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Los demonios de la noche. por Seiken

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Kanon escucho esa conversación en absoluto silencio, Minos con una gran sonrisa, Shura le haría recapacitar a su hermano, ese embaucador no le convenía.

No podía pedir que Radamanthys le amara, se entregará a él, pero al mismo tiempo, tenía una gran oportunidad para seducir a su diablillo, ganarse su amor.

Les demostraría a ambos que sería el hombre que necesitaba, la pareja que mantendría a su lado, por toda la eternidad y quién lo protegería.

Albafica comprendía el temor, la ilusión de Kanon, para ser el elegido de su musa, sus sentimientos eran reales, así como su amor, su lealtad, sin duda alguna era el indicado para él.

Radamanthys salió de la habitación vestido con una ropa parecida a la de Minos, con una capa con una capucha que cubría su cabeza, de alguna forma consiguió Shura con que cubrir las diferencias de su musa, cuyos ojos resplandecían.

—Supongo que ya están listos para marcharnos.

Pronunciaron a sus espaldas, Manigoldo, cruzado de brazos, en compañía de Thanatos, un lobo inmenso de color negro, que atemorizaba a quienes podían verle.

—Estamos listos para partir.

El viaje sería largo, puesto que no tenían caballos ni carruajes para ello, Minos cabalgaría sobre Albafica, Manigoldo y Thanatos, no transportarían a ningún mortal sobre sus espaldas, por lo cual, Shura, Aioros, Kanon y Radamanthys caminarían.

Shura trataba de ignorar a Kanon, que caminaba a un lado de Radamanthys, que guardaba silencio, estaba demasiado deprimido por el cambio sufrido esos días, confundido, ansioso por salvar a Minos, del que sabía era un vampiro poderoso.

Aioros caminaba a su lado, distante, ajeno a sus preocupaciones, sin llamar la atención de Thanatos, que no había encontrado nada que no le agradara de su persona, tampoco del que poseía la sangre antigua, ni de los demonios, por alguna razón que no alcanzaban a comprender, Thanatos estaba silencioso, demasiado, aún para él.

*****

Aioria llego a un claro, en donde sostenía su cabeza, tratando de comprender lo que había pasado, donde permaneció demasiado tiempo, oculto, recordando su pasado, la muerte de su hermano, de toda su familia, en manos de aquellas cosas, esos seres de garras y dientes, a los que debía destruir, antes de que otras familias sufrieran en sus manos.

Escuchando algunos pasos a sus espaldas, algún intruso, del que debía escapar, eso era lo mejor, pero, no pudo moverse al ver a un hombre rubio, con sus ojos cerrados, el que le veía sin mirarlo, viendo su interior, su alma, cada resquicio de su ser.

- ¿Que estás haciendo aquí?

Aioria no deseaba responderle en un principio, no hasta que se agacho a su lado, sacudiendo algo de la sangre y el polvo, preguntándose que hacia un muchacho como el, perdido en ese bosque, esperando una respuesta de aquel joven.

- ¿Eres real?

Shaka no entendió esa pregunta en un principio, llevando sus manos a sus hombros, después a sus mejillas, asintiendo, era real, y fuera lo que fuera por lo que hubiera pasado este muchacho, él estaba allí para brindarle ayuda.

-Lo soy, mi nombre es Shaka y espero ayudarte, si me permites hacerlo.

Aioria asintió, este hombre rubio era mucho mejor que Youma, supuso, sonriendo al pensar que no había dado con el su maestro, que en realidad se comportaba como su amo, quien los veía desde lejos, sin arriesgarse en ser descubierto, no deseaba enfrentarse con ese cazador, cuyo poder era temido en todos los clanes.

-Entonces, ven conmigo.

El joven león asintió, levantándose del suelo, recibiendo su ayuda, sonriendo por ello, caminando hacia donde se lo ordenaba, deteniéndose de pronto al sentir el aura de Youma, al que le temía, sin verlo.

-Mi nombre es Aioria, Aioria Oros, Shaka.

Shaka asintió, ese nombre era muy bien conocido en cualquiera de los bastiones, en los clanes, este joven era temido y odiado, pero no respetado, por quienes se habían cruzado a su paso, pero allí estaba, cubierto de sangre, de tierra, solo en ese bosque, había algo que no comprendía y su deber era descubrirlo.

-Sígueme, debemos buscar un lugar seguro.

