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Los demonios de la noche. por Seiken

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Afrodita esperaba impaciente por alguna noticia de su espía albino, esa vampiro que no bebía sangre humana, sino de animales, que por un tiempo estuvo enamorado de él, pero ya no, después de la crueldad mostrada con su persona, únicamente para mantener su orgullo intacto, su buen nombre frente a los otros vampiros que se preguntaban porque le había transformado, que se burlaban de su visible afecto por él, un afecto que no era romántico, pero si lo encontraba demasiado útil, mucho más útil que a decenas de otros vampiros mucho más hermosos.

Había dejado escapar a Milo, ese pobre medio ángel que había encendido el corazón muerto de Camus, quien buscaba tener el respaldo de los gemelos para derrocar al maestro, quien estaba seguro, había contado su versión de su historia, no aquellos sucesos que en verdad ocurrieron para ganarse la amistad de los hermanos.

Afrodita era mucho más sencillo, lo único que deseaba era sangre de calidad, un amante cariñoso y hermoso, así como mantener el poder que tenía hasta ese momento, un poder que su espía le ayudaba a conservar, un espía que ya no le mandaba información en una época en donde esta era poder.

Al que había mandado en busca de los gemelos, pero desde su llegada a sus territorios, no se había vuelto a reportar, tal vez, aún seguía molesto por la crueldad de sus palabras o había muerto en las manos de los licántropos, pero no creía que esa fuera la razón, según sabía, Kasa permaneció en el pueblo infectado por los hermanos, para desaparecer poco después.

Y en verdad lo apreciaba, su astucia, sus habilidades, pero no su extraña forma mucho más parecida a la de un reptil que a la de un humano, o al menos, así era como lo veía, el buen Kasa, que se enamoró de su belleza, que lo seguiría hasta el fin del mundo, pero no era agraciado, al menos, no ante sus ojos.

Afrodita comenzaba a preocuparse por la estabilidad mental de Camus, que si bien era frio, lo poco que había visto de sus planes para su clan, el de los vampiros de Siberia, y todos aquellos que quisieran unirse a él, eran los mismos que casi los llevan a la destrucción, cuando Cid le declaro la guerra a Sisyphus, para liberar a la humanidad de sus garras, una historia antigua, que ya nadie recordaba, nadie que fuera humano al menos.

Estaba sentado en un cómodo sillón, cerca de una chimenea prendida debido al frío de aquel castillo, su ropa elegante de color blanco era aquella de un noble, adornada con algunos bordados de rosas, casi tan exquisita como la del príncipe de hielo, con una rosa roja en su solapa y una máscara cubriendo su rostro que no terminaba de curarse, el daño que le había hecho Camus, como castigo por permitir que le hiciera daño su ángel, fue demasiado brutal para curarse en poco tiempo, no obstante, al ser un vampiro, tarde o temprano, al beber suficiente sangre, terminaría por sanar.

-Quiero que lleves este mensaje a Jamir, no se lo entregues a nadie, solamente Kiki puede leerlo y sabes que me enterare si lo lees, no es cierto.

Un hombre de cabello blanco y ojos rojos asintió, guardando la carta con el sello de Afrodita, un humano que tenía suficiente poder para sobrevivir ese largo viaje a Jamir, un lugar que estaba prácticamente hasta el otro lado del mundo.

-Así se hará.

Afrodita asintió, sosteniendo al humano de la muñeca, para besarla con delicadeza, recibiendo una sonrisa de su sirviente, que con demasiado atrevimiento se acercó para besar sus labios, despidiéndose de su amo, que le miro partir con una expresión indescriptible.

- ¿Han recibido alguna noticia de Kasa?

Pregunto a una sombra, otro vampiro, que asintió, Kasa había sido avistado en los terrenos de los dioses gemelos, en compañía de un licántropo de cabello rosa, uno de los soldados leales de Thanatos.

-Kasa ha sido acogido por los gemelos, no creo que regrese.

Fueron las palabras que apenas se atrevió a pronunciar...

*****

Sentir las manos de alguien más sobre su cuerpo y esos labios cubriendo los suyos, hizo que se estremeciera al recordar al vampiro que le tuvo preso.

