertó en una celda, encadenado, colgando del techo, desorientado y demasiado debilitado.
 
Pero aún estaba vivo, de alguna forma que no alcanzaba a comprender, ese vampiro no se había llevado su vida, era como un milagro.
 
Camus estaba sentado enfrente suyo, en un cómodo asiento acojinado, con una expresión indiferente, observándolo de pies a cabeza, tratando de comprender que lo hacía tan especial.
 
Era un joven muy hermoso, piel rosada, ojos azules, una extraña uña afilada en una de sus manos, cabello rubio, ondulado, tan suave como la seda, músculos marcados, perfecto de pies a cabeza. 
 
Dueño de una figura exquisita, como la que se imaginaba tuvo Jacinto o Ganimedes, una criatura hecha exclusivamente para la seducción, para seducir a un hombre o un vampiro, cuya belleza lo tenia hechizado, por primera vez en toda su eternidad. 
 
-Afrodita me dijo que te llamabas Milo, que eres uno de los sirvientes nuevos y que trabajabas en las cocinas.
 
Milo intento soltarse, sin mostrarle temor, ni respeto, escupiendo su rostro cuando intento acariciarlo, sus piernas estaban sueltas, así que intento patearlo cuando se acercó lo suficiente.
 
- ¡Vete al infierno! 
 
Le respondió, observando la daga de plata en sus manos, está funcionaba principalmente con hombres lobo, con esos perros mojados, no con los vampiros, con ellos era mejor utilizar una estaca de cedro, en especial con un vampiro tan viejo como lo era él.
 
-Para matar a un vampiro debes encajar una estaca de madera, preferiblemente cedro, en su corazón, entre las costillas, porque si no puede ser que la punta se atore en el hueso y no pase nada, aunque sigue siendo muy doloroso.
 
Le explico, enseñándole el punto preciso en donde podría matarlo con una estaca, seguro que no podía hacer nada, era demasiado débil, estaba encadenado, pero aun así estaba vivo, después de perder casi toda la sangre de su cuerpo. 
 
Camus sostuvo su cabello, mirándole, con curiosidad científica, como si no fuera una persona, más bien un objeto, nunca había probado una sangre como esa, tan revitalizante, además, era hermoso, como nunca había visto a ningún humano, en toda su vida, en tantos siglos que ya no los contaba.
 
- ¿Porque deseabas matarme?
 
Milo no dijo nada en un principio, sintiendo como Camus pegaba su oreja a su corazón, enfocándose en sus latidos, acariciando sus caderas con sus largas uñas rojas, haciendo que se retorciera, tratando de patearlo con fuerza. 
 
Pero no pudo hacerle daño, Camus simplemente sostuvo su tobillo, recorriendo su pierna para soltarlo de nuevo, dándole la espalda, con lo que parecía ser muy poco interés, pero en un hombre como el, hablaba de su creciente deseo por el joven colgando del techo. 
 
-Se que intentabas llegar a mí, así que no lo escondas, he visto tus anotaciones, tus armas, lo que me sorprende es que Afrodita te haya dejado pasar, pero descuida, ya lo castigué por eso.
 
Camus se alejó, para sentarse de nuevo en la silla, esperando una respuesta de sus labios, pero no le diría nada, si deseaba matarlo que lo hiciera, así terminaría esa farsa mucho antes.
 
Lo único que le dolía era que no podría vengar a sus padres, destruir a ese sádico vampiro, tal vez, Shaka tenía razón, aun no estaba listo para salir a buscarlo, se dijo, aunque ya era tarde, ya no tenia nada que hacer. 
 
- ¿Porque te me haces tan familiar?
 
Repentinamente escucho unas cuantas pisadas, un intruso ingresaba en ese cuarto, sus manos detrás de su espalda, con una expresión amena, tranquila, podía decir que hasta se veía cómo te imaginabas que lo hacía una buena persona.
 
-Su nombre es Milo, es uno de los alumnos de Shion, es hijo del escorpión azul, pero fue criado por ambos, por Kardia y Degel. 
 
