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Los demonios de la noche. por Seiken

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El ejército de Youma avanzaba con un paso lento, haciendo que el piso retumbará con cada casco chocando contra la tierra que iba desmoronándose bajo el peso de aquellos guerreros, como tambores enloquecidos, aterrando los corazones de los licántropos que podían verles acercarse como una ola de muerte negra, como un castigo del cielo o del mismo infierno.

Verónica, segundo al mando de los dioses gemelos y líder del clan de la jauría, tomó una decisión, debían darle tiempo a sus hermanos para escapar, los niños y algunos de los adultos debían correr.

Mientras que él, un licántropo llamado Luco y los dioses del sueño, cinco guerreros poderosos como ninguno, se encargaban de darles algo de tiempo.

Aunque con la inmensidad de aquella pesadilla dantesca de no muertos, era muy difícil que pudieran lograrlo, apenas eran una docena, en cambio, sus enemigos eran cientos, tal vez miles de ellos.

—Debemos darles tiempo para huir, para que no sean ejecutados.

Muchos de sus hermanos escaparían, pero aunque los asesinaran a todos, los dioses gemelos debían prevalecer, si lo hacían, su raza no se extinguiría.

—Por favor, huyan.

Alcanzaron a ordenar antes de que el primer condenado pisara la primera roca de los territorios de la jauría, sus lanzas brillando en la oscuridad reflejando la luz de la luna, sus ojos rojos inyectados de sangre y sus expresiones relatando el mayor de los dolores, la peor de las condenas.

Los cascos de los caballos retumbaban en ese valle, rodeando a la jauría, cerrándoles el camino a los que huían, o trataban de hacerlo, pues, un ejército del mismo tamaño empezó a rodearles, esta vez dirigido por los dos gemelos, que observaban el avance de sus tropas con una sonrisa.

Defteros esperaba escuchar los alaridos de los lobos, ver esa tierra bañándose de sangre, pues, era una criatura cruel, que carecía de toda clase de piedad, su hermano, Aspros, montaba un corcel a su lado, sus ojos fijos en los licántropos que intentaban pelear, huir, pero veían sus intentos frustrados.

Los lobos iban cayendo sin poder defenderse, uno tras otro, las lanzas de plata los herían y avanzaban incansables por el siguiente, sin que nada pudieran hacer, decenas de alaridos eran escuchados al mismo tiempo, su sangre bañando el suelo, formando pequeños charcos, que eran ignorados por los guerreros muertos que fueran los caballeros de la orden.

Podría considerarse una escena de pesadilla, pero eran sus enemigos y los gemelos no se arrepentían de nada, Defteros carecía de piedad, Aspros únicamente pensaba en su conejito y esta masacre era un paso más, un nuevo barrote para tenerle a su lado.

Youma deseaba venganza sobre la corona del Inframundo, a quien sirvió como nadie jamás había hecho, pero, cuando su esposa dio a luz al asesino de dioses o demonios, fue traicionado, alejado de su hogar, para que pudieran asesinar a su esposa, matar a su hijo.

Hades no regresaría, uno de sus hijos sería ejecutado y los otros dos, convertidos en esclavos, conscientes de su destino truncado, inmortales, como sus amos, que observaban esa matanza en silencio, uno impávido, el otro con una sonrisa desalmada.

Verónica intento salvar a sus hermanos, pero no pudo, ya era demasiado tarde y cuando una lanza atravesó su pecho, se dio cuenta que no importaba cuanto se esforzaran, los antiguos guerreros de la orden eran como hormigas o un enjambre de abejas, sin importar cuantos mataran, muchos más tomarían su lugar.

Y dentro de poco, el último de los hijos de los dioses gemelos yacía sin vida en un charco de sangre, victimas del ejército de los guerreros de la orden corrompidos por el veneno de los gemelos, que se sentían victoriosos.

—Que venga el infierno con todas sus huestes, no son nada a comparación nuestra.

Proclamo Defteros, y en verdad no eran nada a comparación suya, pensó, sonriendo complacido, al ver su poder, como los licántropos que habían caído en los charcos de su propia sangre, poco a poco, igual que marionetas dirigidas por hilos invisibles se iban levantando, uniéndose a sus filas.

—El mundo será nuestro.

No importaba que fuera su víctima, humano, vampiro, aun demonios, cuando caían por la mano de uno de sus hijos, estos se levantaban poco después, sin vida, con una tarea simple e inquebrantable, obedecer a los gemelos.

—Porque tenemos el dominio sobre las bestias y sus criaturas.

