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Los demonios de la noche. por Seiken

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Shura ignoro el combate y esquivó a tantos vampiros muertos como podía, destruyendo a los que se cruzaban en su camino, esperando que el sol saliera pronto, para que calcinara a los que faltaban por ser destruidos.

Tenía que llegar a ellos, seguro de que los dos vampiros gemelos no los dejarían escapar tan fácilmente.

Sin contar que el simple hecho de que Radamanthys saltará por ese agujero, era un terrible presagio, había vuelto a ocurrir, de nuevo había despertado su herencia, no pensaría con claridad y cometería muchos errores.

Aioros le vio marchar y decidió seguirlo, creyendo que tal vez necesitaba ayuda, lo que fuera que buscará le causaría mucho daño, esos vampiros o esos demonios.

Dejando solos a los miembros de la jauría, a Mu y a Shaka, el nuevo vampiro cuando vio los primeros rayos de luz solar apretó los dientes, huyendo del sol para ingresar en el castillo, en el viejo bastión.

Shaka no pudo seguirlo, puesto que una nueva oleada de vampiros los atacó de nuevo.

Thanatos salto para colocarse a las espaldas de su compañero, que fumaba un cigarrillo aún en medio de la batalla, viéndose más vivo que nunca.

Albafica y Kanon seguían peleando con sus enemigos, ambos desesperados por llegar al bastión, en donde estaba su objeto de deseo.

Sintiendo los primeros rayos de sol, que estaba cubierto por unas nubes, pero cuando estás siguieron su curso, sus rayos milagrosos calcinaron a sus enemigos.

Que se convirtieron en una ola de cenizas, que se elevó en el aire como una onda de expansión, de la cual Thanatos protegió a su compañero, abrazándolo con fuerza.

Albafica uso sus ramas y Kanon sus brazos, Shaka una esfera luminosa, estaban a salvó, pero apenas podían respirar o ver a su alrededor.

Mu llegó a tiempo al bastión, protegiéndose de los rayos de luz solar, ignorando los carruajes que usando la distracción de la ceniza avanzaban a una velocidad sin igual, en dirección hacia donde creían que habían corrido los hermanos.

Pero lo único que le importaba era su toro que lo aguardaba sentado en su habitación, suponiendo que podría encontrar una forma de salvarlo, sin embargo, primero tenía que llevárselo de aquel castillo.

*****

Radamanthys llegó hasta un claro, en donde depósito a su hermano con sumo cuidado, apenas reaccionando un poco del estupor en el que se encontraba.

Buscando el latido de su corazón, escuchándolo muy débil, desesperándose de nuevo, comprendiendo que necesitaba ayuda pero no de quien podría recibirla, seguro de que sus enemigos los perseguirían sin descanso.

Tomando una de sus manos primero, para después abrazarlo, hincado en el suelo, a su lado, imaginándose que lo perdería, que no habia podido salvarlo sin importar lo mucho que se esforzo en ello.

Acunando su cuerpo, era una criatura salvaje en ese momento o un niño pequeño, no pensaba con claridad y creía que sus amos los perseguirían hasta el fin del mundo, el inframundo mismo, hasta que los mataran, porque no creía tener poder suficiente para derrotarlos.

Repentinamente se tensó, escuchando los caballos de los carruajes relinchar no muy lejos de allí, seguidos de dos pares de pasos, Aspros y Defteros, que se acercaban a él con lentitud, rodeándolo, uno caminando hacia la derecha, el otro a la izquierda.

—Conejito...

Pronuncio Aspros, tratando de distraerlo y si podía, convencerlo de no atacarlo, que a pesar de todo, estaba a salvo a su lado después de la aparición de esos hermosos cuernos en su cabeza, sus ojos amarillos con ese iris alargado, no había forma en que la humanidad le aceptara con ellos, estaba en peligro, solo el sería capaz de protegerlo, únicamente el podría encontrarlo hermoso.

—Deben regresar con nosotros, solo así estarán a salvo, nosotros los cuidaremos.

Radamanthys se agazapo igual que un animal salvaje, como en ocasiones lo hacia su hermano, fijando su atención en Defteros, que trato de acercarse a ellos para recuperar a su avecilla, ensangrentada e inconsciente a lado de su hermano, que cargándolo con un solo brazo retrocedió, sin perderlos de vista.

—Los humanos ya no los aceptaran y debes comprenderlo, únicamente nosotros que también somos criaturas de la noche, sabremos apreciar su belleza.

Sin embargo, en vez de aceptar rendirse, gruño con una apariencia furiosa, que haría retroceder a cualquier otro, su energía formándose de nuevo, cubriendo su cuerpo con lo que sería su apariencia final, tres cuernos, no solo dos, alas de murciélago, garras y una cola que terminaría en punta.

—Muy bien conejito, lo que pasará de ahora en adelante, únicamente será tu culpa.

*****

Mu ingreso en la habitación donde lo esperaba su toro aun inconsciente, a su lado se encontraba recargado un demonio con una chistera, con una sonrisa que rozaba la locura, recordándole algunas pinturas de catedrales olvidadas, donde mostraban demonios a punto de realizar pactos con pobre almas incautas.