Milo al ver al visitante apretó los dientes, al mismo tiempo que Kiki se cruzaba los brazos delante de su pecho, actuando como un viejo amigo del vampiro pelirrojo cuya mirada, casi desorbitada seguía fija en él, sorprendido por la nueva información.
 
-Ahora veo, tú eres hijo del escorpión, otro escorpión, uno dorado y muy bonito. 
 
Apenas demostraba sus sentimientos, pero para Kiki, que le conocía bien, Camus estaba eufórico, casi como si fuera a dar saltos de alegría, aplaudiendo, pero únicamente cambio su postura en la silla, asintiendo.
 
- ¿Sabes quién es su madre? 
 
Le pregunto, recargándose en el brazo de la silla, cruzando sus piernas, cambiando su postura en ese asiento, escuchando los nuevos intentos de Milo por soltarse, el dolor de sus brazos aumentando con forme pasaba el tiempo. 
 
-No lo sabemos, pero Shion cree que se trata de un ángel o algo parecido. 
 
Fue su respuesta, no le importaba mucho en realidad lo que ocurriera con él, ni la información que compartía sin importarle siquiera, habían asesinado a sus padres, bañado la cabaña en donde vivían con su sangre, pero Kiki no mostraba sentimientos, solo una extraña tranquilidad, como si se pensara ajeno a ese mundo, a ese lugar, a las decisiones de Camus. 
 
- ¿Un ángel? 
 
Camus asintió, se veía como un hermoso ángel, perfecto y encadenado a su techo, acercándose de nuevo a él, decidiendo su futuro, le convertiría en vampiro, seria su amante, le enseñaría a cazar, lo haría poderoso, su compañero eterno. 
 
-Tiene sentido, eres muy hermoso y te daré la oportunidad de vivir eternamente, mi escorpión.
 
Camus no dijo nada más, abandonando su mazmorra, escuchando como Kiki se sentaba delante suyo, recargando su barbilla en sus manos entrelazadas, aun observándole, recordando bien el día que llego, lo que Shion dijo de Kardia, como fue asesinado, pero su espíritu aún vivía con su pequeño, el escorpión dorado. 
 
-Piensas que soy un monstruo, pero estoy salvando a todos los que puedo de lo que vendrá, aunque, salvarlos implica transformarlos en algo más, mucho más fuerte, inmortal. 
 
Fueron sus palabras, algo siniestras, demasiado seguras de sí mismas, Kiki en realidad creía que estaba haciendo lo correcto, el compartir información de su pasado con ese vampiro, observarle como si se tratase de una presa, un regalo para Camus, tal vez lo era, por lo que podía ver, el lemuriano de ojos azules, era todo lo que decían que eran los vampiros. 
 
-Camus abrirá las puertas de las celdas de los gemelos, cuando eso pase, la gloria de los vampiros regresará y los pocos elegidos se salvarán de eso, tú eres uno de ellos.
 
Milo quiso maldecirlo, pero Kiki llevo su mano a su boca, silenciando cualquier sonido que quisiera pronunciar con ella, moviéndose a una velocidad imposible para cualquier criatura, maldiciéndole de pronto, cuando sus labios casi se pegaban a su oído, pero no sentía su aliento, nada, porque ya no respiraba. 
 
-Deberías estar agradecido. 
 
Fue su advertencia, abandonando ese cuarto, dejándolo solo, colgando de las cadenas, esperando por los planes que tendría ese vampiro con él, pero creía comprenderlos, si no estaba muerto para ese momento, quería decir, que le transformaría en uno de los suyos, en un chupasangre, si era uno de eso, seria su zorra, su amante.
 
A Milo no le gustaba recordar aquellos momentos, era demasiado doloroso para él, mucho mas los meses que le siguieron a esa tortura, ese secuestro, las manos de ese vampiro en su cuerpo, su sexo apoderándose de su intimidad, robándole su alma, el hambre, el miedo, el frio, sus intentos por liberarse, hasta que, el propio Afrodita lo libero, abriendo la puerta para que pudiera marcharse, sin darle una sola explicación, su rostro surcado por tres largas cicatrices, arruinando su belleza. 
 