Aspros finalizo por él, ordenándole a su montura continuar con su camino en dirección de la mansión Walden, debían ensanchar sus filas y había suficientes poblados para eso, tantos, que ni todos los demonios del Inframundo podrían detenerlos.

—Pronto sobre la realeza del Inframundo.

*****

Radamanthys lo sintió casi en ese instante, una ola pestilente de maldad, proveniente de la jauría y aunque Shura decía que los habían traicionado, él no estaba dispuesto a dejar pasar esa oportunidad, la de vengarse de sus enemigos inmortales, así como la ocasión de mandar un mensaje a sus captores.

No estaban indefensos y se vengarían.

*****

Minos abrió los ojos de nuevo al sentir la furia de Radamanthys, deseaba vengarse e intentaría lograrlo, usando su nueva fuerza, la que emanaba del Inframundo, pero también podía sentir como una ola de energía negra como la muerte, se movía en aquella dirección.

Su hermano menor estaba en peligro e intento ir por él, usando sus alas, para ser sujetado por Lune, con fuerza, quien no lo dejaría moverse hasta que no se recuperara o no despertara del todo.

—Si va solo pondrá en peligro la vida de su hermano.

Lune temía por la seguridad de su amado señor, sin contar que el propio Aiacos buscaría al segundo de los herederos y él no podría fallar, era el que sabía cómo usar su energía demoniaca, como usar los portales, pero sobre todo, podría enseñarle a sus hermanos como hacerlo.

—Aiacos lo traerá, no debes preocuparte por nada.

Pero Minos estaba seguro que no era cierto, que podía preocuparse, porque eso monstruos, esos gemelos seguían vivos, seguían buscando a su hermano y a él, pero mientras que él había encontrado la seguridad del Inframundo, Radamanthys no.

*****

Radamanthys se acercó al ejercito de muertos que viajaban bajo las ordenes de Youma, que era acompañado por Aspros y Defteros, en dos monturas descarnadas, que iban en el frente, al que ataco sin siquiera pensarlo, deseando probar su suerte, demostrarles que tan poderoso era y su sed por venganza, así como su despertar le hacían proclive a la violencia.

A sus espaldas viajaba Shura, que le siguió con demasiado esfuerzo, observando como Radamanthys les veía con sus ojos amarillos, que brillaban como su cabello, o algunas partes de su cuerpo, con una luz incandescente, como la que emiten algunos peces de las fosas abisales.

Sabía que no estaba pensando con claridad, porque eran cientos, tal vez miles, todos ellos muertos, todos ellos comportándose como soldados sin mente, hacia los cuales salto, cayendo con un sonido estridente, creando un cráter a su alrededor.

Rugiendo de pronto, como si fuera una bestia, más que un humano, ajeno a toda clase de pensamiento racional, esperando destruir a mil soldados pestilentes con un enjambre de moscas rodeándolo, sin darse cuenta que Aspros le observaba, reconociéndolo, pensando que había llegado por él, encontrándolo mucho más hermoso todavía.

Inmediatamente comenzó a cortarlos con sus garras, cercenando sus cuellos o sus vientres, partiéndolos a la mitad, usando su cosmos, la fuerza del infierno que recorría su cuerpo, incinerando a los no muertos que se cruzaban en su camino, los que repentinamente brillaban de color rojo, como las llamas de su hogar, para desvanecerse en una nube de cenizas.

Docenas caían en cuestión de segundos, los más fuertes en ocasiones eran desmembrados por las garras de Radamanthys, o rebanados en pequeños pedazos, en otras tantas encajaba su puño o sus cuernos en aquellos seres, sin saber exactamente qué estaba haciendo, odiando a esas criaturas, pues eran una anomalía que no debería existir en ese mundo y su deber, como un habitante del Inframundo, era mantener un orden en la creación.

Como los ángeles protegían a esos seres que sabían eran buenos, los demonios estaban creados para castigar a las almas corruptas, y eso era lo que Radamanthys estaba haciendo, sorprendiendo gratamente a su autonombrado amo, que le veía fascinado.

Shura podía admirar la fuerza de su amigo, quien había aceptado su afecto, no de la forma en que lo esperaba, no tan emocionado como hubiera recibido el amor de ese pintor que le había abandonado a su suerte, pero, de todas formas estaba a su lado.

Radamanthys, que era como una estampida de animales salvajes fuera de control, una criatura poderosa, ajena a ese mundo, tan hermoso como era fuerte, pero, de todas formas no podía enfrentarse a ese interminable ejército de condenados, que repentinamente dejaron de atacarlo, cuando su amo se los ordeno.

