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Los demonios de la noche. por Seiken

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Radamanthys había decidido retirarse para descansar un poco, le habían proporcionado una cama junto a Minos, así era más fácil protegerlos, si ambos estaban en el mismo lugar.

Mu suspiro dejando el libro que había traído en la mesa, algunos grabados mostraban licántropos, otros demonios, era un compendio de criaturas de todo el mundo, información que habían recuperado a costa de las vidas de sus hermanos.

Ellos eran un ala mucho más liberal, algo separada de la que servía directamente bajo las órdenes del vaticano, de la santa iglesia, creyendo que ser un no-humano no era un crimen siempre y cuando, no dañarás a nadie que no se lo mereciera.

No opinaban nada respecto a los licántropos que mantenían algunos pueblos seguros de la influencia vampírica, mucho menos de aquellos que se alimentaban de asalta caminos o asesinos, violadores, o cualquier humano que matará a los suyos.

Ellos estaban a salvó, los que no lo hacían, eran quienes atacaban a la población civil, esas criaturas debían pagarlo con su sangre.

Minos era un juez que usaba su poder para obtener todo cuanto deseaba, era también un media sangre, así se les llamaba a los humanos que tenían progenitores no-humanos, ya fueran demonios como en su caso, o vampiros, licántropos, cualquier clase de criatura.

Sus condenas generalmente eran injustas, los criminales pagaban muy caro sus acciones, muchas veces con el exilio, otras tantas con la pena de muerte, ya fuera que matarás a una persona o robaras un trozo de pan.

La pena siempre era demasiado alta y el mismo Shura no estaría dispuesto a protegerlo de no ser porque se trataba del hermano de Radamanthys y porque de permitir que su sangre demoníaca fuera absorbida por los hermanos, nacería un vampiro especialmente poderoso, un peligro para cualquier humano.

—Este es el padre de Radamanthys, tu querido amigo.

La imagen era la de un hombre de cabello con seis alas, una armadura negra, una apariencia hermosa, sentado en un trono protegido por un perro de tres cabezas.

Era el señor del Inframundo, el que condenaba las almas de los mortales, un demonio muy poderoso, demasiado antiguo, cuya descendencia se encontraba a su lado.

—Estos son los hermanos, Aspros y Defteros.

Un grabado de los hermanos se encontraba en una de las páginas, el que hablaba de su castigo, pero no de la razón de este.

—No los dejarán ir, lo sabes, una vez que probaron su sangre ya no hay forma de detenerlos.

Había una forma, matar a los mellizos, el único problema era cuan poderosos podían ser.

—Radamanthys no es el único que me debe la vida, el pago con creces mi amabilidad en esa última misión, no puedo darle la espalda.

Mu asintió, Shura era su amigo, pero no creía que hubiera nada que hacer, al menos, no por el momento y Aldebaran podía comenzar a preocuparse.

—Yo me retiro a mis habitaciones, Aldebaran ya lleva mucho tiempo esperándome.

Shura asintió, sumido en la lectura del libro, pensando que Radamanthys debería prestarle el suyo, el que era propiedad de su madre, necesitaban conocimiento, todo el que pudieran obtener, si deseaban protegerlos.

—Dale las gracias de mi parte y también de Radamanthys, les debemos demasiado.

Les habían pagado muy bien, eso parte del encanto para realizar ese trabajo, pero también, Mu comprendía la sed, el hambre de todos los vampiros, porque él era uno de los media sangre, no un demonio, sino un vampiro.

—No te preocupes, tal vez Minos haya sido un mal hombre, pero nadie se merece aquel destino, Radamanthys mucho menos.

No, por supuesto que no se merecía ese destino, tampoco su hermano, porque el tercero de ellos había muerto cuando solo era un niño pequeño, casi un recién nacido, tal parecía que morirían jóvenes, antes de los veinticinco años, toda esa familia parecía maldecido con eso, ya que su tercer hermano, al que su madre llamo Aiacos, murió sin que pudieran hacer nada, no pudieron recuperar sus restos, pero nadie resistía tanto tiempo bajo el agua o eso era lo que le dijo Radamanthys, la primera noche que pudieron conversar después del ataque de ese vampiro.

—¿Que se supone que vamos a hacer?

Se preguntó a sí mismo, inseguro por primera vez desde que recordaba, tratando de trazar un plan, alguna forma de salvar a esos media sangre.

*****

Un hombre joven deambulaba en las calles del pueblo a los pies de la mansión de los Walden, escuchando los rumores, aquellos que decían que los hermanos aterrorizaban ese condado y que habían partido esa misma mañana en su carruaje de caballos negros, esos corceles demoníacos.

El joven de cabello rubio enmarañado y una barba gruesa, también desaliñada, caminaba en silencio, su ropa era la de un vagabundo, ropa que tuvo mejores días, como el hombre que las portaba, cuyo gorro para la lluvia en altamar, cubría su rostro casi por completo.