—Quería matarse, pero yo lo evite, futuro maestro Mu de Jamir.

Pronuncio antes de que su futuro aliado dijera o actuara apresuradamente, quien sabia que eso era cierto, su toro quiso abandonarlo, matarse y llevarse su cordura con su ultimo aliento, sin despedirse, o explicarle sus acciones, simplemente dándole la espalda cuando estaba buscando alimento.

—Tu que siempre lo has cuidado, desde que era un niño pequeño, que lo salvaste y ahora intentas evitar que la dama negra, la muerte, se lo lleve consigo.

Mu deseaba perdonar a su toro, a su querido muchacho, pero estaba enojado, furioso por ese intento de traición que hubiera funcionado si este demonio no lo detiene.

—Pero no debes enojarte con él, es lo que tu le enseñaste, a cazar demonios, a proteger a los humanos, después de todo, únicamente está actuando según tus propias enseñanzas.

Eso era cierto, pero no podría perdonarle así de fácil, mucho menos al saber que Harbinger había aceptado a Kiki, que en ese momento era su soldado más leal, aquel encargado de calentar su lecho, su esclavo sumiso, un compañero ideal para su alumno.

—Aun así, quiso darme la espalda ignorando que todo esto lo he hecho por el, por su amor y así es como me paga.

Youma se encogió de hombros, podía enojarse con él, pero de todas formas al ser un vampiro no lo dejaría marcharse, ellos cuando sentían lo hacían con mayor fuerza que cualquier otro.

—¿Eso quiere decir que no deseas que lo libere de mi maldición?

Le pregunto, esperando una respuesta de Mu, que, llevando una mano al rostro de su toro, negó eso, deseaba que abriera los ojos, pero sabía que seguiría pensando en la muerte, buscando la forma de alejarse de su persona cuando fuera liberado.

—¿Te preocupa que tu toro siga intentando matarse o escapar de tu afecto?

Ese demonio parecía entenderlo perfectamente, temía que su toro quisiera escapar, que se alejara de sus brazos, pero no hallaba la forma de mantenerlo a su lado, no deseaba tener que actuar como esos gemelos, sin embargo, no creía que hubiera otra forma para mantenerlo a su lado al final.

—En eso no hay nada que yo pueda hacer por ti, a menos, que me jures lealtad, con un pacto de magia negra que atara la vida de tu toro al resultado de tu promesa, si la cumples nada pasara, pero si me mientes, él regresara a ese estado, atrapado en el tiempo, lejos de ti, pero si no deseas ayudarme, de todas formas, no lo liberare.

Mu asintió, haría lo que fuera por mantener a su toro a su lado, sin importar lo que tuviera que hacer, a quien tuviera que matar, sin importarle tampoco la opinión de su muchacho, el había salvado su vida, simplemente era justo que aceptara su afecto como lo que era, un maravilloso regalo.

—Dime que tengo que hacer.

*****

Cuando la nube de humo se disipo, Albafica y Kanon empezaron a buscar a sus amados, Shaka observando el bastión trato de apresurarse, evitar que Mu realizara cualquier otra locura, otro acto en contra de sus propios principios.

Manigoldo se limito a observar el paisaje, apagando el cigarrillo como una ofrenda de paz a su muy enojado compañero, que con pasos largos avanzo en su dirección, cualquiera pensaría que, para castigarlo, puesto que ese era el lenguaje corporal de su cuerpo.

Pero Manigoldo sabía que no era así, que su compañero estaba enojado, pero no se atrevería a lastimarlo, sintiendo el impacto de su cuerpo, al mismo tiempo que dos brazos enormes lo rodeaban apretando con fuerza, abrazándolo.

Gesto que el también regreso, cerrando los ojos, creyendo que su pobre compañero había sufrido demasiado en su ausencia, imaginándose lo peor con esa dura cabeza suya, preocupándose sin razón alguna.

—Te dije que no cometería ninguna locura y cumplí mi promesa.

Thanatos estuvo a punto de explicarle porque eso era una mentira, que casi lo matan y que de nuevo salvo su pellejo, pero eso únicamente derivaría a una discusión, en ese momento, con su compañero en sus brazos, no deseaba pelear con el.

—Supongo que tenías tus razones para actuar como lo hiciste, pero no vuelvas a hacerlo, piensa en mi para variar y en lo que me haría tu muerte.

Manigoldo asintió, besando los labios de su amado, seguro que el seguir ese rastro era únicamente para proteger a su señor, quien sería una de las primeras bajas de recuperar el poder los vampiros, que, hasta el momento, no se habían dado cuenta que la sangre de licántropo, aunque contaminada, era un mejor alimento que la sangre humana, que mientras más raro fuera el espécimen, mayor era la fuerza que se recuperaba.

—Fue pensando en ti que hice esto, Thanatos, esos dos tipos en la torre son los herederos de Hades, el señor del Inframundo, Sage siempre me dijo lo poderosos que son, te los imaginas sirviéndole a nuestro enemigo.

