Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Los demonios de la noche. por Seiken

[Reviews - 92]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Shura estaba a punto de salir de la alcantarilla, salir solo para enfrentarse con el ejército que rodeaba el centro, donde moraban los gemelos con sus esclavos semidemonios, su amigo y su hermano.

—¿Saldrás a que te maten Shura?

Le preguntaron repentinamente, una voz, proveniente de una chistera flotando en el aire.

—¿Qué demonios?

Pregunto, retrocediendo algunos pasos, al mismo tiempo que un hombre vestido de traje se materializaba frente a sus ojos.

—Youma, a tus órdenes.

Shura no dijo nada, tampoco estiro su mano para saludar a ese demonio, de cuernos pronunciados, no le agradaba en lo absoluto.

—¿Qué es lo que haces aquí?

Youma recogió su mano con una expresión molesta, borrando su sonrisa, respirando hondo, como esperando un golpe proveniente de Shura.

—Vine a darles mi ayuda, salve la vida del gran toro, evite que Mu pereciera, pero si ve el sol se hará carbón.

Ellos ya no le importaban demasiado, eran unos traidores, pero, aun así, Shura no dejo ver sus emociones, ni su preocupación por el menor de los hermanos, su buen amigo Radamanthys.

—Y deseaba advertirles que los gemelos lunáticos desean llevarse a sus esposos a Siberia, con el príncipe de hielo, esta misma noche.

Shura cerró los ojos, si lograban llevarlos a Siberia sería por mucho peor, mucho más complicado si no era que imposible, salvarlos, ese demonio lo sabía, de eso estaba seguro y quería utilizar su desesperación en su contra.

—¿Qué ganas tu diciéndonos esto?

Aioros que había seguido a Shura pregunto, deteniéndose a su lado, con una expresión serena, casi jovial, para estar frente a un demonio que ingreso sin causar un alboroto, acercándose un poco mas a Youma, como si quisiera hacerle retroceder.

—Nada, pero alguien dice que el enemigo de mi enemigo es mi amigo, y yo soy enemigo de esos gemelos, así que pensé, porque no avisarles, esos dos demonios necesitan ayuda en este preciso instante.

*****

Permanecerían unas horas más en el castillo del centro de la ciudad, para partir antes del amanecer, usarían dos carrozas, armadas, no llevarían demasiados vampiros con ellos, por el momento estaban solos.

El gran maestro lo sabía, sus espías se lo informaban todo, la rosa le había dicho que deseaban derrocarlo, utilizar su nuevo poder para ser ellos quienes mandaran, Camus estaba obsesionado, una enfermedad que padecían los vampiros con demasiada frecuencia, no eran capaces de controlar sus emociones.

Unicamente Cid lo logro, pero fue traicionado, puesto a dormir el sueño del tiempo detenido por el demonio Youma, un traidor en el inframundo, cuyo poder aumentaba con el paso del tiempo, pero seguía siendo limitado.

Había mandado dos soldados al centro, para que pudieran constatar lo dicho por el otrora hermoso vampiro, que tenía sus propias peticiones, una de ellas ser perdonado junto al único vampiro que había transformado en uno de los suyos.

Un albino con apariencia reptiliana, ojos amarillos y cabello negro, que había abandonado ese clan, lo supo cuando no regreso con el escuadrón que destruyo el pueblo natal de los Walden.

El maestro lo aceptaba, serian perdonados, como todos aquellos que decidieran brindarle ayuda, acercarlo a su venganza, o al control de los gemelos, esos muchachos malagradecidos que provocaron la muerte de su preciado señor.

Cid, el primero vampiro nacido en ese mundo, que le dio el don de la vida eterna, pero no consintió que los humanos fueran utilizados como ganado y los licántropos igual que si fueran obreros, ni sus planes para los ángeles o los caídos, que ahora llamaban demonios, pero a fin de cuentas seguían siendo ángeles.

Muchos pensaban que se trataba de un vampiro débil, que no conocía nada de lo que transcurría debajo de sus narices, pero se equivocaban, tenía soldados y espías apostados por todo el mundo, en cada uno de los clanes, en los territorios de los licántropos, aun de los seres marinos, que no le interesara era un asunto completamente diferente.

Por eso salió de su castillo, para ver con sus propios ojos la demencia de sus primeros hijos, que por el momento se entretenían con dos hermanos, los últimos Walden, cuya familia casi lograba destruir, puesto que fue el quien mando a su padrastro a matar a su madre, que le ordeno que asesinara a los hermanos, primero a uno, después el otro.

Que sumió en la desesperación a la familia Gemini, a los poderosos brujos que obtenían su poder de criaturas marinas, de extraños seres que aguardaban soñando por el fin del mundo, cuya belleza escondía su verdadera apariencia, no eran sirenas, ni tritones, sino algo por mucho peor.

