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Los demonios de la noche. por Seiken

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Hypnos esperaba impaciente a lado de su ángel, que, cruzado de brazos, aguardaba en silencio, visiblemente recuperado después de beber la sangre de su lobo por todo ese tiempo.

Saga caminaba con seguridad, escoltado por el vampiro y el licántropo, que se mostraron mucho más gentiles que cualquiera de los cazadores de Aioria.

Un pobre chico demente, un muchacho que intento matarlo y no pudo soportar la dimensión de su padre, no estaba diseñado para eso.

El médico se detuvo enfrente del gigantesco lobo dorado, notando como a sus pies, un muchacho rubio le miraba con recelo, preguntándose quién era el y porque acompañaba a ese bastardo trigueño.

—Mi nombre es Saga, fui esclavo de los gemelos Aspros y Defteros, escape, solo para encontrarme con un monstruo humano, casi tan malo como ellos.

Milo no le creía demasiado, Hypnos asintió, moviendo su hocico de arriba hacia abajo, para saltar al suelo, transformándose en un gigantesco humano.

—¿No participaste en esa masacre de los míos?

Saga negó eso, no había participado, aunque si presenció la maldad de Aioria, su aterradora locura, sin embargo, ellos no tenían por qué saberlo.

—¿Viste que mató a sus soldados? ¿Qué clase de criatura hizo algo semejante?

Lo había visto, pero tampoco les diría lo que sabía, podían ser sus amigos o podían atacarlo al saber de la clase de sangre que deambulaba en su cuerpo.

—No estoy seguro, pero algo en ese bosque los mató a cada uno de ellos, supongo que únicamente tuve suerte.

Hypnos enfureció en ese momento, no era ningún estúpido, podía oler el asqueroso hedor de la mentira proviniendo de este humano.

—Supones mal, algo los mato, algo oscuro, algo que dejó su aroma en ti, así que solo por cortesía, te daré la oportunidad de no mentirme.

Saga respiro hondo, suponía que no podía mentirle a ese licántropo, que debía ser uno de los dioses gemelos.

—Lo que les he dicho es verdad, la única mentira es que no sé quiénes son los que bañaron el bosque de sangre, esas cosas son sirvientes de mi padre, o al menos, eso es lo que dice ser.

Hypnos oculto muy bien su sorpresa, asintiendo con algo de precaución, escuchando los pasos de Milo, que se acercaba a Saga con un paso lento, con demasiado sigilo.

—¿Aioria está muerto?

Saga negó eso, Aioria no había muerto, pero había enloquecido, escapado fuera de sí, ajeno a esa realidad, perdido en sus propios pensamientos.

—No, ingreso en el lugar donde mi padre espera y supongo, que eso le robo la poca cordura que le quedaba.

Hypnos le observo asintiendo, eso era cierto, Saga no podía comprender la clase de entidad que decía ser su padre, el suyo y el de su hermano supuso, cuando los dioses tenían descendencia, generalmente, siempre nacían gemelos.

—¿Dónde está tu hermano?

No lo sabía, pero al menos estaba vivo, supuso, con una sonrisa, jurándole que ya no sería un mal hermano, que se comportaría como el consuelo, la guía y el soporte del menor, que se veía feliz con su demonio entre sus brazos.

—Lo único que sé es que está en compañía de uno de los herederos de la familia Walden, el que se llama Radamanthys, mi padre me lo enseñó.

Los Walden, esos muchachos estaban por todas partes, o eso parecía, ya que su hermano había salido a buscar a su consorte, que a su vez suponía estaba cerca de esos hermanos, el vampirismo había iniciado en sus territorios.

—Llegaste al lugar adecuado, hijo del abismo sin nombre, porque mi hermano debe estar acompañándolos en este momento, pues su Omega, ha ido a buscarlos.

Eso era maravilloso, como si los dioses estuvieran de su lado, se dijo, sonriendo, comprendiendo que por alguna razón que no alcanzaba a comprender, esos lobos estaban de su lado, lo protegerían.

—¿Soy su prisionero? O ¿Soy su invitado?

Quiso saberlo, era un hombre inteligente, astuto, no podía dejarse capturar de nuevo y eso era algo que tenía que saber, si debía escapar para buscar a su hermano menor, o podía irse, así, sin más de querer hacerlo.

—Mientras nuestros hijos no sean heridos por ninguno de ustedes, puedes quedarte con nosotros, lo que te convierte en nuestro invitado, Saga Gemini.