*****

Harbinger había buscado la forma de escapar de ese castillo durante meses, encontrándola en la serie de cañerías encargadas de las aguas de lluvia, las que en ocasiones caían como torrentes, era un lugar peligroso, que los alejaría suficiente de sus amos.

El había crecido en la pobreza, era un cazador de monstruos mucho antes de que Kiki diera con él y se dio cuenta de que era un vampiro, cuando ya era demasiado tarde, después de comenzar a creer en sus mentiras.

Convenciendo a su yo más joven de darle su sangre, diciéndose hambriento, él contra todo lo aprendido en su corta vida, le creyó, cada una de sus historias en donde el parecía ser un mártir, buscando únicamente el bien común.

Era un mentiroso nato, la clase de persona que te convencía de cometer actos en contra de tus propias convicciones, suponía que así era Mu, el maestro de Aldebaran.

Que era menor que el, supuso, aunque los dos tenían más o menos la misma edad, pero el intento limpiar su honor, matar al vampiro.

Lo que no pudo imaginar era que Kiki lo esperaba desde mucho tiempo atrás, que Raki decidió traicionarlo y que él fue perdonado, para únicamente transformarse en un esclavo sin futuro.

Mas allá de servirle al aparentemente joven lemuriano, que era un vampiro muy viejo y muy astuto, aliado de Camus, de los gemelos, aún de Youma, de cada criatura que podía darle poder.

Un hombre hermoso como cruel, al que debían temerle, pues era una criatura desalmada, quien para ese momento ya debía seguir su pista, debían apresurarse para alcanzar una barca que los alejara del castillo, tenía suficiente oro para ello, el problema era que tal vez, no habría forma en que los dos pudieran esconderse en la misma barca.

—Me estoy arriesgando mucho al llevarte conmigo Aldebaran, espero que no decidas regresar con tu maestro, traicionarme de pronto.

Aldebaran no dijo nada, tenía que recordar que su maestro ya no existía más, al menos, no el hombre que amaba con locura, únicamente aquel que vendió a los hermanos, el día en que Defteros ingreso en la posada, de que otra forma pudo esquivar su vigilancia.

—Mi maestro era bueno y yo lo transforme en esto, en un monstruo.

Harbinger comenzó a reírse, eso era una mentira, su maestro siempre había sido así, únicamente le dieron una oportunidad para comportarse como siempre lo deseo, era como Kiki, que era un mentiroso, un hombre ambicioso y un monstruo sin sentimientos, únicamente avaricia.

—Eso es una estupidez, él ya era un monstruo desde mucho antes de que tú llegarás, justo como Kiki, puesto que los lemurianos creen que son los elegidos de dios, de su creador, y tienen derecho de hacer lo que les plazca, con quien sea, sin importar que tan crueles puedan llegar a serlo.

Si lo sabía bien, porque Kiki pensaba que sus deseos eran un designio divino, realizado por una deidad cuyo nombre desconocía, que les protegía y mostraba el camino.

Aquella misma deidad que puso a un toro en su camino, a él, su compañero, aunque el bien sabía que se trataba de un esclavo.

—Tu no tuviste nada que ver en su caída, en todo caso, eres responsable de lo que le permitiste realizar en tu presencia, de eso, si eres culpable.

Era verdad y él había permitido que capturaran a esos hermanos, su deber, para limpiar su honor, era ayudarles a escapar de ese destino.

—Deje que unos vampiros capturaran y torturaran a dos muchachos, por lo cual, siempre estaré arrepentido.

Harbinger no le respondió, deteniéndose cerca de la salida de ese túnel, aún no amanecía, todavía tenía tiempo para usar una de las barcas de los pescadores, suspirando.

—Siguen con vida, pudieron escapar, así que aún estás a tiempo de salvarles.

Esa ocasión era la que más lejos había llegado en una de sus fugas, estaba seguro de que está vez no sería atrapado, pero debían apresurarse, por lo cual, después de asegurarse que los soldados de Kiki no estaban en los alrededores, comenzó a correr, seguido de Aldebaran.

—¿Cómo lo sabes?

Quiso saberlo, deteniéndose cuando Harbinger también lo hizo, escuchando unos pasos no muy lejos de allí, observando a Raki a lo lejos, revisando cada una de las barcas.

—Kiki piensa que no soy más que un bruto, no cree que sea capaz de aprender o hacer nada sin él, piensa que me controla, pero no es así, yo... yo sólo estoy realizando mi deber.

