Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Los demonios de la noche. por Seiken

[Reviews - 92]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Radamanthys después de reconciliarse con su amo, aunque él se llamó todo el tiempo su compañero y le prometió que siempre le amaría, por fin pudo alejarse un poco de su presencia. 

Comenzó a vagar por los jardines, Aspros le había dicho que podía, después de darse un baño juntos, encontrando un pasillo con muchas plantas, con hojas verdes, un lugar hermoso, sino fuera un prisionero.

-¿Tratando de esconderte de mi dulce hermano?

Radamanthys dio un brinco, negando eso con un movimiento de su cabeza, sin saber que decir o que responder, comprendiendo bien que Defteros le detestaba, le odiaba, aunque no entendía la razón de eso. 

-Respóndeme.

Los ojos de Radamanthys brillaron por unos momentos, antes de negar eso con un movimiento de la cabeza, obedeciendo a Defteros, sin siquiera darse cuenta, únicamente porque sus cuernos estaban en su posesión.

-Me dijo que podía caminar alrededor de sus habitaciones, solo que no me alejara y me dijo también, que me dejarían ver a Minos.

Respondió con la verdad, haciendo que Defteros se riera entre dientes, de llegar el momento, podría destruir al conejito sin problemas, pedirle que él se matará.

-Te dejaré verlo, porque si no, Minos no dejará de parlotear y quejarse, pidiendo poder verte.

Defteros dio un paso más hacia él, sujetándolo de la barbilla, no quería que nadie los interrumpiera, ni que su hermano lo escuchará.

-Tu único deber es mantener feliz a mi hermano, abrir las piernas o la boca, vestirte para encantarlo, como un buen catamita, porque si Aspros vuelve a sufrir, mataré a tu hermano, frente a tus ojos, conejito y le haré sufrir, como ha sufrido mi dulce hermano, toda su vida.

Radamanthys asintió, retrocediendo unos cuantos pasos, pensando en responder a la amenaza de Defteros, pero no supo que decir, no tenía el poder para enfrentarse a él, mucho menos para salvar a Minos, lo único que podía hacer era evitar que lo lastimaran apropósito, que lo torturaran.

-Me mataré... si Minos es lastimado, yo me mataré...

Trato de amenazarlo, pensando en una forma de vulnerar a su amo, al vampiro que le llamaba con dulzura conejito al mismo tiempo que le arrebataba su alma, por ende dañar a Defteros, logrando únicamente que el vampiro de piel morena negará eso con un movimiento de la cabeza, porque de morir el, su hermano pagaría su insolencia.

— ¿Crees que puedes pelear conmigo?

El primer conejito también quiso pelear con él, enfrentársele, pensando que podría ganarle, y ahora este nuevo conejo, creía que podía amenazarlo.

— ¿Con nosotros?

Su hermano negociaría por su lealtad y pagaría por su amor, el no, el comprendía algo que Aspros no, ellos debían sentirse halagados, ellos eran poderosos, eran atractivos, su hermano era perfecto, en cambio el heredero Walden distaba mucho de ser hermoso, de ser agradable a la vista, de ser perfecto.

— ¿Piensas qué nos tratamos de unos simples mercaderes para negociar con nosotros?

Radamanthys sabía que no podía pelear, así que retrocedió, sintiendo miedo, por Minos, por él, pensando que la muerte era un destino aceptable, mucho más noble, a comparación de lo que ocurriría con ellos, de ahora en adelante.

—No pequeño diablo, no estamos dispuestos a negociar con ustedes, nosotros somos sus dueños, harán lo que nosotros les digamos, nada más, nada menos.

Le explicaba con una actitud que decía que pronto lo atacaría, o que lo mataría de tener la oportunidad, y Radamanthys sabía que de momento no tenía la fuerza suficiente para enfrentarse a él, no sin arrastrar a Minos con él.

—Se un buen hermano, porque yo puedo matar a Minos, bañarme con sus entrañas, torturarlo hasta la locura, únicamente para enseñarte a obedecer...

Defteros esperaba que sus palabras se le grabarán al conejito, porque no estaba dispuesto a repetirlas.

—Y lo único que tendría que hacer sería esperar a que naciera de nuevo, está vez, lo educaría para servirme, no pierdo nada, pero tú...