No era una visión extraña, de vez en cuando un sujeto como ese ingresaba al pueblo en buscaba de algo de trabajo y al no encontrarlo, simplemente se marchaba.

Su cabello rubio estaba sucio, con manchas de tierra y pegado en algunos mechones de mugre, sus ojos eran azules, del color del mar.

Alto y musculoso, un pecador arrepentido, el que ingreso en la posada en busca de trabajo o de noticias que le dijeran más respecto a los demonios que acosaban ese pacífico poblado, que hacía unas décadas quemó a una mujer inocente, cuyos hijos tuvieron una mejor suerte, porque el que buscaba la ejecución de la bruja era su padre y les dió una oportunidad a los que pensaba eran sus herederos.

—¿Que tanto dicen acerca de esos demonios?

Quienes atendían las tabernas eran hombres a los que les gustaba presumir de ser quienes poseían toda la información del rumbo, y este no fue la excepción.

—Son estos Walden, desde que llegaron este pueblo se fue al carajo.

*****

Radamanthys no tuvo dulces sueños, tampoco pudo dormir, aunque si estaba inconsciente, el cansancio de su cuerpo era demasiado para seguir de pie.

En sus sueños podía verse a sí mismo en un carruaje, llevado en los brazos de la muerte, la que tenía el rostro de Aspros, pero aquel joven del retrato.

En un carruaje de aquellos en donde se va a pie, tirado por un solo caballo, su ropa era diferente a la que usaba, como si hubiera escapado de un retrato de alguna iglesia y en vez de ir al cielo, le arrastraban al infierno.

*****

Minos despertó mucho antes que Radamanthys, estaba acostumbrado a eso, a abrir los ojos justo a media noche, cuando ese demonio le visitaba, el que era real y tal vez eso debería hacerle sentir peor, solo que, la certidumbre de no estar loco era suficiente para hacerle sentir seguro.

Era un hombre dueño de su destino y encontraría la forma de escapar, así como la forma de vengarse, de quien le hizo eso, así como de quien llevó a su hermano, su propia sangre a la mansión para alimentarse de su cuerpo.

Pero Saga sería quien más sufriría su venganza, por humillaron, tratarlo como un demente y un estúpido, por aliarse con sus enemigos, además, por ser partícipe de la desgracia de su familia, el tener que escapar de su mansión, como unos perros, como unos ladrones, eso no podría perdonarlo jamás.

Minos volteo a ver a su hermano, que dormía en una cama contigua a la suya, con una mordida en su cuello, como la que él tuvo al principio, ya le habían atacado, el hermano de ese demonio de ojos azules.

Su hermano que tuvo que mandar lejos antes de que la turba lo matara, porque bien sabía que se estaban juntando, creyendo que había sido el quien mató a su padre, pero fue Lune, su fiel y amado Lune.

Y mientras su amado Lune realizaba su deber, él tenía que mover el cielo y la tierra para conseguirle un puesto alto en el ejército, para que fuera intocable por cualquier soldado, para que respetaran su apellido, si decidía ser un sacerdote, tendría que realizar las aportaciones necesarias para que su hermano fuera a parar a un lugar cómodo, un castillo o una mansión, pero si no aceptaba marcharse, en ese caso tenía que conseguir la manera en que la prisión fuera una habitación cómoda con varios guardias protegiéndolo día y noche, no dejaría que lo dañaran, de ninguna forma.

Pero no podía lograr nada con los ignorantes pobladores, ellos querían su sangre, eso lo sabía muy bien, porque alguien había dicho que se trataban de demonios, pero no lo eran, tampoco eran brujos, únicamente eran sus mejores y al primero que tratarían de quemar en la hoguera, era a Radamanthys.

A él aun le tenían miedo, pero no pasaría mucho tiempo antes de que tuviera que marcharse también, en ese momento llamaría por su hermano, para que regresara a casa, porque esta era donde se encontraba la familia, su hermano mayor, el responsable de su seguridad, como se lo prometiera a su madre en su lecho de muerte.

Aún estaba demasiado débil para caminar por su cuenta, pero sentía que se recuperaba a pasos agigantados, como era su costumbre, como Radamanthys lo hizo cuando su padre le disparo en el pecho, tratando de matarlo, creyéndolo un demonio, pero el menor sobrevivió, de puro milagro, porque siempre había sido muy fuerte.

Minos se sentó en la cama, ya tenía la fuerza suficiente para hacerlo, y recargándose de los muebles se ayudo a sentarse en la cama de su hermano, que parecía ser prisionero de malos sueños, como cuando eran niños, cuando ambos presenciaron la quema de su madre en manos de los piadosos pobladores de su región.

—Radamanthys... despierta, tienes una pesadilla.

*****

Hypnos corrió toda la noche buscando un lugar alejado de su hermano, pero no porque sintiera celos de su afecto, ni de su conquista, sino que le parecía una actitud absurda, poco digna de su posición, mucho mas aun, cuando ese Manigoldo decidía insultarlo y negarse a obedecerle.

