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Nueva partida por 665

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Notas del fanfic:

Axis Powers Hetalia (c) Hidekaz Himaruya

Notas del capitulo:

A petición popular.

 


Resultó que la palabra ‘Divorcio’ no lo hacía ver más interesante. De hecho, (y quizás fuera cosa suya pero) hacía que los hombres se alejaran en parvada. Eso podía deberse también a que después de la tercera cerveza Arthur no conseguía callarse sobre Alfred. O a que cuando sollozaba, lo hacía de forma escandalosa, desordenada y sin el menor pudor. Pudiera ser que la gente normal no frecuentara los bares buscando una historia que acompañara al cuerpo que pensaban llevarse a la cama, pero cualquiera que fuese la razón, todo apuntaba a que no había lugar en el mundo del romance para un hombre triste y divorciado de veintinueve años.


No es como si antes hubiera sido un imán de hombres, en todo caso.


Contra todo pronóstico, había sido su hermano Angus quien lo sacara de su encierro proverbial. Había pasado más de un año desde que Arthur partiera de América (y de Alfred) con solo la ropa que cabía en una maleta. Se había estado refugiando en la familia desde entonces, viviendo con Angus y su esposa, haciendo de niñera con sus sobrinos, y aunque sus hermanos se mostraban encantados con el apoyo, también pensaban que era hora de que Arthur regresara al mundo adulto y reaprendiera a socializar.


—Ni siquiera digo una relación seria —le había dicho Angus—. Solo sal a la puta calle, házte ver. Deja que algún tipo te restriegue contra su cama y sigue con tu vida.


Arthur se había sentido horrorizado tanto por la idea de oír a su hermano diciendo esas cosas como por el hecho de que las dijera sin ningún empacho en frente de los niños, pero no había podido negar que tenía razón en algo: Se había estado revolcando en su miseria el tiempo suficiente. Hacía varios meses que no tenía una conversación adulta sin tener que mirar sobre su hombro para asegurarse de que no hubiera niños escuchando, y extrañaba la clase de intimidad física a la que se había acostumbrado estando con Alfred todos esos años. Tal vez era hora de dejar de revolcarse en su miseria y empezar a revolcarse en lugares más suaves. O duros.


Pero más fácil dicho que hecho. El sujeto a quien había estado llorando sobre Alfred frente a la barra acababa de disculparse para ir al baño, y esa escena se había estado repitiendo tanto las últimas noches que Arthur se estaba haciendo a la idea de que moriría solo.


—¿Por, hic, qué todos me abandonan? —gimoteó patéticamente a todos y a nadie.


El tabernero le miró con expresión solemne. Error suyo, porque Arthur se aferró a él de inmediato. Se inclinó sobre la barra, como si la cercanía les brindara privacidad, y tartamudeó,


—S, solo quiero a alguien que m, me quiera, ¿sabes? Solo. Que no se aburra d, de mí. ¿Es eso malo? No deb, ería ser tan difícil, yo solía, yo era tan divertido.


Su voz adquirió el tono soñador de la reminiscencia. El tabernero seguía observándolo en silencio, lo cual Arthur tomó como invitación para contarle lo divertido que solía ser, y lo hizo. Desde su etapa punk en una banda mediocre hasta sus años en el equipo de pista y campo en la universidad; la competencia de atletismo a la que había llegado segundo en los 21 kilómetros. Ese día conoció, había perdido justamente contra – y por supuesto, el tema volvía a ser Alfred.


—N, nunca encontraré a nadie como él —aulló, voz aguda y húmeda y rostro un maldito desastre de moco y lágrimas.


Patético. Ya estaba haciendo el ridículo, así que qué más importaba: Cruzó los brazos sobre la barra y echó la cabeza sobre ellos, llorando ruidosamente y terminando de hacer su espectáculo. Estaba tan puesto en ello que de hecho saltó cuando sintió una mano cálida en su espalda.


¡¿Huh–?!


—Arriba —murmuró el tabernero, indicándole que se levantara. Arthur lo hizo, tambaleante y confundido.


—¿Qué pasa? —preguntó—. M, ¿me echarán del bar?


Vaya, hablando de hacer el ridículo. Pero el tabernero negó con la cabeza.


—Acá —gesticuló detrás de la barra, hacia la puerta que claramente rezaba ‘Personal Autorizado’. Arthur se limpió el rostro con la manga de su camiseta. Susurró,


—¿Me vas a violar?


El tabernero bufó y Arthur tuvo la decencia de sonrojarse. En su defensa, el alcohol siempre lo ponía estúpido. El hombre volvió a empujarlo con señas hacia la puerta y Arthur obedeció al fin, pasando tras la barra sin poder alejar la sensación de que estaba haciendo algo indebido. Al menos era lo más vivo que se había sentido en años. Entró en la sala del personal y oyó al tabernero cerrar la puerta tras de sí.


Bueno, esto era... anticlimático.