Y fue el quien asesino al heredero de los Oros, dejando al joven Aioria al cuidado de Youma, necesitaba borrar de la faz del planeta a cualquiera que supusiera una amenaza para él, como a los gemelos.

A los que dejo libres únicamente para saber que clanes estaban de su lado, quienes se atrevían a retarlo, y, sobre todo, en que lado de la lucha que se acercaba, estaban los dioses gemelos, comprendiendo muy bien que el Inframundo no se quedaría con los brazos cruzados, permitiendo que lastimaran a su progenie.

El tercero de ellos debía defender a sus hermanos, ese que llamaban Aiacos y que ya había madurado, que ya presentaba cada una de las características de su sangre, alas negras con plumas de acero, garras afiladas que podían arrancar un trozo de carne de su víctima, ojos lilas, parecidos a los de Cid, cabello negro, cuernos, no era humano, pero seguía siendo hermoso a su manera.

Pero sobre todo había escuchado del parecido que había entre Cid y ese que llamaban Shura, los propios hermanos le habían regalado una fotografía, que le hizo derramar dos lagrimas de sangre, al imaginarse a su señor de nuevo a su lado.

Quien estaba en el centro mismo de la infección de vampirismo provocada por los hermanos, haciéndole seguirlo, buscarlo en medio de la destrucción, para darse cuenta de algo más, uno de esos hermanos era idéntico a su alumno, por quien le dio la espalda, a quien odiaba más que a nada en ese mundo y el que debía ser destruido.

*****

Kasa aparto a Io, alejándose cuando los besos amenazaban con cambiar de tono, las manos de su amigo tratando de abrirse paso entre su ropa, mordiendo su labio, escuchando un quejido del licántropo, que seguía tratando de convencerlo de aceptarle, pero eso no pasaría, no podía darse ese lujo, no de nuevo.

Porque bien recordaba que la segunda vez que vio al licántropo que decía amarlo, quien necesitaba ayuda era el, después de la primera ocasión en que Afrodita lo rechazo, cuando le dijo que tenía suerte de haber sobrevivido la transformación y que lo único que deseaba era ver si lograba sobrevivir, se marchó.

Pero su apariencia no era agradable, era demasiado extraño para poder cazar por si solo, aunque solo se trataran de animales, y cuando un humano lo vio, comiéndose a un cabrito, bebiendo su sangre como ellos comerían su carne, comenzó la cacería, la persecución interminable, llevándolo a unas ruinas escondidas en el interior del bosque, en donde el sol brillaba con su doloroso esplendor, achicharrando su piel.

El dolor era insoportable, pero al menos, pensaba ser convertido en cenizas era mucho mejor que ser cazado hasta la muerte por esos humanos, aceptando su destino, Afrodita tenía razón, no estaba hecho para sobrevivir.

Kasa aun así trataba de cubrir su cuerpo, llevando sus manos a su cabeza, acurrucado en un rincón, observando como el sol iba avanzando en esa habitación, lentamente, amenazando su cordura, hasta que repentinamente, una manta gruesa lo cubrió, alguien lo cargaba en sus brazos, para llevarlo a otro sitio, un lugar seguro lejos del sol.

En donde Io le sonrió, ofreciéndole sangre, no sabia de que o de donde, pero la acepto, bebiendo de aquella copa como si estuviera muerto de sed, manchando su barbilla con el liquido vital, sintiendo que la fuerza regresaba a su cuerpo.

—Me costo mucho trabajo encontrarte, pero al fin lo hice, Kasa.

Cuando las quemaduras retrocedieron un poco trato de sonreírle, una sonrisa extraña, forzada, que muchos encontraban desagradable, pero parecía que Io no, quien le sonrió alimentándose él también, sin dejar de mirarle.

—Nunca he olvidado lo que tu hiciste por mí, así que busque la forma de reparar tu favor, Kasa, aunque… casi llego demasiado tarde.

Kasa recordaba esos días con mucho cariño, fueron cinco en total, en los cuales Io cazaba para él, como lo hubiera hecho en el pasado para Io, siempre tratando de charlar con él, que lo aceptara.

—¿Por qué no puedes creerme?

Kasa no le respondió en un principio, estaba cansado de darle la misma respuesta, que Io se cansaría de el tarde o temprano, que su amistad era la única razón por la cual aún no veía el sol, así que simplemente suspiro, sintiendo más besos en sus mejillas, más caricias.

—No quiero perder tu amistad cuando te des cuenta de que no soy aquello que deseas, Io, no seas cruel, te lo estoy suplicando.

Io suspiro entonces, apartándose de Kasa, suponiendo que aun no estaba listo para aceptar que se había enamorado de él, porque se trataba del mejor hombre que había conocido, sin importarle que fuera conocido por ser una criatura cruel, cuando alguien le importaba eso cambiaba por completo.

—Esta bien, pero yo te amo Kasa, realmente lo hago.