Radamanthys siempre había pensado que Defteros era el peor de los dos, que había algo siniestro en su comportamiento, en la forma en que se ocultó en la oscuridad para que su hermano les engañara, ahora se daba cuenta que siempre tuvo la razón.

—Tú perderás a tu hermano y sabrás que todo esto es culpa tuya.

Un sonido advirtió a Defteros de la llegada de su hermano, quien buscaba a su conejito, después de abrir los ojos, puesto que los vampiros, todos ellos, aun una especie nueva, dormían cada tanto tiempo, para recuperar su fuerza, algunas horas, unos minutos, todo dependía del daño recibido, y Aspros había reposado al menos una hora antes de que Radamanthys se atreviera a alejarse.

— ¿Conejito?

Radamanthys volteo, escuchando como Defteros se marchaba, dejándolo a solas con su hermano, que deteniéndose a su lado, acarició su mejilla con delicadeza, con demasiada ternura para haber pasado las últimas horas abusando de él.

— ¿Puedo ver a mi hermano?

Apenas fue un susurro, que Aspros difícilmente escucho, pero de todas formas asintió, decían que pronto despertaría, que Minos abriría los ojos y deseaba engalanar a su conejito, comprarlo como lo decía Defteros, no quería tener que forzarlo cada noche si podía evitarlo.

—Por supuesto, debes estar ansioso por verlo, pero recuerda tu promesa...

Lo hacía, Defteros no le dejaría olvidarla, y se lo habría dicho a su amo, pero se daba cuenta que eso lo haría infeliz, le causaría dolor, así que su hermano se encargaría de castigar al suyo.

—Descuida... no intentaré escapar, de todas formas... quien me daría cobijo o me vería como algo más que un monstruo, nadie, sólo a ti te parezco hermoso.

Mentía, por supuesto, Kanon lo encontraba divino, como si fuera la misma diosa de la belleza, una idea absurda, aunque le hizo sentir bien por unos momentos.

—Por qué lo eres conejito, eres la criatura más hermosa que he visto, tus cuernos, tus alas, eso no hace más que engrandecer tu belleza.

Radamanthys intento sonreírle, pero no pudo hacerlo, simplemente bajo la mirada, como Aspros hacia cuando su amo lo halagaba.

—Algún día me amarás, algún día verás que mi amor por ti no es una condena, pero hasta ese momento, no quiero que te alejes de mi lado, no me gustó despertar y no verte conmigo.

Aspros se dio cuenta de eso, pero no le importo de momento, besando las mejillas de su conejito, acariciando sus cuernos, encontrándolo bellísimo, sus ojos, cada parte de su cuerpo, preguntándose si tal vez así le veía el senador que los mantuvo prisioneros, ese bastardo que intento matarlo antes de permitirle huir, comprendiendo su desesperación, agradeciendo que en ese momento quienes tuvieran el poder fueran ellos.

—Visitaras a tu hermano y después, haremos que comiencen a confeccionarte un guardarropa completo, no debes ocultar tu sangre demoníaca.

Radamanthys asintió con un solo movimiento de su cabeza, por el momento, lo único que deseaba era ver a Minos, nada más, ya no deseaba escapar, tampoco alejarse, ni pensar en su antigua vida, solo necesitaba ver a su hermano.

—Haré lo que me digas, pero sólo déjame ver a Minos...

*****

Milo había visto ese intercambio en silencio, encontrando deprimente la actitud de ese demonio en ese jardín, como dejaba que le amenazaran, sin responder a sus ataques u órdenes, como un conejito asustado.

Ya no se sorprendía al ver a un ente con cuernos, con alas y cola, un diablo de apariencia inhumana, tal vez monstruosa de ser mucho más agresivo, o más valiente de lo que se veía.

—Qué triste.

Los hombres poderosos, los vampiros en especial, tenían mascotas llamativas, Camus un ángel, que era él, que se curaba demasiado rápido de cualquier herida, tal vez, por su sangre celestial.

—Un ángel y un demonio... ¿Qué más falta, una sirena?

Se quejó, riéndose, caminando al interior del jardín, sentándose en una pequeña banca, encontrando ese lugar hermoso.

—Un hermano... dijeron que tenía un hermano, otro demonio, de nombre Minos... el esclavo de ese tipo raro...

