Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Los demonios de la noche. por Seiken

[Reviews - 92]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Aspros no podía dejar de pensar en lo que ese demonio de plumaje blanco había dicho, una y otra vez retumbaba en su mente, como el sonido de una gota de agua, al principio fue imperceptible, pero ahora, se trataba de tambores estrepitosos, de truenos y estallidos, como si pesados trozos de roca chocarán contra monumentales tambores de pieles de animales monstruosos, repitiendo una y otra vez, que su hermano había sido quien mato a su conejito, su hermano tenía manchadas las manos de la única sangre inocente de ese mundo, una sangre que podía ver roja y resbaladiza, aun fresca como los recuerdos de su inocente amor.

Minos acusaba a su hermano de haber asesinado a su conejito y su hermano actuó de una forma extraña, tal vez en demasía, como alguien que se sabe culpable, pero intentaba mentirle, tal vez, porque pensaba que estaba roto, que no podía pensar en algo más que su amado, los restos que le dejaron de su cuerpo y cuanto le había fallado al darle la espalda por el bien de su hermano menor, todo para que, para que ese traidor asesinara a su pequeño conejito.

El mismo hermano que tomo un pedazo de los cuernos de este nuevo conejito, para comandarlo el, a sus espaldas, para evitar que lo dañara, le dijo, pero el sabia la verdad, lo único que deseaba era robarle a su amado, destruirlo, porque, que ganaba Minos al decirle que su hermano mato a su primer amor, sino, proteger la vida de su pequeño cuerno, dándose cuenta que en efecto, no podía mentirle, porque sus metas eran la misma, mantener con vida a su amado, a su conejito cornudo, a su amor, a su todo.

En cambio, su hermano mayor, Defteros, el no cuidaba de su avecilla, el no hacía nada más que maltratarla, hacerle daño, uno que aun el encontraba excesivo, porque cuando tu amas a alguien, como él amaba a su conejito, no lo lastimabas como hacia su hermano menor, que mordía, laceraba, cortaba la piel de Minos, sin piedad alguna, sin molestarse en curarle después, no era como el que se consagraba al bienestar de su amado conejito, que se preocupaba al dejarlo en ese sitio, solo, indefenso, únicamente para reconstruir su ejército, reparar su mansión, recrear su jaula, una en donde pudiera correr, saltar, moverse a su antojo, donde pudiera tomar baños de sol, una que fuera segura para él, pero, debía separarlo de su hermano menor, cuya misión era robarle aquello que amaba.

Pero porque, eso no lo entendía, tal vez, porque deseaba a su conejito, si, debía ser eso, su amado nunca le hubiera correspondido, hubiera peleado con él para encontrar su libertad, y en cambio, en lo único que pudo pensar fue en asesinarlo, en lastimar a su pequeño, para que en la muerte fuera suyo, era un salvaje, era un mentiroso, era la criatura que le hizo tanto daño a su amado, porque ahora que lo pensaba, el senador nunca dijo haberlo asesinado, solo que por él deseaba escapar, y acaso no, el senador lastimo a su pequeño antes de matarlo, si le odiara, porque hacerle eso, porque herirlo, si no lo encontraba hermoso.

Aspros avanzaba con un paso lento, detrás de su hermano, comprendiendo en ese momento, cuanto le había traicionado y que nunca había pensado en entregarle a su conejito, porque lo deseaba para él, como ese vampiro anciano, ese Shura, o ese pintor, ese Kanon, Defteros quería arrebatarle a su joya también, dándole la espalda con ese último acto de traición, el que no perdonaría jamás, porque su cordura y su felicidad dependían de su amado conejito en sus brazos, en su jaula, una que debía durar el tiempo en que su amado comprendiera que no debía correr, que debía aceptar su amor, que él era suyo, que no podía negar su destino, aquel que los unió en ese infierno, pero recuperarían al construir su propio paraíso envuelto en sus alas.

Pero al mismo tiempo, era su hermano, su único lazo con el pasado, no podía hacerle daño, no podía lastimar a su propia sangre, que avanzaba delante suyo como si fuera su líder, o su dueño, que no había dejado de darle ordenes desde que tuviera a su amado entre sus brazos, logrando que Aspros, dudara de sus buenas intenciones, de sus propios planes para el futuro, pensando en su avecilla blanca, ese que había escapado y parecía, no importarle en lo absoluto, guardando silencio, dejando que su caballo siguiera al de su hermano, debía meditar, encontrar una solución a sus temores.

*****

—No tengo paciencia… pues yo he esperado más de veinte años por sentir tus dientes y ser tuyo por completo…

Afrodita retrocedió algunos pasos, jadeando sorprendido, para después comenzar a reírse en voz alta, quitándose su pañuelo, lanzándolo lejos de su cuerpo, para empezar a desvestirse con demasiada lentitud, observando como su fuego fatuo se iba quitando la ropa, con mayor velocidad, una ropa que no le gustaba para su amado.

