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Los demonios de la noche. por Seiken

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Saga y Kanon escucharon los movimientos de los demonios a su alrededor, pegando sus espaldas contra las del otro, para que cada uno de ellos pudiera proteger un flanco, esperando el momento en que tuvieran que defenderse.

Un portal se abrió, del cual emergió Lune, con su látigo en sus manos, enfocando su vista en Saga, el bastardo que dejo a su príncipe en las manos de aquellos vampiros, en Kanon, a quien le dio una oportunidad, creyendo que si amaba a su musa.

Minos se mantenía en el aire, sus alas extendidas, una sonrisa maniática en su rostro, cuando de pronto elevo su mano, dándole una orden a los demonios del Inframundo de matar a los gemelos del abismo, a las dos abominaciones, sin saber que su hermano ya había visto la forma real de Kanon, que no le importaba, que aún estaba enamorado de su pintor.

—Mátenlos.

Lune no estaba tan seguro de aquella orden, pero los demonios del inframundo comenzaron a atacarlos, intentando dañarlos con sus garras, con sus cuernos y sus dientes, pero, suponía, que sería inútil, los gemelos eran poderosos, tanto o más que los príncipes, en especial, cuando estaban juntos.

— ¿Está seguro de eso mi príncipe?

Minos lo estaba, Kanon era una mala persona en su pueblo, el mismo había buscado a todas sus víctimas, hablado con ellas, con los que destruyo por unas cuantas monedas, ahora que no era un humano, se trataba de algo mucho peor aún, una criatura mucho más desagradable y Saga, aunque debía proteger a su hermano, de todas formas, los vendió a sus enemigos.

—No dejare que sigan lastimando a Radamanthys.

*****

Aiacos tenía varias heridas en el cuerpo, pero había logrado mantener a su esposa a salvo, quien estaba a sus espaldas, observando la cantidad interminable de bestias, que al sentir la destrucción de su madre, cuando esta dejo de existir, aullaron, un sonido gutural y rasposo, como una imitación amorfa del sonido que haría un lobo o un cerdo, si las dos criaturas se quejaran al mismo tiempo.

— ¿Qué les está pasando?

Pregunto Violate, su esposo no lo sabía, sin embargo, de pronto como si aquello que los mantuviera unido hubiera desaparecido, empezaron a derretirse, dejando grotescos charcos en ese pasaje del Inframundo, charcos, que las llamas del abismo se encargaron en destruir.

—Parece que… han muerto.

Pronuncio el menor, pero, aun podían escucharse los sonidos inigualables de un combate, esta vez cientos de criaturas contra dos más, que intentaban no lastimar a esas criaturas más de lo necesario, defenderse, sin matar a nadie.

*****

Milo se encontraba detrás de las espaldas de su alfa, de su cachorrito, que veía ese combate desigual con admiración, pensando que esos gemelos terminarían por destruir a los demonios, al ejército que Minos intentaba utilizar para vengarse, ignorando que solo por ellos, estaban vivos, habían salido victoriosos.

— ¡Minos!

El ángel del inframundo volteo a verle, a otro ángel, que le miraba con una expresión molesta, detrás de ese gigantesco lobo, que intentaba proteger a quien le ayudo a salvar a su hermano, a escapar del castillo de esas bestias.

— ¡Tu hermano no te perdonara el que dañes a Kanon!

Tal vez eso era cierto, pero lo mejor era liberarlo de esa criatura, esa abominación, escuchando los pasos de Aiacos ingresar a esa sala, para ver como los dos gemelos que habían acudido en su ayuda, debían defenderse de sus soldados, de los demonios que eran repelidos, pero sin ser lastimados.

— ¡Detengan esta traición!

Los demonios menores al escuchar sus pasos, Minos al ver que la esposa de Aiacos estaba viva, comenzó a entrar en sí, notando lo que su hermano menor veía, los gemelos únicamente se habían defendido, no habían atacado a su gente.

— ¿Piensas destruir el pilar de Radamanthys? ¿Acaso has perdido la razón?

Aiacos avanzo hasta donde se encontraba Minos, propinándole una bofetada con el dorso de su mano, esperando que con el dolor de ese golpe regresara en sí, el mayor le miraba perplejo, sosteniendo su mejilla, para después bajar la vista, tenía razón, Radamanthys no lo perdonaría si dañaba a ese vagabundo, ese pintor, que se trataba de uno de los seres del abismo.

—Pensé que eso era lo mejor… quise vengarme de Saga, de lo que nos hizo.

Saga no se atrevía a decir nada, porque se sabía culpable, ni siquiera su hermano podía defenderlo, pero comprendía que su error se debía a la negación, al pensar que podían recuperar su antiguo poder, sin la necesidad de aceptar lo que eran, la sangre que corría en sus venas, como los Walden tenían sangre demoniaca, ellos habían pactado con su padre mucho tiempo atrás, eran criaturas del abismo y tarde o temprano, cambiaban a su verdadera forma.

