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Los demonios de la noche. por Seiken

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Shura no espero por la respuesta de Mu, que apenas podía pronunciar sonidos ininteligibles, suponía que, sintiendo demasiado dolor, pero no tanto como aquel que le había provocado a su amigo, a su hermano, que estaban encerrados en el castillo, el centro de aquella pequeña ciudad.

Shaka en cambio corto la asta bandera para liberar a Mu de su dolor, quien, al verle, cerro los ojos, como si estuviera arrepentido, el hindú libero su cuerpo del metal atravesándolo, creyendo que ya no había nada que hacer por su amado en secreto.

Ignorando como Shura seguía avanzando y Aioros se detenía, cortando su muñeca, para darle su sangre al vampiro al borde de la muerte, esperando que pudiera curar a quien había escuchado era un hombre ejemplar, que tan solo había cometido un error.

Quien le observo fijamente, agradeciéndole su sacrificio, sintiendo que la energía regresaba a su cuerpo, levantándose con demasiado trabajo, comprendiendo bien que Shura estaría furioso, le había traicionado, sin importarle la seguridad de sus amigos, aunque la cercanía que tenía Shura con el menor de ellos era parecida a la que tuvo con su toro antes de aceptar su afecto.

—Tu habrías hecho lo mismo si ese muchacho estuviera al borde de la muerte y no pudieras hacer nada para salvarlo.

Los humanos siempre estaban al borde de la muerte, con cada segundo que pasaba, eso nunca cambiaria, aun aquellos que tenían sangre demoniaca, mientras no despertaran, no podían detener a la dama negra.

—¡No me compares con basura como tú, porque no somos iguales, Mu!

El vampiro de cabello morado no respondió nada, simplemente supuso que tendría que brindarles algo de ayuda, para ingresar al castillo de los hermanos, en donde estaba su toro, presa de aquel hechizo.

—Aldebaran esta en ese edificio, tengo que ir por él, Shura, así que supongo que puedo ayudarlos a encontrar una entrada mucho más sencilla, que la principal.

Shura volteo, Mu no se arrepentía de sus actos y estaba demasiado débil para serles de utilidad, sin importar que clase de sangre tuviera Aioros, por un momento pensó en matarlo en ese instante, en ese punto, pero no podría lograrlo, Shaka no lo permitiría, tampoco Aioros, de nuevo, esos muchachos únicamente lo tenían a él como su ángel guardián.

—No puedo evitar que vengas con nosotros, pero si puedo matarte si creo que intentas algo extraño, además, no sabes cuanta pena me da tu Toro, tener que estar atado a un ente como tú, sin sentimientos, ni bondad, ser salvado de un monstruo, únicamente para ser sometido por otro mucho peor.

Estaba en un error, cuando esos demonios fueran liberados, cuando su toro comprendiera que todo lo había hecho por él, lo perdonaría, lo aceptaría a su lado y su mordida los ataría por toda la eternidad, pero antes de eso tenía que despertarlo, liberarlo de aquel hechizo y creía que Shaka podría lograrlo.

—Trata de decirte que no venderías a cada uno de nosotros por mantener a Radamanthys a salvo, Shura, tal vez logres creerlo en algún momento.

Shura no pensaba salvarlo por lo que insinuaba Mu, sino por que eso era lo correcto, aunque no lo entendiera ese vampiro sin sentimientos, ni honor, escuchando como los vampiros muertos despertaban, era el momento de enfrentarse a ellos.

—Recuerda esto Mu, si tan siquiera me ves de una forma extraña o sospecho que nos traicionaras, te matare antes de que puedas hacerlo.

*****

Al fin habían llegado, la ciudad y su centro repleto de tinieblas estaba frente a sus ojos, en la plazoleta, cuatro valientes guerreros peleaban con una horda de vampiros muertos, los que les duplicaban en número, eran demasiados para ellos.

—¿Los conoces?

Kanon negó eso, no los conocía, pero sabía que su musa se encontraba en ese castillo, estaba en peligro y lo necesita, era el momento de demostrar su valía, su fuerza recién adquirida, enamorarlo, aunque no comprendía por la clase de pesadilla que su muchacho estaba pasando.

—No importa eso en este momento, ellos necesitan ayuda.

Fue la respuesta de Manigoldo, regresando a su forma humana, igual que Albafica, que como Kanon sabía que Minos estaba en el centro del castillo, asustado, lo necesitaba y el acudiría esta vez.

—Y es momento de dárselas.

Les informo, convocando a sus fuegos fatuos, sus llamas infernales, para demostrar porque era llamado de esa forma, porque aparte de ser un médium, que entreno bajo la tutela de Sage, y era lo mas cercano a un hermano que tenía Shion en ese momento, usaba las almas de los muertos como pólvora, y ese lugar, estaba infestado de estas.

—Y tu Albafica, porque no usas algunas plantas, las estacas aun funcionan con los vampiros, según creo.

Albafica asintió, convocando a la naturaleza, a las plantas que comenzaron a elevarse, como zarzas monumentales cubiertas de espinas, que atacaron a los vampiros, al mismo tiempo que pequeñas explosiones desolaban el lugar, incendiando a los vampiros, transformándolos en cenizas.