Saga asintió, complacido, era justamente eso lo que deseaba escuchar, que se trataba de su invitado y no un prisionero.

—En ese caso, prometo pagar su hospitalidad con lo mejor de mis habilidades.

Hypnos estaba de acuerdo, en la jauría tenías que realizar una tarea, la que fuera, con lo mejor de tus habilidades, de esa forma, te ganabas el sustento, la protección y un techo donde dormir.

—Trato hecho Saga.

Pronuncio estirando su mano para estrecharla, como todo un caballero, al mismo tiempo que Milo, suspiraba, hubiera preferido escuchar que Aioria estaba muerto, eso habría sido lo mejor para todos.

*****

Defteros estaba furioso y había logrado convencer a su hermano de no dirigirse a Siberia, de que les servía eso sí no tenían a sus consortes.

—¡Debemos recuperarlos a como dé lugar!

Gritaba, destruyendo todo a su paso en lo que únicamente podría llamarse como un berrinche, haciendo que su hermano comenzará a desesperarse.

—Quien perderá a su consorte soy yo hermano y sabemos muy bien, que debemos reagruparnos, no tenemos la fuerza para derrotar a todos esos guerreros especiales.

Era cierto, pero su avecilla lo escucharía, caminaría a sus brazos como ya lo había hecho en esa posada, el único que era un problemita menor, era Radamanthys, ese muchacho inútil.

—Estoy seguro de que tú consorte aún no puede usar su sangre demoníaca a su antojo, si atacamos ahora mismo, los recuperaremos.

No, no lo creía, no podrían ganar esa batalla los dos solos, necesitaban aliados, soldados que pelearán a su lado, como aquellos de Camus o los otros clanes de vampiros.

—Debemos cobrar la amistad de Camus, él tiene que darnos soldados, porque comprenderá que no tendrá a su ángel, si nosotros no tenemos a nuestros demonios, el maestro, jamás lo permitiría porque sería declararles la guerra a los licántropos y a los eternos.

Tal vez era cierto, aun así, después de algunos días lejos de su deliciosa sangre, de su precioso plumaje, extrañaba demasiado a su avecilla.

—¿Alguna vez te he fallado?

No, nunca lo había hecho, y únicamente por eso, decidieron marcharse, siendo detenidos por una sombra, una mujer de cabello café, uno de aquellos seres que se decían lemurianos.

—Mi maestro me manda a informarles, que están haciendo un alboroto innecesario, y que Camus, no está en Siberia, sino en su casa de verano, señalada en este mapa.

Aspros intento tomar el mapa, pero la mujer se lo arrebató con una risita burlona, sorprendiéndolo, preguntándose quien era esa chiquilla y, sobre todo, quien era su maestro.

—Kiki desea ser su amigo, pero será un secreto que no le contaran a Camus, a cambio de su ayuda.

Defteros apretó los dientes, esa muchacha no le agradaba en lo absoluto, ni su seguridad, ni su aparente amabilidad.

—¿Qué es lo que desea tu maestro?

Ella se rio, con una vocecita que sonaba como campanitas, un sonido hermoso y algo tétrico, si esos dos sentimientos se podían imprimir en su voz, una chica menuda, pequeña, una damita que encontrarían preciosa, de gustarles las mujeres.

—Elegir qué humanos serán aquellos beneficiados para pastorear a los demás, y desea que Lemuria sea dejada a un lado, nuestra gente, ya sea humana o no, será protegida.

Eso lo podían hacer, no era necesario esclavizar a todos los humanos, pero si los suficientes para alimentarlos el resto de sus días.

—¿Sólo eso?

Ella asintió, esperando su respuesta, la cual fue afirmativa, cuando acepto el mapa que le señalaba la casa de verano de Camus, una fortaleza muy bien armada, y de alguna forma, en ese mapa, cada uno de los bastiones, las casas de las tres grandes familias, los clanes vampiro, así como las puertas al Inframundo, eran señalados, todo lo que necesitaba saber, menos la entrada a Lemuria, el valle mítico de los primeros hombres.

—Kiki siempre cumple sus promesas, esperamos que ustedes, cumplan las suyas.

Aspros mantenía su palabra, su hermano también, y estaban cansados de ser amables, parecía que eso no funcionaba con sus mascotas.