— ¿Me dirás que no hubieras hecho lo mismo de estar modificados los papeles?

No podía decir eso, porque sería una mentira, de estar modificados los papeles, de ser los gemelos a quienes deseaban esos vampiros, los habría entregado con un moño en el cuello, encadenados y sedados, en realidad, el habría sido por mucho peor que Saga, que se dedicaba a curar su cuerpo, mantener su psique en su sitio.

— ¿Qué no habrías abandonado a cualquiera de esos dos a su suerte, con tal de proteger a Radamanthys?

Minos desvió la mirada, respirando hondo, no podría olvidar nunca lo que había hecho Saga, pero debía perdonarlo, porque no tenía otra opción, cuando la vida de su hermano menor estaba en peligro.

—Muy bien, lo perdono, pero… no olvidare lo que hizo y si Kanon llega a lastimar a Radamanthys, lo pagara muy caro.

Kanon sonrió al escuchar eso, Saga estaba perdonado y Minos al fin aceptaba su lugar en compañía de Radamanthys, el juez, que no debía molestarse en amenazarlo, porque sabía que de equivocarse, de actuar en contra de su amado, él se arrepentiría por siempre, regresaría al abismo y le pediría a su padre una muerte piadosa.

— ¿Ustedes dos que están haciendo aquí?

Aiacos se dio cuenta de la presencia de Milo en ese momento, quien empujando un poco a Hypnos, dio un paso en su dirección, respirando hondo, cruzando sus brazos delante de su pecho.

—Yo vine a pedirles una tregua, la jauría está cansada, hambrienta, los no muertos se están convirtiendo en una peste, necesitamos ayuda y pensé, que ya que ayude a tus hermanos a salir vivos de ese castillo, que me deben sus vidas, ustedes podrían ser un mejor aliado, que ese tipo Cid, que dice, puede ser nuestro amigo.

Aiacos no sabía si lo que Milo decía era cierto, si debían ayudarle a esos licántropos o si deberían molestarse en proteger la tierra, que aún estaba conectada con el Inframundo, todos los portales abiertos, por donde los demonios podrían salir, suponía que la humanidad estaba aterrada, pero no le importaba en lo absoluto.

—Lo que dice es cierto, Milo nos ayudó en ese momento de necesidad, sin él, yo no habría recuperado la llave de plata y Radamanthys, jamás habría abandonado las habitaciones de Aspros, para este momento, no sería más que una sombra de nuestro hermano, se merece toda nuestra gratitud.

Aiacos asintió, preguntándose porque Minos esperaba escuchar su respuesta, él era el mayor, el debía gobernar el Inframundo, aun así, rascándose la barbilla, asintió, le gustaba la idea de ser aliados de los licántropos, en especial, los dioses gemelos.

—Muy bien, les mandaremos ayuda, y cuando estemos juntos, decidiremos que haremos con la tierra, hasta que nuestro padre tenga el poder o el conocimiento, para decidir lo contrario.

*****

Aldebaran no podía dejar de pensar en lo que había pasado, en la oscuridad creciendo en el cuerpo de Mu, en su psique, en la forma en que Harbinger se había matado, porque sabía, que eso había hecho y las razones detrás de su sacrificio, Kiki estaba lejos, nadie sabía en donde, probablemente buscando la muerte, tratando de seguir a su amado toro.

Pensaba al principio que su presencia le ayudaría a su maestro a recuperarse, pero nada de lo que hiciera tenía un efecto positivo, Mu, con cada día que pasaba se alejaba un poco más de aquel hombre que admiraba, para convertirse en alguien nuevo.

Podía ver a ese hombre hermoso en el jardín, acompañado de su vampiro albino, ellos se veían felices, pero él no podría serlo comprendiendo que por culpa suya, la mejor persona que había conocido estaba perdida.

Aldebaran ya había tomado una decisión, podía ver los pilares de fuego elevándose en el firmamento, podía ver como los no muertos o cualquier criatura que los tocaba, moría en el acto, era calcinado en segundos y comenzaba a pensar, que lo mejor que podía hacer, era ingresar en uno de ellos, quemarse hasta las cenizas, liberar a Mu de sus cadenas.

Io y Kasa, un vampiro y un licántropo, las pocas veces que los había visto, se veían contentos, complacidos de tener una vida a lado de la persona que amaban, sin importarles su apariencia, o su inmortalidad, haciendo que se preguntara, porque él no podía estar satisfecho con su vida a lado de su maestro, lo amaba, lo admiraba, pero al hombre que peleaba por defender a los afligidos, no a quien vendió a dos muchachos a su suerte, igual que él, en ese carruaje, cuando en vez de ayudarles, lastimo al único que se preocupaba por ellos, llevándolos a ese horrible destino.