Dohko dudaba de la fortaleza de Kiki, de sus verdaderas intenciones y a las espaldas de su compañero, que le quería demasiado para comprender la clase de persona en la que se había convertido, le pidió a Harbinger, un cazador reconocido por su sadismo, que verificará si Kiki era de hecho, uno de sus enemigos, quien había compartido información que les costó la vida de muchos de los más jóvenes.

—El anciano maestro me pidió que buscará información, que viera si Kiki ocultaba algo y ya tengo lo que necesitaba saber.

Lo que había escuchado en su alcoba, en la sala del trono arrodillado junto a su amo, en los banquetes, en cada lugar a donde le hacía acompañarlo como presumiendo su captura, era suficiente para saber que debían hacer algo para evitar que las puertas se abrieran, porque aquello que Kiki se imaginaba era una locura por completo.

—Ahora solo tengo que regresar y de alguna forma, el que podamos volver al bastión, te permitirá pagar tus deudas con esos muchachos.

No tenían mucho tiempo que perder, los primeros rayos de luz solar comenzaban a asomarse por el firmamento, así que, debían buscar cobijo, no podían regresar al túnel, tampoco quedarse allí.

—Si tan solo pudiéramos esquivar a Raki, podríamos robar una de esas barcas y esperar el anochecer.

Aldebaran asintió, había una forma, pero solo uno de ellos podía escapar, el otro tenía que quedarse y sin que Harbinger pudiera evitarlo, salto, de rama en rama, para atacar a la joven castaña, dándole la oportunidad para esconderse en una de las barcas.

—¡Maldito estúpido!

Escuchando como salían a su encuentro, Mu, que inició un combate frontal con su alumno y su amo, Kiki, que, sosteniendo al gran toro, con ayuda de su maestro, seguramente querría saber a dónde se había marchado.

—¿Dónde está? ¿Dónde está Harbinger?

Aldebaran estaba de rodillas, Mu le observaba como si aquel que le hubiera traicionado fuera él, y no al revés, ignorando sus deseos, robándole su mortalidad.

—Está buscando una salida en esos túneles, dice que hay una forma de salir, que los ha estudiado en su ausencia, yo...

Kiki no parecía creer sus palabras, mandando a Raki, para que ella y sus soldados buscarán a su toro, era un vampiro fuerte, pero tan necio que intentaría matarse de ser capturado.

—Yo no pude alejarme más, deseaba estar a su lado, así que me escapé cuando se distrajo.

Ni Mu, ni Kiki, ni siquiera Harbinger hubieran creído que mentía, si no supiera que le estaba dando la manera de escapar, la oportunidad de usar una de esas barcas, a cambio de quedarse y suponía, que a cambio de que el salvara a esos muchachos.

—Gracias.

Harbinger ingreso en el agua, nadando con sigilo, usando las sombras a su favor, encontrando una barca, de tamaño suficiente para ayudarle a esconderlo.

—¡Harbinger!

Quien le navegaba estuvo a punto de revelar su ubicación, sin embargo, le mostró el collar que hasta ese momento llevaba puesto, era una joya muy valiosa, lo suficiente para pagar su libertad, llevarlo tan lejos como pudiera y así, él podría intentar llegar con el anciano maestro, para decirle todo aquello que sabía.

—¡Harbinger!

Kiki observo con detenimiento las barcas que se movían en el agua, desesperándose de pronto e ingresando en los túneles, no le permitiría escapar, mucho menos ver el sol, ese toro era suyo y no estaba dispuesto a perderlo.

—¿Es eso cierto mi muchacho?

Preguntó Mu, acariciando la mejilla de Aldebaran, quien asintió, respondiendo al beso que su maestro le daba, el primero que compartían al ser tan solo unos vampiros, unos no muertos, comprendiendo que ya sentía ese afecto, ni esa emoción del pasado, el ya no amaba a su maestro.

—Es verdad, yo lo he extrañado demasiado.

*****

Camus esperaba escuchar noticias de sus aliados y de alguna forma, su deseo se cumplió, cuando un joven rubio, de ojos azules, que era su alumno ingreso en su sala principal.

—Maestro Camus, tiene visitas.

Camus se levantó de su sillón, con una copa de sangre insípida en sus manos, la que ya estaba fría, arruinada, la que, sin más, dejó caer en el fuego de una chimenea inmensa, la que calentaba ese castillo, aunque su cuerpo no lo necesitará.

—¿De qué estás hablando?