El lobo dorado llego a una pequeña población, la que sabía que existían, pero, aun así, lo mejor era transformarse en un humano, su figura mortal antes de recibir la bendición de la madre noche.

Un hombre vestido de negro, apuesto, con cabello rubio, demasiado alto tal vez, a comparación de muchos de los aldeanos, sin embargo, su alimentación siempre fue mejor, ellos eran hijos de la noche, los primeros en nacer, el poder corría en su sangre.

Era un hombre que se veía tenía dinero, una posición clara en ese mundo, así como no era inteligente, tratar de asaltarlo, porque bien podías perder la vida en eso, si acaso resistías el miedo natural de los humanos por los de su clase.

Así que cuando caminaba, nadie se atrevía a entrometerse en su camino, ni siquiera el más valiente de todos los pillos que le rodeaban, ladrones, prostitutas, criaturas despreciables todos ellos, aun los que se limitaban a trabajar en una fábrica, acabando su vida para enriquecer a su dueño, nuevos esclavos si se lo preguntaban.

Este lugar de manufactura era poseído por la familia Oros, Aioria era su heredero, su hermano mayor había muerto en la guerra y el apenas regresado del frente, con una mueca de disgusto, parecía que una presa se le había escapado, tenía esa apariencia de furiosa derrota.

En la calle había un habitante nuevo, un joven de cabello rizado, largo, sucio de hollín, sus mejillas estaban manchadas de la misma sustancia, su ropa eran unos andrajos, parecía que se hubiera revolcado en el lodo, pero a pesar de eso, Hypnos pudo reconocer una salvaje belleza en ese joven.

Que era hermoso, en especial sus ojos, tan azules como el cielo, los que le cautivaron de momento, de tal forma, que no se dio cuenta de su cercanía, siguiendo ese delicioso aroma, hasta que se detuvo a unos pasos, respirando hondo, sus pupilas dilatándose.

—Una moneda para este pobre hombre.

Era un mendigo, tal vez un ladrón supuso, pero no un prostituto, su piel no olía a nadie mas que la suya, sorprendiendo gratamente a Hypnos, que, sonriendo, le dio la moneda que le pedía, una de oro, que ese joven apenas pudo creer estaba en sus manos.

—Tengo más de donde vino esa.

Le comento, ni siquiera el comprendía que era lo que deseaba, pero este joven, frunció el ceño, lanzándole la moneda, furioso, creyendo que deseaba pagarle por sus favores, tratando de alejarse de su presencia, con unas cuantas zancadas.

—¡No soy esa clase de persona y prefiero morir de hambre antes de ser humillado!

Thanatos le había dicho algo acerca de la actitud de su amado, al que por alguna razón apodaba fuego demoniaco, cuando le pregunto la razón por la cual permitía que le respondiera como lo hacía, que actuara como si se tratara de su igual, eso fue, que no deseaba un amante temeroso, él quería un compañero que no le tuviera miedo, así estaba seguro de que le amaba.

—¿Quién dice que estoy tratando de comprarte para llevarte a mi lecho?

El joven se sonrojo, furiosamente, dándole una actitud de cierta forma adorable, logrando que sonriera, llamando su atención, deseaba aprender mas de este humano, que parecía apenas había caído en desgracia.

—¡Me corrieron por eso! ¡No quise acostarme con ese bastardo de Aioria, no soy un maldito juguete, aunque no tenga ni un centavo, no me humillaran!

Hypnos asintió, ese joven gustaba de utilizar el poder de su familia para saciar sus bajas pasiones, las que no duraban demasiado tiempo generalmente, como si lo único que deseara fuera el poder para destruirles.

—Y algunos otros tipos adinerados han tratado de comprarme, a todos los he mandado a donde se merecen, no soy de ese tipo.

Esa actitud le gustaba, pensó Hypnos, tomando una decisión tal vez apresurada, sin embargo, estaban en época de paz, tenían suficiente comida, el orden reinaba en la jauría, podía ausentarse algunos días, de eso estaba seguro.

—Pues yo quiero comprar tu tiempo, soy nuevo por aquí, no se nada de este pueblo y ni siquiera tengo un lugar donde dormir, pero si mucho dinero, quiero que seas mi guía, te tratare como mi compañero de juerga, no como mi sirviente.

Esa oferta era una que jamás pensó escuchar, pero aun así había algo en ese hombre rubio demasiado extraño para poder señalarlo, así que estuvo a punto de rechazarlo, pero la verdad era que estaba hambriento, cansado, necesitaba el dinero y creía en lo que le decía.

—Mi nombre es Hypnos, si quieres saberlo.

El muchacho guardo silencio algunos momentos, pero él sabía que aceptaría, su lenguaje corporal así lo decía.

—Milo, me llamo Milo y supongo que seré tu guía.

Respondió con una hermosa sonrisa.


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