—Comencemos a movernos Defteros, tenemos un muchacho pelirrojo que visitar.

*****

Thanatos esperaba una respuesta de su consorte, que había buscado una respuesta a su pregunta, si acaso podían salir de una buena vez, puesto que ya llevaba demasiado tiempo lejos de la jauría y su madre, la noche, una entidad con forma de lobo blanco, les había dicho que no debían mantenerse demasiado tiempo alejados, o su vínculo podía romperse, al mismo tiempo que se debilitarían hasta morir.

—Partiremos apenas amanezca, ellos desean alejarse de estas ruinas, por obvias razones.

Thanatos las comprendía bien, esos vampiros, que habían mordido a esos demonios, cuya sangre era deliciosa, adictiva para un ser como ellos.

—En ese caso por fin tenemos un poco de tiempo para nosotros.

Fue su respuesta, llevando sus enormes manos a la cintura de su fuego demoníaco, su hermoso consorte, que riéndose asintió, ya había pasado mucho tiempo desde la última vez que pudieron retozar juntos.

—Vas a mancillar este bastión, no te da vergüenza.

Claro que no, y siempre había deseado hacer algo como eso en el territorio de sus enemigos, amar a su consorte, entregarse a él, amarlo, besar sus labios, arrancar sonoros gemidos de su cuerpo.

—Por el contrario, podré decirle a Hypnos, donde lo hemos hecho, eso me dará puntos en nuestra pequeña apuesta.

Manigoldo no entendió a qué se refería, pero suponía, que se trataba de su orgullo de lobo, quien era mucho más arriesgado, aunque complacerse en aquella habitación, no era una hazaña, ellos eran sus aliados de momento.

—Estoy seguro de que esa competencia la estás ganando, pero, sabes una cosa, antes tu hermano no tenía un consorte, ahora, será una verdadera contienda.

Eso era cierto, sin embargo, extrañaba la suave piel de su fuego fatuo, sus gemidos y su aroma, encontrándolo divino, en especial, en esa época del año.

—Quieres una mejor excusa para entregarnos a nuestro afecto, nuestro deseo mutuo.

Manigoldo negó eso, no necesitaban una excusa, se amaban, se deseaban, era lo único que importaba en ese momento.

—¿Quién necesita una excusa para dormir con mi compañero?

Ninguno de los dos le necesitaba, Thanatos únicamente se comportaba como ese gigante sin cerebro que tanto le gustaba, y el, como su consorte, debía enseñarle cuanto le amaba, lo mucho que le deseaba y que esperaba recibir de su compañero de cabello negro.

—De momento envidio a Milo.

Pronuncio de pronto, al sentir como Thanatos lo empujaba contra la pared, sosteniendo sus muñecas a la altura de su cabeza, besando su cuello, sin escucharlo siquiera.

—Debió ser tan romántica la presentación de tu hermano, en cambio, tú llegaste como si te trataras de un demonio de una leyenda de terror, intentando atacarme, sin decirme que tú no tuviste nada que ver con la masacre de mi aldea.

Thanatos se detuvo unos segundos, su hermano era un romántico sin remedio, el no, él era un lobo solitario, que siguió un aroma que le volvió loco, parecido al de un páramo, para encontrar al muchacho más hermoso que jamás hubiera visto.

—¿De quién es la culpa?

Le pregunto, quitándole la camisa, está vez con cuidado, porque sabía que no tenía otra muda de ropa.

—Tu saltaste a conclusiones extrañas y únicamente porque me enamore perdidamente de ti, al verte bañado de sangre, con esos vampiros en tus manos, quemándolo todo a tu alrededor, fue que no intente lastimarte.

Esa era seguramente una imagen de pesadilla para cualquiera, pero para su amante, era una de ensueño, casi erótica, que aún incendiaba su sangre, como el incinero ese bosque, un punto luminoso en la oscuridad, un fuego fatuo, una extraña belleza que intento lastimarlo, pero que logró vencer, llevándolo a la jauría, aunque su maestro decía que fue un secuestro, seguido de una boda.

—Te veías tan hermoso cubierto de llamas.

Le susurro, colocándose de rodillas, para besar su entrepierna, acariciando sus muslos, escuchando un gemido y sintiendo las manos de Manigoldo sobre su cabeza.

—Me secuestraste, me llevaste a la jauría y no me dejaste regresar hasta que acepte tu amor, no eres más que un bruto.