Kanon se dio cuenta con un hueco en su estómago, temeroso de haber ido demasiado lejos, separándose lentamente del joven demonio, que respiraba hondo, alejándose apenas unos cuantos centímetros.

- ¿Quieres ver a tu hermano?

Radamanthys respondió con una negación, no quería verlo, no en ese momento ni con esa apariencia, porque si bien Minos decía que su madurez era una bendición, él no estaba tan seguro.

-No quiero que me vea así.

Kanon al escuchar ese susurro, ese miedo en su musa le miró con ternura, era hermoso, al menos ante sus ojos era lindo, seguía siendo perfecto para él.

-Tu hermano está ansioso por saber cómo te encuentras.

Cuando esos ojos amarillos se enfocaron en el hicieron que se estremeciera y de nuevo deseara besar sus labios, pero se limitó a acariciar su mejilla.

-Yo estaré a tu lado, te lo prometo, mi diablillo.

Radamanthys no respondió en un principio, observándole fijamente con una expresión distante.

-Yo que te he amado desde el primer momento en que te vi.

De nuevo nadie le había hablado de aquella forma, haciéndole sentir diferente, deseado, pero no como con Aspros, que le robaba su seguridad, para él no era más que un juguete o el remplazo de alguien más, su conejito, para Kanon era un tesoro.

-Que únicamente espero el día que me tengas piedad...

Susurro, acercándose un poco más a Radamanthys, que aún con esos cuernos y esa apariencia era el mismo que amaba, su musa, que se sonrojaba al escuchar sus palabras.

-Ten piedad de mi...

Era una súplica, de un hombre enamorado, que esperaba la respuesta de su amor con impaciencia, el que se acercó a sus labios, besándolo con delicadeza.

-Apiádate de tu fiel sirviente...

Llevando sus manos a su cuello, mostrándole piedad, actuando por puro instinto, su naturaleza demoníaca pidiéndole un poco de lo que ese humano le ofrecía, su energía, su deseo por él, su belleza.

-Se mío y yo me entregaré a ti, por cada una de nuestras vidas.

Radamanthys estuvo a punto de aceptar, pero el recuerdo de una mirada de ojos lilas, hizo que guardara silencio, no podía jurarle que le pertenecería por siempre, si su mente aún estaba nublada.

—Te amare por siempre.

Kanon pronunció con cierto asomó desesperado, abrazándolo con fuerza, como si quisiera ser uno con él, pegándolo a su cuerpo, sin importarle que estuviera desnudo en ese momento, solo tenerlo a su lado.

—Y algún día, tú también me amarás como yo ya te quiero a ti.

Radamanthys se limito a cerrar los ojos, dejando que las manos de Kanon rodearan su cuerpo, sintiendo estas caricias completamente diferentes a las de Aspros, sintiéndose seguro.

*****

—Aquí comienzan los territorios de los dioses gemelos, Saga Gemini.

Aioria había planeado visitar las áreas en donde decían que la infección iba tomando fuerza, cada día que pasaba nuevas noticias llegaban a sus oídos, los vampiros, ellos estaban planeando algo grande.

Youma se lo había advertido, que los gemelos regresaron, siendo ellos quienes ordenaron la destrucción de la humanidad, cuyos nombres eran Aspros y Defteros, vampiros que trataban de expandir su maldición por todo el continente.

Tal vez, deseaban realizar algún golpe parecido al que hubo en el pasado, cuando les convirtieron en esclavos y muy probablemente, su atención debía estar centrada en ellos, no en los licántropos, pero ya que estaban allí, podían matar a algunos cuantos, de preferencia a los dioses gemelos, Thanatos e Hypnos.

—¿Qué estamos haciendo aquí?

Aioria le miro perplejo, era obvio que trataban de realizar en esos territorios infestados por perros pulgosos, licántropos, débiles a la plata, pero tal vez, como era tan solo un médico, con una vida ordinaria, no comprendía la necesidad de liberar esas tierras de los no humanos, cada uno de ellos.

