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Los demonios de la noche. por Seiken

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-¡Radamanthys! 
 
Volvió a gritar Minos al ver que Aspros acorralaba a su hermano, los embistes de Defteros aún firmes entre sus piernas, a punto de derramar su semilla en su cuerpo.
 
-¡Déjalo ir! 
 
Radamanthys le vio angustiado, comprendiendo que le estaban haciendo daño, pero que Aspros deseaba poseerlo frente a Minos, como Defteros hacía con su hermano mayor. 
 
-Frente a Minos no... 
 
Le pidió, pero no pudo alejarse, solo mantenerse allí, sintiendo como Aspros le arrebataba un beso violento, mordiendo su labio hasta que sangro, gimiendo, acariciandolo con reverencia. 
 
-Mi conejito cornudo, no podré llegar a mis habitaciones, así que... te haré mío, aqui y ahora. 
 
Minos se sentía como una marioneta cuyos hilos habían sido cortados, al fin, Defteros había terminado con él, su semilla escurriendo entre sus piernas, pero no podía dejar de mirar, como Aspros desvestia a su hermano menor.
 
-¡No! 
 
Grito, tratando de moverse para alejar a Aspros del cuerpo del menor aunque fuera con sus manos desnudas, sintiendo como Defteros lo sostenía de la cintura, riéndose de sus esfuerzos por llegar con el menor.
 
-Tu único trabajo era mantenerlo a salvó y ni eso puedes hacer bien, hermano mayor, en cambio, Aspros dió su vida, su cordura, su amor, por protegerme a mi. 
 
Defteros era cruel, sabía cómo lastimar a su avecilla, esperando que se rindiera, no que siguiera luchando, intentando forcejear con el, empujando su rostro con ambas manos, rasguñandolo, como si quisiera sacarle los ojos.
 
-No es verdad, yo soy un buen hermano... 
 
Defteros simplemente sonrió, sosteniendo sus manos con fuerza, tanta que sus dedos se marcarian en su piel, permitiendo que admirara la violacion del menor de ellos, que aterrado, atado por los trozos de cuerno en la propiedad de otros seres, no podía hacer más que desesperarse, suplicar piedad.
 
-¿Buen hermano? 
 
Le pregunto besando su mejilla, observando como su hermano mayor se dejaba llevar por sus deseos, ese conejito lo volvía loco, recordando como su propio sol, su perfecto Aspros sufrió eso mismo en las manos de su asqueroso amo, frente a sus ojos.
 
-No me hagas reír...
 
El sonido del miedo de su hermano, sus quejidos involuntarios, su temblor, helaron su sangre y sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas. 
 
-¿Eso hace un buen hermano? 
 
Eso era su culpa, por supuesto, se dijo, sintiendo los dedos de su amo encajarse en su barbilla, recordando su estupidez, el miedo del menor, como había luchado desde el primer instante por salvarlo, pero el no movió un solo dedo, ni siquiera cuando Defteros lo golpeaba. 
 
-El único buen hermano aquí, es Aspros, el es un angel, él se sacrifico para protegerme. 
 
Defteros lo recordaba bien, como Aspros se le lanzó encima al senador, golpeándolo, para alejarlo de su cuerpo y después, le suplico tomar su lugar, ser suyo, nunca quejarse, hacer todo lo que le indicaba, a cambio de su seguridad. 
 
-El dió su vida, su alma, su cuerpo, más allá de su cordura, asesino a quien pensaba iba a matarme, y se negó a levantar una sola mano en mi contra, todo para que su hermano menor estuviera a salvo... él... él si es un buen hermano. 
 
Minos negó eso, no quería escuchar más, deteniendo su pelea un poco, escuchando los gemidos, viendo los temblores de su hermano, que trataba de no pelear con su amo, porque le había prometido que así, el no sería lastimado.
 
-Tu nunca has hecho nada por él, le diste la espalda, lo exiliaste de su mansión, matarías a quien pensaba amar, te burlaste de el, me liberaste para que yo pudiera soltar a mi buen hermano, le escribiste esa carta en un momento de debilidad y no has sido más que una carga todo este tiempo, gracias a ti, pude traerlo para Aspros, mi buen y dulce Aspros.
 
Susurraba en su oido, al mismo tiempo que Radamanthys trataba de retorcerse, sin pelear por soltarse, para que Aspros se detuviera, lo llevará a otra parte si quería, pero que no lo violara frente a su hermano. 
 
-No... por favor... no frente a Minos...
 
Radamanthys se dió cuenta que Minos les veía con su rostro cubierto de lágrimas, podía ver su dolor y su temor, la desesperación en cada uno de sus gestos, quebrandose frente a la mirada del mayor.
 
-No... Minos... Minos... Minos no veas... no me veas... 
 
Aspros negó eso, besando su pecho, lamiendo su yugular, quitando toda la ropa que tenía puesta, pensando en lo que le haría vestir de ahora en adelante, para presumir a su esclavo, sus cuernos, sus escamas, sus músculos, era precioso y era suyo.
 