*****

Thanatos era por mucho más rápido que cualquier lobo común, su velocidad superaba la velocidad del sonido, su energía, su cosmos, por llamarlo de alguna forma, alimentaba sus músculos, sus piernas y en esta ocasión necesitaba asegurarse que su testarudo cangrejo no cometiera ningún suicidio.

Deteniéndose cuando el rastro de un humano se unió a los suyos, pero no era un humano cualquiera, había algo maligno en él, una energía oscura que lastimo sus sentidos, un algo, que los siguió por el camino hacia uno de los bastiones.

Haciendo que gruñera, esa criatura no le agradaba, su cangrejo debía estar a salvo, su amado y dulce cangrejo que gustaba de cometer actos que pusieran su vida en peligro.

Como intentar cazarlo cuando lo creyó culpable de la masacre de su pueblo, pero tuvo suficiente corazón para escucharlo, comprender que era inocente y que su amor, era verdadero.

*****

Albafica seguía corriendo a lado de Manigoldo, cargando al prometido de Radamanthys, el vagabundo que decía estaba enamorado de su musa y al mismo tiempo, admiraba al juez Minos, como un hombre justo, aunque inflexible.

Justo como lo era en su pasado, un hombre justo, inflexible, ansioso por tener poder, demostrar quien era, de lo que era capaz, una criatura de una belleza indescriptible para sus ojos mortales, sin importar que dijeran que el era el hombre más hermoso que jamás habían visto.

El único que se merecía la presencia de Minos, el joven príncipe que gustaba de entrenar a su lado, de contarle sus planes, que estaba emocionado por la próxima coronación, quien, a su vez, era su amante, uno comprensivo, al que no le importaba que no tuviera nada que ofrecerle, lo único que deseaba era su amor.

A quien dejo para buscar algo que pudiera ofrecerle, poder, riqueza, lo que fuera, creyendo que su amor no era suficiente, aunque su joven amante se lo juraba, repitiéndole infinidad de veces que le amaba, que le aceptaba a su lado, que dejaría el trono de Creta a cambio de estar a su lado.

Su príncipe, que después de desterrar a su hermano, se convirtió en el emperador, uno casado con una hermosa mujer de nombre Pasifae, de quien decían muchas cosas, todas ellas horribles, a quien odio apenas pudo ver, a pesar de ser una mujer mayor, aún seguía siendo muy hermosa.

Casi tanto como lo fue su esposo, o lo era, si recordabas como se veía en su juventud, siendo un hombre viejo, aquel que encontró después de conseguir el poder y la inmortalidad que deseaba, la que esperaba poder compartir con él.

El tiempo había pasado demasiado rápido, arrebatándole los años que pudo disfrutar a lado de su Minos, que al verle sonrió, con los ojos llenos del ayer, acercándose a él, aunque estaba atendiendo un asunto de estado, para abrazarlo con fuerza, tanta como la que podía tener un hombre de su edad.

—Volviste.

Susurro, apartándose para acariciar su rostro, notando que los años no habían pasado por él, suspirando, al menos, podía decir que cumplió su promesa, que le volvería a ver, aunque ya fuera tarde.

—Has vuelto mi rosa, pero ya no soy quien solía ser, ahora me trato de un anciano y yo ya no puedo cumplir mi parte de nuestra promesa, así que te libero de la tuya, puedes ir a buscar a alguien más, yo no te forzare a pasar mis últimos años de vida a mi lado.

Albafica negó eso, sosteniendo la muñeca del emperador, cuando este quiso alejarse, para continuar con su charla amena con sus senadores, quienes trataban de persuadirlo de no realizar un homenaje a su hermano, pero como no lo haría, después de que fuera asesinado por culpa suya, por mandarlo lejos de su ciudad, a una edad demasiado temprana.

—Para mi tu sigues siendo hermoso.

Minos sabia que había envejecido bien, aun era esvelto, tenía pocas arrugas en su rostro y manos, muchas menos cicatrices, su cabello blanco aún seguía siendo sedoso, pero era un anciano, al fin y al cabo, con todas las dolencias de su edad.

—Eres un mentiroso, Albafica, pero si quieres quedarte hare que acomoden tus habitaciones, no te preocupes por nada, no soy un mal anfitrión, jamás lo he sido.

Albafica creía que por fin tenía la oportunidad para recuperar a su grifo, a su emperador y su juez, a su belleza de porcelana, así lo veía, como la criatura más hermosa de todo el mundo.

—Cometimos el mismo error, ambos nos alejamos pensando que era lo mejor para ellos y les dejamos partir, sin comprender que jamás volveríamos a verlos.

Kanon negó eso, sin importar lo que se tardara, lo que tuviera que hacer, el salvaría a su musa, a su perfecto muchacho rubio, al que amaba con locura.

—No, no estoy dispuesto a perderlo y se que tu tampoco lo estas, porque en ese caso, quien se preocupara por nuestros amados.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).