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Intercambio Literario por PurpleNeedle

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Luego de esa última nota compartida, Radamanthys no podía ocultar la felicidad que ahora invadía su vida. Sonreía a cada tanto y simplemente pensar en Kanon lo hacía sonrojar, su hermana no perdía oportunidad de hacérselo notar pues realmente le llenaba de dicha ver al rubio volviendo a ser feliz:

-   ¡Aún no puedo creer que te montaras en motocicleta hermano! –Comentaba divertida mientras preparaba la cena- Realmente Kanon te ha hechizado.
-   Me gusta pensar que es mutuo; al principio solo lo acepté pues iba muy tarde, pero no me molestaría volver a subirme a Diana –respondía intentando ocultar, inútilmente, su sonrisa- sin embargo no será nunca mi primera opción.
-   Jajajaja –reía la chica- ya hasta la llamas por su nombre, que bien hermano, te mereces eso y más –comentaba mientras daba pequeños saltitos alrededor de la mesa-.
-   Bueno ya Pandora, siéntate y vamos a comer.

Lo que ignoraba el británico era que en el piso de los gemelos la escena era sumamente similar, con el gemelo mayor disfrutando de ver los ojos de su hermano brillar de nuevo:

-    Déjame adivinar… Acelerabas más para que no te soltara –increpaba el mayor con una sonrisa en su rostro- Te conozco.
-   No… Bueno sí Saga, simplemente no quería que me soltara –comentaba Kanon abrazado a la chaqueta de cuero que había utilizado ese día- aún percibo su perfume en mi ropa, ojala hubiéramos tenido que buscar la batería en Moscú para que jamás me suelte.
-   ¡Por Athena! ¡Estoy viendo a Kanon sonrojado! –decía con falsa impresión mientras reía- Creí que jamás volvería a ver esto.
-   Cállate imbécil –y le daba un puñetazo juguetón en el hombro-
-   ¿Qué vas a hacer ahora? ¿Más notitas o por fin lo invitarás a salir? Recuerda lo que nos dijo Pandora –mencionaba pasándole una taza a su hermano- No tiene citas desde que termino con el tal Valentine.
-   Ah sí la estúpida de Valentina, fue quien nos atendió cuando fuimos por la batería de su carro –le dio un sorbo a su té- Se nota que es un chico pudiente que lo único que ha tenido que hacer es aprender de tuercas y repuestos. No tuvo que pasar por una universidad o algo semejante –rascó su cabeza- al menos eso intuyo.
-   Entonces ya sé que puedes decirle a Radamanthys.

Saga se levantó de su asiento a buscar en su meticulosamente ordenada biblioteca personal un libro, buscando consiguió el volumen de “Huellas en el camino”. Abrió el libro, lo ojeo de manera rápida y dio con la frase buscada.

-    Aquí tienes hermanito, si las cosas con Valentine fueron como lo mencionas; me parece que esta frase está perfecta –le coloca el libro abierto frente a él- yo que tu añadiría un lugar en la parte de atrás para que hicieran algo distinto.

-   Vamos a ver qué es esto Saga, no he leído este libro así que me ahorraré el contexto y… –buscaba con sus dedos la frase hasta que consiguió la recomendada encerrada entre dos asteriscos de bolígrafo- La frase está hermosa pero… ¡quiero golpearte! ¡RAYASTE UN LIBRO!
-   No lo rayé yo –se defendió el mayor cruzando sus brazos sobre su pecho- ¿Nunca has escuchado la frase “Jamás prestes un libro”? Pues yo la aprendí de mala manera.

Ambos rieron hasta quedarse sin aliento. Kanon metódicamente buscó la cartulina blanca, el marcador azul y copió textualmente la frase:

“Para amarse hay que tener principios semejantes con gustos opuesto” K.

Sonrió y volteó la cartulina para dibujar una motocicleta, la dirección de un parque a las afueras de la ciudad y una postdata que decía: No sé cocinar. Volvió a reírse por lo bajo y decidió que la entregaría al día siguiente antes de irse al gimnasio.