-Nuestro amo lo violó durante todo el primer día, pensé que no sobreviviria, pero para mantenerme a salvó, el lucho con la misma muerte, para regresar a su lecho después, cada noche, hasta que logramos escapar, mi hermano obedecía sin quejarse, era dócil, como tú hermano lo está siendo ahora mismo... para protegerme a mi, y él, para protegerte a ti, mal hermano. 
 
Minos no podía dejar de ver cómo Aspros acariciaba el cuerpo del menor y este mojado de lágrimas, lloraba en silencio, intentando pedir por el, tratando de protegerlo. 
 
-No te fijes en tonterías conejito, solo debes mirarme a mí. 
 
Radamanthys trato de negarse, pero las joyas en el collar y el anillo de Aspros, le hicieron obedecer. 
 
-¡Déjalo en paz! ¡Déjalo ir! 
 
Le gritó Minos, tratando de ir con su hermano, que al escuchar su grito, comenzó a luchar con el, tratando de liberarse, pero no podía.
 
-No eres más que una carga, no eres más que una molestia, no eres nada, Minos, pero igual me gustas, aunque no seas un buen hermano, tu belleza es sublime, pero soy capaz de matarte, para que Aspros tenga lo que deseas, su conejito cornudo.
 
Lo amenazaba, porque está vez si sería un buen hermano y Aspros sería feliz, aunque tuviera que destruir la mente de su conejito, para poder moldearlo de nuevo, seguro que su avecilla no le ocasionaría más problemas. 
 
-¡Minos! 
 
Radamanthys volteo a verle, sintiendo las manos de Aspros en sus caderas, besando su vientre. 
 
-¡No veas! ¡Por favor, no veas! 
 
Radamanthys empujaba el rostro de Aspros, que enfureció al sentirse rechazado, volteando su cuerpo, para elevar sus caderas, el casi vestido completamente, su esclavo desnudo. 
 
-¡Puedo poseerte donde yo quiera, aún en medio de un banquete y tú no puedes quejarte, conejito, solo comportarte como una buena mascota, un buen compañero, porque yo soy tu amo! 
 
Radamanthys de esa forma veía el rostro de su hermano, que le veía con horror, comprendiendo que de nuevo, por culpa suya, su hermano sufría una pena inimaginable. 
 
-¡Yo soy tu dueño! 
 
Le aseguro, penetrandolo de un solo movimiento, logrando que un quejido de dolor escapara de sus labios, haciéndole desviar la mirada, cuando sus lágrimas de desesperación recorrieron sus mejillas.
 
-¡Tu eres mío!
 
Le aseguro, embistiendo su cuerpo, sin prestarle atención a Minos, que veía esa escena con asco, con desesperación, sintiendo un odio aterrador por ese vampiro, un odio mucho mayor, que el que sentía por Defteros, porque a este no le temía, solo le odiaba.
 
-Minos... por favor... ya no mires... esto... deja que pase... cierra los ojos... no me veas... por favor... no me veas. 
 
Radamanthys únicamente gemía, llorando, sus ojos fuertemente cerrados, sus garras haciendo un surco en el suelo, haciendo que Minos sintiera que su cuerpo ya no le respondía, sus lágrimas apenas le dejaban ver, comprendiendo que todo eso era su culpa, era por su culpa que su hermano sufría en esos momentos, que lo habían quebrado.
 
-Haz lo que tú hermano te pide, así será más fácil. 
 
Aspros mordió su cuello, escuchando otro hermoso quejido de su conejito, que ya no se atrevía a decir nada más, ni siquiera a mirarle. 
 
-¡Déjalo ir! 
 
Grito, sintiendo como su cuerpo se cubría de energía, de llamas, que dañaron a Defteros, sanando todas sus heridas, sus uñas cambiaron de forma, ahora eran doradas, afiladas, como las de un águila, las uñas de sus pies también, y de su espalda, apenas unos muñones, cubiertos de plumas nacieron, gritando su furia, atacando a Aspros sin pensarlo siquiera, arrebatándole del cuerpo de su hermano, que le miraba asombrado.
 
-¡Te dije, que lo dejaras en paz! 
 
Le recordó, golpeándolo, rasgando su pecho, a punto de cortarle el ofensivo miembro colgando entre sus piernas, gritando su furia, hasta que Defteros le atacó por la espalda, con el fuego que manaba de su cuerpo, calcinando su espalda, logrando derribarlo, sosteniéndolo de su cabello, para golpear su rostro contra el suelo, dos veces, dejándolo inconsciente, únicamente porque todavía no podía controlar su fuerza. 
 
-¿Estás bien hermano? 
 
Aspros asintió, llevando sus manos a su pecho, el que sangraba profusamente, haciéndole perder la coloración de su piel de momento, sus ojos hundiéndose, sus colmillos afilados sobresaliendo casi de su boca, dándole una apariencia espectral.
 
-Si, gracias a ti. 
 
