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Los demonios de la noche. por Seiken

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Minos caminaba en un campo de batalla, vestido de blanco, con una espada en una de sus manos y un escudo en otra, sus soldados enfrentándose al ejercito contrario, con una sonrisa en su rostro cubierto de sangre, riendo, a causa de lo mucho que se divertía en esos momentos, recordando que le prometió a su padre perdonar a su hermano, pero nunca le dijo que le dejaría permanecer en Creta.

Sarpedón había llegado demasiado lejos y como el hijo mayor debía vengar el honor de su padre, tenia la fuerza, el ejercito y la astucia para demostrar que podía gobernar, que era el mejor candidato.

A su lado peleaba su hermano, la tierra temblaba debajo de sus pies, su expresión una salvaje, como el estaba cubierto de sangre de sus enemigos, pero el usaba una lanza, siguiendo sus órdenes, siempre habían sido muy unidos, eran buenos hijos de su padre, deseaban demostrar su lealtad.

Escuchando los gritos de sus enemigos, enfrentándose a ellos junto a su ejército, peleando hombro con hombro, igual que cualquiera de sus soldados, ganándose su lealtad, escuchando una cabalgata, sintiendo como el paisaje se modificaba por uno completamente diferente.

Seguían bañados de sangre, roja, escurriendo de sus manos y rostro, sus ojos brillando en la oscuridad, su hermano tenia cuernos, tres en la cabeza, dos pronunciados, uno un poco mas pequeño, algo parecido a escamas o picos creciendo en sus mejillas, tomando la forma de un casco, alas negras de murciélago extendidas, con un filo parecido al de una espada, garras en sus manos y pies, una cola que terminaba en punta, colmillos pronunciados, era un demonio, que vestía ropa extraña, que complementaba su apariencia.

Radamanthys sostenía una cabeza en su mano, la que lanzo hacia el ejercito de vampiros muertos que les atacaban, riéndose entre dientes, esperando que llegaran para destruirlos como a las ultimas oleadas de enemigos que trataban de lastimarlos, escuchando sus órdenes, debían llegar al castillo enfrente suyo, allí estaba su verdadero enemigo, sus torturadores.

El tenía cuatro cuernos en la cabeza, pequeños, dos miraban el cielo, dos crecían al lado contrario, en medio de los cuernos había dos ojos dorados, sin pupila, garras en las manos y pies, dos espolones creciendo en sus tobillos, en su pecho había otro pequeño ojo dorado, alas de pájaro, parecidas a las de un águila se extendían a sus espaldas, su plumaje era blanco, el cual se extendía desde sus rodillas hasta sus garras, de sus codos a sus manos, y en sus hombros.

Dándole una apariencia ciertamente angelical, si su sonrisa no fuera la de un sádico o un demente, su hermano era negro con algunas tonalidades moradas, el era blanco, y su otro hermano también era negro, pero con tonalidades azules, también tenía plumas cubriendo su cuerpo, eran después de todo, como gotas de agua.

Entre los tres destruían un ejercito poderoso, sin esforzarse, de tan fuertes que eran y de lo bien que armonizaban sus dones, otorgados por su padre infernal, siendo el, quien los lideraba a los dos, por alguna razón que no alcanzaban a comprender, tal vez, porque era el, quien estaba destinado a gobernar el Inframundo.

Su cabello seguía siendo el mismo y seguía viéndose hermoso, aunque temible, la clase de criatura cuya hermosura no puedes ignorar, pero bien sabes que te ocasionara pesares incomprensibles, Minos, extendió sus alas blancas como su cabello para aletear, lanzando a los vampiros muertos lejos, usando hilos invisibles que crecían de sus dedos como si fuera la tela de una araña, algunos cortando a los vampiros, otros controlándolos, usando al ejercito enemigo en contra de su enemigo.

Sintiendo de pronto su presencia, estaba allí, su enemigo lo veía destruir a su ejercito y como ansiaba regar su sangre por el suelo, vengar cada uno de los actos en su contra, su sonrisa ensanchándose al ver a Defteros prepararse para enfrentarlo.

—Avecilla.

Era un ave, era un ave del infierno y se bañaría con su sangre, se dijo Minos, saltando en su contra, iniciando un combate que tal vez duraría mil días, pero sabía que ganaría, sintiendo de pronto unas manos sacudirlo, justo en la mejor parte, cuando estaba a punto de matar a Defteros, abriendo los ojos, esperando ver garras, no sus dedos rosados, tan humanos como cuando perdió el sentido, maldiciendo en voz baja a quien fuera que se atrevía a importunarlo.

—¿Por qué me despertaron?

Pregunto, intentando levantarse, sintiendo unas manos en sus brazos, ayudándole a realizar esa insignificante tarea, esperando a diferencia de su hermano el día en que por fin madurara, comprendiendo bien que seria invencible, aunque ya no fuera humano.

