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Los demonios de la noche. por Seiken

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Mu esperaba ansioso por qué su toro abriera los ojos, porque despertara, seguro de que vencería al veneno que había en su cuerpo, el que era muy poco y su muchacho era muy fuerte, de allí que le llamara de esa forma, su toro.

De lo que no estaba seguro era si al despertar lo haría con alegría, con alivio, con deseos renovados de vivir o se preguntaría porque no pudo marcharse.

Deseaba abandonarlo, quiso escapar en los brazos de la muerte, haciéndolo sentir tan miserable, tan enojado y tan desesperado como nunca, en toda su larga vida, lo había hecho.

Mu estaba sentado enfrente de su toro, algo alejado, portando la misma clase de ropa que su alumno de nombre Kiki, ropa de Jamir, de colores claros, nada demasiado costoso ni vistoso, no lo necesitaba.

Tenía ropa preparada para su toro, un atuendo prestado por Harbinger, que por alguna razón que no alcanzaba a comprender, era como su muchacho, alto, fuerte y grande, mucho más grande que cualquier humano común.

Aldebaran respiraba con suavidad, su pecho subía y bajaba, su corazón latía, llenándolo de paz, una que casi pierde al imaginarse lo peor, el destino que eligió buscando algo que no comprendía, pero terminaba en su muchacho alejándose de él.

Acto que Youma detuvo y por el cual siempre estaría agradecido, por mantener a su toro con vida, por darle la oportunidad de regresar el tiempo, solamente con su toro, para volver a empezar donde él se equivocó.

Aldebaran comenzó a despertar con tranquilidad, con demasiada calma, abriendo los ojos para sentir la calidez de ese cuarto con una chimenea crepitando al otro lado de la habitación, levantándose con algo de sorpresa, porque pensaba que al beber aquel veneno, perdería la vida, ya no le causaría más pesares a su maestro, al menos, quien le proporciono el veneno, eso fue lo que le dijo, que debía liberarlo de su pesada carga, solo así volvería a ser quien fue antes de conocerlo y en el pasado se hubiera reído de aquellas palabras, pero ahora ya no, no encontraba nada gracioso en ellas, porque tenían razón.

-¿Porque lo hiciste?

Fue lo único que pudo pronunciar, esperando una respuesta de su toro, no que desviará la mirada, llevando sus manos a sus cobijas, apretando la tela con fuerza.

-¿Acaso pensaste en lo que me haría tu muerte Aldebarán?

Mu se levantó, temeroso de que su muchacho retrocediera con miedo en su mirada, suspirando al ver que no se movía, su mirada fija en su regazo, en sus manos, preguntándose como era que seguía vivo.

-Se lo que mi existencia le ha hecho, maestro, lo único que deseaba era liberarlo de mi carga.

Su carga, estaba hablando en serio, se preguntó Mu, acercándose a Aldebaran para sentarse a su lado esperando que su toro, como le decía de cariño le explicara a que se refería con eso.

-¿Liberarme de ti?

Le pregunto casi en un susurro, esperando escuchar que tenía que decirle, Aldebaran, sin verle asintió, era una carga, su amor por él le había hecho caer en el peor de los abismos, cuando antes era puro y bondadoso, su afecto lo corrompió, lo mejor era liberarlo de su existencia.

-Es la primera vez que usted cobra por liberar a dos muchachos, antes no lo hubiera hecho y es también la primera ocasión en la cual usted traiciona a dos personas, condenándolas a ese terrible destino, un acto que no hubiera realizado si yo no existiera, si dejara de hacerlo, podría salvarlo.

Le explico, recordando el consejo que le diera Shaka, la pesada carga de la que se trataba el amor en un inmortal, cuando el sentía que su vida entera había transcurrido a lado de su maestro, para el no eran mas que unos minutos, apenas un parpadeo y creía que pronto terminaría.

-Lo único que me mantiene en pie, Aldebaran, eres tu y no entiendo que clase de persona te dijo eso, el que debías liberarme de tu existencia, por que miente, sin ti yo no sería nada.