Thanatos se rio entre dientes, cuando encontrabas a la persona que amabas, no podías dejarla ir, y él era eso, su amante, su amor, su precioso fuego fatuo.

—De haberte marchado, yo habría perdido la razón.

Le informo, ingresando entonces dos dedos en su cuerpo, escuchando más gemidos y una que otra maldición.

—Tu maestro me odiaba, él te pondría en mi contra, pero yo sabía que tú me corresponderías, te gustaba el peligro, te gustaba mi pelaje y mis ojos, me deseabas tanto como yo a ti.

Eso era verdad, sintió un escalofrío al verle en ese bosque, un lobo negro, y un hombre hermoso, un gigante, que no intento matarlo, ni herirlo, un ser amable, que sería su compañero por toda la eternidad, quien seguía ingresando más dedos, haciéndole gemir.

—¡Maldita sea! ¡Deja de jugar!

Le ordenó, sintiendo como Thanatos lo cargaba para llevarlo a la pequeña e incómoda cama que compartirían, desabrochando sus pantalones, para darle lo que deseaba de su consorte.

—Siempre tan inquieto.

Le dijo, besando su pecho, abriendo sus piernas de par en par, para besar sus labios, ingresar su lengua en su boca y con un solo movimiento, empalar su hombría en su cuerpo.

—¡Maldito bastardo!

Su compañero era demasiado vocal en su lecho, se retorcía y maldecía a todos los vientos, pero no lo cambiaría por nada, menos ese calor, esa estrechez, ese cuerpo debajo del suyo, su precioso lobo.

—¿Así está bien Manigoldo?

Le pregunto, escuchando más gemidos de su amante, que, jalando su cabello, le besó con hambre, asintiendo, así estaba bien, así era perfecto.

—¡Sí, así está bien!

Apretando sus piernas con mayor fuerza, retorciéndose en sus brazos, escucho un jadeo de su compañero, que comenzaba a empujar con mayor ímpetu, cada ocasión golpeando su próstata, haciéndole ver estrellas.

—¡No te detengas! ¡No te detengas!

Pronuncio desesperado, palabras que apenas podían entenderse, que todos los demás escuchaban, Minos y Radamanthys, aún Shion, comprendiendo el significado del placer por primera vez en su vida.

—¡Mi fuego fatuo! ¡Mi dulce fuego fatuo!

Casi grito Thanatos, derramándose en el cuerpo de su compañero, que ya no era más que un cuerpo tembloroso, nublado por el placer que sentía, dejándose hacer, ambos necesitaban más y no se detendrían hasta sentirse saciados.

—¡Mi amor! ¡Mi compañero!

Pronunciaban su amor, su deseo, y su placer, ajenos al mundo que les rodeaba, en ese momento, únicamente existía su compañero para el otro.

*****

—¡Por favor, necesito recobrar el control de mi cuerpo, sentirme libre, y sólo conozco una forma de lograrlo!

Le ordenó Minos, empujándolo a la cama, sintiendo su lazo con Defteros pedirle la presencia del vampiro, sus caricias, volviéndolo loco, desesperándose como nunca.

—¡Entrégate a mí y te prometo que te daré placer como a ningún otro!

Albafica no supo que responder, sintiendo los besos de Minos sobre su rostro, en su cuello y mejillas, sus manos febriles tratando de arrebatarle la ropa.

—¡Quiero borrarlo de mi cuerpo, ser uno con alguien más, eres un licántropo, sé que te conozco y que te deseaba en ese entonces!

Así era, pero que pasaba cuando después de aquella extraña fiebre, su amado perdía el deseo que decía sentir por el en ese momento, si comenzaba a rechazarlo.

—¿Me desearías después de esto?

Minos se detuvo de momento, pensando aquella pregunta, lo deseaba en ese momento, cuando yacía con ese vampiro y aún, en el momento en que compartía su lecho con su querido Lune, era en ese lobo en quien pensaba.

—Te lo juro, te juro que, aunque sea un demonio poderoso, seguiré deseándote hermoso lobo blanco, mi lobo de Creta.

Albafica asintió, besándolo, ansioso por creer sus mentiras, o las que pensaba eran mentiras.

—No importa cuánto tiempo me desees, con un solo instante para mí es suficiente.

Susurro, seguro de sus palabras, arriesgando su corazón y su cordura en ello.

—Minos, mi hermoso y perfecto Minos.


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