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Los demonios de la noche. por Seiken

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Albafica sonrió al escuchar aquellas palabras y ver la desesperación de su juez, de su muchacho tantos siglos perdido.

Le daría aquello que pensaba necesitaba y todo lo que no sabía que requería también, su amado muchacho estaría a salvó.

—En ese caso, permite que te brinde las caricias que necesitas.

Pronuncio besando su frente, mirándole con ternura, relamiéndo sus labios después, para acercarse a su cuello, que aún tenía una fea marca del daño recibido en las manos de ese demonio.

Besando su piel, acariciando sus costados con ambas manos, por encima de la ropa, como todos los demonios, Minos era parte incubo y necesitaba de un amante vivo.

La enfermedad del vampirismo incendiaba su sed de sangre, su naturaleza le pedía sus caricias y pronto, su mente aceptaría su amor, lo desearía a su lado.

—Dime si quieres que nos detengamos.

Minos asintió, cerrando los ojos, para permitirle al lobo celeste que le brindará placer, que comenzará a quitarle la ropa, desabrochando cada uno de los botones de sus prendas.

Besando cada centímetro de piel que iba descubriendo, dándole especial cuidado a toda la serie de moretones en el cuerpo perfecto del juez Minos.

Albafica era un amante apacible, le habían dicho que yacer con él era como sumergirse en unas cálidas corrientes de agua, no había dolor, únicamente placer.

Después de todo, seguía siendo un jardinero, sabía cómo tratar hermosas criaturas sin dañar un solo centímetro de su piel, como si fueran pétalos de una flor.

Albafica siguió con sus botas, y después sus pantalones, sabía que no era virgen, que distaba mucho de serlo, pero, aun así, lo trataría como si nunca hubiera estado con nadie más.

Minos sentía los besos delicados de Albafica recorrer su piel desnuda, desabrochar cada botón, cada hebilla, descubriendo su anatomía, desnudándolo por completo.

Todo ese tiempo sin decir una sola palabra, deteniéndose de pronto, llamando su atención, haciéndole ver con sorpresa que le miraba fijamente, recargado en la cama.

—¿Aún estás conmigo?

Minos se sonrojo y tomando la iniciativa lo empujó contra el colchón, deseaba sentir esas manos, esos labios devorando su piel, pero, parecía que Albafica deseaba que también participará de sus caricias.

—Te lo demostraré.

Minos no era tan cuidadoso con Albafica, besándolo con fuerza, gimiendo cuando de nueva cuenta el lobo recorría su espalda, está vez sin ninguna clase de prenda sobre su cuerpo.

—No quiero forzarte, Minos, así que tú tendrás que decirme hasta donde puedo llegar.

Minos sonrió al escucharle, desvistiéndolo con algo de facilidad, su ropa era todavía más sencilla que la suya, mucho más fácil de quitar, su piel era delicada, suave, mucho más que la de Lune, pálido, con un tinte rosado, saludable.

Era mucho más hermoso todavía y en ese momento, en que la desesperación había desaparecido, le deseaba mucho más, con una necesidad instintiva.

—Me darás el control.

Susurro, besando su cuello, acariciando los músculos torneados de su pecho, su cintura y sus piernas, esperando recibir una reacción de su lobo, que le miraba con una expresión serena, pero, parecida a la de un animal de presa a punto de saltar sobre su próximo alimento.

—Yo soy tu sirviente Minos, soy tu esclavo.

Le aseguro, acercándose a los labios del hombre en sus brazos, para besarle de nuevo, sosteniéndolo de las mejillas, ahora que los dos estaban desnudos, Minos con un poco más de seguridad de la que tenía en un principio, mirándole con esos ojos grises, que podía jurar tenían un tono plateado en ellos.

Comprendiendo bien la necesidad de su amante, que, en sus brazos, esperaba olvidar a Defteros, el demonio que le había torturado por un año entero, que seguía rondándolo, esperando el momento en que bajara la guardia, sin saber, que un lobo custodiaba al hermoso juez.

-Has de mi aquello que desees, porque yo me he entregado a ti desde que supe que habías regresado, cuando te vi en ese cuadro, tan distante, tan altivo y hermoso.}

Minos desconocía de que cuadros le hablaba, pero deseaba conocerlos, puesto que, si habían enamorado a este lobo de su persona, quien los realizo debía ser un genio, un verdadero artista, sin saber, por supuesto, que el pintor era Kanon, el mismo que dormía plácidamente con su demonio en brazos.