—Tenías una pesadilla, tuve que despertarte.

Le explicaron, esa voz delicada, suave y controlada, varonil, un sonido aterciopelado que llamo su atención, casi inmediatamente, logrando que su molestia se disipara, solo un poco, permitiéndole tocar su cuerpo, únicamente para mantener su fachada de fortaleza, aunque, por el momento, no deseaba sentir las manos de cualquiera en su piel.

—No era una pesadilla, era un hermoso sueño… aunque, seguramente para ese animal terminara por ser una pesadilla.

Su forma de sonreír siempre hacia que los que le veían retrocedieran asustados, pero este hombre tan hermoso como nunca había visto otro igual, simplemente le sonrió, aliviado, soltándolo con delicadeza, como si creyera que su debilidad le haría perder el equilibrio.

—Mi nombre es Albafica, juez Minos.

Minos tuvo que desviar su mirada para ignorar la belleza de su enfermero supuso, siendo el un amante de todo lo hermoso, prohibiéndose dejarse llevar por la exquisitez de Albafica, que le miraba con una expresión indescifrable, llamándole con su título, aquel que tanto le costó ganar, cuando aún existía su pueblo.

—Y permítame ponerme a su entera disposición, jurarle que nunca volverá a recibir ningún daño, porque yo seré su espada, su escudo, su más fiel sirviente.

Pronuncio de pronto, hincándose delante suyo, para besar su mano derecha, como si fuera parte de la realeza o estuviera pidiendo su mano, logrando que se sonrojara, sin poder controlar su sorpresa, porque no era cosa de todos los días, que alguien como Albafica, dijera estar dispuesto a entregarse a el como su fiel sirviente.

—No necesito un sirviente, ni quiero un admirador, lo único que me importa en este momento, es ver a mi hermano, donde esta Radamanthys, porque el infierno los ayude si no está con nosotros, si se atrevieron a dejarlo atrás.

El sonido de otros pasos llamó su atención, pasos que eran producidos por un hombre que se suponía estaba muerto, al menos, eso creyó al ver como lo mordían, cientos de vampiros muertos que bebían su sangre alimentándose de ella, de su vida.

—Radamanthys está a salvo, sigue inconsciente, en su sueño otros cambios se han presentado.

Minos observo a Shura y después al hombre hermoso que se ponía a sus pies, comprendiendo que no eran humanos, al menos, no lo era el supuesto amigo de Radamanthys, que actuaba con demasiada tranquilidad, la belleza de cabello celeste no parecía sorprendida por lo ocurrido, al mismo tiempo que sus ojos eran demasiado salvajes para ser únicamente un humano, pero no dijo nada, tratando de levantarse de su cama.

—Quiero constatarlo por mí mismo.

Le respondió a Shura, sintiendo que Albafica le ayudaba a mantener el equilibrio, tocando su cuerpo con suavidad, como si se tratase de una criatura delicada, observándole con cierta añoranza, como si ya le conociera del pasado.

—No te quedes ahí, necesito ropa nueva y un bastón, no necesito que me carguen.

Seguía siendo demasiado orgulloso pensó el lobo, que busco la ropa que había conseguido para él, unas prendas que esperaba fueran de su agrado, negras, sencillas, la clase de ropa que sabía usaría si aun fuera un juez en su pueblo.

—Te conseguí esto, no es bonito, pero si es cómodo.

Minos asintió, sonrojándose de nuevo, preguntándose porque esta belleza celeste se esmeraba tanto en complacerlo, escuchando como se daba la vuelta, para salir en busca de un bastón o una muleta, algo que le ayudara a sostenerse.

—Para los inmortales es muy difícil discernir entre el presente y el pasado.

Minos comenzó a vestirse, seguro que, si Shura podía llegar a tener sentimientos, estos estarían enfocados a su hermano, no a el y deseaba estar presentable, para cuando Albafica regresara con su bastón o muleta, con lo que fuera que le ayudara a moverse, quería ver a su hermano.

—¿Por eso miras como lo haces a Radamanthys? ¿Por qué lo conoces de tu pasado?

Shura negó eso, pero Minos no le creía, y aunque no hubiera nada entre ellos, estaba seguro que existía una llama entre ellos, que podría consumirlos de permitirlo, cosa que no haría, su hermano menor era su responsabilidad.

—No lo decía por mí, sino por Albafica, que piensa que tu eres un buen hombre, o un buen hermano, pero no lo eres.

Minos ladeo un poco la cabeza, riéndose de pronto, tal vez no era un buen hermano, no lo fue en un principio, sus actos eran aquellos de un hombre sin sentimientos, pero lo mantuvo vivo, lo salvo de las llamas, de ese bastardo que lo mancillo y cuando sus alas crecieran majestuosas en su espalda, mataría a los vampiros que intentaban destruirlos.

