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Los demonios de la noche. por Seiken

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Aiacos pudo verlo, al otro lado del infinito su hermano aún estaba vivo, sus cambios presentes en su cuerpo, cuya mirada aterrada le decía que estaba en peligro, que Lune estaba en lo cierto, tenían que apresurarse a encontrarlos.

Lune que sufría un castigo por su incompetencia, por fallar en la única tarea que debía realizar.

A quien se acercó con un paso lento, escuchando los latigazos de fuego que cortaban su espalda de roca, un arma que era empuñada por su esposa.

A la que no mando en una búsqueda interminable hasta que supiera algo más de sus hermanos, que si ya estaban muertos, únicamente ocasionaría que muchos de sus soldados peligraran.

-Mis hermanos están vivos.

Lune apenas se movía, aceptando su castigo de tan solo pensar que su amado príncipe había muerto, abriendo los ojos incendiados de llamas al escuchar tan maravillosa noticia.

-¡Déjeme buscarlo, déjeme ir por él, por mi príncipe!

Le suplico inmerso en su desesperación al pensar en las penurias que su amado estaba padeciendo por culpa de aquellas criaturas monstruosas.

-¡Sólo a mí me reconocerá, sólo a mí me dejara acercarme a él!

Violate dejo de infligir el tormento de los besos del latido al escuchar ese dolor, creyendo que ella sentía ese amor por su consorte, quien le miraba con una expresión inexplicable.

-Ustedes dos irán a buscarlos, tienen que traerlos a casa, es de suma importancia encontrarlos ahora que necesitan comprender sus cambios, antes de que cualquiera pueda cortar un trozo de sus cuernos.

Lune cayó de rodillas al ser liberado, sintiendo la mano de Aiacos sobre su cabeza, su energía demoníaca recorrer su cuerpo, despertandolo, trayendolo de nuevo a la vida para darle nuevo poder, aunque ya no tendría forma humana.

-Te he perdonado, tú y mi esposa, al ser en quienes confío más, serán los encargados de traer de regreso a mis hermanos, y tú, la mantendrá a salvó, por sobre ellos.

Era extraño, aunque deseaba proteger a sus hermanos, le importaba mucho más mantener segura a su esposa de cualquier peligro.

-Porque Youma sigue libre e intenta destruir nuestro linaje como yo lo hice con el suyo.

Al encerrar a Partita en una roca en lo más profundo del Inframundo, una mortal dulce como su madre, una virgen hasta que Youma la encontró y la embarazo.

-Y no permitiré que ese traidor asesine a mis hermanos o mate a mi esposa.

Lune asintió, sosteniendo su látigo, sintiendo como su poder había aumentado, deseando ver de nuevo a su príncipe, a quien amaba por sobre todo.

-Esta vez no lo defraudare, mi cordura depende de ello.

Y la vida de su príncipe, la única razón por la cual se mantendría vivo, ya que un mundo sin él, no tenía sentido, ni valor, de lo mucho que le extrañaba.

—Más te vale no hacerlo.

*****

La única forma que tenía Minos de lidiar con sus temores era ignorarlos, era un humano y las voces en su cabeza, todas ellas pronunciadas por alguien que hablaba como Defteros, le decían que debía ir a él, como en la posada, cuando volvió a morderle, así que, sin más, se acostaba en el regazo de Albafica, permitiéndole protegerlo.

Ignorando los temores de Radamanthys, que estaba angustiado y le costaba demasiado trabajo negarlo, el siempre había sido el más fácil de leer, aunque él era el más sensato, el más pragmático de los dos, quien no se dejaba guiar por absurdas fantasías o cuentos de Hadas, por eso, su hermano no era nadie y el, era un juez importante en su ciudad.

Cuando lo mando al frente, tuvo el puesto que él pudo otorgarle cobrando demasiados favores, tratando de protegerlo, y Radamanthys que había hecho, ponerse a pelear con el menor de los Oros, para proteger a su amigo español, que si bien era útil de momento, en esa época no era nada más que un don nadie.