Milo comenzó a recordar lo dicho por el joven rubio, esos dos debían ser los nuevos amos, a quienes Camus debía honrar, se había vuelto un esclavo y eso le divertía demasiado.

—Dos demonios y un ángel, vaya gustos raros.

Se quejó, buscando algo en una bolsa de su ropa, un objeto que se había robado, un poco de hierba medicinal, con una pipa pequeña, que le daba un sabor extraño a su sangre, había aprendido que no le gustaba a Camus y eso le daba unas horas de tranquilidad.

Su cuerpo aún tenía esos raros perfumes que Camus hizo que se pusiera, se suponía que eran afrodisiacos, que actuaban con el contacto del veneno en la pintura de las uñas de su amo, con el veneno de sus colmillos, tratando de hacerle vulnerable a sus caricias, a su deseo, pero no estaba funcionando como lo esperaba.

Apenas sintió una ligera molestia en su cuerpo, un ardor que pudo controlar, porque no se parecía en nada a lo que sintió cuando Hypnos le hizo el amor por primera vez.

—Hypnos...

Susurro, sintiendo que su corazón se estrujaba, de tan solo pensar que la mentira pronunciada por Camus era cierta, que había asesinado a su lobo.

—No es verdad... eso no es verdad...

Se repitió varias veces, tratando de ignorar sus recuerdos, como la espada de Camus atravesaba el cuerpo de su amado lobo dorado.

—No está muerto...

Repitió, pero por un momento no lo creía, por un momento pensó que Camus había dicho la verdad, y la infinita tristeza que estrujo su corazón, hizo que enfureciera, que su sangre se incendiará, levantándose de un solo movimiento, para gritar el nombre de su odiado enemigo.

— ¡Camus!

Sin darse cuenta que una de sus uñas crecía como si fuera una aguja, una de color rojo, cortando sin darse cuenta, un pilar, que cayó en pedazos, cuando el comenzó a caminar.

— ¿Qué demonios?

Milo volvió a repetir ese movimiento con su mano derecha, una y otra vez, sintiendo que alguna clase de energía se apoderaba de su cuerpo, cortando más partes de aquella columna, haciéndole sonreír.

— ¡Hasta que ser un maldito ángel me sirve de algo!

Grito eufórico, respirando hondo, tratando de tranquilizarse, de no correr hacia Camus, para cortarlo en pedazos, aún no estaba listo, esos demonios eran interesantes, seguramente esas garras y esos cuernos servirían para algo más que un adorno.

—Estás jodido Camus... te lo prometo.

*****

Minos no se tardó demasiado en despertar, y lo hizo, sintiendo unas manos sobre la suyas aferrarse a él, un sentimiento cálido, que logro hacerle recordar su vida unos años atrás.

—Por fin despiertas...

Le dijo esa voz angustiada por él, una voz que por unos momentos le hizo recordar a su propia madre, cuando despertó, el día que Aiacos murió, cuando no pudo salvarlo, aunque casi se ahoga también al intentarlo.

—Pensé que no lo harías, o que ya me habría marchado para entonces.

Minos le observo fijamente, tratando de enfocar a su hermano, que estaba sentado a su lado, sosteniendo sus manos.

—No hables muy alto, ellos están escuchándonos...

Le advirtió, Minos estaba recostado en unos cojines mullidos que trataban de no lastimar sus alas, que seguían creciendo, ya no eran unos muñones, pero no sobrepasaban los cincuenta centímetros.

— ¿Ellos?

Radamanthys asintió con una sonrisa muy triste, esperando a que comprendiera que estaba pasando, que lo recordara.

—Los gemelos, Aspros y Defteros... nuestros amos.

Minos asintió, cerrando los ojos, escuchando las palabras de su hermano, que le miraba fijamente, con una expresión dolida, angustiado, tanto que no se atrevía a levantar su voz.

— ¿Porque regresaste?

Le pregunto, casi reclamándole haberlo hecho, mirándole fijamente, esperando una respuesta que tuviera sentido, porque no entendía la razón que le llevo a regresar, porque no pudo mantenerse alejado, usar a su nuevo novio para eso, a ese pintor, o a su viejo amigo.

—Porque no iba a dejarte solo, porque Defteros es un hombre peligroso y al menos, así puedo comprar tu seguridad, si soy bueno con Aspros, el será bueno contigo.