- ¿Te sigo pareciendo hermoso?

Quiso preguntarle, ansioso de escuchar sus palabras, sabiéndose hermoso, Lune siempre se lo decía, pero su ego lastimado necesitaba halagos, mimos de toda clase, necesitaba sentirse poderoso de nuevo.

-Mas hermoso que la diosa Afrodita, mucho más fuerte que Hércules y mucho más astuto que Zeus, eres precioso mi juez Minos, toda una obra de arte, todo un tesoro.

Minos asintió, acercando sus labios a los suyos de nuevo, llevando su mano a su entrepierna, para acariciarla con esta, había aprendido en esos pocos días como prisionero, sabía bien como complacer a un hombre y lo que deseaba para ser complacido, eso se lo mostraría poco a poco a su lobo, que arqueo su espalda con ese ligero toque, como si una corriente eléctrica recorriera su cuerpo.

- ¿Tanto me deseas?

Le pregunto, besando su pecho, su estómago y ombligo, lamiendo las heridas que podía ver en su piel, preguntándose como habían sido hechas, que había pasado para que su hermoso amante fuera lastimado de aquella forma.

-Si, tanto te amo, que una sola caricia tuya bastaría para sanar mi alma.

Eso era una blasfemia pensó Minos, siguiendo el camino a la entrepierna de Albafica y aunque darle sexo oral a Defteros había sido uno de los peores recuerdos de su esclavitud, pensaba que podría borrar esa imagen si lo hacía con alguien más, deteniéndose de pronto, al recordar la mata de cabello azul, su aroma, el brillo de sus ojos.

-Perdona... yo...

Albafica se levantó sentándose en la cama, acariciando el rostro de su precioso Minos, no importaba eso, si no deseaba, no tenia porque hacerlo y con la misma suavidad que usaba desde que abrió los ojos, le recostó en la cama, con una sonrisa pícara en su rostro.

-Déjame a mí... yo te daré placer.

Le aseguro, besando su pecho, su cintura y su ombligo, ingresando su lengua en el cómo imitando lo que pronto realizarían, bajando un poco más, deteniéndose en su propia mata de bello plateado, la que olio, haciéndole recordar su otra forma, mucho más cuando gimió al percibir su aroma personal.

-Hueles tan bien, eres tan hermoso.

Pronuncio, acariciando sus muslos, relamiéndose los labios antes de lamer su hombría a todo lo largo, gimiendo de nuevo al probar su piel, su belleza, llevando sus manos al interior de sus muslos, de arriba hacia abajo, acompañando a sus lamidas, esperando escuchar más gemidos de sus labios, sonriendo cuando llevo una de sus manos a su cabello, mirándole con esos ojos plateados, que comenzaban a iluminarse, cambiando ligeramente, tomando una forma mucho más parecida a la de su hermano menor.

-Te gusta esto Minos...

No se lo estaba preguntaba, estaba seguro de que esas caricias las encontraba placenteras, mucho más cuando chupo la cabeza de su sexo, como si deseara tragarla de un solo bocado, acariciando sus testículos, moviéndolos con delicadeza entre sus dedos, jugando con la punta de su lengua, delineando la cabeza de su hombría.

-Si... sí me gusta.

Minos no dejaba de mirarlo, haciéndole feliz por ello, por ser el centro de su atención, por dejarle complacerlo, seguro de que así sería mucho más fácil seducirle, si lograba demostrarle cuan placentero podría ser si se convertía en su compañero, porque bien sabía que se trataba de un amante de la belleza.

Albafica abandono los testículos de Minos, pero siguió chupando su sexo, aflojando su garganta para que pudiera llegar tan profundo como pudiera, acariciando entonces las caderas del juez y poco después sus nalgas, abriéndolas y cerrándolas, escuchando más gemidos de su amado muchacho, que arqueaba su espalda con cada nueva succión.

Retorciéndose cuando dos dedos ingresaron en su cuerpo, abriéndose paso, tratando de prepararlo para él, sus ojos fijos en los suyos, en el placer que le hacía sentir, haciéndole pensar de momento en Lune, puesto que esa era la expresión que tenía cada vez que le complacía con su boca y se dejaba poseer por él.

