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El Zar y el Príncipe por Elirio26

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Notas del fanfic:

Omegaverse

Notas del capitulo:

Oneshot

El gran dueño de una ciudad, un hombre lleno de predilecciones, compuesto por el poder y la gallardía, una herencia milenaria de grandes nombres y riquezas, el dictador de sus propias leyes y quien comandaba a todo un ejército con solo levantar un dedo, un ser que llevaba en su sangre la historia de un vasto reino y cargaba sobre sí el bienestar de la vida de miles familias que comprendían aquellas amplias tierras.

Sus vestiduras siempre representaban su linaje a donde quiera que iba, los largos ropajes con bordados de oro y encajes de alta calidad atiborrado con piedras preciosas demostraban el alto valor que como hombre representaba en su reino. Y para sus constantes actividades estas jamás eran ignoradas.

Era el día de una gran celebración en el inmenso castillo, ese gran espacio de columnas color marfil contrastaban con el ocre, que le daba amplitud a aquel espacio, los grandes candelabros que iluminaban los recónditos espacios hacían juego con la inmensa lámpara de cristal que le daba magnificencia y elegancia, grandes cortinas de colores pasteles juntos a rosas de cálidos colores le daban el toque imperial para la ocasión.

Miles de hombres y mujeres se congregaron en la renombrada reunión, vestidos con trajes llamativos que daban el toque de realeza ameritado para la celebración que se llevaba a cabo en el gran salón del castillo del Zar. Estos allí se encontraban con el fin de celebrar la conquista de otra ciudad que daría paso a la unificación del reino, muchos Duques, Príncipes, Marqueses y entres otros, se encontraban atentos al Zar de piel morena y rostro inexpresivo, de facciones detalladas y cabellos azabache, junto una mirada severa que distaba temple y poder.

Muchos le miraban como el Soberano, otros buscaban crear una amistad acorde a sus intereses, quizás también deseaban sus beneficios, y los más ambiciosos buscaban emparentar a sus hijas con el solo propósito de alcanzar más riquezas.

El gran Zar Altín, observaba aquella aparente escena de regocijo con medida cautela, pues sabía que así como muchos deseaban su felicidad, también estaban quienes que querían destruirle. Situación que le toco experimentar luego de que el Príncipe Nikiforov le traicionara, quitándole aquel especial lazo con el único ser que se había atrevido a crear un cercanía de forma sincera.

Luego de dejar a sus hombres, a cargo de la recepción, se va a su cómoda sala donde por costumbre, se sentaba a escribir todos y cada uno de sus lamentos. Su diario, uno acorazado de piel, que representaba su carnoso corazón, escribía derrochando en cada letra un lamento, arrepentimientos y sobre todo sus cargas más ocultas, se odiaba, por haberlos presentado aquella noche de fiesta, y sobre todo por haber sido un tonto al no atreverse a confesar sus sentimientos  a ese nipón de cabellera oscura y piel se porcelana.

Soltando un largo suspiro lleno de melancolía, cierra su diario, dejándolo  dentro del especial escritorio, que se encargaba de sostener su cuerpo cuando sus lamentos llegaban al llanto, mismo que contenía una historia de amor entre su abuelo y el Omega que había logrado calar su corazón, llevándolo a infinitas alegrías; y que ahora este se había encargado de heredar y de cuidar celosamente.

Levantándose con desgano para atender a sus invitados en la sala de baile, camina lentamente por el largo pasillo pidiendo un secreto deseo a aquellas estrellas, que brillaban con fulgor en aquella mansa noche. Siendo guiado por su fiel y leal asistente, en su andar por aquellos pasillos, ocurre lo imposible.

Un ángel con la más hermosa sonrisa se encontraba frente a él, sus facciones delicadas y sobre todo un aroma atrayente que inspiraba alegría, le hicieron sonreír de forma inconsciente, sonrisa que no pasó desapercibida a los ojos de su amigo, quien le miro anonadado por aquello.

Sus ojos no se apartaron del Omega que hizo a su corazón acelerarse, pero la vida tenía una forma cruel de mostrarle sus desgracias, y este para su pesar, se encontraba acompañado de su antiguo amor, el Duque Katsuki de Nikiforov. Su interior se contrajo de forma notoria, por lo que su semblante se torno más serio de lo habitual, haciendo con esto que su asistente se asustara por sus súbitos cambios de humor.

Sabía que todo en la vida tenía un precio, pero que pecado habría cometido, para que ahora que había encontrado a su destinado, fuera el hermano de aquel que le pagó con traición. Apuño sus manos en señal de orgullo, pues no quería encontrarse nuevamente con este durante la celebrada reunión.

