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Los demonios de la noche. por Seiken

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Shura escucho la información que Youma tenía que darle, sin mostrar sus sentimientos, ni escuchar los consejos de ese completo extraño, que parecía, se preocupaba por su bienestar, pero, aun así, no era nadie para decirle que hacer, era un soldado, Radamanthys era su amigo, casi su hermano, no podía dejarlo solo en ese momento tan oscuro.

Eso no pasaría nunca, de ninguna forma, sin importar lo que Aioros tratara de advertirle o decirle, Radamanthys era primero, sin importarle nada más que él, aunque también sabía que, si deseaba salvar a su amigo, tenía que actuar con prudencia, sin dejarse llevar por sus emociones.

Otra voz le decía que estaba bien lo que hacía, que mantener su promesa le traería felicidad, esa voz, se le parecía tanto que no podía ignorarla, sin importar que también le dijera que debía tener cuidado con Youma, ese demonio no era de fiar, siempre se cobraba algo, ese algo era valioso, así que, debía moverse con cuidado.

—Porque me ayudas, que ganas tú en todo esto, y lo mejor es que me hables con la verdad, aun somos muchos cazadores, podemos destruirte con mucha facilidad.

Youma guardaba silencio, su mirada fija en Aioros, que a su vez no perdía un instante de lo pronunciado por el demonio, ni sus acciones o gestos, encontrando inquietante la forma en que se comportaba.

—Te lo diré, pero solamente a ti, Shura, no confió en nadie más.

Mucho menos en aquel de pie a su lado, cuya mirada jovial escondía unas sombras profundas, que ni siquiera el deseaba cruzar, retrocediendo cuando Aioros avanzo en su dirección.

—No quiero que tu pago dañe a mis amigos, mucho menos a Minos, pero sobre todo Radamanthys, deben estar a salvo, si es así, escuchare lo que tienes que decirme en privado, en cualquier momento en que tú lo desees.

Youma asintió, lo que deseaba era sencillo, quería el perdón del Inframundo y únicamente los dos hermanos dormidos, Minos y Radamanthys querrían otorgárselo, deseaba regresar al Abismo, del que fue lanzado por el propio Hades, cuando intento traicionarlo.

Pero si eso no se podía, en ese caso, deseaba ayudar a los gemelos y los hermanos, aun a los medio demonios, a destruir al gran maestro, cuyos tentáculos se movían de forma invisible en todo el mundo conocido.

—Tengo tu palabra.

Shura llevo su mano a su corazón, como en un juramento, gesto suficiente para que el demonio de la chistera aceptara ese pacto, desapareciendo en ese instante, dejándolo solo, en compañía de Aioros que avanzo rápido para sostener su brazo, aparentemente enojado, por dejarse engañar por ese demonio de la chistera.

—Te han engañado, Youma no es más que un traidor y un mentiroso.

Shura asintió, no le importaba demasiado lo que le pidiera con tal de que no dañara a su amigo, a quien deseaba proteger, de una forma en la cual no lo comprendía del todo, pero sabía que lo quería de verdad, su cariño era sincero, su amistad.

—Nadie te está pidiendo tu opinión, ni siquiera te conozco, y aun así tratas de decirme que hacer, cuando mi mejor amigo está pasando por la peor de las penurias, no lo acepto.

Le respondió, soltándose de un jalón, dispuesto a pelear con ese intruso, escuchando los pasos de Shion, que acercándose a ellos se preguntaba porque estaban riñendo, que hacia su benefactor en esa área de las alcantarillas.

—Shura, que ocurre.

Shura no le respondió en un principio a Shion, imaginándoselo como un mocoso de quince años, un muchacho perdido al cual recogió en una aldea que había sido destruida por los cazadores de la familia Oros, por el mero hecho de proteger a dos demonios menores que trataban de ocultarse entre la gente común.

—Voy a marcharme, no puedo dejar solo a Radamanthys, el confiaba en mí y yo lo traicione al llevar a Mu en esa misión, mejor hubiera sido Shaka, o cualquier otro.

Shion asintió, no podía ordenarle nada al guerrero de ojos lilas, no estaba en la posición para hacerlo, mucho menos para pedirle que tuviera compasión de Mu o de su alumno, cuando ellos no la tuvieron con esos dos demonios.

—Lleva a Shaka contigo, eso será lo mejor, el desea salir, ver que ha pasado con Mu, no puedo mantenerlo oculto ni alejado de la verdad, además, siempre ha sido muy eficiente cuando se trata del exterminio de vampiros muertos.

Aioros estaba a punto de quejarse, no era una buena idea alejarse de la seguridad de las alcantarillas, pero que más podía hacer, sin embargo, si lo que deseaban era atacar un ejército de vampiros muertos, para llegar con los gemelos, en ese caso, pues necesitaban más ayuda, un tercer miembro les vendría bien, además, de que así podrían darle tiempo a Shion y a Dohko para llevarse a los más pequeños.