Esa noche ambos hombres durmieron intranquilos, recordando cada abrazo, cada roce, sus voces como melodía en sus oídos y sobre todo sus manos entrelazadas. El rubio no sentía tal cercanía a alguien desde hacía varios años y debía admitir que le encantó que el griego se aferrara a él de esta forma; por su parte el de cabellos azules estaba fascinado de tener a alguien con quien se sentía en la plena libertad de ser él mismo, teniendo y cediendo el control en su justa medida. Sabía que si iba a tener una relación formal después de todo el tiempo transcurrido, quería estar con alguien como el rubio.

Despertó un poco tarde al día siguiente, las ventajas de haber terminado el diseño para el cuál fue contratado eran esos días libres que obtenía. No debía volver a la construcción hasta la semana entrante, así que era total dueño de su tiempo. Se vistió con premura y comenzó a bajar las escaleras, quería dedicarse un par de horas al gimnasio y luego quizás coincidiría con Radamanthys para hablar un poco, o ir a buscar juntos a Pandora al café.

Cuando Radamanthys llegó a su apartamento lo primero que vio al abrir la puerta fue la nota deslizada por la parte de debajo de la puerta, sonrió para sí mismo pensando en cómo siempre Kanon podía romper todas las reglas y sorprenderlo. Era feliz, aún no había comenzado nada formal y ya era feliz. Tomó la nota entre sus dedos y otra carcajada surgió de sus labios, una invitación a un picnic donde el griego ofrecía el traslado pero a él le tocaba cocinar, le pareció justo.

Buscó entre su meticulosamente arreglada biblioteca uno de sus autores franceses preferidos, una cartulina azul y escribió lo siguiente:

“Las cartas de amor se empiezan sin saber lo que se va a decir y se terminan sin saber lo que se ha dicho” R.

Por el otro lado de la cartulina escribió que aceptaba la invitación que el sábado era un buen día. Con una postdata en el mismo tono jocoso que decía: Tranquilo yo sí se cocinar. Bajó las escaleras esperando conseguirse con el griego, en caso negativo seguiría su camino a buscar a su hermana.

Al llegar al lobby, el otro venía entrando al lugar; era obvio que venía de ejercitarse ya que llevaba no solo ropa deportiva sino que varias gotas de sudor recorrían su cuerpo. Se saludaron por lo lejos y el rubio fue a entregarle la nota que cargaba en su mano pero se quedo rezagado, cada paso que el gemelo daba lo hacía el inglés hacía atrás.

-   ¿Qué carajos te pasa Radamanthys Wyvern? –molesto Kanon decidió hablar- Creí que te gustaría verme.
-   Y me agrada Kanon, es solo que… -movía su mano insistentemente frente a su nariz- ¡apestas!

La carcajada del gemelo se escuchó en pisos superiores, de eso estaba seguro el rubio. Lo empujó juguetonamente por el hombro y comenzó a subir las escaleras:

-   Acompáñame a tomar una ducha –al escuchar esto el rubio arqueó una ceja- Tu vida es muy aburrida si jamás lo has hecho en una ducha Radamanthys, pero no me refería a eso. Tomaré una ducha rápida y luego vamos ambos a buscar a la niña. ¿Trato?
-   Trato, aún hay tiempo de buscar a Pandora y me haría bien algo de compañía para mi té de las cuatro de la tarde.
-   Ustedes los británicos tan predecibles –decía el griego poniendo los ojos en blanco mientras subía los escalones-.

El inglés prefirió tomar el ascensor y para cuando Kanon estaba llegando a su piso ya él estaba allí esperándolo con los brazos cruzados. Una sonrisa de medio lado fue lo que le dedicó mientras un agotado Kanon abría la puerta del apartamento que compartía con su hermano. Ambos pasaron al recinto y mientras uno se dirigía al baño el otro se quedó observando en la sala.

La biblioteca de Saga era bastante peculiar, los libros no tenían un sentido aparente del orden; al menos hasta que abrió el primero y se percató que el orden al que correspondían era el de la fecha de regalo en la que el gemelo mayor los había recibido. Tomos interesantes desde cuentos infantiles a novelas policíacas pasando por distintos libros de psicología. En la cima de la librera una foto de dos gemelos de aproximadamente diez años junto a dos adultos: sus padres.