—Pequeño aventurado, ni siquiera cuando eras un niño pequeño mostraste sentido común.

Eso lo dijo con demasiado cariño, avanzando algunos pasos, para pisar uno de los postes de la cama, que eran muy cortos, para que su niño le quitara las botas, una por una, relamiendo sus labios cuando fue a su cinturón, que se trataba de un lienzo de la más fina seda, que tal vez podrían usar después.

—Sabía que no me harías daño.

Pronuncio con rapidez, desabrochando los botones de su ropa, hincado, nervioso, podía ver sus manos temblando, pero aun así, le quito hasta la última de sus prendas, admirando su cuerpo desnudo, que era mucho más suave de lo que jamás lo hubiera soñado.

—Acuéstate en la cama.

Le ordenaron, antes de que pudiera moverse, rozar su hermoso cuerpo con sus manos, con las puntas de sus dedos, asintiendo para tragar un poco de saliva, obedeciendo a su señor, que gateo en su dirección con una mirada rapaz, admirando todo cuanto estaba descubierto de su pequeño, aun su alma, riéndose al ver que tan emocionado estaba.

—Eres muy hermoso.

Pronuncio llevando sus manos al inicio de sus pantalones, desabrochándolos con demasiada delicadeza, demasiada lentitud, descubriendo dos piernas blancas, del color de la cera, de una suavidad única en ese mundo.

—Siempre me gustó mucho el color de tu piel, eras como un visón o una serpiente… eres hermoso.

Afrodita veía como se esforzaba para no moverse, por alguna razón creía que no podía hacerlo, porque no recordaba haberle ordenado permanecer quieto en ese lugar, temblando como un ratoncito de pelaje blanco y ojos rojos, quien gimió, cuando llevo su boca al bulto que podía ver en su ropa interior blanca, apenas un trapo que cubría su intimidad, mucho más parecido al que usaban las culturas orientales, que las occidentales.

—Sigues siéndolo…

Susurro, desgarrando con sus uñas la única parte de su ropa que aun cubría su cuerpo, escuchando un gemido de su pequeño, al mismo tiempo que su sexo erguido, era liberado de su cubierta.

—En especial esta parte de aquí…

Afrodita regreso a besarle, acariciando sus testículos con ambas manos, subiendo su boca, para bajarla de nuevo, escuchando más gemidos de su amado, que se retorcía en ese colchón, aferrado a las sábanas blancas de su cama.

—Mi señor…

Angelo abrió los ojos cuando su señor abandono su hombría, cambiando sus posturas, para llevar sus caderas a su cabeza, su sexo colgando delante suyo, logrando que se sonrojara demasiado, relamiendo sus labios, inseguro de que debía hacer, si su señor estaba de acuerdo con ello.

—Vamos, no quiero un cadáver en mi cama, puedes tocarme si eso es lo que deseas.

Le ordeno, regresando a sus placenteras actividades, besando y lamiendo la hombría de Angelo, masajeando sus testículos e ingresando un dedo en su pequeña entrada al paraíso entre sus nalgas, tratando de abrirlo un poco más, prepararlo para entregarle su hermoso cuerpo.

—Mi señor…

Sintiendo como Angelo iniciaba sus caricias, primero de una forma delicada, temerosa, para tomar un poco más de seguridad, acariciándole con sus manos de largos dedos, succionando su pene con fuerza, gimiendo apagado cuando su propia hombría estaba siendo atendida por su señor, sintiendo como el sexo en su boca iba aumentando de tamaño, un poco cada vez, su sabor salado inundando sus sentidos, la suavidad de su piel, el corto vello púbico causándole cosquillas en la nariz, pero, se encontraba en el paraíso.

Afrodita detuvo sus caricias, alejándose de la boca de su ángel, que le miraba confundido, pensando tal vez que algo había hecho mal, pero por el contrario, si no le poseía en ese momento, terminaría por derramarse en su boca, la cual beso con fuerza, encajando sus dientes en sus labios para hacerle sangrar, gimiendo al sentir su sabor, la exquisitez de su pequeño, que le miraba con los ojos entornados, respirando hondo.

—Aguarda, aún falta más.

Angelo asintió, cuando su amado lo acostó en la cama, de nuevo, pero esta vez su cuerpo sobre el suyo, besando sus labios con delicadeza, acariciando su cintura, sus sexos rozándose en una danza antigua, que como resultado daba una sinfonía de gemidos, algunos apagados, otros más fuertes, pero todos ellos, de un placer sin igual.

—Solo te dolerá un momento…

Le advirtió, colocando su sexo erguido entre sus piernas, para empezar a empujar un poco cada vez, moviéndose en su interior, jadeando con cada nuevo embiste, un vaivén que no se detenía, que era acompañado por más sonidos guturales, cuando los dos gritaban su placer.

—Y después, te prometo que sentirás el mayor placer de todos.