Sorprendiendo a los presentes, pero, aun así, ellos no dejaron de pelear, de defenderse contra los que hacia un mes aun eran humanos, con vidas normales en sus casas comunes, pero ahora no eran mas que demonios sin mente propia.

Kanon era el único que parecía que no podría hacer nada para enfrentarse a los vampiros, pero no era así, en su cautiverio, se dio cuenta de que tenía poder, magia, una poderosa que invoco, como lo hiciera en el calabozo en donde estaba encerrado, abriendo agujeros en la materia, caminos a otra dimensión, empujando a los vampiros a esta, de donde comenzaron a salir tentáculos de energía negra como las fosas del mar, con ojos y bocas, que devoraban lo que el menor de los Gemini deseaba.

Después de todo era miembro de la familia que vendió a sus hijos a los seres de los abismos del mar, al leviatán y a su progenie, a sus amos, con tal de tener poder, riquezas, pero, sobre todo, para no tener que entregar a sus herederos como sacrificio a los gemelos vampiro, que al escuchar el enfrentamiento enfrente de su castillo tuvieron que asomarse.

Para ver con horror que sus enemigos se iban multiplicando, repentinamente, siete soldados poderosos destruían a sus ejércitos, estaban en lo cierto, debían escapar, cada uno de ellos en su propia habitación, a lado de su futuro esposo, que, vestido para el largo viaje, también se acercó a la ventana, observando ese pandemónium, ese combate desigual, siendo el ejército de sus amos, el que estaba perdiendo.

*****

Sus carruajes estaban listos, escaparían antes de que pudieran llegar a ellos, esperando que sus esposos no pelearan, bien sabían que no podían escapar y sosteniéndolos de la muñeca, trataron de llevárselos.

—Debemos irnos.

Ellos bien sabían que, de marcharse en ese momento, no tendrían una sola oportunidad, estarían perdidos, así que en vez de caminar como sus amos lo esperaban, intentaron soltarse, el primero de ellos fue Minos, que intento retroceder con las uñas de Defteros clavándose en su muñeca, al comprender que no se marcharía sin pelear.

—Te he dado una orden.

Le explico con una sonrisa cubierta de dientes, que Minos respondió con un ligero movimiento de su cabeza, no tenía forma de pelear, pero tal vez, Radamanthys podría correr, si ganaba tiempo para ambos.

—Deja que mi hermano se vaya, déjalo ir y yo me quedare contigo, niégame eso, y te prometo que veré la forma de destruirme.

Sin embargo, Defteros negó eso, no les estaban pidiendo su opinión y su avecilla no parecía entenderlo, nunca dejarían que se marcharan, no era como si pudieran pelear contra ellos.

—Piensas que ellos vienen por ustedes, pero no le importan a nadie, nada mas a nosotros Minos, pero creo que he sido demasiado amable contigo, que no te he castigado lo suficiente, porque tu me obedecerías si hubiera sido claro contigo, yo soy el amo, tu no.

Minos al escuchar eso retrocedió varios pasos, para comenzar a correr, logrando esquivar a Defteros, que no corrió detrás de el en un principio, observando las ramas agitarse, recordando los rumores, algunos que decían que Minos, el emperador, tuvo una rosa, un hombre hermoso que era uno con la naturaleza.

—¡Minos!

El juez apenas pudo llegar a la mitad del pasillo cuando unas garras afiladas cortaron su piel, su ropa, lanzándolo al suelo, sintiendo como Defteros le sostenía del cabello, para morderlo, era la forma más fácil de mantenerlo dócil.

—No quiero lastimarte mi avecilla, pero tu me obligas a eso.

Minos aún seguía retorciéndose y en su desesperación, logro rasguñar el rostro del vampiro de piel morena, que le soltó de pronto, con una enorme sonrisa, su avecilla no tenía nada que hacer mas que retorcerse en sus brazos, pero de todas formas, un buen esclavo no se revelaba contra su amo.

*****

Radamanthys pensó lo mismo que Minos, que lograría escapar, pero se detuvo no porque su amo vampiro lo alcanzara, quien caminaba lentamente a sus espaldas, sino porque Minos yacía en el suelo, inconsciente, con un charco de sangre a su alrededor.

—¿Minos?

Pregunto, arrodillándose a su lado, tratando de escuchar su corazón, pero sin lograrlo, creyendo que al fin lo había logrado, que ese vampiro había asesinado a su hermano, sintiendo que una desesperación descontrolada se apoderaba de su pecho, gritando el nombre de su hermano, sin prestarle atención a Defteros, que trataba de soltarse de una rama de tamaño monumental, que de alguna forma, con un instinto propio había atravesado su hombro, evitando que su enojo fuera descargado por completo en su avecilla.

—¡Minos!

De nuevo sintió el enojo y la rabia que lo invadieron cuando su amigo estaba por ser violado por Aioria, su mente nublándose, sus ojos cambiando de forma, su iris alargándose, un aura de energía cubriéndolo, dibujando la forma de un demonio cuyos afilados dientes estaban apretados casi al punto de quebrarse.