Tomó el portarretrato en sus manos y sonrió, las caras de los niños exactamente iguales hacían imposible adivinar quién era quién, eso aunado a ambos vestidos con las mismas franelas azules amarradas en el pecho. El padre era un hombre de lentes redondos y mirada seria, a diferencia de la madre que tenía una cándida sonrisa y la misma melena cobalto hasta la cintura que hoy en día llevaban los gemelos; el sonido repentino de unas llaves hizo que Radamanthys volteara a la puerta aún sin soltar la imagen, arqueó una ceja al ver a Saga entrando al apartamento. Saga le sonrió y saludó con la mano mientras se acercaba:

-   Si quieres saber, el de la derecha es Kanon. En todas las fotos de nuestra infancia el siempre está al lado de nuestra madre, cuando pasó lo del accidente… Fue difícil, para ambos, más para Kanon –comenzó Saga, su voz temblaba a pesar de relatar sucesos ocurridos hacía diez años- Yo simplemente dejé de estar… Puedes verlo aquí –señaló la parte de la repisa donde se apilaban más de seis distintos títulos de psicología- Necesite de ayuda y solo fui una carga más para Kanon. El arete…
-   Si, el arete que cargo en la oreja era de mamá –respondía Kanon saliendo de la habitación ya vestido y con algunas gotas de agua salpicando su ropa- ¿Nos vamos Rada?
-   Dame solo un momento….

El rubio extrajo de la colección una edición de “La Sombra del Viento” la cuál estaba ubicada, según la fecha en la adolescencia de los gemelos; reviso con velocidad hasta que llegó a la frase que buscaba y la leyó en voz alta para ambos:

-   “Cada libro, cada volumen que ves aquí, tiene un alma. El alma de la persona que lo escribió y de aquellos que lo leyeron, vivieron y soñaron con él. Cada vez que un libro cambia de manos, cada vez que alguien baja sus ojos a las páginas, su espíritu crece y se fortalece”. –cerró el libro y los miró a ambos- Quizás no sean los hermanos ideales, quizás la vida los ha maltratado a ambos de distintas maneras, pero el hecho de que compartan algo tan sagrado como estos libros indica que comparten algo más allá, comparten pedazos de sus almas, de sus espíritus, de sus vidas. Hermosa colección Saga. 

Dio media vuelta dejando el libro en la encimera apurando el paso para salir del apartamento, Kanon fue detrás de él mientras que frente a sus libros Saga analizaba todo lo que había leído el rubio. Tenía razón, él no sería él mismo sin sus libros, no sería el mismo sin Kanon, no serían ellos sin ese vínculo que compartían aunque ambos se empeñaran en negarlo.

Caminaron en silencio hasta la cafetería donde trabajaba Pandora, ambos con las manos en los bolsillos de sus jeans y viendo al horizonte; incapaces de dar un paso más que esperaban recibir del otro hasta el momento de abrir la puerta del establecimiento donde sin pensarlo, ambos tomaron la perilla al mismo tiempo logrando que sus manos se entrelazaran. Kanon aprovechó esto para jalar al rubio hasta quedar frente a frente, con sus narices rozando. El gemelo esbozó una media sonrisa de suficiencia y dijo:

-   Tranquilo que no pienso besarte aquí Radamanthys –y guiñó su ojo- pero si quería tenerte cerca, hueles endemoniadamente bien. –Aspiraba sobre la piel del británico haciendo que este se erizara, llegó a su lóbulo derecho y le susurró- haré que tu lo desees tanto como yo.

Presa de los nervios el británico se congeló en el sitio, luego sonrió y enarcó una ceja cuando por fin tuvo al gemelo de frente:

-   Hablamos el sábado, Kanon. –le dio un suave beso en la clavícula que logró sorprender al mayor- No sé qué te hace pensar que lo deseas más que yo. Ahora si no quieres que Pandora y Violatte hablen de nosotros por un mes entero, es mejor que nos decidamos a pasar –señaló con la barbilla a la caja donde su hermana le hacía señas a una compañera de cabellos violetas que viera hacia la puerta-.

El británico sostuvo la puerta para que el mayor pasara, cuando estuvo frente a sí colocó con sutileza la tarjeta con la nota en su bolsillo trasero y le dio una nalgada que solo ambos supieron que existió.


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