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La pregunta de sus ojos por zandaleesol

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Título: La pregunta de sus ojos

Parejas: Draco/ Harry

Disclaimer: Los personajes todos son de propiedad de J.K. Rowling. No percibo beneficio económico por esto.

Advertencias: Post Deathly Hallows. EWE (Sin epílogo)


Capítulo único.


Aquello ya hacía parte de la rutina de todos en la oficina. Algo tan sencillo como tomar un buen café justo cuando el reloj marcaba las diez en punto. No importaba si estaban atestados de trabajo o, por el contario, no tenían nada que hacer. La premisa era: «Se viven buenos tiempo, pues disfrutémoslo». Era los que todos los empleados en el Ministerio de la Magia hacían; desde el Ministro mismo hasta el viejecillo que comprobaba las varitas de los visitantes.


El café de las diez. Era un rito que nadie podía dejar de realizar, pues era parte de la nueva política del Ministro, Kingsley Schacklebolt. Los sesenta minutos que transcurrían entre las diez y las once de la mañana, eran los más agradables de cada jornada laboral para los empleados. Aquel era el momento en que todos olvidaban sus deberes, nada era más importante que hablar del último acontecimiento social, o comentar el último partido de la Liga Profesional de Quidditch.


Naturalmente que a esta hora había espacio para el buen cotilleo. Se opinaba del compromiso de la hija del Jefe de la oficina de transportes mágicos con el hijo del «empleado del mes» de la oficina de catástrofes en el mundo muggle.


Pero entre chismes más chismes menos, dos personas en especial llamaban la atención. En el caso de la primera estaba más que justificado, pues se trataba ni más ni menos que de Harry Potter, alias: «El Salvador». Este mote que Harry detestaba de todo corazón era obra y gracia de Rita Skeeter.


El otro que llamaba la atención era Draco Malfoy. Pero no porque se presentara a tomar el café de las diez todas las mañanas. Todo lo contrario, jamás visitaba la cafetería. Esa hora entre las diez y once el rubio abandonaba el Ministerio, para perderse en el Londres muggle.


Harry muy a menudo oía el nombre del rubio ser repetido con malicia por muchos. Todos especulaban cada mañana sobre porque el hijo de Lucius Malfoy nunca asistía a la cafetería. Harry sentado siempre junto a Hermione disfrutando silenciosos del café escuchaba aquellas conversaciones.


Harry, aunque nunca lo confesaría abiertamente, sentía una tremenda curiosidad por las salidas de Malfoy cada mañana. La intriga por las ausencias del chico rubio estaba llegando a un punto obsesivo, no podía dejar de pensar en ello.


Hasta ahora no entendía porque Malfoy había solicitado ese empleo en el Ministerio. Los malos antecedentes de sus padres seguían persiguiéndolo de forma muy ingrata, y a pesar de ello parecía tener la voluntad suficiente para no bajar la cabeza ante nadie que le mirara con desprecio. De una forma extraña Harry sentía algo parecido a la admiración. Esa valentía que mostraba Malfoy, se parecía un poco a la que tantas veces debió sacar a relucir, estando en Hogwarts. Cuando nadie, aparte de Dumbledore, creía en él, para todos solo era un loco por decir que Voldemort había regresado.


Jamás se hubiese atrevido antes a pensar que él tenía algo en común con aquel chico engreído que había pertenecido a las filas de su mortal enemigo. Pero últimamente le sucedía muy a menudo el sentirse apartado de todos, estaba cansado de tanta admiración y agasajos.


~*~



Draco jamás hubiese imaginado años atrás que alguna vez se encontraría rodeado de muggles como si fuese lo más natural del mundo. Aunque, en muchos aspectos, le resultaban extraños aún, ya no sentía aversión hacia ellos. Durante esos meses había tenido la oportunidad de observarlos de cerca. Ahora le parecía que no eran tan diferentes a los magos, claro no tenían poderes, pero en cambio estaban dotados de gran inventiva que les procuraba comodidad. Eso sí no se acostumbraba a lo ruidosos que podían llegar a ser.


Como cada mañana, se deslizó con sigilo hacia aquel rincón que ya había hecho suyo dentro de la cafetería muggle. La simpática y joven camarera se acercó sonriente, no cabía duda de que estaba un poquito enamorada de aquel cliente enigmático y diferente. Al menos así lo creía su jefa.


Melinda calculaba que el joven rubio debía tener unos veinte años. De no estar tan consciente de sus veintisiete años se hubiese atrevido a coquetearle a este muchacho que la dejaba sin aliento cada vez que le prestaba el fulgor de sus ojos grises. En cuanto vio entrar al rubio y caminar hacia su mesa favorita, guardó la libreta y el bolígrafo en el bolsillo de su delantal. No le haría falta, porque desde el primer día en que el rubio había cruzado el umbral de la cafetería, jamás pidió otra cosa que no fuera té.


La primera vez a ella le complicó bastante, pues aquella era una cafetería y no servían té, para eso existían salones especiales. Pero el muchacho rubio no pareció comprender aquello en esa ocasión y lo cierto fue que a ella le pareció tan hermoso que se las ingenió para conseguir el té que el joven había pedido. Earl Gray, un «té de caballeros» había comentado la dueña de la cafetería aquella mañana.


