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Los demonios de la noche. por Seiken

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Radamanthys se alejó de aquel hombre apenas pudo hacerlo, observando un dantesco paisaje, de piedras y roca, de fuego y ceniza, una imagen que a cualquier otro hubiera enloquecido, pero, para el era hogar, era como un prado verde o una cascada de agua cristalina, su cuerpo, su alma, cada parte de él hacía que lo encontrará hermoso. 
 
—Por fin estás en casa, hermano mayor. 
 
Radamanthys volteo a verle, lo reconocía de alguna parte, su rostro, su cabello negro, había algo en el tan familiar como ese páramo de llamas incandescentes. 
 
—No sé si me recuerdes, pero yo sí los recuerdo a ustedes... 
 
Aiacos se acercó a Radamanthys, que ya había despertado, con una imagen mucho más parecida a la de su padre, que cualquiera de ellos, pues, su hermano mayor tenía la forma de un demonio clásico, garras, alas, cola, cuernos, aun pezuñas, que era el último cambio que había resistido. 
 
—Mi nombre es Aiacos y mi madre tuvo que dejarme ir, para que ustedes pudieran quedarse con ella, sin embargo, cuando murió, ya era tarde, las puertas estaban cerradas, no podíamos regresarlos al hogar. 
 
Radamanthys recordaba que le dijeron que su hermano había muerto, las aguas se lo llevaron, fue la primera pérdida que sufrieron, aun recordaba el llanto de Minos, como lo abrazo, como suplico perdón, a su madre y a Aiacos. 
 
—¿Donde esta Minos? 
 
Fue lo primero que alcanzó a preguntar, alejándose de Aiacos que intentaba tocarlo, pero le hacía sentir sucio, cualquier clase de caricias, aun las que Shura trato de darle, había algo erróneo en ellas, algo que le hacía sentir un profundo desagrado. 
 
—Llévame con nuestro hermano mayor y entonces, yo aceptaré escuchar lo que tengas que decirme. 
 
Aiacos comprendía que no confiara en el, pero sonrio, al escuchar la preocupación de su hermano mayor, su amor por Minos, quien estaba seguro, en una de las cámaras principales, en una habitación digna de su hermano mayor, el heredero del Inframundo. 
 
—Te llevaré con el, Lune está cuidando de Minos, pero ha preguntado por ti, teme que puedan hacerte mucho más daño aun. 
 
Radamanthys asintió, siguiendo a su hermano de alas negras y rostro sádico, que sonreía complacido, en especial al ver como toda clase de demonios, algunos de formas desgarradoras, se agachaban al verles, mostrándoles su respeto. 
 
—Ellos también están emocionados de verte, y esperan por ver el príncipe heredero, a Minos. 
 
Radamanthys trago un poco de saliva, dudando de las buenas intenciones de su hermano menor, pues se tardó demasiado tiempo en hallarlos, dejo que fueran torturados por sus enemigos y de ser cierto lo que decía, terminaría por perder todo cuanto poseía, cuando Minos despertara su sangre demoníaca. 
 
—¿Y tú estás de acuerdo? ¿Estás dispuesto a perder todo lo que tienes? ¿Todo por culpa nuestra? 
 
Aiacos se detuvo, mirándole con cierta extrañeza, encontrando absurdas sus palabras, porque cada uno de ellos gobernaría una esfera, una parte del Infierno, pero Minos protegería la más alta, la que estaba mucho más cercana al cielo, con su coro de angeles sin rostros. 
 
—El Inframundo está divido en tres partes, dispuesto de tal forma que nosotros tendremos lo mismo, pero Minos, has notado que su apariencia se parece mucho más a la de un serafín. 
 
Radamanthys no dijo nada, pues no comprendía que era lo que Aiacos le decía, relamiendo sus labios, logrando que su hermano menor asintiera. 
 
—Nuestra madre era una muchacha pura, era una buena mujer, con un corazón inmaculado, pero, también se trataba de un ángel, así que, ella dió a luz a dos demonios y a un medio angel, medio demonio. 
 
Radamanthys jadeo, cerrando los ojos, tal vez, comprendiendo porque su padre nunca la tocó y siempre dijo que le había traído la desgracia, su padre que era un hombre inculto, pero con mucho dinero, que le odiaba a él, pero no a Minos. 
 