—Tu no sabes nada de mí, ni de Radamanthys, así que te lo advierto Shura, no intentes alejarnos, eso no pasara.

No lo haría, pero deseaba que comprendiera que lo mantendría vigilado, su amigo era su prioridad, así que simplemente asintió, escuchando como Albafica regresaba con un bastón, ingresando en ese cuarto sorprendiéndose al sentir el pesado ambiente que había entre ambos.

—Llévame con Radamanthys, si en verdad dices que te pones a mi disposición.

Albafica le ofreció su brazo, para que se sostuviera de él, como todo un caballero haría, gesto que Minos acepto, esperando ver a Radamanthys, sintiéndose a salvo con el hermoso hombre de cabello celeste, un recuerdo remoto, tal vez un sueño lejano, algo le decía que debía confiar en él.

—Tu hermano se encuentra junto a su prometido, esta en buenas manos, no debes preocuparte por nada.

Radamanthys no tenía ningún prometido, quien fuera que se había presentado de esa forma mentía, tanto el cómo Shura lo sabían, pero no demostró su preocupación, ni su sorpresa, caminando del brazo de Albica, con ayuda de su bastón, deteniéndose al ver a su hermano en su cama, recostado boca abajo, cubierto con una sabana ligera, a su lado estaba sentado el pintor, Kanon Gemini, el vagabundo que mando desterrar, que ordeno a su fiel amante que lo destruyera, al comprender lo que habían hecho cuando le prohibió salir de la mansión.

—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo te atreves a presentarte como su prometido?

Kanon al verle se levantó, sabia que había mentido y que eso lo metería en grabes problemas, tal vez, sin embargo, de que otra forma le habrían ayudado a buscar a su musa, que dormía en esa cama, que había dejado de ser humano, pero aun así encontraba exquisito.

—¿Por qué no puedes dejarlo en paz?

A pesar de tener tres cuernos en su cabeza, una cola y lo que parecían escamas en su media espalda, desde su cadera hasta sus omoplatos, una línea delgada, que encontraba de alguna manera sugerente, su inspiración era perfecto en todos los sentidos.

—Lo amo, yo amo a su hermano menor, Juez Minos, para mi es una criatura divina, aunque provenga de las mismas entrañas del infierno, aunque los chismes sean verdaderos, yo lo amo, daría mi vida por él, para mantenerlo a salvo, por eso lo protegí de los aldeanos, por eso evite que fuera al pueblo a buscar compañía.

Trato de explicarle, recordando bien la locura de su musa, como intentaba buscar calor entre aquellos que deseaban destruirlo, observando la mueca de desdén de Minos, quien con ayuda de Albafica se sentó en la misma cama de su hermano.

—Un favor que te cobraste con creces, según recuerdo.

Minos estaba torciendo lo que tuvieron esos días, su afecto por el, sin comprender que el juez al saber que había compartido el lecho de su hermano, cuando mando a su fiel Lune a seguirlo, decidió que debía ser ejecutado, por atreverse a mancillar a su querido hermano menor, que yacía en una cama, inconsciente, portando una apariencia superior a la de cualquier humano.

—Sabia que tu mentías, que no eres el prometido de Radamanthys, de serlo, el me lo habría dicho.

Pronuncio Shura, ingresando en aquella habitación, portando el libro de Radamanthys, el que cuidaba como si fuera el mayor tesoro del mundo, el que había leído por partes, tratando de buscar una respuesta al sueño imperturbable de su amigo.

—Pero me temo, este no es momento para discutir sobre las razones que te llevaron a mentirnos.

Minos se preguntaba si Shura no estaba mintiéndoles también, actuando como un hombre común, preguntándose a que deseaba llegar el frio guerrero de ojos lilas, que, sentándose al otro lado de la habitación, cruzo sus brazos delante de su pecho.

—Lo que debemos discutir es que haremos con la nueva apariencia de Radamanthys.

Kanon no creía que debieran hacer cualquier cosa, como lo había dicho antes, lo encontraba divino, perfecto en todas sus formas, mucho menos Minos, que encontraba esa evolución, un acto divino, una gracia que debían explotar, envidiando hasta cierto punto a Radamanthys, que comenzaba a tener armas suficientes para defenderse del vampiro que deseaba destruir su cordura.

—¿Qué hay que discutir?

Pregunto Minos, acariciando el cabello de Radamanthys, sorprendiendo a todos los presentes, aun al hombre que se decía estar a sus pies, el que parecía encantado con estar a su lado, con su sola presencia, cuya mirada le recordaba aquella de un lobo.

—Radamanthys es mucho más fuerte de lo que fue en el pasado, aun seguimos siendo ricos, pronto seremos inmortales y podremos vengarnos.


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