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Mañana por zandaleesol

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Título: Mañana

Disclaimer: Los personajes todos son de propiedad de J.K. Rowling. No percibo beneficio económico por esto.

Parejas: Harry/Draco

Clasificación: R

Advertencias: Viñeta. Continuación de Yo estoy dispuesto, ¿y tú?




—Mañana —anunció el chico rubio —. Mañana viene.

—¿Por qué viene, para qué?

—Tú lo sabes mejor que yo, Harry.

—Porque no le dices que no quieres verlo y punto.


El chico rubio puso su mano encima de la del moreno para evitar que éste continuara, pero a pesar de ello Harry no calló.


—Puedes decirle que no quieres y ya.

—Mi amor sabes que eso sería absurdo.

—¿Cómo que absurdo?

—Quiero decir inútil. Él va a insistir —se explicó el rubio.

—Entonces dile de una vez. La noticia no le gustará, pero debe saberlo —dijo el moreno.

—Aún no estamos seguros.

—Aunque no estemos.

—Amor no te impacientes, debemos esperar. Yo insisto en que no estamos seguros.

—Esperar que él mismo lo note, ¿para qué? De todos modos no estará feliz.

—Tal vez cambié de opinión… todo puede ser.

—No lo creo, me parece difícil —dijo el chico de ojos verdes.

—Harry entiéndelo un poco, él ve las cosas desde otro punto de vista.


Pero el chico moreno no quería entenderlo, estaba irritado, su habitual obstinación lo dominaba. Veía en la penumbra de la habitación los rasgos suaves de Draco iluminados apenas por las llamas del fuego que ardía en la chimenea. El chico rubio agotado de razonar se limitó a besar al moreno de ojos verdes, sus dedos se deslizaron finamente por el pelo revuelto de Harry, luego lo besó dulcemente, con esto el moreno se fue ablandando o intentando comprender y con ello el encanto volvió a descender sobre ellos.


—Le dije lo nuestro a Severus —dijo de pronto el rubio.

—¿Y qué dijo?

—Naturalmente está con nosotros, pero está preocupado por mi padre.

—Debería preocuparse más por nosotros. Tú padre estará bien.

—Harry… yo también tengo algo de miedo igual que tú.

—Mi amor no tengas miedo… no tengas miedo todo estará bien.


Volvieron a quedar mudos por largo rato. El silencio es tan hermoso en esos momentos. Tan irremplazables los silencios cuando constituyen un puente y no un abismo o una zanja. El fuego de la chimenea había languidecido un poco y un vago y difuso destello amarillento danzaba sobre las paredes y sobre el cuerpo de Draco.


—Esto es perfecto —murmuró Harry.

—¿El qué?

—Que sea posible tanta intimidad, que cada cosa pequeña o trivial pueda tener ese… no sé… que exista esta comunión entre nosotros, que la palabra «nosotros» sea absurda casi, porque el plural es absurdo, tenían que inventar ese nosotros para ellos, ese nosotros singular…


Draco sonrió.


—Hablas mucho y de modo confuso Harry —dijo el rubio —¿No te gustaría quedarnos callados, pensando o sintiendo, no más, solo eso?

—Sí.


Hicieron una pausa. De verdad era hermoso el silencio, sin embargo algo discordante se agitaba dentro de Harry.


—Hemos tenido tan poco tiempo —murmuró Harry con tono dolido.

—Es cierto… hemos tenido poco tiempo por culpa de la guerra —concordó Draco.


Pero no volvieron a hablar, se quedaron abrazados y así se durmieron, los despertó la lluvia horas más tarde.


—Cómo llegaremos con esta lluvia.

—Nos quedaremos aquí esta noche —dijo el chico moreno, se levantó y con un hechizo reavivó el fuego que se apagaba, luego se acercó a la ventana a mirar el exterior, permaneció largo rato apoyado mirando la oscuridad.

—Un niño —murmuró el rubio desde el lecho.


El chico moreno se volvió a mirarlo sin comprender, pero la ternura de la voz de Draco le dio la clave. Un bebé, era una realidad. Antes no se había detenido a pensar aquello, una realidad en sí, no un simple medio, un hijo suyo y de Draco.


—¿Cómo será? —preguntó Harry.


Llovía a cantaros afuera.


—¿Qué prefieres tú que sea? —preguntó el rubio.

—Niño… o niña, pero que se parezca a ti.

—Será niña —sentenció Draco —. Después tendremos un niño.


Llovía afuera, pero dentro, el perfil de la chimenea dibujaba con amor la silueta de Draco, recortándolo en la penumbra.


—¿Dónde viviremos? —preguntó Draco.

—En cualquier parte.

—Esta bien, pero que sea una casa… no importa que no sea grande, pero debe tener un jardín.

—Tendrá jardín y árboles —dijo Harry acercándose al lecho.

—Sí, no importa si es pequeña y vieja, pero con jardín… plantaremos zinnias para que dé la sensación de que siempre hay sol.

—Esta bien —aceptó Harry y en seguida preguntó — ¿Cuáles son la zinnias?


Draco sonrió alegremente, todo parecía fácil.


Aquella noche Harry tuvo una extraña sensación, despertó sintiéndose tan despejado que creyó que había amanecido, sin embargo seguía oscuro, salvo por unas brazas que agonizaban en la chimenea que se le antojaron los ojos de un gato negro agazapado.


La lluvia continuaba, cansada, estable, persistente, pero ignoraba cuanto había durado porque seguía analizando sin fijarse en ella. Su alma oscilaba entre la dicha de tener a Draco junto a él, de amarlo, de que lo amara y también un desbocado temor de lo que vendría mañana. De pronto volvió de su abstracción como si el silencio en derredor lo hubiese sobresaltado. Ya no llovía. Por la ventana amplia se veía un gran cielo nublado y en un boquete una bellísima luna blanca con algunas estrellas rodeándola.


Era curiosa la nitidez con que percibía la distancia de la luna, pero no se sentía solo, ni pequeño ni desvalido, ni débil, junto a él estaba Draco, se habían lanzado en una aventura sin preguntarse que podían esperar. En algún momento creyó que se enfrentaba a un abismo. Sí, como en aquellos sueños en lo que veía el interior de un pozo sin fondo y luego descendía por él con trágica y plena conciencia de las tinieblas que le rodeaban en forma cada vez más vertiginosa, hasta que el sueño se volvía insoportable y despertaba con el corazón jadeante.


Pero ahora ya no había tinieblas en su vida, ahora tenía a Draco y a su hijo que venía en camino. No sería fácil enfrentar la furia de Lucius, pero el mañana aún no llegaba y por el tiempo que le quedaba disfrutaría de ese momento de paz junto a su amor al que adoraba más que nunca. El mañana era incierto, solo tenía la certeza de ser feliz ese día, el después en realidad no existía.



Fin

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