Angelo sostuvo las mejillas de su amo, para besarle con fuerza, llevando una de sus piernas a sus cadera, para apurar sus embistes, pues ya sentía el mayor de los placeres al sentir aquellos labios sobre los suyos, ese amor que su señor sentía por él, cuando el ser más hermoso del planeta le hacia el amor, con delicadeza, a él, que no era más que una rareza, que rodeando su cintura con su otra pierna, arqueo la espalda, cuando por fin toda la hombría de Afrodita se hizo con su cuerpo, escuchando un gemido de su amo, quien acariciaba su mejilla, acostumbrándose a ese maravilloso sentimiento de ser uno con su pequeño ángel.

—Eres… eres el paraíso…

Pronuncio, besando sus labios de nuevo, su lengua jugando con la de su pequeño, quien llevando sus manos a sus hombros, le pidió que comenzara a moverse, respondiendo a sus besos con la misma ansiedad, gimiendo, jadeando, pronunciando sonidos que no hablaban más que de su placer, del amor que se sentían y de su entrega mutua.

—Te amo, Afrodita, te amo mucho…

Angelo estaba seguro que si no le decía eso a su señor en ese instante, ya no podría decirlo después, a causa del placer que se apoderaba de sus sentidos, haciéndolo gemir con fuerza, con necesidad, empalándose el mismo con la hombría que se movía implacable en su cuerpo, besando los labios de su amado señor, sintiendo como su próstata era acariciada con cada embiste nuevo.

—Te amo pequeño Angelo, te amo mi niño…

Angelo al escuchar eso comenzó a llorar, porque sabía que eso era cierto, que su señor le amaba y le había salvado de morir, tantas veces, que su vida ya le pertenecía, por lo cual, siempre se entregaría a su perfecta rosa, porque únicamente él podría encontrarlo hermoso.

—Yo lo amo… lo amo, lo amo…

Angelo nunca se había pensado como aquel que le gustaba decir esas palabras, pero al saberse correspondido por su señor, esa sensación era suficiente para él y hacerlo sentir en el cielo, gimiendo con fuerza, amando a su compañero eterno, que llevo una de sus manos a su sexo, para acariciarlo también, sintiendo como pronto llegaría al orgasmo, siendo acompañado de su ángel, que se derramo en su mano, besando sus labios de nuevo, gimiendo en su boca, para sentir poco después la semilla de su rosa en su interior, llenándolo con ella, marcando su cuerpo de todas las formas posibles.

—Te amo mi pequeño Angel, mi Angelo.

Pronuncio de nuevo, antes de seguir con sus placeres, pues llevaba más de dos décadas amando a este pequeño ángel y tenían toda una noche para demostrárselo, para amarlo como se lo merecía, pues, para Afrodita, la criatura más hermosa del planeta, no era el, sino su ángel, que se entregaba a sus placeres, que confiaba en él y que seguía amándole, aun cuando su rostro ya no era tan hermoso como en el pasado, pues, no se había curado del todo de las heridas provocadas por Camus, pero aun así, su Angelo, lo encontraba hermoso, lo supo apenas lo vio en ese castillo, su ángel, seguía deseándolo.

*****

Milo se paseaba en esa habitación perfectamente amueblada sin saber qué hacer, comprendiendo que por fin lo había hecho, al fin estaba en el infierno, pero no como un castigo, sino como un invitado y no sabía que era peor, además, no había visto al demonio de plumaje blanco en todo ese tiempo, al que se llevaron para atender sus heridas, por órdenes de otro demonio pájaro que dijo ser su hermano.

Sin detenerse a pensar había tratado de cortar los barrotes de la celda, pero no pudo hacerlo, era imposible aun para su uña, que pensaba podía destruir cualquier objeto, pues, lastimo bastante a Camus, ya nunca más volvería a ser igual, mucho menos, cuando cumplió su promesa de cortar cierta parte de su cuerpo para que no pudiera tocarlo de nuevo.

De solo pensar en eso le causaba gracia, la expresión de ese vampiro sin sentimientos al ver una parte de su cuerpo en el suelo, esperaba que alguna pieza irreparable, riéndose en voz alta, para guardar silencio de pronto, cuando escucho unas pisadas acercarse a su celda, observando cómo, repentinamente, dos mujeres, la que le salvo en el castillo de los gemelos dementes y otra más, de piel morena, se detenían en la puerta de su prisión.

— ¿Por fin vienen a sacarme de aquí?

Les pregunto furioso, sin molestarse en prestarles atención a ninguna de las dos, menos, a esa que le veía como si se tratase de un chiquillo, que lloraba apenas lo vio, llevando una mano a su boca.

— ¿Esa es la forma de hablarle a tu madre?

Pregunto la mujer alta, llena de cicatrices, la que sin duda era un demonio, abriendo la celda, para que Calvera ingresara en ella, deteniéndose junto a Milo, para acariciar su mejilla con delicadeza.

—Eres tu… después de tanto tiempo… al fin puedo verte… mi pequeño Milo…


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).