La sala era tan poca cosa que Arthur sintió que se le espabilaba la borrachera de solo verla. La iluminación era mejor que en el bar, como mínimo, pero el resto...


El tabernero indicó que se sentara en una de las sillas plegables arrumbadas contra la pared del fondo. Eran tres, en total, alrededor de una mesita enclenque repleta de vasos, papeletas y bolsas plásticas. Arthur se sentó en la única que no estaba ocupada por una mochila y el tabernero se dirigió a la encimera con el servidor de agua. Cuando se acercó a él le extendió un vaso.


—Uh, gracias —Arthur lo aceptó, alelado. El hombre asintió con la cabeza y se señaló a sí mismo,


—Berwald.


Arthur asumió que era su nombre.


—Erm. Un gusto, Berwald —probó—. Soy Arthur.


—Mm —fue todo lo que dijo. Arthur lo miró con detenimiento.


Ciertamente era un hombre extraño. Muy alto y muy ancho. Sus expresiones eran toscas y hablaba en monosílabos, Arthur se preguntó si no sería un cavernícola funcional. Bueno, si lo era, al menos era bastante guapo. Y tenía que admitir que siempre le habían ido los tipos con gafas.


—Um. Así que... —comenzó luego de un rato.


Se había empezado a sentir muy incómodo alrededor del minuto de estar plantado ahí, sorbiendo su agua y mirando a Berwald, quien también le miraba. ¡Necesitaba saber si iban a llegar a algo, carajo!


—Tino —habló Berwald de repente. Arthur parpadeó,


—¿Disculpa?


Berwald extrajo su billetera de sus pantalones y de ahí sacó una fotografía. Arthur se inclinó para mirarla con genuino interés. Era Berwald, más joven, y un muchacho que se veía la pura definición de adorable. Sintió que una sonrisa se formaba en sus labios. Los dos hacían una hermosa pareja.


—¿Es tu esposo? —preguntó con curiosidad. Berwald negó suavemente con la cabeza.


—Viudo.


¿Cómo puede ser tu viudo? Tendrías que estar muerto,” pensó Arthur estúpidamente. Luego,


—¡Oh! —comprendió—. O, oh, es... ¿quieres decir–? —Berwald gruñó en asentimiento, luego en sorpresa cuando Arthur se le echó a la cintura en un abrazo torpe e incómodo—. ¡Lo siento! Debes sentirte tan solo, debe – seguro que ha sido muy – ¡lo siento!


En verdad se sentía como un cretino. Mira que ir a llorarle a alguien que había sentido lo que era la pérdida de verdad. Pero Berwald no dijo nada. Arthur se dejó caer sobre la silla y suspiró,


—S, supongo que... lo que quiero decir... lo siento —repitió—. He estado viniendo a llorar cada noche las últimas dos semanas. No imagino que sea muy agradable tener que escucharme berrear sobre mi ex-esposo y deprimir a todos en el bar —hizo una mueca autodespectiva—. Seguro que estás cansado, debes conocer la historia de mi vida para este punto —subió la mirada, buscando confirmación. Berwald continuaba mirándolo, silencioso e imparcial, y Arthur sintió que poco a poco volvía a quebrarse—. Es solo... de verdad yo... y él...


Estaba seguro de que seguía hablando, pero su diálogo había deformado en esa plasta de sonidos agudos que su hermano solía llamar jerga llorica. Era vergonzoso y quería detenerse, pero aún no había llamado a Alfred por cada nombre ofensivo en el cielo y en la Tierra.


No necesitó hacerlo, al final, porque Berwald volvió a guardarse la fotografía y se inclinó sobre él para tomarle el rostro entre sus amplias manos. Un dedo cuidadoso limpió el rastro de una lágrima bajo su ojo y la sorpresa del acto fue más que suficiente para cortarle el llanto. Arthur hipó, mirándole de golpe con ojos grandes y entonces,


—¿Bermmpffh–?


El cliché estaba completo. Arthur podía morir feliz.


Pero Berwald se separó demasiado rápido. Apenas había sido un pico. Arthur aplastó la decepción en su pecho y miró a Berwald con una mezcla de euforia y perplejidad.


—Um, ¿qué–?


—Quédate —dijo Berwald, aunque no se molestó en elaborar.


Se irguió nuevamente, sacando el vaso vacío de las manos de Arthur y entonces, como ocurrencia tardía, se inclinó otra vez para besarlo. Arthur apenas alcanzó a disfrutarlo un segundo antes de que Berwald se apartara, soltara el vaso en el lavamanos junto a la encimera y saliera sin más a atender el bar.


Qué tipo más raro...


Arthur se mordió el labio, una sonrisita mareada estirando sus mejillas sin su consentimiento. Había olvidado preguntar a qué hora terminaba el turno de Berwald esa noche, pero así como se le ocurrió supo que no importaba. De todas formas iba a esperar.

Notas finales:

Siempre me ha gustado esa pareja.


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