Estaba hablando de los gemelos, que ingresaron en esa sala con una apariencia extraña, su ropa desgarrada, algunas heridas en sus cuerpos, con lo que fuera que habían peleado era poderoso, con garras afiladas, todo un ser de pesadilla.

—Uno de ellos despertó antes, durante un golpe realizado por la jauría, el maestro y algunos cazadores, entre ellos, un Gemini.

Camus había prometido mandarles ayuda y Afrodita era el encargado de eso, pero al mismo tiempo, no deseaba gastar recursos valiosos hasta que no le dieran su ayuda para buscar a su ángel.

—Nos traicionaste, Camus, no mandaste lo que prometiste y por eso hemos perdido a nuestros compañeros.

Camus no respondió en un principio, su alumno seguía presente, observando ese intercambio, esperando alguna orden del vampiro pelirrojo.

—¿Fueron ellos quienes los hirieron de esa forma?

Aspros apretó los dientes y Defteros produjo un sonido parecido a un siseo, ambos pensando que estaban hartos de ser amables, de tratar de ser educados y complacientes.

—Fueron varios enemigos que pudieron ser repelidos si tú hubieras cumplido con tu palabra.

Defteros repentinamente sostuvo a Camus del cuello, sus rasgos modificándose por unos mucho más siniestros, no le gustaba que lo insultarán, pero, sobre todo, no le gustaba que engañarán a su perfecto hermano.

—¡Eres un mentiroso y un traidor!

Aspros detuvo a Defteros, seguro de lo que debían hacer, ya no actuarían como los bufones de nadie, ellos habían nacido para fines mucho más altos, para gobernar, no tenían por qué obedecer a Camus, ni al maestro, no con la preciosa sangre que habían bebido.

—Podemos ignorar nuestra promesa, Camus, como tú ignoraste tu pacto con nosotros, o podemos recibir tus sinceras disculpas, perdonarte y aceptar tus servicios.

Camus sostenía las manos de Defteros, escuchando como Aspros caminaba lentamente, descorriendo las cortinas, seguros de que no era más que un mentiroso y a los mentirosos se les castigaba.

—Así que... puedes mandar llamar a todos los clanes vampíricos que no aceptan el dominio del gran maestro, o darte un baño de sol, me han dicho que en estas épocas es tan cálido como el infierno.

Camus sujetaba las muñecas de Defteros, sin responder a su amenaza, sintiendo los rayos de luz solar quemando su piel, la que parecía no hería al vampiro de piel morena, cuya piel no recibía ningún daño proveniente de la exposición a la luz del sol, en cambio, con él, las llamas cubrían todo su cuerpo, destrozándole, marchitándolo.

—¡Lo haré, llamaré a cada uno de ellos!

Aspros asintió, permitiendo que Camus regresará a la seguridad de su habitación, con quemaduras cubriendo todo su cuerpo, sus facciones retorcidas en algo completamente diferente, mucho más siniestro todavía, su verdadera apariencia debajo del espejismo humano.

—Nosotros mandamos Camus, somos los nuevos maestros y exigimos su lealtad a cambio de nuestra protección.

Defteros no decía nada, ni siquiera se movía, Aspros en cambio, tomo un asiento en donde antes disfrutaba Camus de un poco de sangre fresca, meditando aquello que habían visto en su travesía, el sol ya no dañaba sus cuerpos, los objetos sagrados eran ineficaces, ya ni siquiera la plata los hería, eran invencibles y lo único que tuvieron que hacer, era beber sangre demoníaca.

—Queremos sangre y diversión, además, quiero que un sastre venga aquí, necesito crear un atuendo para mí conejito, ahora que ya es como esperaba que lo fuera.

Defteros cuando Camus por fin pudo salir de esa habitación, cayó de rodillas, desesperándose por la lejanía, por no tener a su ave entre sus brazos, odiando al conejito de su hermano, al que debía matar, al que mataría, si es que volvía a escapar.

—Si lastimas a mi conejito, hermano, nunca podré perdonarte de nuevo, así que no lo hagas, no quieres que tu hermano mayor te odie por ello.

Defteros asintió, no soportaría que su hermano le odiara, quien, sonriéndole, lo llamo para abrazarlo, acariciando la cabeza del menor, que aún buscaba complacerlo, aunque de momento odiara a su conejito y quisiera lastimarlo.

—Lo que, si harás, será arrancarle un cuerno, un trozo de cuerno, cuando lo veas, como sea, sin importar lo mucho que llegase a dolerle, necesito una de sus puntas en mis manos.


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