-Me negué a beber su sangre, el esperaba que la sed me hiciera caer, aceptarlo como mi amo, pero eso no pasó y en vez de rendirme, comencé a beber sangre de animales, ratas, cualquier cosa que llegara a mis fauces, pero nunca sangre humana. 
 
Hypnos simplemente le escuchaba, su mirada fija en él, pero de una forma diferente a la que usaba Camus, si, podía ver el deseo en esos ojos dorados, en esa mirada pacifica, pero también podía ver su curiosidad, como si tratara de comprender por lo que había pasado, el dolor de su transformación.
 
-Hasta que me ofreciste la tuya, tu sangre, y aun así, no me gusta beberla, alimentarme de un humano, o de algo vivo, no soy como Kasa o los otros, no me gusta la muerte, no quiero asesinar a nadie por culpa de ese bastardo pelirrojo. 
 
Hypnos respiro hondo, los pensamientos de Milo eran muy nobles, pero hasta cierto punto los encontraba absurdos, alimentarse de una rata o una oveja, no era lo mismo que beber la sangre de un humano, pero si este ser decidía alimentarte, no era lo mismo que si deseara hacerte el amor, pasar el resto de su vida, contigo.
 
No, sobrevivir no era un pecado y Milo no podía culparse por ello, mucho menos cuando otro ser aceptaba darte su sangre, como lo era en su caso, que si bien no era un humano, a diferencia de un vampiro, él estaba vivo, no era sangre muerta, podía darle vida a su escorpión, no su escorpión, al escorpión dorado, sin que tuviera que sentirse mal por eso, no le hacía daño con una simple mordida.
 
-Comienzas a morir desde el primer momento de tu nacimiento, en algunas ocasiones este proceso se detiene y solo ocurre de golpe, en otras más, mueres para renacer, pero la muerte siempre está con nosotros, eres un cazador, alimentarte no es un pecado. 
 
Milo estuvo a punto de contradecirlo, tomar la vida de otro ser no era justo, era una atrocidad, mucho más cuando existía una consciencia, el temor a ser devorado, el miedo, un sentimiento del que parecían alimentarse muchos vampiros. 
 
-Pero, si eso te hace sentir mejor, yo te daré mi sangre, yo seré quién te alimente, soy muy fuerte, me recupero rápido, así no tendrías por qué morir de ninguna forma. 
 
Milo negó eso, pero Hypnos que era una criatura milenaria no estaba dispuesto a escuchar lo que tuviera que decirle, ni siquiera en ese momento, porque lo comprendía, tenía miedo de su propio ser, de lo que seria capaz de realizar una vez que decidiera alimentarse de sangre humana, pero matarse de hambre, únicamente le orillaría a cometer los actos que no deseaba. 
 
-Si no te alimentas decaerás hasta convertirte en una criatura que atacara a todo lo que esté a su paso, ya sea un animal o un niño, así que si no deseas cometer los actos que tanto desprecias, tienes que alimentarte, beber sangre que yo te ofrezco con gusto. 
 
Milo no supo que decirle, tragando un poco de saliva, notando por primera vez la cercanía de Hypnos, el enorme lobo dorado, que le parecía muy atractivo, tal vez demasiado, mucho mas aun, cuando le mostraba gentileza cuando sabia que se trataba de uno de sus enemigos, un vampiro. 
 
-Soy un licántropo, soy inmune al vampirismo porque yo sufro licantropía, no me harás daño, y así no lastimaras a nadie más, cuando el hambre te haga perder la razón. 
 
Le aseguro, acercando sus labios a los suyos, para besarlo, pero deteniéndose de pronto, esperando que Milo avanzara lo que faltaba del espacio entre sus cuerpos, entre sus rostros, sintiendo que de pronto lo sostenía de su ropa, para tirar en su dirección, apoderándose de su boca.
 
- ¿Dónde habías estado toda mi vida?
 
Juzgando por la diferencia de edades, quien debería decir eso era él, no su joven ángel, pero simplemente se dejó besar, ese muchacho necesitaba algo de control y estaba dispuesto a entregarlo, pero también le daría su cariño y su protección. 
 