Melinda no sabía por cuánto tiempo tendría la fortuna de seguir viendo a ese joven cruzar la puerta de la cafetería, pero de todos modos tenía un buen stock de té. Se había gastado unas libras de su propio sueldo para comprar un juego de té de porcelana para su «cliente especial». Su jefa le miró con desaprobación y luego le había soltado: «El día que no aparezca más por aquí, deberás llevarte la porcelana a tu casa, aquí no servirá para nada».


Melinda estaba segura de que el muchacho rubio pertenecía a la nobleza, porque sus modales eran tan sofisticados, quizá estaba sirviéndole té a un príncipe y no lo sabía. Sonrió para sí luego de este pensamiento, parecía que su jefa tenía razón después de todo, estaba dejando volar mucho la imaginación.


El muchacho rubio cada mañana miraba la puerta de la cafetería. Parecía que esperaba por alguien. Por lo menos eso le parecía a Melinda. Más de una vez estuvo a punto de preguntárselo, pero a último minuto se arrepentía. No quería que su curiosidad espantara a semejante chico.

~*~


Draco estaba consciente del interés con que era observado por esa chica muggle. Se llamada Melinda, le servía el té a media mañana. No le parecía especialmente «atractiva», en realidad ninguna chica lo era para él. No recordaba a una ninguna que mereciera ese apelativo. Sin embargo, era agradable, aunque no lo suficiente como para desear trabar amistad con ella. Eso hubiese sido desproporcionado.


Por otra parte, no concurría cada mañana a esa cafetería con la intención de encontrar nuevos amigos, pese a que había perdido a los que tuvo en la escuela de magia. Aquel no era su mundo y no lo sería jamás. Era un mago, y debía resguardar su condición. La razón por la que entraba cada mañana puntualmente a las diez a esa cafetería muggle, tenía nombre y apellido. Harry Potter.


Cuando decidió solicitar ese empleo en el Ministerio, no fue precisamente con la intención de sustentar su economía. Ni él ni sus descendientes, en varias generaciones, tendrían necesidad de trabajar jamás. Pero este fue el único modo que encontró de estar cerca de Harry Potter. Tenía una deuda con él y su propósito era saldarla. Aunque, esa intención inicial fue cambiando con el paso del tiempo.


Cómo se produjo ese cambio. Sucedió en forma gradual. La primera vez que se cruzó con Harry Potter en las dependencias del Ministerio, la reacción del héroe, fue de absoluta incredulidad. Algo que le resultó ofensivo… muy ofensivo ¿A caso trabajar en el Ministerio de la magia, era algo privativo solo de los que habían luchado contra Voldemort? ¡Estúpido Potter!


Para su alegría, la incredulidad inicial de Potter se transformó en curiosidad. Dio gracias por eso. Lo agradable del asunto era que cada vez que se cruzaba con Potter, leía en la mirada del chico moreno una silenciosa pregunta. No entendía qué esperaba el héroe del mundo mágico para verbalizarla de una vez por todas. Paciencia. Aunque lo suyo nunca fue esperar a que otro diera el primer paso, pero en este caso puntual comprendía que no estaba en una posición muy ventajosa.


Esperaba todos los días verle por fin cruzar la puerta de la cafetería. Sabía que tarde o temprano sucedería, eso sí, esperaba que sucediera más temprano. Si Potter tardaba más en venir, esa chica muggle terminaría haciéndole una proposición indecorosa.


Ahí estaba esa humeante taza de té sobre la mesa y Melinda sonriéndole encantadoramente.


-Nunca conocí a alguien que gustase tanto del té. La gente joven solo bebe gaseosas.


Draco arrugó el ceño, pero casi al instante comprendió. Ella se refería a esas latas que bebían los muggles. Casi sonrió al pensar que esa chica nunca tendría el placer de probar un delicioso jugo de calabaza. Meditó un par de segundos en si respondería el comentario. Ella había sido gentil con él, bien aunque fuese una chica muggle, no debía olvidar sus buenas maneras.


-No me da confianza algo que está contenido en un envase que no me permite ver lo que bebo -fue la respuesta de Draco.


Melinda arrugó el ceño, pero luego pensó un poco más en la respuesta. Ese chico debía ser muy desconfiado como para ver las cosas de ese modo. Esta respuesta acrecentó la sospecha de que ese chico debía pertenecer a la nobleza.


-Eso no es muy común, pero creo que tiene lógica.

Draco no respondió nada más, creía que había cumplido con lo que la norma de educación exigía.


Melinda también comprendió que no le sacaría una sola frase más al muchacho rubio, así que le sonrió y se marchó para dejarle disfrutar del té.
El muchacho revolvió con lentitud el té. Tres vueltas eran suficientes después de poner un terrón de azúcar. El líquido aromático y humeante le causaba un gran placer. Bebió un sorbo con lentitud, degustándolo con fruición.


De pronto notó que una figura se encontraba junto a él. No se trataba de Melinda.


Era la persona por la acudía a ese lugar desde hacía meses. Harry Potter. Con lentitud bajó la taza y la depositó sobre el platillo.


El muchacho moreno sin esperar invitación apartó la silla y se acomodó frente a él. Se armó de valor para enfrentar la mirada esmeralda. No se equivocó. Harry le había buscado para hacerle una pregunta, la misma que le venía haciendo desde unos meses atrás.


Una mano tímida buscó la suya. Aquel suave roce bastó para estremecerle. Los ojos esmeraldas irradiaron algo que el chico rubio juzgó felicidad pura. La misma que sentía él. Ahora sabía cual era la única respuesta posible a la pregunta de sus ojos. Sí. Eternamente sí.



Fin

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