Radamanthys trato de atacar a Defteros por la espalda, encajando su mano con garras en su torso, pero fue detenido por su amo, con lo que parecían pequeños planetas impactandose contra su cuerpo, que le lanzó lejos, debilitando a su conejito lo suficiente para morder su cuello, bebiendo su sangre, sangre que sano su cuerpo inmediatamente. 
 
-Ese bastardo me habría asesinado en mi debilidad, de no ser por ti, debes mantenerlo controlado hasta que no puedas tomar uno de sus hermosos cuernos. 
 
No tenía que decirle que hacer, pero tenía razón, debía mantener a su avecilla controlada, a la que cargo entre sus brazos, para llevárselo a sus habitaciones. 
 
-Es un demonio, es poderoso, y pronto será mío, como ese conejito ya es tuyo. 
 
Aspros acomodo sus ropas y se llevó a su conejito, que sangraba, cuyo poder estaba controlado por su voluntad, pero aún así pudo en su debilidad, atacar a su hermano, pero no a él. 
 
-Vamos conejito, tenemos una larga noche para reconciliarnos... 
 
*****
 
Shura esperaba que Kanon hubiera cumplido su palabra, que protegiera a Radamanthys, ya que decía amarlo, aguardando fuera de la tienda donde dormían, como si su querido amigo aún estuviera presente en esta. 
 
-Radamanthys... 
 
Susurro, pero no era el nombre de su amigo el que pronunciaba, sino, el de su alumno, aquel niño que crío desde que su padre le suplicará protegerlo, el tributo de Aspros, el primer conejito. 
 
-Espero algún día puedas perdonarme... 
 
Shura había recordado su pasado desde que fue atacado por los vampiros muertos en ese puente, sabía que Radamanthys era idéntico a su alumno, a quien amo más allá de lo permitido, quien le entrego su cuerpo una sola noche. 
 
Lloraba cada vez que pensaba en el, en como le falló, en como permitió que Aspros lo secuestrara en el campo de batalla, lo mucho que le amaba. 
 
Y cuando vio que Kanon también le quería, que su amigo, con la apariencia de su amor perdido, le correspondía, le odio en ese instante. 
 
—¿Donde esta ese demonio? 
 
Allí estaba el, Sisyphus, aparentando ser alguien más, el maestro vampiro con su expresión distante, aparentando ser su amigo, cuando lo que en verdad deseaba era destruir a su corazón. 
 
—Esta durmiendo, yo cuido su sueño, lo dejaron muy mal herido. 
 
Sisyphus simplemente sonrió, acercándose a la entrada de la tienda, observando como Shura preparaba su espada para pelear con él. 
 
—¿Pelearas conmigo para protegerlo? 
 
Shura asintió, pelearían con quien fuera para protegerlo, le dejaría escapar con su rival de amores para protegerlo, pactaria con el mismo Hades para protegerlo, y sabía que su primer amor, lo comprendía.
 
—Hare lo que sea necesario para eso, y lo sabes. 
 
Sisyphus lo comprendía, así que también desenvaino su espada, dejando de utilizar el hechizo que modificaba su apariencia, su ilusión de vampiro, que le hacía más humano. 
 
—Debemos llevarle ese príncipe a esos dos vampiros, solo así, la Jauría estará a salvó. 
 
Shura negó eso, no permitiría que lastimaran a su amado, que Aspros volviera a tocar uno solo de sus cabellos o sus hermosos cuernos, era su niño, después de todo. 
 
—No te dejaré pasar. 
 
*****
 
Milo estaba recostado en una cama mullida, había sido bañado con aguas de colonia, perfumes de rosas, sus uñas limadas con sumo cuidado para quitarles el filo, su piel maquillada con talcos, perfumes, pequeños gustos que hacían al escorpión aun más hermoso para los ojos de Camus. 
 
Su cuerpo estaba cubierto por una camisa blanca, que le quedaba un poco suelta, los cordones colgaban a sus costados, descubriendo su pecho firme, con músculos bien definidos.
 
Su cabello rubio, hondulado, estaba libre, suelto sobre las almohadas, resplandeciendo bajo la luz de las velas blancas, como la camisa de Milo, y como sus sábanas.
 
Sus piernas níevas le llamaban, debía tocarlo, pero no lo haría, hasta que no despertara, no era un animal y su angel debía comprender a quien le pertenecía. 
 
Camus de tan solo ver su piel sentía que su saliva inundaba su boca, mucho más aún con su exquisito aroma, que enloquecía sus sentidos, que le pedían morderlo. 
 
—Eres precioso... 
 
Susurro recorriendo una de sus piernas con las puntas de sus dedos, perturbado el sueño de su angel, que intento levantarse, pero gruesas cadenas lo encadenaban a la cama por las muñecas. 
 
—¡Hypnos! 
 
Ese grito estaba como atrapado en el tiempo, el que murió en los labios de Milo, al verle sentado en una silla de madera, que se veía mucho más como un trono. 
 
—Por fin has despertado mi escorpión dorado... 
 
Era Camus, estaban en su castillo. 
 
—Te extrañe. 
 

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