Aldebaran había escrito una nota en donde explicaba sus razones para hacer lo que haría, eran las mismas que en el pasado, el haber provocado la caída de Mu, como tantas veces dijo Shaka que pasaría y se daba cuenta, que no podía seguir existiendo, no se lo merecía.

El vampiro de piel morena, salto al jardín y abandono el castillo con un paso lento, deteniéndose frente a uno de los pilares, tocándolo, para ver como sus dedos se quemaban, sintiendo un dolor infinito, al ser una criatura débil, al no ser poderoso, eso era lo que pasaba cuando tocabas el fuego del inframundo.

—Aldebaran…

Era el, su maestro, que de nuevo intentaba evitar que se matara, que lo seguiría sin escuchar sus lamentos o ver que tenía razón, eran dos traidores, no merecían seguir con vida, mucho menos el, que lo arrastro en las tinieblas, su amor, condenándolo al abismo.

—No puedo perdonarme… y no quiero ser aquel que lo acompañe hasta el abismo, no quiero ser inmortal, maestro, y yo… yo quiero al hombre que admiraba por su bondad, por su gentileza, no a quien vendió a dos muchachos a dos demonios.

Mu trato de alcanzarlo, pero fue sostenido por Kiki, escuchando su grito de dolor al ver como Aldebaran era destruido por los pilares de fuego, desvaneciéndose con una expresión de paz, de alegría, sintiéndose libre.

— ¡Aldebaran!

El grito desgarro esa tierra, el dolor petrifico los corazones de los presentes, las lágrimas de Mu, las que serían las únicas que derramaría en toda su eternidad, mojaron su rostro, su maestro sosteniéndolo en sus brazos, seguro, que tarde o temprano los volverían a encontrar, y en ese momento, sus toros no podrían escapar de su afecto.

—Volverán… ellos volverán a nosotros.

*****

Radamanthys tenía una herida sangrante en su hombro, provocada por la espada de fuego de Cid, que se sentía vencedor, con el anillo en su mano, deseoso de ponérselo a su alumno, que le miraba con los dientes apretados, pensando en una forma de vencerle, a él, al primero de los vampiros.

—No quiero tener que lastimarte más de lo necesario.

Le advirtió, agachándose a su lado, para acariciar su cabello, sosteniendo su mano con fuerza, buscando uno de sus dedos, el anillo finalizaría ese combate, pensando que para ser uno de los príncipes del Inframundo, no era tan poderoso como lo suponía.

—No eres tan fuerte como lo imaginaba, o tal vez, sera que no puedes lastimar el rostro de tu querido amigo Shura…

Cid beso los labios de Radamanthys con fuerza, ingresando su lengua dentro de su boca, gimiendo al recordar la suavidad de su antiguo alumno, el amor que sentía por él, riéndose también al ver que trataba de cerrar su mano, para que el anillo no pudiera ser colocado en su dedo anular.

—Pero no temas… pronto ya no lo recordaras…

*****

Al morir la madre de los monstruos, los dos guerreros de la iglesia que aún quedaban con vida abrieron los ojos, moviéndose con demasiada dificultad, observando el cielo con desagrado, con temor, pues no habían logrado su cometido.

Shaka se asomó por una de las ventanas de aquel castillo, pensando en qué hacer con él, probablemente funcionaria como un excelente bastión desde donde podrían reagruparse, pero primero, debían exterminar a los príncipes del Inframundo, matarlos uno por uno, eso sería lo mejor.

Aioria apenas podía controlar su miedo, el terror que sintió al verse controlado por un demonio, agradeciéndole a los dioses que le habían liberado, para asomarse por la ventana, como lo hacía Shaka, para ver con sus propios ojos los pilares de fuego, los que significaban la destrucción de ese mundo.

— ¿Qué haremos?

La respuesta era fácil, buscar a los humanos que quedaban, entrenarlos, reagruparse y después atacar el Inframundo, a los tres hermanos, los príncipes.

—Los mataremos, pero por el momento debemos esperar.

*****

— ¡No!

Cid grito de pronto, alejándose de Radamanthys, aun con el anillo en su dedo, sosteniendo su cabeza, cerrando sus ojos, apretando los dientes, como si estuviera realizando un esfuerzo inhumano por mantenerse en aquella posición, para no colocar en el dedo del príncipe la joyería que lo destruiría.

— ¡No vas a matarlo!

Se gritó de nuevo, observando su reflejo en su propia espada, escuchando los movimientos de Radamanthys, que se levantaba de un salto, sin comprender lo que pasaba en ese momento, la razón detrás de aquel extraño comportamiento.

— ¡Tú lo perdiste, ese niño ha muerto y no va a regresar!

Cid sacudió su cabeza, como si pudiera sacudir aquella presencia de su cuerpo, aferrándose al anillo de su pequeño alumno, que estaba en el cuerpo del príncipe, en algún lugar de su psique.

— ¡Guarda silencio!


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