Gimiendo con mayor fuerza cada vez que un nuevo dedo ingresaba en su cuerpo, sintiendo como estaba a punto de venirse en la boca de Albafica, quien se detuvo en ese instante, alejando sus manos y su boca de su cuerpo, gateando en su dirección, para ayudarle a sentarse sobre su cuerpo.

-Es tu turno Minos, dime que deseas que haga.

Minos le miro por un momento confundido, sintiendo la erección de Albafica restregándose contra sus nalgas, preguntándose si acaso deseaba que lo cabalgara, sonriendo de medio lado, cuando comprendió que así era, elevando sus caderas, para restregarse contra su lobo, que gemía cada vez que lo tocaba.

-Eres un tramposo...

Se quejo, sosteniendo la hombría de Albafica, para llevarla a sus nalgas, empujando esa pequeña apertura entre sus piernas contra su sexo, sintiendo como iba entrando poco a poco, deteniéndose cuando su lobo estaba bien profundo en su interior, sus ojos cerrados, acostumbrándose al calor de su cuerpo.

Sosteniendo sus caderas, apretando con un poco más de fuerza cuando el comenzó a moverse, gimiendo también su placer, buscando el punto que le haría ver estrellas, primero con un vaivén delicado, que iba aumentando su velocidad, su fuerza, con cada nuevo empuje, sintiendo como Albafica hacia hasta lo imposible para no moverse, sin embargo, el deseaba un poco más y llevando sus manos a su cintura, quiso ordenarle que comenzara a moverse el también.

- ¡Hazlo!

Le ordeno, y Albafica, como si en verdad estuviera dispuesto a obedecer cada una de sus órdenes, comenzó a empujar con fuerza, sentándose en la cama con el sobre sus piernas, para besar sus labios, al mismo tiempo que sosteniéndolo de la cintura, lo empalaba, ayudándole a encontrar su punto de placer, lamiendo entonces su pecho, enfocándose en uno de sus pezones, escuchando más gemidos de sus labios, cuando por fin encontró ese punto perfecto en su cuerpo, que le hacía sentir descargas eléctricas y ver estrellas de colores brillantes.

- ¿Así está bien?

En esta ocasión era Albafica quien deseaba que le dijera que eso era lo que buscaba, sintiendo como su energía manaba libre, alimentando a Minos, que, con cada nuevo empuje, con cada segundo que pasaba su placer era mucho mayor.

-Si, así...

Apenas pudo responder, sintiendo que su orgasmo estaba muy cerca, que su energía regresaba poco a poco y que, con eso, el vampirismo iba retrocediendo, todo gracias a su lobo, que le miraba fijamente, sus ojos un pequeño punto, los suyos una línea larga, luminosa, haciéndole ver aterrador, si no lo deseara tanto, si no lo encontrara bellísimo de aquella forma.

En especial, cuando por fin, ambos, alcanzaron el orgasmo juntos, recostándose en la cama poco después, jadeantes, Albafica un poco cansado, Minos, sintiéndose fresco, revitalizado, dibujando pequeños círculos en su pecho, sonriendo al pensar en lo que había hecho, en la furia de su amo vampiro cuando lo supiera, su avecilla no era un pajarito delicado, era un demonio, un águila y se prometía, que le haría pagar cada una de sus ofensas, al mismo tiempo que, conservaría a su nuevo compañero, si era ese la clase de placer que podía brindarle.

-Eso fue maravilloso.

Pronuncio Minos, cerrando los ojos, no deseaba limpiarse por el momento, pero Albafica, siendo todo un caballero, realizo aquella tarea por él, sin importar que estuviera mucho más cansado que él, como lo hubiera hecho Lune en el pasado.

-Y tú eres tan hermoso como los mismos ángeles, Minos.

Lo era, sí, pero su belleza no se comparaba con aquella de su lobo, sin embargo, no deseaba discutir sobre quién era el más hermoso de los dos, ni quien deseaba más al otro, porque no lo engañaría, no le diría que lo amaba, no todavía al menos.

-Ahora, durmamos un poco antes de ir a ver a mi hermano.