—Eres tan hermoso conejito…

Radamanthys sostenía la cabeza de una de aquellas criaturas, que pronto se desvaneció en el aire, como si solo fuera polvo, cenizas a las cenizas, polvo al polvo, una sombra que carecía de importancia.

—Aspros…

Su odio era casi tangible y el deseo de Aspros también lo era, Shura lo supo apenas pudo ver aquella mirada cargada de lujuria, que sonreía, a pesar de ver como cientos de sus soldados habían caído victimas del segundo príncipe del Inframundo.

—Vuelve a mí, acepta tu destino en mis brazos y perdonare al Inframundo, niégate a mi amor, sigue despreciándome… y no será más que un recuerdo.

Radamanthys negó eso, apretando sus puños, moviendo ligeramente sus alas, dispuesto a enfrentarse con quien se llamaba su amo, en contra de quien salto, usando sus garras para intentar herirlo, después sus alas, que lograron cortar su mejilla, relamiéndose los labios, su expresión una cargada de odio, de puro desprecio.

—Este día dejaran de existir, ni mi hermano, ni yo estamos indefensos y tu pronto pagaras lo que nos has hecho.

*****

Aiacos sentía la energía de su hermano muy cerca, siendo rodeada por la horda de no muertos, de monstruos creados por la madre de todos ellos, la que había elegido a dos gemelos como sus soldados.

Ese era Radamanthys, quien estaba arriesgándose sin pensarlo siquiera, al que podía ver enfrentándose contra uno de los gemelos, quien disfrutaba de aquella batalla, e intentaba morder a su hermano, probar su sangre bendecida por el dios de los abismos, para incrementar su poder, alejando a su horda de aberraciones de su hermano, sin saber la razón de esto.

*****

Radamanthys sostenía el cabello de Aspros en sus manos y estaba a punto de cortar su cabeza, cuando Defteros le ataco por la espalda, lanzándolo muy lejos, para levantar a su hermano, que miraba a su conejito como si estuviera emocionado, al ver que tan fuerte era en esos momentos, encontrándolo divino en aquella forma, una criatura superior, que pronto le serviría.

—Es hermoso.

Radamanthys estuvo a punto de responder a ese ataque a traición, rugiendo su furia, siendo rodeado por esas criaturas monstruosas, a las que sacudió de su cuerpo con demasiada facilidad, lanzándolo muy lejos, destruyendo a una docena en ese proceso.

—Mi conejito cornudo.

El príncipe del Inframundo estaba a punto de atacarlo de nuevo, sin embargo, alguien más lanzo un golpe en contra de la horda, usando las cenizas como un escudo, para sostener los brazos de Radamanthys, debía llevarlo a la seguridad del Inframundo.

—Debemos irnos hermano mayor.

Pronuncio Aiacos, usando los portales del Inframundo para atravesar la barrera que separaba los dos mundos, dejando atrás a Shura, que aún no era descubierto por los gemelos, tampoco por Youma, pero si no se movía, si no se apresuraba pronto se darían cuenta de su presencia en el campo de batalla.

—Es hermoso.

Aspros estaba tan enamorado de su conejito cornudo, de su demonio, que nada más le importaba, ni la destrucción de su ejército, ni que su amado intentara matarlo, ya encontraría la forma de hacerle obedecer, para ser el su dueño, el amo de semejante criatura, suponiendo que ese de plumaje negro era al que debían destruir y a su hijo, al que debían entregar a la madre de los monstruos.

—Y será mío.

*****

Afrodita espero paciente a que su ángel abriera los ojos, mirándole transformarse en algo superior, en una criatura inmortal, que al abrir los ojos, unos de color de las llamas, como siempre habían sido, se fijaron en los suyos del color del cielo, o del mar.

—Mi señor.

Afrodita negó eso, no era su señor, ya no más, ahora era su compañero eterno y su alumno, su pequeño, era su esposo, aquella criatura que le haría compañía por el resto de su vida, a quien recibió en sus brazos, cuando camino en su dirección, acariciando sus mejillas, para besarle con delicadeza.

—Mi amor, mi compañero.

Susurro, relamiendo sus labios que tenían el placentero aroma de su fuego demoniaco, quien volvió a besarle, acariciando su espalda, ansioso de ser uno con él, ahora que se trataba de un vampiro y como un vampiro, era una criatura, en extremo, lujuriosa.

—Por favor…

Apenas logro pronunciar, tirando del cuerpo de su amado señor, para que ambos cayeran en la cama de sábanas blancas, gimiendo al sentir las manos de su amado en su cuerpo, en su cintura, aun por encima de la ropa.

—Ten paciencia mi pequeño, solo ten paciencia…


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