—Vinimos a limpiar el bosque, llamaremos la atención de los dioses gemelos, para que vengan a nosotros y entonces, los quemaremos hasta los huesos.

Saga asintió, encontrando esa respuesta inquietante, mucho más la repentina preocupación que Aioria mostraba en su persona cada día que pasaba, llegando a la conclusión de que tal vez, era un demente.

—¿Cómo sabes que vendrán?

Quiso saberlo, logrando que Aioria pareciera meditar esa pregunta, montando su caballo a su lado, mirándole después con una sonrisa que helo su sangre, sus ojos azules perdidos en una nube casi de inconsciencia, imaginándose aquel bosque arder, los dioses gemelos atacándolos, permitiéndoles usar su polvo de plata.

— Porque mataremos a tantos licántropos como sea necesario para llamar su atención, ellos protegen a su jauría, no permitirán que sus bestias sean lastimadas y eso hará que podamos matarlos, con ellos muertos, la licantropía se terminara.

Pero eso era una mentira, ya que había licántropos aun más viejos que los propios dioses gemelos, uno de ellos Albafica de piscis, el más hermoso de los hombres y licántropos, cuya existencia era uno de los secretos de los lobos.

—Suena como un plan…

Respondió Saga, a quien Aioria ya le había prestado una ballesta, con la cual podría defenderse si no estaba a su lado, preocupándolo con aquella muestra de interés, encontrándola sumamente inquietante.

—Lo es, y con nuestro polvo de plata, ni siquiera los dioses gemelos podrán sobrevivir.

Saga asintió, tomando la decisión de alejarse apenas pudiera hacerlo, Aioria era un demente, por lo que podía ver y la masacre que había ideado en compañía de Youma ni siquiera había comenzado aún.

—Ya lo veras Saga, ellos no tienen una sola oportunidad.

*****

Camus no había regresado a su castillo como se lo dijera a los hermanos, en ese lugar estaba Afrodita, su segundo al mano, en quien podía confiar, porque sabía, que ese hermoso vampiro carecía de cualquier clase de sentimientos.

Suponía que debía regresar a Siberia, esperar por el momento en que los hermanos se aburrieran de jugar a la “familia feliz” con sus víctimas, las transformaran de una vez y comenzaran con su conquista, una que no podrían truncar, ya no existían los Walden, ni los Gemini, los Oros tenían como único miembro un muchacho demente, que obedecía a un demonio de retorcidas intenciones.

 Cid había desaparecido y con él sus ejércitos, la tregua entre las razas del Inframundo, del cielo y de la tierra, dejando indefensos a los humanos, los bastiones como única resistencia, dirigidos por estudiosos, sacerdotes, por criaturas inferiores que no sabían nada de la guerra, que no podrían detenerlos.

El vampiro pelirrojo estaba escondido en una pequeña mansión no muy lejos del primer bastión, que a veces utilizaba cuando se aburría de los páramos congelados de Siberia, su hermosa tierra natal, que le daba cobijo a su especie.

Tenía una copa de vino en sus manos, un pequeño ejercito de vampiros a su disposición, nunca viajaba solo, eso era para los plebeyos o los necios, él comprendía mucho mejor que nadie, que la soledad te ponía en peligro.

Siendo el un vampiro antiguo, tal vez demasiado, cuyo destino se sello cuando decidió pastar a sus rebaños por su cuenta, permitiéndole a un vampiro poderoso convertirlo en su compañero, a quien mato, claro que lo mato, pero no en el momento que lo hubiera deseado.

Sino pocos meses después, cuando creyó que le serviría como su esclavo, que ya no había lucha en su cuerpo, justo como él pensó que su hermoso escorpión estaba derrotado, por esa razón, hasta el momento, no habían compartido su lecho ni había bebido de su sangre mas de una vez, porque estaba seguro de que sería un hermoso vampiro a sus pies, enamorado de su señor.

Ignorando que la victoria podía perderse con demasiada facilidad, que un humano o cualquier otra criatura no había sido derrotada hasta que la esperanza fuera arrebatada de sus manos.