—Si hubieran leído el libro que mi madre cuidaba con tanto cariño, lo habrían comprendido, pero no pudieron, era mejor protegerse de esas dos aberraciones, sin embargo, en esas hojas, se revelan palabras que solo nosotros podemos ver, mensajes invisibles para todos los demás. 
 
Aiacos siguió su camino, pues apenas habían ingresado al tercer nivel del Inframundo, debían recorrer otras dos áreas, para ver a su hermano, protegido en el castillo principal. 
 
—Así que solo Minos puede sobrevivir en ese circulo destinado para el, porque nosotros, al ser demonios puros, es imposible que lo logremos. 
 
Radamanthys no volvió a abrir la boca en todo ese camino, tratando de recordar que le había pasado a su libro, en que momento lo perdieron, porque hasta que esa pesadilla comenzó, el no había dejado de cuidar el regalo de su madre, llegando a una dolorosa conclusión. 
 
—Esos gemelos tienen nuestro libro. 
 
Pronunció con demasiado pesar, recordando que la última ocasión en que pudo verle fue cuando los atacaron, ellos tenían su libro y estaban estudiando sus hojas, buscando la forma de usarlo en su contra. 
 
—No te angusties más hermano, en estos momentos, están seguros y cuando sea el momento, obligaremos a esos demonios a entregar nuestro regalo, pero, sonríe, por fin veras a Minos, nuestro hermano. 
 
Aiacos abrió la puerta para ver a Lune postrado en la cama, sosteniendo la mano de Minos, que seguía recostado, debilitado, pero vivo, quien al ver a su hermano menor, el que tenía cabello rubio, jadeo, corriendo en su dirección, para abrazarlo con fuerza. 
 
—¡Radamanthys! ¡Radamanthys estás a salvó! 
 
Le grito, girando en el aire, cuando Radamanthys lo recibió en sus manos, casi a punto de caer, para juntar sus frentes, acariciando cada uno el cabello del otro. 
 
—Te ves aterrador, como un murciélago... 
 
Pronunció Minos, alejándose un poco de Radamanthys, quien sonriendo, acarició una de las plumas de su cuerpo. 
 
—Y tu pareces una enorme gallina desplumada. 
 
Minos comenzó a reírse, encontrando divertido el sentido del humor de su hermano después de todo lo que había pasado, agradeciéndole a su madre que no hubieran dado con el, que no lo hubieran roto. 
 
—Pensé que no volvería a verte, que te había fallado como al pequeño Aiacos... 
 
No había dejado de pensar en su hermano menor, que tenía muy pocos años de vida, cuando murió ahogado, todo porque no pudo defenderlo. 
 
—No me fallaste, no había nada que pudieras hacer, hermano mayor, cuando nacieron mis primeros cuernos tenía que regresar al hogar, solo así podría estar seguro, pero, aun recuerdo como intentaste salvarme, como casi mueres intentando sacarme del agua... 
 
Minos sosteniendose de Radamanthys, llevo una de sus manos al rostro del menor de ellos, jadeando, pues, era el hermano mayor, reconocería a Aiacos donde fuera, su cabello negro, sus ojos lilas, esa apariencia inhumana, era parecida a la de ellos, eran hermanos, era su hermano menor, el más pequeño de los tres. 
 
—¡Aiacos! 
 
Pronunció, para abrazarlo con fuerza, acariciando su cabello, sintiendo que unas cuantas lágrimas mojaban sus mejillas, al verle vivo, sano y despierto, estaba a salvó, por fin estaban a salvó. 
 
—Radamanthys, es Aiacos, es nuestro hermano menor. 
 
Radamanthys no estaba tan seguro de aceptar a ese Aiacos, ya no confiaba en la gente como en el pasado y temía que este también quisiera hacerle daño. 
 
—Tal vez no lo recuerdas porque eras muy pequeño cuando lo perdimos... tenías cinco años, tal vez menos, pero es el, es Aiacos... 
 