Su hermano, aquel que dormía en los brazos de Kanon, el único que podía comprender lo que sentía al ver a su amado en peligro y poder yacer en sus brazos, como en sus alocados sueños de juventud lo hacía.

Kanon, que estaba dispuesto a lo que sea para proteger a su diablillo, al hombre que tanto amaba y lo necesitaba a su lado, que era hijo de una cosa que ni siquiera era de ese planeta, una creación de una mente ajena a la humanidad, uno de sus múltiples hijos, el candidato indicado para proteger a un demonio, uno de los príncipes del infierno.

Como el, que daría su vida por mantener a Minos seguro, por permitir que despertara como siempre debió haber sucedido, no porque le debiera su alma al inframundo, o porque hubiera hecho un pacto con los demonios del averno.

Sino, por la misma razón que lo haría Kanon, porque esa misma entidad, o algo parecido a esta, una presencia lunar, de un cuerpo celeste que no iluminaba ese cielo, ni esa dimensión, le dijo que a cambio de darle la inmortalidad, hacerlo joven de nuevo, brindándole una apariencia que por el momento se veía como aquella de un lobo, como Kanon en ese momento, se veía como un humano, tenía que asegurarse de que las puertas al Inframundo se abrirían.

No era hijo de la noche y no era el primer licántropo nacido de ella, no era hermano de los dioses gemelos, ni había sido bendecido por entidades de aquel mundo, sino por algo más que le prometió la paz, en compañía de su amado, si el servía a sus propósitos.

Por esa razón decidió socorrer a Kanon, porque el tenía la misma tarea, proteger al otro príncipe del Infierno, lo supo cuando le vio en ese bosque, pero no sabía si el pintor comprendía que se trataba de su aliado, por las razones que compartían, mas allá de su amor desesperado por esos muchachos en sus brazos.

Un lobo solitario que buscaba a su amado en las sombras y por fin lo tenía consigo, un lobo que no poseía una forma de aquel mundo, pero su belleza humana era tal, que rivalizaba con aquella de los hermanos.

-Descansa, yo velare tu sueño.

*****

No tenía otra opción, debía proteger a su amigo a como fuera lugar, Radamanthys ya no era un humano, nunca más podría visitar un pueblo ni ver persona alguna, todo debido a la locura de aquellos vampiros, que, de permitirle la paz, no lo habrían hecho despertar, ni que esto fuera su única forma de mantenerse con vida.

-Ya sabes cuál es mi respuesta Aioros, mi principal deber, como el amigo de Radamanthys, es protegerlo de cualquier daño.

Aioros sonrió, ignorando los susurros que recorrían esos pasillos, abriendo los brazos para que Shura fuera a ellos, pero no dio los pasos que deseaba, permaneció en el mismo sitio, observándole fijamente.

-Tendrás lo que deseas, siempre y cuando, los gemelos hayan perecido, porque Mu tiene razón en una sola cosa, mientras ellos sigan con vida, Radamanthys corre peligro.

El hombre castaño cerro los brazos, con una sonrisa de medio lado, mirándole fijamente, sin entender porque razón siempre estaba preocupado por ese rubio, por su amigo, el único que parecía importarle.

-Y no estoy dispuesto a perderlo en las garras de ese demonio de nuevo, con la primera vez, fue más que suficiente.

Fueron sus palabras, tratando de alejarse de Aioros, para cerciorarse de que Kanon no se hubiera aprovechado de su ausencia, de la inseguridad que debía sentir en ese momento su amigo, siendo detenido por Aioros, que, pegándolo a su cuerpo, aspiro su cuello, suspirando con demasiado placer para su gusto.

-Y yo no estoy dispuesto a perderte en las garras de ese demonio de nuevo, mi amor, soy un hombre celoso, ya he sufrido suficiente por culpa suya, así que mientras seas su amigo está bien, pero si deseas proseguir con el pasado, en ese caso, me veré obligado a pactar con ellos, de nuevo.

Le advirtió, confundiéndolo, riéndose poco después, cuando le dejo marcharse, sin decir nada más, puesto que ya no era necesario, permitiéndole ir a ver a su amigo, que también era su alumno y el único al que parecía querer proteger, puesto que Minos, el juez sanguinario, no era de su agrado.

-No te equivoques, Radamanthys es mi responsabilidad, nada más que eso.

 


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