Si eso era cierto, entonces Aldebaran no quería pensar en la otra posibilidad, que habían traicionado a esos muchachos, debido a la locura de su maestro, alguna clase de oscuridad que existía en su corazón.

-No puedo vivir con lo que hemos hecho, con la traición, y me temo que no podre aceptar la inmortalidad, si no limpiamos nuestro honor primero.

Mu se alejo entonces, perdiendo un poco el control que poseía, sin entender porque se preocupaba por esos demonios, de todas formas, ya estaban condenados, no había nada que pudieran hacer por ellos, esos gemelos no se detendrían ante nada, si eran destruidos despertarían demonios que no debían existir, enemigos de la humanidad, y si lo hacían, los hermanos Oros, no dejarían de cazarlos, de todas formas, estaban muertos.

-¡Todo esto no es más que una demostración de mi amor por ti, Aldebaran, porque otra razón destruiría mi honor, me alejaría de la orden y juraría lealtad a Youma, si no es por el amor que siento por ti!

Aldebaran asintió, ese era su punto, su amor le había condenado al peor de los destinos, a ser una criatura de sombras, así que no podía permitir que siguiera hundiéndose más, sin importar que se tratara únicamente de un humano, tenía una forma de recuperar a su maestro, porque este ser, enfrente suyo no era a quien amaba.

-Me temo que, si no tratamos de ayudarle a esos niños, maestro, como usted me salvo a mi de esa criatura, usted no es el hombre que yo pensaba que era y mi amor, lo tiene él, mi maestro, no el vampiro.

Mu repentinamente le mostro sus dientes, enfureciendo, sin poder controlar ni su enojo ni su decepción, sosteniendo a su toro de su largo cabello, aprovechando que estaba acostado en una cama, para que lo viera a los ojos, con él en una posición superior.

-¡Todo esto lo he hecho por ti Aldebaran y no te dejare abandonarme!

Tras pronunciar aquellas palabras, lo mordió, encajando sus dientes en su cuello para beber su sangre, esperando que su corazón comenzara a debilitarse, bebiendo a placer de su cuerpo, sintiendo las puntas de sus dedos encajándose en sus hombros, con fuerza, intentando liberarse, pero no le era posible.

-Tu y yo estaremos juntos, por siempre.

Le dijo, seguro que una vez que fueran inmortales, lo aceptaría de nuevo, era su creación, de alguna forma le necesitaba a su lado, y si trataba de alejarse, terminaría buscándole, para volver a sentir sus dientes en su cuello, el veneno de los vampiros.

-Además, debes recordar, que me ofreciste tu vida, la primera vez que me dejaste beber tu sangre y me entregaste tu cuerpo, mi dulce toro, no puedes olvidarlo.

De pronto, Mu corto su muñeca, dejando caer la sangre contaminada en sus labios, pero al ver que no bebía, que se esforzaba por mantener su boca cerrada, transformándose en otra criatura, le beso, mordiéndose la lengua y sus labios para comenzar a sangrar, besándole, obligándole de aquella forma a beber de su elixir mortal, esperando el momento en que su muchacho fuera inmortal, que viera el mundo como él lo hacía.

-Porque no te dejare hacerlo.

*****

Kiki observaba aquel intercambio en silencio, a través de uno de los múltiples cuadros ideados para ello, para espiar a todos aquellos que durmieran en sus cuartos, tenía espías por todas partes, que le permitían encontrar posibles traidores, conocimiento que se transformaba en poder, siendo el alguien que sabía que solo aquel que tenia todas las cartas podía ganar esa partida.

Al ver que su maestro había transformado a su toro en un vampiro, simplemente se alejó, con paso lento, silencioso, regresando a sus habitaciones, en donde lo esperaba su propio toro, Harbinger, recostado en su cama, sus ojos cerrados, aparentando dormir, pero en realidad lo esperaba, a esa hora, generalmente se encargaba de sus propias necesidades.