Thanatos asintió, su cangrejo tenía razón, por su puesto, eran armas poderosas que en las manos equivocadas podían coronar nuevos maestros o destruir su jauría, lo mejor sería eliminarlos, pero por alguna razón, su compañero intento salvarlos, supuso.

—Albafica esta prendado de uno de ellos, del que se llama Minos, el otro es el prometido de nuestro nuevo aliado, el profundo, si logramos salvarlos, atraerlos a la jauría, mantendremos nuestra alianza con Albachan, conseguiremos un hijo del Leviatan, dos demonios de sangre real y una alianza con los cazadores, además, de que por fin lograremos librarnos del gran maestro y esos gemelos.

Manigoldo era un estratega espectacular, eso lo sabía perfectamente Thanatos, que casi perece en las manos del cazador que era antes de convertirse en su compañero, era quien le ayudaba a mantener su cabeza sobre sus hombros, porque se sabia un hombre furioso cuando se enojaba, pero, sobre todo, era su compañero, su pareja alfa, así que confiaría en él, ya tenían un médium, un vampiro, un ángel, porque no dos demonios y un profundo entre sus filas.

—A este paso, quienes seamos licántropos seremos una minoría.

Se quejo, logrando que Manigoldo comenzara a reírse, era por eso por lo que amaba a su señor, a quien beso de nuevo, recordando bien que fue el quien casi lo mataba en el pasado, pero su apariencia derrotada lo conmovió, un lobo enorme, respirando hondo, a punto de morir, un lobo que no intento lastimarlo, que se convirtió en uno de los tipos más altos que había visto, que le explico que hacían en su aldea, porque merodeaban sus cazas, logrando convencerlo de su inocencia.

—No te quejes, a ti nunca te ha preocupado eso, es más, puedes verlo de esta forma, cuando tu hermano se case con su angelito furibundo y Albafica con su demonio blanco, la jauría será invencible, serán los lideres de guerreros poderosos, su reinado nunca tendrá fin, y tendremos mucho tiempo para estar juntos.

Thanatos estaba encantado con la forma de pensar de Manigoldo, quien seguía tratando de ganarse su perdón colocando pequeños besos aquí y allá, acariciando su rostro, enredando sus dedos en su cabello, sonriéndole, con la clase de sonrisa que le decía que no estaba para nada arrepentido, la clase de sonrisa que no podía resistir.

—De acuerdo, Manigoldo, confiare en ti.

*****

Defteros tenía un zarpazo en su pecho, resultado de su ultimo intento por acercarse a su avecilla, Aspros sangraba de la frente, de la espalda, ambos habían recibido suficiente daño para ser únicamente la sombra del demonio que sería al despertar por completo, quien seguía cargando a su hermano, portando otras tantas heridas, una en la cabeza, con sangre cubriendo la mitad de su rostro aun furioso.

—Eres muy poderoso conejito, eso lo admito, pero no puedes derrotarnos, nosotros somos dos, tu solamente uno y tu hermano necesita cuidados médicos.

Defteros volvió a atacarlo, intentando encajar su brazo en el torso de ese demonio, siendo detenido por su hermano, que aun lo deseaba a su lado, mucho mas que nunca al aumentar su parecido con su conejito, el que murió tratando de protegerlo.

—¡No te permitiré matarlo!

Le advirtió, haciéndolo retroceder, no deseaba lastimar a su avecilla, al menos, no matarla y no en un combate, porque ya estaba ideando el castigo que recibiría por enfrentarse a el, por engañarlo.

—Radamanthys no es mas que un problema, ahora que ha despertado a medias, no podrás controlarlo Aspros, es mejor que lo matemos y esperes a que nazca de nuevo, pero esta vez, lo críes para obedecerte desde un principio.

Lo mismo podía decir de Minos, que era la única razón por la cual su conejito estaba furioso, defendiendo a su hermano, que cargaba en uno de sus brazos, como si fuera el mayor tesoro del mundo entero.

—No lo ves hermano, si forzamos nuestra sangre por sus gargantas, si los atamos a nosotros, tendrán que obedecernos, sus cuerpos ya nos reconocen, únicamente faltan sus espíritus y no solamente el mío cambiara, el tuyo también lo hará.

Eso desespero a Defteros, que, a diferencia de su hermano, a quien deseaba era al humano, no al demonio, por lo que necesitaba convertirlo en un vampiro antes de que se dieran los cambios, para mantenerlo hermoso, a su lado, sumiso.

—¿Y si no nos obedecen?

Lo harían, porque los quebrarían para volverlos a crear, como si fueran arcilla, moldeándolos en una sumisa criatura dispuesta a obedecer cada una de sus órdenes, pendiente de cada uno de sus deseos, como debían serlo, ya no más rebeliones, porque le tendrían miedo a los castigos.

—Lo harán, tu y yo sabemos bien, que el dolor lo purifica todo, que el dolor te hace obediente, y tú, más que yo, disfrutas de ver a tu avecilla en agonía.

Defteros sonrió, había algo en la forma en que sufría que le parecía demasiado adictivo, su hermano como siempre tenía razón, sus mascotas obedecerían a base de castigos.

—Muy bien conejito, tu necedad hará que conozcan el infierno, antes del paraíso.

 


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