—Yo iré con ustedes, es demasiado arriesgado que solo vayan dos.

*****

—Donde están mis hermanos.

Violate no respondió en un principio, sosteniendo el látigo de Lune, del cual colgaba un brazo cadavérico, apenas unos girones de piel pegados a los huesos, era sin duda, una parte del cuerpo del único guardaespaldas que pusieron a su cargo.

—Esto es lo que queda de Lune, mi señor, el pueblo esta destruido y la mansión reconstruida, pero no hay una sola pista de sus hermanos.

Aiacos descendió de su trono de calaveras, furioso, lívido a causa de la preocupación que sentía, del deseo truncado de ver a sus hermanos con vida, antes de que pudieran despertar.

Madurar y transformarse en un demonio completo, cambiando de forma, en medio de sus enemigos humanos que tratarían de destruirlos apenas pudieran verlos.

—Como puede ser posible, como es que ese inútil no pudo protegerlos, ese era su único trabajo.

Violate de ser otro demonio hubiera retrocedido a causa del miedo que su amado inspiraba en sus pares, pero ella lo encontraba hermoso, perfecto en cada uno de los sentidos.

Aiacos era alto, vestía como un demonio de su grandeza, ropa de telas y metales que ningún humano podría describir, sus ojos brillaban en la oscuridad, sus pupilas tenían una línea larga, como si se tratasen de los ojos de un gato, colmillos afilados, cuerno, alas como de cuervo en su espalda, garras en sus manos y pies, espolones en las piernas, era hermoso, pero no sólo eso, también era poderoso, tanto que sosteniendo lo que quedaba de Lune, lo incendio.

Esperando que se consumiera y de las cenizas renaciera el Balrog que se suponía, debía proteger a sus hermanos, al que castigaría si la explicación que tenía que darle no era lo suficiente convincente.

De las cenizas comenzó a formarse cristales, uno sobre el otro, a una velocidad imposible de describir, con el sonido del crepitar aumentando de volumen, fuego naciendo de los espacios entre los cristales, tomando una forma humana, con pezuñas, una cola parecida a la de un toro y cuernos, negros, pronunciados a los lados de su cabeza.

Pero no era todo, su rostro se formo con las llamas, uno con los ojos cerrados, como si durmiera, cabello largo, lacio, una armadura creada por el carbón y la piedra que formaban parte de su cuerpo, una figura de roca con algunos rasgos humanoides.

Que grito abriendo los ojos, como si gruñera, un alarido desesperado, que fue silenciado por el príncipe del Inframundo, hermano de los dos jóvenes Walden, que, con un movimiento de sus poderosas alas, le lanzo lejos, haciendo que cayera contra una columna, destrozándola, a punto de caer en el abismo del cual formaba parte.

—¡Tu única misión era proteger a mis hermanos y me fallaste!

La voz de Aiacos retumbaba en esa cámara de lava y fuego, cientos de pequeños demonios emprendieron el vuelo y casi cien más se removieron en sus lugares, temerosos de su furia, seguros que Lune únicamente había sido creado para recibir un castigo.

—Lo sé, mi señor, pero esa criatura era poderosa…

Una mueca del mas puro terror se apodero de sus facciones, comprendiendo lo que había pasado, pero no temor al castigo, sino preocupación por la seguridad de su amado señor, el amo Minos, su perfecto príncipe que le permitía complacerle, quien era la presa de esa cosa deforme, ese vampiro ancestral.

—Recibiré el castigo que sea necesario, pero antes de eso, debemos buscar a sus hermanos, a mi príncipe, están en peligro.

Aiacos ya lo suponía, no sabia si estaban vivos o muertos, pero si que no los dejaría a su suerte, eran después de todo su sangre y ansiaba verlos de nuevo, recuperar el tiempo perdido, entregarles su parte correspondiente del Inframundo, una vez que maduraran.

—El problema, inútil, es que no sabemos donde pueden estar, ni que les ataco.

Lune trato de pensar en que responderle al príncipe del Inframundo, que lo sostuvo de uno de sus cuernos, cargándolo, amenazándolo con lanzarlo de regreso a la lava que corría como agua fresca en el abismo.

—Fueron vampiros ancestrales, de una apariencia demencial, no se más mi señor, puesto que yo di mi vida tratando de salvar a su hermano, a mi príncipe.

Aiacos lo lanzo entonces, esperando que se hiciera daño, pero no al abismo, sino de regreso a su cupula, haciendo que chocara con la pared, de la fuerza demencial que poseía, preguntándose si debía salir el a buscarlos, o mandar a Lune, junto a su pequeña, para que les localizaran primero.