Minos creía que amaba a su hermano, de alguna forma lograba ocultarlo perfectamente, pero su intuición le decía que su afecto iba mucho más allá de cualquier otro, era mucho mayor que el del pintor, que estaba enamorado de la inocencia del humano que desfloro, y de la idea de su diablillo dependiendo de él, no de su hermano, no realmente.

El juez decidió dormir un poco, pensando que acompañado de Albafica podría descansar, porque cuando cerraba los ojos veía a sus dos amantes, a su querido Lune, que murió por su culpa y a Defteros, que le acosaba aun en sueños, podía ver la forma de esa cosa desagradable violándolo, sentir sus manos en su cuerpo, como todas las noches lucho por no dormir, para únicamente ser sedado por Saga, para despertar y ser tratado como un demente, padeciendo una condena que no creía merecerse.

Y en sus sueños ignoraba que su hermano sabía algo que el no, que había visto a la madre de los monstruos, enemiga de su padre, que a su vez, le concedería su poder a sus enemigos, para que pudieran someterlos, únicamente para destruir a su padre, junto a la posibilidad de recuperar el poder perdido.

*****

Los gemelos de la antigua Grecia portando sus mejores prendas recibieron a los señores vampiros, aquellos que eran tan viejos que casi podían tener la mitad de su vida, pero no más que eso, Sisyphus era un hombre inteligente, no los dejaba vivir demasiado tiempo, eso debían aplaudirlo.

Aspros era el dominante, el que decidía que hacían o a donde se dirigían, a que deidades les rezaban, siempre había sido así y nunca cambiaria eso, su hermano le debía su vida, fue el quien se sacrificó para que el otro estuviera a salvo, fue el quien perdió a su conejito en las manos de ese obeso monstruo, sería el quien recibiera los favores de la madre de los monstruos, si llegaba a darse ese caso, pero sino, los dos obtendrían su don, cualquiera que fuera este.

Las mujeres embarazadas estaban sedadas, la vida creciendo en su interior, a punto de nacer, para ser arrebatada de sus vientres, por el hambre de los ancianos, que veían a los humanos como vacas, al menos, aquellos que habían acudido a su llamado, los traidores a su raza.

Quienes aceptarían las migajas de lo que fuera su voluntad, pensando que era un banquete,  cuando ellos eran de hecho, quienes serían devorados, su sangre contaminada, alimentada con la de las madres y los recién nacidos, de cuyos vientres fueron arrancados, para no permitir su nacimiento.

Defteros fue el primero que inicio el ritual, abriendo las gargantas de los ancianos, seguido de él, que ataco a una vampiresa de cabellera negra, a otro hombre pelirrojo que olía a perfume, tantos vampiros, alimentándose de tantas vidas, para que al final, dos de ellos los asesinaran, bañando ese cuarto oval con su sangre, dejando sus cadáveres en el suelo, esperando que la madre de los monstruos hiciera su presencia.

Y lo hizo, montando su burro, cuyos cascos se escucharon en el silencio sepulcral de aquel castillo, los pocos humanos que servían a los vampiros, los vampiros inferiores, cada criatura que le habitaba trato de proteger su vida, escondiéndose de las miradas de los demás, ajenos al dolor, a los gritos y a las suplicas de los inmortales, como ellos lo estuvieron en el pasado al devorar a sus víctimas.

Aspros fue el primero en verla, una mujer especialmente delgada, como si sufriera una hambruna, montando un burro, amamantando a un cerdo y a un perro, serpientes en sus garras, sus dientes sobresalientes, midiendo fácilmente la mitad de lo que podía ser un rostro felino, como de un león especialmente famélico, una criatura repugnante en todo el sentido de la palabra, tanto como su antiguo amo, un demonio que avanzo montando a su criatura de pesadilla, aspirando la sangre de los recién nacidos, que corrompida con aquella de los inmortales, le daba un sentido especialmente perverso a su alimento.

—¿Ustedes me han llamado?

Su voz podría sonar hasta dulce, si no fuera pronunciada por ella, en un charco de sangre, rodeada de símbolos blasfemos, en una completa oscuridad, en la que los gemelos veían, únicamente por ser lo que eran.

