Cuando era adolescente sabía exactamente cómo debía lucir el amor.
A pesar de no haber sentido el amor todavía, había leído y visto suficientes películas como para haberlo reconocido de inmediato en mi vida; El amor debía ser más bajito que yo, usar el cabello largo y no necesitaba usar maquillaje para embellecerse. El amor conocería las mismas canciones que a mí me gustaban, las cantaría con tanto sentimiento como yo y no tendría miedo de compartir sus audífonos para irnos juntos en el metro camino a la escuela.
Fantaseaba con el amor, escribía sobre el todas las noches buscando la mejor forma de retratarlo en papel. Quería realmente encontrarlo, experimentarlo, disfrutarlo. Quería finalmente ser el protagonista de una de esas tontas películas románticas que me quedaba viendo hasta la madrugada.
Pero cuando el amor apareció…
No lo hizo en un cuerpo delicado, curvilíneo, ni pequeño. Era mucho más alto que yo, mucho más masculino y mayor. Me sorprendió saber que el amor no llegó cómo un “ella”, sino un “él”.
Yo.
Tú.
Él.
Nosotros.
Vosotros.
Ellos.
Ellas.
¿Qué importaba? Amor era amor, y estaba tan feliz de haberlo encontrado que no me importó que tuviera un horrible carácter, tampoco que jamás usara las camisas que con tanto esfuerzo compraba y le regalaba.
Pasé por alto que no le gustara compartir mis audífonos – Odiaba el rock- o que no le gustara usar el metro porque tenía su propio auto.
El amor mordía mis labios con fuerza cada vez que intentaba besarlo suavemente mientras caminábamos por las iluminadas calles de Tokio y cada vez, con el paso del tiempo, se volvió más arisco, más agresivo, más insensible.
La distancia entre ambos se estiró como un elástico que cuando se soltó de mis manos, la realidad golpeó mis dedos y dolió… el amor desapareció, lentamente. Y se llevó partes que nunca pensé que necesitaba. Se desvaneció, cómo un mago frente a mis ojos; fue un show en donde todos podían ver la puerta falsa, menos yo.
A lo mejor no estaba listo para él.
O, tal vez, él no estaba listo para mí…
A lo mejor no era para estar juntos toda la vida.
Mamá me dijo: “Takanori, el amor llega exactamente cuando debe llegar, y se va cuando debe irse”. Y siendo un adolescente incompleto lloré. Lloré porque lo tuve y lo perdí.
El amor se fue por años y cuando regresó, le dije: “Bienvenido, ponte cómodo”.
Aunque casi no lo reconocí: Olía distinto, no le gustaba usar perfumes en su cuerpo. Tenía ojos más oscuros, una espalda mucho más ancha y una nariz pequeña que le acomplejaba.
El amor traía por nombre Akira.
Había nuevas manchas de nacimiento, otro tono de voz, otro sentido del humor. Ahora el amor se dormía diferente, le gustaba hacerlo justo en mis brazos. Le gustaban las mismas películas que a mí, se emocionaba conmigo, gritaba, me acurrucaba en su pecho para consolarnos en las escenas que nos dolían.
Había canciones que a ambos nos gustaban, pero que le recordaban a alguien más… y otras que simplemente no le gustaba escuchar.
Y yo también las tenía.
Pero nos encontramos en un sofá en una sala de ensayos que nos acomodaba perfectamente a los dos, encontramos chistes que nos hacía reír como idiotas y salíamos a comer todos los días hasta que el estómago nos doliera.
Se ve increíble en botas de combate o zapatos elegantes, pero le gusta usar unas zapatillas blancas que no se quita ni en los Tours. Maneja increíble, pero cuando vamos en moto le gusta acelerar y hacer el loco para meterme miedo. Sabe dónde me gusta ir, y me lleva de sorpresa a pesar de que sale agotado del trabajo.
El amor es más desordenado ahora, más loco, no es tan simple.
Usa la palabra "Follar" y "culo" delante de mis padres.
A veces es serio, dice cosas que me hacen imaginar lo peor, otras veces es hiriente… Pero también llora, se equivoca, se enoja...
Pero también sabe pedir perdón.
Y me dice que soy hermoso, de verdad, a cada rato.
Cuando recién me despierto, con las mejillas rosadas y el cabello alborotado. Con rastros de saliva en mis labios, mejilla y sobre todo, en su pecho.
"Eres hermoso..."
Cuando lloro de tristeza, de frustración o porque el pasado me ataca y hace que se me corra el maquillaje, dejando dos surcos negros en cada mejilla.
"Eres hermoso..."
Cuando me enojo con él y ya no quiero escucharlo.
"Eres hermoso..."
Cuando no le creo.
"Eres hermoso..."
Cuando sé que nadie más en el mundo me lo va a decir.
"Eres hermoso..."
El amor nunca es quien esperabas, no lo puedes predecir. A lo mejor solo esté por unos meses, o a lo mejor estará para cada fuego artificial, cada fiesta de cumpleaños, cada ida al hospital, a lo mejor se queda, a lo mejor no puede...
A lo mejor, un día, decida irse nuevamente. Y si se va, le pediré que deje la puerta cerrada, apagaré la música y en medio del silencio le susurraré: "Gracias por haber venido y darme la mejor historia de mi vida".