Radamanthys asintió, acercándose a Aiacos al ver la emoción reflejada en el rostro de Minos, para rodearlo con sus brazos también, sintiéndose complacido, suspirando al recordar a un niño pequeño, de cabello negro, dándole alguna golosina, sentándose a su lado, al mismo tiempo que Minos les leía un fragmento de una historia de su familia, siendo instruido por su madre, una joven de cabello negro, tan hermosa que parecía un ángel. 
 
—Por fin han regresado a casa mis hermanos, por fin estamos completos y una vez que tú termines de madurar, el Inframundo se extenderá por toda la tierra, en un reinado sin fin. 
 
En otro momento Radamanthys hubiera pensado que esa idea era aberrante, todas las almas, todas las vidas que dejarían de existir por culpa suya, pero, después de haber pasado por aquel calvario, estaba seguro de que cualquier fin era suficiente y necesario, para ser libre de esos demonios, para proteger a sus hermanos, para destruir a esos gemelos. 
 
*****
 
Kanon respiraba hondo, había pasado dos o tal vez tres años más, eran cada vez más fuertes y se iban acostumbrando lentamente a ese paisaje, a esa dimensión. 
 
Sus habitaciones parecían los camarotes de algún barco encallado, eran lujosos, cubiertos de libros, con suficiente comida para mantenerlos de pie, fuertes, sanos, con espejos en las paredes en donde podían ver qué no envejecían. 
 
—Lo extraño... 
 
Pronunció de nuevo, mirando a su hermano, que dibujaba en una hoja de papel un retrato de Minos, en cama, como si estuviera durmiendo plácidamente. 
 
—¿Crees que pueda perdonarme por haberlo dejado solo? 
 
Saga sonrió con tristeza, asintiendo, ese joven era bueno, era diferente a los demás, como su hermano, esa dulce criatura que ayudó a destruir. 
 
—No te preocupes, estoy seguro de que te perdonará, y cuando vuelva a verte, sabrá que lo hiciste por su bien, seguramente correrá a tus brazos, pero antes, al no ser humano se preguntara si aún lo ves como una criatura perfecta, si aún lo deseas, entonces, te abrazara, te besara y te perdonará por todo lo que has hecho... 
 
De pronto ya no hablaba de Radamanthys, sino de Minos, quien había padecido en sus manos, y el, sin saber que hacer le dió la espalda, no importaba que tuvieran a su hermano como un rehén, pudo ayudarle, pudo intentar escapar cuando solo eran ellos dos, cuando estaban libres de Aspros y Defteros. 
 
—¿Hablas de Minos? 
 
Pregunto Kanon, quien había visto a su hermano dibujar incontables retratos de Minos, uno de ellos sentado en un trono de fuego, una visión, como las que él tuvo de su musa. 
 
—No... el nunca me perdonaría por lo que yo le hice...
 
Respondió, acariciando su dibujo con cariño, unas lágrimas resbalando por sus mejillas, las que comenzaron a mojar ese papel, al recordar lo que le hacían, lo que tenía que soportar ese hermoso muchacho, que únicamente pensaba en el bienestar de su familia. 
 
—Todos decían que era un demonio, que era un monstruo, estaba buscando a los que mataron a su madre...
 
Saga se alejo de Kanon, no merecía que le tratarán de hacer sentir mejor, porque él no podría perdonarse nunca, ese muchacho tampoco. 
 
—¡Por dios santo! ¡Quemaron a esa pobre mujer, pero antes la golpearon, la humillaron y les forzaron a ver eso!
 
Saga llevo una mano a su rostro, llorando ahora sin controlarse, al recordar el dolor de ese hombre que era condenado por hacerse justicia, por proteger a su hermano menor que ya se veía como algo sobrenatural. 
 
—¡Después quisieron quemar a su hermano menor! ¡Tu no estabas aquí, pero iban a matarlo! 
 
Kanon cerro los ojos, imaginando a su musa en esa situación, siendo torturado por algo que no comprendía, seguro que Minos le veía como un oportunista, pero tenía razón, era un muchacho rico, el un pobre diablo, únicamente deseaba cuidar a su familia. 
 
—Y después de todo lo que pasó... esas cosas llegaron, esa cosa lo violaba, le hacía daño, un daño que yo tenía que limpiar, fingiendo que no era cierto lo que decía, que no era más que su propia psique dañada, todo porque no te escuché, porque pensé que podíamos recuperar nuestra gloria pérdida... 
 