Le repitió, como en un mantra, tratando de convencerlo de aquella mentira, ellos eran Walden, ellos no debían rebajarse de aquella forma y aun así su hermano aceptaba ser un esclavo.

—Sería mucho mejor que estuviera muerto, que mantenerme vivo para ser un esclavo, ser la mascota de un salvaje.

No era un salvaje, solo alguien muy inteligente que se comportaba como uno, que actuaba de esa forma para que no pudieran enfrentarse a él en igualdad de condiciones, para que no lo vieran llegar hasta que era demasiado tarde, aunque Minos parecía negarse a aceptarlo.

—Quiere que su hermano sea feliz, piensa que yo lo hago feliz, pero, aun así...

Radamanthys dejo ir la mano de Minos, que miraba a los dos gemelos, ellos estaban escuchando cada parte de su conversación, en especial Defteros.

—Me ha dicho que te matará si me alejo, si llego a irme, tú lo pagarás con tu sangre y yo no lo soportaría...

Minos estuvo a punto de silenciar sus explicaciones, no las necesitaba, pero no se lo permitió, mirando sus manos.

—Soy un demonio, se supone que debo ser poderoso, que yo podría protegerte, pero no puedo, no soy más que un inútil, no puedo hacer nada, no pude salvarte, aunque lo intente, realmente lo intente.

Minos guardo silencio, porque, quien no lo había intentado era él, quien había actuado como un idiota era él, permitiendo que Radamanthys se preocupara por ambos.

—Me quedaré aquí para siempre si con eso logras estar a salvo, no me importa nada más que eso.

Minos apenas comprendía lo que su hermano le decía, sus palabras, su desesperación, cuando él había hecho todo lo posible por salvarlo, por protegerlo, después de haberlo desterrado de su mansión.

—No sé... no sé porque haya comenzado está pesadilla... pero seguramente fue mi culpa, yo traje la desdicha a la familia, habría sido mejor que nuestro padre me hubiera disparado en el corazón o en la cabeza, al ser su conejito, al parecerme a él, al no matarlo esa noche y sólo por eso, por no actuar como un soldado, como un guerrero lo haría, tú estás en peligro...

Minos negó eso, pero no se atrevió a decirle que era al revés, que todo era culpa suya.

— ¿De qué estás hablando?

Le pregunto, fingiendo no recordar que fue el quién liberó a Defteros, quien poco después le abrió las puertas a su hermano, todo porque buscaba una reliquia del que decían era su padre, un bastón, una llave, que había olvidado en su miedo por ser descubierto como aquel que les trajo la desdicha.

—En el campo de batalla, una cosa me atacó, eso era Aspros, pero no pude matarlo, tampoco intente hacerlo... te juro que no lo sabía, que no comprendía lo que era...

Defteros observaba esa conversación con interés, preguntándose si Minos se atrevería a decirle a su hermano que fue todo culpa suya, o le dejaría cargar con toda la pena a su hermano menor.

—No importa... yo te perdono, y te prometo que saldremos de aquí muy pronto, hermanito...

Llevaba tantos años de no llamarle así, que al escuchar ese sobrenombre, Radamanthys volvió a llorar, la pena y la culpa carcomiendo su alma, al no poder salvar a su hermano, al ser quien les llevo la desdicha, al creer que ya no había esperanza.

— ¡Yo no! ¡Yo no puedo irme! ¡Nací para ser su esclavo, ahora lo sé, lo comprendo bien! ¡Le pertenezco a Aspros! ¡Así ha sido siempre!

Aspros había dejado de prestarles atención, recordando su pasado, como a veces ocurría, Defteros se daba cuenta, pero no podía castigar a ninguno de los dos por eso, menos al conejito que parecía ya aceptaba su destino.

—Pero tú... tú podrás marcharte... te lo prometo, te prometo encontrar la forma de que te vayas y seas libre.

Le juro, sintiendo las manos de Minos en su cabeza, quien no lloraba, porque no se permitiría llorar de nuevo, porque se quebraría si lo hacía, debía ser fuerte, como Radamanthys lo había sido hasta ese momento, era su turno de ser responsable de sus actos, de ser fuerte, de salvar a su hermano menor.

—No, Radamanthys, saldremos de aquí los dos, o no lo hará ninguno.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).