-Pronto tendrás un compañero, podríamos decir, que un "amigo" Harbinger, uno que deseo que convenzas de que esta vida es mucho mejor que aquella que le depara a los demás humanos.

Harbinger abrió los ojos, asintiendo, tenía cadenas en sus muñecas y en sus tobillos y una mucho mas grande en el cuello, las que no podía romper, lo sabía, porque en un principio intento hacerlo, durante semanas, pero era imposible, su maestro las había creado exclusivamente para él.

-Haré lo que pueda, mi señor, no lo defraudaré.

Kiki asintió y comenzó a desvestirse, dejando caer sus prendas al suelo, permitiendo que viera las heridas que le provoco al intentar destruirlo, antes de capturarlo y convencerlo de la bondad de su amor, de que no tenía otra opción mas que aceptarlo con él.

-De eso estoy seguro, Harbinger, porque sabes que no me gusta sentirme decepcionado.

Su amante asintió, lo sabía muy bien, a su maestro no le gustaba que le traicionaran o le fallaran y no lo haría, no de nuevo.

-Pero mientras tanto, ya sabes que deseo que hagas.

Harbinger asintió, levantándose de la cama, gateando en su dirección con movimientos lentos, dispuesto a complacerlo como se le había enseñado.

-Por supuesto.

*****

Con demasiado trabajo Minos había regresado a su habitación, con ayuda de Albafica, que le daba el brazo para llevarlo de un lado a otro, el mismo que le había traído alimento, comida sencilla, pan, queso y vino, suficiente para saciar su hambre y su sed, pero no fue así, parecía que el alimento de aquel escondite, no lo saciaba como se supondría.

Recordando los manjares, la carne casi cruda que le servía su amo vampiro, actuando como se suponía que lo haría un esposo y no un amo, también recordaba el placer que sentía con sus mordidas, sin embargo, no debía pensar en eso, no cuando en poco tiempo el también comenzaría a cambiar, supuso, le rezo a cada dios que conocía para que fuera cierto, ignorando al hermoso enfermero, que se retiro para dejarle dormir un poco.

Shion deseaba saber en que podían ayudarles, Thanatos desconocía los hechos que los llevaron a esa situación, por lo cual, esperaba que su compañero y su socio, explicaran lo que sabían, Kanon simplemente se negó a ir, no se apartaría de su musa inspiradora.

Shura tuvo que dejar solo a su amigo, sintiendo la mirada de Aioros seguirlo, escuchando sus pasos a sus espaldas, como una sombra, como lo hiciera Aioria en ese campo de batalla, maldiciendo su suerte, si acaso otro Oros decidía que deseaba seducirlo.

Deteniéndose de pronto, para verle en las sombras, con una expresión fría, lejana, no era la misma persona que le salvara unos días antes, este era el verdadero Aioros, quien comenzaba a desagradarle, tal vez demasiado, pero ellos eran los invitados, debía ser prudente, agradeciendo el hecho de que Kanon, ese vagabundo tan testarudo, no quisiera marcharse del lado de su amigo.

*****

Kanon sostenía la mano de Radamanthys entre las suyas, esperando el momento en que abriera los ojos, que le reconociera como aquel hombre enamorado de su belleza inhumana, tal vez, ahora que estaban fuera del campo de batalla, que se había presentado como su salvador, aceptaría su afecto, le tendría piedad.

Sintiendo como su mano se movía, apretando un poco la suya, comenzaba a despertar, angustiado tal vez, porque según recordaba, lo último que vio antes de perder el sentido, era a su hermano mayor a punto de morir.

-Radamanthys...

Su musa abrió los ojos, moviéndose demasiado rápido, cayendo en el suelo como si se tratase de un gato, sus ojos amarillos resplandeciendo, sus dientes afilados brillando en la penumbra de aquella habitación, sus cuernos y sus alas negros como la noche, sus garras, todo el había dejado de verse como un humano, y, aun así, seguía viéndolo hermoso, tan divino como en su juventud.