—¿Qué es lo que quieren?

La respuesta era sencilla, poder, aquel necesario para apoderarse de sus príncipes del inframundo, hacerlos sus esclavos y permanecer con ellos toda su eternidad, la clase de fuerza, que únicamente una deidad, enemiga de sus enemigos, podía otorgarles, porque a pesar de todo, los vampiros eran bestias que le servían al demonio Hades, no a la madre de los monstruos.

—Poder para someter a los príncipes del Inframundo a nuestro dominio, eso es lo que deseamos.

Ella, porque esa cosa repugnante era una mujer, se detuvo enfrente de ellos, a la mitad del cuarto oval, absorbiendo toda la sangre, dejándolo seco, igual a como lo haría un vampiro con una víctima humana, conociendo bien quienes eran ellos, a los que deseaban, y quien era su padre, su primer esposo, al que traiciono para obtener el verdadero poder.

—La clase de poder que solo un ente como tú puede conceder.

La madre de los monstruos, una entidad tan antigua como el propio Hades, que era conocido por varios nombres diferentes, que despreciaba a su progenie tanto como para desearla sometida a sus propios hijos, sonrió, con una boca llena de dientes que no eran humanos, ni tampoco de animales, una cosa demencial, que no podría llamarse sonrisa, pero aun así, adornaba desfigurando la mitad de su rostro con ella.

—Sera suyo el poder que mencionan, pero a cambio, uno de los tres hermanos ha de morir, y su propia descendencia, aquella criatura que considera su esposa, me pertenecerá, para hacerla sufrir, como mi esposo me daño a mí.

Ellos asintieron, suponiendo que ese que debía morir era el tercer hermano, el que decían había muerto, pero tal vez, estaba en el Inframundo, gobernando en compañía de su padre y su esposa, un demonio como el, seguramente para ese momento ya estaba embarazada.

—Si podemos hacernos con la vida de los príncipes que deseamos, te daremos lo que pides.

La madre de los monstruos asintió y removiendo a las desagradables criaturas que amamantaba, les indico que bebieran de sus senos, Defteros por un momento dudo en hacerlo, Aspros con tal de poseer a su conejito haría lo que le ordenaban, dando apenas un sorbo, de algo que sabía a bilis, una cosa desagradable que casi escupe al suelo, apartándose con rapidez, llevando sus manos a su garganta, seguido de su hermano, que obedeciendo a su gemelo, hizo lo que nunca hubiera pensado.

Las criaturas regresaron a sus senos y ella se marchó en silencio, dejándolos retorcerse entre las cenizas y la sangre, sintiendo el peor de los dolores, uno que casi los enloquece por completo, pero al final, recuperándose de la locura del abismo del dolor, abrieron los ojos, para sentirse rejuvenecidos, su cuerpo cambiando apenas lo suficiente, habían dejado de ser bestias, para convertirse en monstruos, lo sabían, porque sus ojos cambiaron de color, volviéndose negros sólido, de tocar la luz del sol, está ya no los quemaría, ni aquello que antes los dañaba, eran tan rápidos como los príncipes, tan fuertes, cualquier clase de daño seria reparado en cuestión de segundos, eran prácticamente dioses.

Estaban listos para enfrentarse con sus enemigos y tomar el trozo de cuerno de su conejito, para que Minos fuera con ellos, se entregara a su hermano, para que no lastimaran al menor, o si no los escuchaba, mandar al menor, para que capturara a su hermano mayor, arrastrándolo a su jaula, en donde Defteros lo mantendría a su lado por siempre, evitando que Hades tuviera el poder para abrir las puertas de su prisión, asesinando al menor de ellos, pero antes, a su heredero, para que su madre pudiera vengarse por todas sus ofensas, por las mujeres puras y jóvenes que poseía, para ser ella la única que pudiera decirse a sí misma señora del Averno.

—Estamos listos, es hora de ir por él, mi conejito será el primero en caer, después lo hará Minos.


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