-Esperándote, aparentemente. 
 
*****
 
Kasa odiaba a los otros vampiros casi tanto como Milo a Camus, lo sabía bien, porque los rumores decían que ese escorpión tenía veneno y había herido varias veces al príncipe de hielo, que intento encerrarlo en una celda, para que su hambre le hiciera obedecerlo, beber su sangre o la de algún humano, pero el escorpión se mantuvo firme. 
 
Camus con cada rechazo recibido empeoraba su obsesión, una respuesta un tanto obvia, los vampiros tendían mucho a eso, a dejarse llevar por sus emociones, cuando las sentían, en especial aquellos acostumbrados a beber sangre humana. 
 
Eran como adictos, ansiosos por sentir, porque ellos habían dejado de hacerlo mucho tiempo atrás, casi desde la primera mordida, si resistías el dolor de la muerte, el amor, el deseo, aun el odio desaparecía y únicamente se quedaba el hambre, por eso, cuando amaban a un humano, nunca le dejarían libre, hasta que lo mataran o ellos dejaran de existir.
 
El sabía cómo resistir esos extraños sentimientos, hasta comprendía como usarlos a su favor, igual que si fuera un arma, un rifle, o una espada, porque siempre le habían traído dolor, el amor no era sino el peor de los sufrimientos y estaba cansado de tener esperanza, porque cuando la sentía, únicamente le dolía mucho más. 
 
No le interesaba alimentarse de humanos, pero como lo dijera Milo, su único problema era su fealdad, la que ya existía desde mucho antes de ser convertido en un vampiro, la que agradecía, porque así el no sufrió de la misma forma que sus congéneres más hermosos, a él únicamente lo golpeaban, no lo vendían a otros más para que saciaran sus bajas pasiones con ellos. 
 
Aunque nunca había recibido el afecto de nadie, una caricia sincera, un beso, nada, pero estaba bien, los de su clase eran proclives a no controlar sus emociones, ya que sentían mucho más que los demás, pero a veces, cuando nadie lo veía, envidiaba el afecto que los demás, sin importar sus edades, se profesaban entre ellos. 
 
Kasa desconocía la razón del vampiro para haberlo transformado, porque motivo Afrodita lo mordió, siendo el uno de los vampiros más hermosos que existían, hasta su castigo, por permitir que Camus fuera casi destruido y el, era tan poco agraciado que muchos decían que tenía una apariencia como de reptil, como algo inhumano, al menos sus movimientos lo eran. 
 
Afrodita jugo con él, utilizo sus sentimientos, fingió estar interesado en su persona, hasta se lo creyó y por mucho tiempo estuvo agradecido por que alguien, cualquier persona lo quisiera, mucho más, uno tan hermoso como lo era ese hombre, hasta que lo mordió, dándole su sangre, convirtiéndolo en un vampiro imposibilitado para alimentarse, riéndose de sus esperanzas, de su amor, suponía que deseoso de ver cuánto tiempo duraba con una apariencia como la suya.
 
Por eso ya nunca más creería en nadie que le dijera que lo deseaba, muchos menos que lo quería, solo eran mentiras, también, gracias a su extraña apariencia era que se alimentaba de animales, como lo hacían los humanos o los licántropos. 
 
- ¿Te duelen mucho tus quemaduras? 
 
Kasa no respondió, tocando sus manos, se recuperaría tarde o temprano, siempre era así, preguntándose porque le interesaba a Io si le dolían sus manos o no.
 
-Se curarán tarde o temprano.
 
Io le hubiera preguntado si podía verlas, para tratar de atenderlas, colocando alguna venda o ungüento, pero estaba seguro de que no lo permitiría, no confiaba en los demás, era un milagro que decidiera hablarle o escapar con él, cuando visitaron ese pueblo desolado.
 
- ¿Porque no confías en nadie? 
 
Kasa no le respondió, no confiaba en nadie porque nunca habían sido amables con él, ni cuando era un humano.
 
-Porque conozco lo suficiente a las personas para no hacerlo. 
 

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