-Estas a salvo, tu hermano también lo está, no debes preocuparte por eso...

Radamanthys necesitaba verlo, supuso Kanon, como el mayor no se calmó hasta que vio que su musa estaba a salvo, aunque no estaba contento de tenerlo cerca de su hermano, por alguna razón, nunca había creído en sus buenas intenciones.

-Yo te llevaré con él, para que lo veas, con tus propios ojos, así sabrás que no miento, mi amado Radamanthys.

Radamanthys como cada uno de los que tenían media sangre que despertaban con los cambios correspondientes a su evolución, a su despertar, aun se visualizaba como un humano, hasta que vio sus uñas, que eran negras, afiladas, llevando sus manos a su cabeza, para sentir unos cuernos, con un tercero casi a la altura de su frente.

-¿Qué? ¿Qué me ha pasado?

Pregunto, observándose en un espejo que inconvenientemente se encontraba en esa habitación, una vez que habían regresado a la seguridad del bastión, en los sótanos, observando su rostro, sus garras, su cola, ya ni siquiera era humano.

-¿Qué soy?

Radamanthys comenzaba a respirar hondo, perdiendo cualquier clase de control, escuchando los pasos de Kanon, que le abrazo de pronto, sosteniendo sus garras, llevando su cabeza a su hombro, tratando de calmarlo, comprendiendo bien que, para no lastimar su piel de ocurrir mas cambios, decidieron dejarle dormir desnudo, así que podía ver todos los cambios en su cuerpo, que para él, seguía siendo precioso.

-Sigues siendo tú, sigues siendo hermoso...

Le aseguro, soltándolo con delicadeza cuando Radamanthys no lucho por liberarse, mirándole con extrañeza, tal vez preguntándose, porque no salía corriendo de aquel cuarto, porque no intentaba destruirlo, era un demonio, un monstruo, quien lo viera no sentiría más que asco y horror.

-¿Cómo puedes decir eso? ¿Acaso no me ves?

Kanon sonrió con ternura, claro que lo veía y seguía encontrándolo hermoso, mucho mas ahora que se trataba de un ser exótico, acariciando su mejilla, sosteniendo su barbilla, para besarle con ternura, tratando de mostrarle cuan hermoso lo veía, antes de que ese amigo suyo intentara separarlos, o que su hermano decidiera que mentía, que no lo amaba de verdad.

-Te veo, se cómo eres y no me importa lo que seas, tu eres hermoso, eres mi musa, simplemente perfecto.

Radamanthys no pudo evitar sonrojarse, sabía bien quien era este hombre, lo mucho que lo deseaba y aquella semana escondidos en su estudio era uno de los mejores recuerdos que poseía, sin embargo, era otra vida, cuando pensaba que nada malo ni nada interesante podría ocurrirles, ahora, no sabía si era correcto dejar que se arriesgara por él, como Shura ya lo estaba haciendo, al ser su amigo.

-¿Recuerdas nuestra semana juntos? ¿Recuerdas que te jure amor eterno? ¿Qué sería un hombre poderoso cuando pidiera tu mano?

Radamanthys recordaba todas esas promesas, pero no las creyó verdaderas, mucho menos, cuando al regresar a su estudio, el ya no se encontraba presente, cuando se había marchado, sin decirle a donde.

-Pues yo si las recuerdo y espero cumplirlas, además, te prometo que no volverá a hacerte daño, nunca más volverá a tocarte, no mientras yo siga con vida, mi pequeño diablillo, mi inspiración y mi musa.

Pronuncio Kanon, acercándose a sus labios, para besarle con delicadeza, sintiéndose el más dichoso de los hombres al no ser rechazado por su pequeño demonio, sin saber, que Shura les veía en la entrada de aquella habitación, para marcharse, sin decir nada, no era justo para su querido amigo que le robara su felicidad momentánea.

-Porque yo te amo.

 


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