Kanon esta vez abrazo el cuerpo de su hermano, acariciando su cabeza, sintiendo sus espasmos, su desesperación. 
 
—¡Los vendí por unas cuantas monedas!
 
Saga estaba entrenando para poder pagar su deuda con ese muchacho, al que todas las noches atendía en silencio, siendo observado por el anciano y después por un hombre de piel morena, que disfrutaba del daño que le hacía a ese pobre chico. 
 
—¡Por un poco de oro, ayude a destruir a la criatura más maravillosa de este mundo!
 
Saga por unos momentos pensaba en llevarse su cuerpo entre sus brazos, usar un carruaje, llegar tan lejos como pudiera, pero de hacerlo, de huir con su musa entre sus brazos, su hermano habría muerto y su amado, el joven Minos, estaría condenado. 
 
—Se que nunca me perdonaría por lo que hice, y que no tengo ningún derecho a desearle como lo hago, a haberme enamorado de él, pero, juro por nuestro padre, que no me detendré hasta destruir a ese demonio, hasta que Minos sea libre y entonces, le dejaré castigarme por lo que hice en su contra, por haberle hecho tanto daño. 
 
Kanon suspiro, pensando en su amor, el estaba consagrado a un muchacho con el que estuvo apenas unas semanas, y su hermano, de quién abandono en las manos de aquellas criaturas. 
 
—Probablemente no nos correspondan, pero, por ellos somos capaces de dar nuestra vida entera, solo por la promesa de verlos seguros, tal vez sonreír hacia nosotros, son... son nuestras musas, nuestra inspiración. 
 
Saga asintió, llevando el retrató de Minos a su corazón, cerrando los ojos, pidiéndole a cualquier clase de deidad que soportarán unos días más, ellos estaban en camino. 
 
—Y deben ser libres. 
 
Pronunció Saga por Kanon, quien solo asintió, cerrando los ojos, para imaginarse a su musa en ese momento, sonriendo, a salvó, aunque estuviera en los brazos de Shura, nada le importaba más, que su seguridad.
 
—Si, ellos merecen ser libres... 
 
*****
 
—¿Donde esta Shura? 
 
Minos regreso a su cama, pues, aun estaba débil, cerrando los ojos, imaginando sin siquiera pensarlo a otro enfermero, a otro médico, que curaba sus heridas con el mayor de los cuidados, algunas veces llorando, lo sabía porque podía sentir sus lágrimas mojando su cuerpo. 
 
—Cuando Aiacos vino por mi, le dejé atrás... 
 
Aiacos estaba cruzado de brazos, esperando que su esposa le visitará en esa habitación, pues, quería que conociera a su familia. 
 
—Intentaba destruir el solo a la horda de no muertos, así que tuve que sacarlo de allí. 
 
Minos abrió los ojos al comprender a quien se imaginaba a su lado, de quién eran esos dedos suaves, esa voz que le arrullaba, era de ese bastardo, ese Saga. 
 
—Me dijo que me amaba y yo... yo no sé cómo sentirme al respecto. 
 
Pronunció de pronto, recordando el beso de Shura, sus caricias durante la noche, las que no fueron más allá de su cabello, pero sabía que deseaba más y el no estaba listo para esa clase de cercanía, no después de lo que había pasado, de alguna forma, se sentía mal, de alguna forma posesiva y comenzaba a pensar, que ese Shura no era el mismo del frente de batalla, algo había cambiado en su amigo. 
 
—No lo rechace, pero... no quiero un amante... no lo siento correcto. 
 
Se quejó, porque no era la dulce sensación que tuvo cuando Kanon le tocó esa primera vez, o cuando escaparon, con el pintor era dulce, era tan difícil de describir, que no deseaba pensar en eso, porque su mente regresaba a ese demonio, a Aspros, sus garras destruyendo su alma, su cordura, su sexo provocándole dolor.
 
—¿Y que hay del pintor? 
 
Aiacos no sabía de qué estaban hablando, así que no dijo nada, Radamanthys por otra parte, rodeando sus brazos, negó eso, ni siquiera con el deseaba esa clase de cercanía, en ese momento se sentía débil, sucio, como alguna fuente de pecado. 
 
—Tampoco con el... 
 

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