—Debes poder recordar algo, cualquier cosa…

Lune guardo silencio, tratando de recordar los últimos sucesos a lado de su amado señor, recordando que Minos le había encargado desterrar a Kanon el pintor, por mancillar a su hermano menor, antes de protegerlo de los aldeanos que deseaban quemarle.

—Minos mando lejos a su hermano, los aldeanos querían quemarlo, estaba en el ejercito y también me ordeno, desterrar al Inframundo al pintor, a Kanon Gemini, por atreverse a mancillar el cuerpo de su hermano menor, Gemini… como su doctor privado.

Aiacos entrecerró los ojos, eso era interesante, pero no creía que tuviera nada que ver con la desaparición de sus hermanos y sin más, se alejó de esa sala, en busca de un prisionero que mantenía en el Inframundo, a quien usaba como sus ojos al futuro, un ángel que había capturado por la utilidad que le veía para sus ejércitos.

—Calvera, necesito de tus dones para ver el futuro.

Ella estaba encadenada al centro de una habitación, sus alas blancas resplandecían en la oscuridad, y se veía debilitada, demasiado triste al sentir la muerte de su esposo, esperando que su pequeño escorpión aun estuviera vivo.

—Primero quiero saber dónde está mi hijo.

Aiacos guardo silencio por unos instantes, cruzando sus brazos delante de su pecho, escuchando como su compañera, a quien desposaría una vez que los tres reinaran su estepa del Inframundo, caminaba en esa sala, sosteniendo el cabello del ángel con fuerza, para obligarle a abrir los ojos, en donde se podía ver el universo.

—Para que me lo preguntas, se supone que tu ves lo que los demás no pueden.

Pero ella no podía ver a su hijo, era su maldición, por enamorarse de Kardia, darle un hijo, eso y tener que alejarse para que no les hicieran daño, sin embargo, este fue realizado por un vampiro, un demonio de cabello rojo, un príncipe de Hielo que a veces se perdía de su visión.

—Pero no puedes… y eso es tan triste.

Calvera no le diría nada si no escuchaba alguna noticia de su pequeño tesoro, así que, Aiacos, preguntándole algo a un diablillo, una criatura pequeña con alas de murciélago, en una lengua desconocida por ángeles, humanos, vampiros, licántropos o profundos, sonrió.

—Está a salvo, el dios del sueño ha decidido protegerlo del peligro, aunque fue mordido por un vampiro y parece que únicamente tu sangre celestial, es aquello que ha evitado que se transforme, así que, eso es, Milo está a salvo.

Aiacos esperaba que ella respondiera entonces su pregunta, había cumplido con su parte del trato, ninguno de los suyos había tocado al pequeño ángel, único en su tipo, pero tampoco tenían que protegerlo, pero comenzaba a pensar que sus soldados eran unos completos inútiles, puesto que ni siquiera habían protegido a sus hermanos, si ya no estaban presentes en la mansión que los protegía.

—¿Qué es lo que deseas?

Le pregunto, su voz fría, lejana, ella le odiaba, sin embargo, al príncipe no le importaba en lo absoluto, nada de lo que dijera, mientras esas cadenas aun se mantuvieran en ese lugar, sosteniéndola de muñecas y tobillos.

—Donde están mis hermanos.

Calvera trato de concentrarse, buscando a los demonios, pero únicamente vio a dos muchachos, perdidos, angustiados, como el suyo lo estuvo en algún momento de su vida, cuando fue capturado por Camus, pero ella no podía saberlo.

—Están en las manos de Aspros y Defteros, ellos serán los nuevos maestros, sus hermanos sus esposos, maduraran, pero será demasiado tarde, sus voluntades les pertenecerán a sus amos vampiro, has fallado en tu misión Aiacos, no pudiste protegerlos del peligro, al menos, este es el futuro que veo deparado para ellos.

Aiacos negó eso, gritando su furia, una onda de energía demoniaca fue disparada en todas direcciones, quemando a los diablillos inferiores, pero dejando intactas a Violate, y a Calvera, que repentinamente coloco una mano en el vientre de la compañera del príncipe, descubriendo un secreto, del que guardo silencio.

—¿Dónde están?

Pero Calvera ya no le dijo nada, cerrando los ojos, había perdido el contacto con esas criaturas, un demonio libre en la tierra había bloqueado su visión, una criatura demente, con cuernos negros y una chistera.

—Lo desconozco.

*****

Shura dio el primer paso en la plaza, esperando que una horda de vampiros muertos saltara en su contra, pero no lo hicieron, estaban ocultos, esperando algo o a alguien, tal vez, temerosos del aroma de la sangre del vampiro vivo, proveniente del cuerpo de Mu, que aun existía, porque había dejado de vivir hacia demasiado tiempo.

—Aldebaran prefiere morir a seguir siendo tu compañero, Mu, tu estas aquí, esperando el sol para que calcine tu cuerpo, espero que haya valido la pena tu traición.


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