Les había mentido a los gemelos, contado la historia de cómo perdió a su escorpión dorado como mejor le pareciera, que mas daba, a ellos ciertamente lo único que le importaba en ese momento era poseer a esos media sangre, dos demonios, hijos del señor del Inframundo, como su escorpión era hijo de un ángel, una hermosa criatura que le dejo en las manos de su padre de sangre y su amante, dos enemigos suyos, que le habían combatido creyendo que perdonaría ese insulto.

Degel tenía el descaro de parecerse a él, Kardia por otro lado, era hermoso, cabello azul, tan salvaje como un lobo y tan fuerte que por un momento pensó que no podría derrotarlo, casi logra su propósito en América, encajando una dolorosa estaca de madera en su pecho, fallando por pocos centímetros.

Debía admitirlo, Milo tenía tan mala puntería como su padre, aquello lo pensó con una risa sonora, bebiendo de una copa de vino, que fue llenada con la sangre de una hermosa doncella de cabello rubio, últimamente les prefería, piel blanca, cabello rubio y ojos azules, como su escorpión.

Que se encontraba en la jauría, en el interior de sus territorios, creyéndose libre y a salvo en compañía de perros sarnosos, ante sus ojos, eran menos que animales, criaturas inmundas que debían ser destruidas.

*****

Shura se alejó de la habitación en donde se encontraba su amigo, recargándose en la pared, cerrando los ojos, sintiendo como su corazón se estrujaba, únicamente de verlos besarse, al pensar que perdería a Radamanthys en los brazos de ese vagabundo.

Recordando lo que había dicho, acerca de que se trataba de su musa, todos los esfuerzos que realizo para llegar con él, comprendiendo que tenía razón, él amaba a Radamanthys, el antiguo muchacho en el pueblo, así como el demonio de cuernos negros y ojos amarillos que brillaban en la oscuridad.

Su amor era sincero, la clase de amor que su amigo se merecía, pero al mismo tiempo, su corazón le decía que no podía dejarse derrotar en una batalla que no conocía hasta ese momento, que le vio en aquellos brazos, imaginándose que su amigo podría corresponderle a ese hechicero, ese Kanon Gemini, cuyo poder era inmenso, mucho mayor que el suyo, así que podría salvarlo de Aspros, mantenerlo seguro, con mejores resultados que los suyos hasta ese momento.

—Sabes, no es justo que actúes como un amante celoso, que te interpongas entre ellos dos, se ve que Kanon ama a ese demonio y tal vez, este dispuesto a protegerlo.

Shura abrió los ojos, encontrándose con Aioros, que parecía demasiado tranquilo, así como demasiado silencioso, quien le veía con una expresión serena, casi amable, aunque había algo en el que no le agradaba, un algo que no podía señalar, pero allí estaba.

—No se de que hablas, Radamanthys es mi amigo, nada más que eso.

Aioros asintió, si eso era cierto, no tenia derecho alguno a interponerse entre los dos amantes, Shura debía comprenderlo muy bien, por eso no ingreso en esa habitación, sino que se alejó, para controlar sus propias emociones.

—Es por eso por lo que debes dejarlo ir, para que pueda recuperar un poco de la tranquilidad que Aspros le robo, hacerlo sentir seguro en los brazos de otro hombre, cuyo amor, no esta en entredicho, no cualquiera se arriesga como el para mantener seguro a un muchacho que apenas lo recuerda.

Shura llevo una de sus manos a su arma, para apuntar con esta a su enemigo, que con un movimiento tan rápido que no pudo verlo, se situó a sus espaldas, sosteniendo su arma, sobre su cuello, amenazándolo con esta.

—No soy el mismo hombre que fui, ahora comprendo que ellos no debieron ser uno de nosotros, pero estamos a tiempo de revertir mi error, solo, si estas dispuesto a escucharme, Shura…

 

******

Ahora si me tarde mucho, y pido perdón por eso, pero entre el trabajo y la salud, se me ha dificultado escribir estas dos semanas, pero a partir de ahora, volvemos al ciclo de capítulos diarios, mil gracias a todos aquellos que me han dejado un comentario o un me gusta, los adoro por eso.


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