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The fallen por Nero Sparda

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Notas del fanfic:

Sí, sí, ya sé que debería estar actualizando a mis otros hermosos bebés, pero hay veces que la musa llega y debes hacerle caso 

Notas del capitulo:

Este fic fue publicado en un grupo slash, además de mi cuenta Anaxkolasi de Wattpad

La lluvia golpea melodiosamente contra el cristal empañado de la ventana, se concentra en esos distantes sonidos del mundo exterior e imagina, recuerda, el frío beso del viento sobre su piel desnuda, esa sensación excitante de encontrarse corriendo bajo la tormenta con demonios que observan desde lo alto como vigilantes gárgolas, apilados en sucios callejones oscuros con aromas variados de sexo y orina, ángeles cuya piedad no puede apelarse. La ciudad insomne que ha olvidado el brillo de los sueños y cuya alma se encuentra a la entrada del infierno, como la suya, condenados desde antes de tener consciencia. Quiere ser todo eso, intenta escapar de sí mismo.

—Mírame a mí Constantine, mírame y nunca me olvides.

No podría olvidarlo ni aunque lo deseara, su luz es hiriente, similar a una antorcha para un ciego que ve por primera vez, deslumbra pero no encontrará calor en su salvaje llama ni consuelo a todas esas noches tormentosas.

Sólo es la belleza efímera de lo putrefacto.

Hay superioridad en sus ojos color zafiro, entornados analíticamente, hay promesas de pecado y perdición tras las largas pestañas rubias pero no consuelo ni amor. Constantine prefiere saborear sus labios más que embaucarse a sí mismo con un encanto cruel, prefiere usar la lengua para delinear el contorno de su boca mentirosa, como un botón que se abre al amanecer. Sabe a cigarrillos caros, vino añejado con la sangre de miles y miles seguramente mezclado en una copa elegante, tiene un toque de azufre que pretende disimular la dulzura del cielo perdido, la belleza de la perfección y la inocencia envilecidas.

—Eres el único que siempre está... ¿Cómo olvidarte?

Tal indiferente arcángel era el único iluminando su accidentado camino, era la gentileza que el cielo jamás le mostró. Allí con los muslos enredados a sus finas caderas que se mueven a un compás frenético aún más apasionado que los blasfemos "Aleluya" del domingo, con los dedos crispados por el placer desgarrando la espalda del primer caído y las lágrimas derramándose inexplicablemente por sus mejillas sucias. No sabe si está aterrorizado por lo bajo que ha caído, si se siente reconfortado o dolido, pues el príncipe del infierno, Lucifer, es lo más parecido que tiene a un ángel guardián.

—Constantine. Constantine. Constantine…John…oh mierda, cielos… John.

Vuelve a llamar su nombre como si recitara una plegaria arrodillado ante el altar de sus mentiras y medias verdades, es tan amable mientras besa su rostro o raspa con los labios entreabiertos la barba acumulada desde hace varios días. Sabe que no es el mejor hombre, quizás se merezcan mutuamente y deban hundirse en la perdición de un amor condenado, retorcido.

— ¡Joder!

Llega hondo, seguramente queriendo desgarrarle desde dentro, escarbando en su cuerpo como si anhelara hacerle gritar los más obscenos sentimientos que jamás haya tenido. Vuelve a aferrarse, tira del rubio cabello y le besa sintiéndose desfallecer, deseando que le haga olvidar el mundo, la inocente lluvia tras la ventana y toda aquella miseria que ha sembrado desde su nacimiento.

Entonces Lucifer le aferra por las caderas e invierte las posiciones. Ahora es Constantine montándolo, empalándose a sí mismo con la carne caliente del arcángel más hermoso y más hijo de puta que el cielo haya visto jamás. Sus ojos se encuentran, hay un mundo de palabras nunca dichas y mentiras apenas susurradas entre los dos, John ha dejado de llorar pero sus mejillas continúan empapadas, ni siquiera se molesta en disimularlo. El diablo lo conoce, que se jodan todos los demás. Tampoco le importa saber la razón, hace mucho que es más divertido sólo dejarlo pasar, sólo olvidarlo embriagándose en esas gotas amargas.

—Tú eres lo más cerca del cielo que jamás estaré.

Y Lucifer ríe, su risa es extraña, suave, melodiosa, pero por más tranquilo que se encuentre siempre le pone la piel de gallina.

—No te pongas romántico Constantine, yo soy el infierno y el infierno reclama lo que le pertenece. Ha vuelto, cada noche desde que se encontraron casualmente hace dos semanas en el Ex Lux.

Follan, sobre la mesa dura de la sala que le ha dejado marcada la espalda y un montón de vidrio roto regado sobre la oscura madera. En su destartalada ducha con manchas de moho y jabón embarrado, incluso cuando tiene misiones Lucifer está allí, observándolo, haciéndole el amor sin desnudarlo y rompiéndolo sin ponerle ni un dedo encima.

—Creí que habías renunciado al puesto, eras Dios ¿no?

Las historias resultaban variadas y el caído siempre evitaba el tema, decía que tenían cosas mucho más interesantes que tratar, era verdad.

—Sigo siendo su principal fundador aunque la idea fuese de Padre. John, no vengo hasta tu sucio agujero buscando charlar...y me refiero al apartamento.

Encantador incluso mientras está desnudo y majestuoso bajo su cuerpo, con las alas apenas apresadas en el montón de sábanas revueltas. Les da una última mirada, tan hermosas que es casi doloroso permanecer quieto, son pálidas como las nubes del firmamento justo al acercarse la tormenta, abiertas pueden abarcar sin problema el cuarto y probablemente todo su apartamento, quizás hasta un ligero movimiento suyo podría echar por tierra construcciones enteras. A John no le ha dejado tocarlas, sospecha que duelen demasiado los recuerdos aunados a ellas, porque le ha dejado besarlo como si se amaran, como si no fuese sólo la satisfacción física de un par de juguetes rotos.

— ¿Sabes? Puedes conseguir hermosas mujeres, quizás unos cuantos tentáculos...diciendo que eres el rey del infierno…

—Lo he dejado, John, recuerda. Y prefiero tenerte a ti.

Acuna su mejilla con chocante ternura, todo aquello tan fuera de lugar e impropio, porque no se aman, quiere gritárselo a la cara mientras le escupe, quiere seguir montándolo con frenesí casi imposible, hasta que sangre, hasta que las lágrimas se detengan. Aún llueve afuera.

Hay otro beso breve que le desgarra, resulta demasiado amable, afortunadamente ambos se sumergen en la necesidad de sus cuerpos que los llevó a continuar esos furtivos encuentros, esa caliente fricción, anhelando incendiarse la piel y que sus cenizas puedan al fin fusionarse.

Esta cosa retorcida y repugnante es todo y nada, se mantienen unidos renegando del mundo ignorante mientras se embriagan en el licor de sus pecados.


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