Sintiendo un dolor incomprensible en su cabeza, en donde, repentinamente dos chipotes comenzaron a brotar, cortando la piel, creciendo a una velocidad imposible, eran cuernos, tan negros como lo fueron en el pasado, pero por mucho más largos.

Sus uñas eran negras, afiladas, parecía que comenzaba a despertar, lo que Aspros esperaba que ocurriera al darle la raíz del diablo en su comida, esperando que fuera obediente, que de alguna forma recordara lo mucho que le quiso, pero su atención, toda estaba en su hermano inconsciente en el suelo, al que cargo en sus brazos, su mente en alguna otra parte.

—Minos…

Susurro, escuchando los pasos de los vampiros, su mente primitiva tratando de pensar, que era mejor, atacar a sus enemigos, uno de los cuales tenía el aroma de la sangre de su hermano o escapar, ese era después de todo el instinto primario de cualquier criatura, aun una nacida en el Inframundo.

—Conejito, quédate a mi lado, no hay ningún lugar a donde puedas escapar.

Sin embargo, la rama que había atacado a Defteros al ingresar en ese castillo, abrió un agujero en la pared, la única salida, por la cual salto, sin importarle nada más, escuchando el grito desesperado del vampiro, de ambos, que veían a sus consortes escapar.

*****

Shura vio como una figura saltaba por una ventana, cargando a otra de cabello blanco, eran ellos, los hermanos, de alguna forma habían logrado escapar, tal vez, con algo de ayuda de su distracción.

Pero estaban demasiado lejos, no parecía que supieran en donde estaban ni que intentaban salvarlos, debía llegar a ellos, estarían asustados y perdidos, aun así, los vampiros muertos no parecían acabarse.

Sin importar lo que hicieran, cuantos destruían, por uno que mataban, aparecían dos más, logrando que comenzara a desesperarse, hasta que repentinamente, otro mas había llegado con ellos, un lobo negro que aulló su furia al ver que su cangrejo estaba actuando justamente como lo pensaba.

Notando el poder de los cuatro guerreros y del vagabundo, porque bien conocía de lo que eran capaces Albafica y Manigoldo, a quien le daría un buen sermón, un regaño ejemplar, por romper su promesa de no arriesgarse como un estúpido, como siempre.

Elevando sus manos al cielo creo una serie de esferas negras, que eran sobrevoladas por calaveras con alas de ángel, las que lanzo a varias partes de la horda, destruyendo más vampiros, esperando que de un momento a otro amaneciera, era la única forma de eliminar a todos ellos, que eran demasiados.

*****

Defteros por un momento trato de correr detrás de su avecilla y de ese conejito con cuernos, pero su hermano se lo evito, aun podían ingresar en uno de los carruajes, que ya tenían preparados, en donde de todas formas viajarían a Siberia.

Su conejito estaba confundido, no sabía usar sus dones y no llegaría demasiado lejos, lo sabía muy bien, porque eso pasaba con los vampiros también, por unos momentos, no eran mas que una criatura salvaje, que despertaría para ser el mismo muchacho perdido, pero ahora, con hermosos cuernos negros en su cabeza, como siempre lo había soñado.

—No pierdas la compostura Defteros, mientras nuestros enemigos están distraídos con nuestras hordas, nosotros los alcanzaremos y les obligaremos a regresar.

Defteros asintió, su hermano siempre tenía la razón, pero, su avecilla tendría que sufrir un nuevo castigo, por intentar huir, por decirle aquellas dolorosas palabras, cuando decía que intentaría matarse, para no estar a su lado.

—Mi avecilla será castigada, pero tu tendrás que castigar a tu conejito, él hace que mi compañero se revele en mi contra, porque si no lo haces, yo tendré que hacerlo.

Aspros asintió, su conejito creía que podía negarse a él, escapar y usar sus dones en su contra, pero no era así, cuando los capturaran, porque lo harían de nuevo, le enseñaría porque no era bueno huir, con sangre y dolor, como él lo aprendió cuando vivía con su amo.

—Radamanthys no volverá a cometer el mismo error, no te preocupes, yo me encargare de eso.

*****

Youma reapareció en el cuarto donde el toro de Mu yacía dormido, el había evitado que se matara, cuando la culpabilidad comenzaba a destruir su cordura, el saber que su maestro había caído en las sombras debido al amor que sentía por él.

Al comprender que no buscaría la forma de salvar a esos muchachos, a los que condeno a una suerte peor que la muerte y que, dentro de poco tiempo, sería transformado en un vampiro, que no sería mucho mejor que la criatura que se alimento de sus padres, que casi lo devora a él también, que no era más que un monstruo que no podía considerarse humano.

—Supongo, que debo liberarte de mi hechizo, pero no hasta que hable con tu maestro y le explique cual es mi precio, para que tu regreses a sus brazos, aunque hayas cambiado de opinión, porque este no es el hombre del cual te enamoraste.


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