Pero la suerte no estaba de su lado esa noche, su antiguo mejor amigo, el Primer Príncipe de la Nación vecina, el gran Viktor Nikiforov se encontraba hablando con la Duquesa de Bulgaria, una mujer Beta con quien tenía que cerrar un importante acuerdo de paz.

Su rostro inexpresivo no demostraba su molestia, misma que estaba causando estragos en su interior. Pero las lejanas palabras del albino le sacaron de su ensimismamiento, trayéndolo nuevamente a la realidad. Sus manos sudaban, pero no se daría la tarea de expresar palabras que demostraran su incomodidad, solo con un asentimiento dejo una clara orden para que el Alpha entendiera y se marchara.

Aquella noche sin duda fue pesada para el moreno, quien luego de haber terminado el trato con éxito, se mantuvo en su silla real, observando a cada uno de los invitados, y por sobre todo, mirando de forma secreta y atenta a su Omega, que sin darse cuenta le había robado unos cuantos suspiros.

Su Alpha se deleitaba detallando cada expresión de su invitado, su tersa piel estaba incitando a sus deseos más carnales a querer tomarlo, pero su deber le mantenía cuerdo, degustaba cada centímetro del dulce aroma que este desprendía y que por alguna extraña razón le embargaban y llenaban de confort. El olor a avellana y menta cada vez era más notorio, y sintiendo a su Alpha desesperado, se levanta rápidamente para alejarse del lugar, pues su lobo estaba aullando en su interior clamando por ese Omega que le había despertado.

Al llegar a la terraza la fría y apacible brisa acariciaba su rostro, bajando un poco el calor que comenzaba a inundar todo su cuerpo. Sabía que el destino era malditamente incontrolable, pero deseaba, no, clamaba, que esto no fuera completamente cierto. ¿Acaso todo en la vida tenía que ser tan malditamente complicado? La respuesta a aquello nunca llegó.

Como si todo fuera una cruel broma, el Omega se apareció frente a él, su olor se intensificaba a medida que se acercaba, y esto le hizo estremecerse. Aquella criatura, era demasiado frágil, pero la determinación que se reflejaba en su mirada le paralizó por completo.

Ya no había escapatoria, ya no había más peros que pudieran sacarlo de aquel destinado encuentro. Ambos orbes oscuros y jades se encontraron, destruyendo toda duda y abarcando con nuevas expectativas cada intima parte de su ser.

El hermoso ángel clamaba con su osadía ser mirado con la misma intensidad que este le miraba. Gritaba con cada fibra de su ser, ser correspondido. Las palabras no eran necesarias, el largo silencio expresaba la afirmación de ese premeditado encuentro.

Otabek se sintió decaer, pero internamente su lobo aullaba de felicidad porque su Omega, su destinado, el único que podía complementar su vida, ahora se encontraba a solo un roce de distancia.

Las estrellas, el suave silbido del viento y el latir de sus corazones, hicieron de ese encuentro, la afirmación más intima de que el destino jamás se equivocaba. Una leve sonrisa junto a una corta presentación convirtieron a aquellos dos desconocidos en el complemento necesario que ajustaría a sus corazones a ser uno solo.

*

Luego de esa noche, el zar de aquella nación se mostraba más atento a todo lo que el príncipe de su Nación vecina hacía para él. Descubrir que el Omega era una caja explosiva de sorpresas, fue el principal motivo por el cual decidió no quedarse atrás.

Sabía que su antiguo amor ya nunca regresaría, comprendió que él, solo fue una de aquellas enseñanzas que la vida le daría para que aprendiera a luchar por sus propios deseos. Que de vez en cuando ser egoísta no es malo, al contrario, es la típica forma de marcar territorio afianzando en ello lo que realmente quieres. Y eso,  el hermoso Omega se lo demostraba con creces.

Yuri, que ironía tenía la vida, pero que contrariedad mostraba ante tal similitud. Una especie de conexión que mostraba diversas formas de un ser, que complementaba su interior y le embargaba con nuevas e irremplazables emociones.

Ese pequeño príncipe se adueñaba de todos sus pensamientos y sacaba de él aquellas desaparecidas expresiones que se habían perdido con el tiempo y que ahora se veía rejuvenecidas por causa de sus distintas facetas.

El amor le había cambiado su nombre, ¡Beka!, aquel que su Omega clamaba en búsqueda de su atención, y que este devolvió con la misma vehemencia con un nombre para él ángel de sus sueños, susurrando, Yura…

Con el tiempo la tensión entre ambos Alphas se había acrecentado, pues Viktor jamás dejó de ser un hombre sobreprotector,  no por su condición de Alpha, sino por su demarcada naturaleza egoísta, el cual disimulaba con una acorazonada sonrisa que derretía a los incautos, pero esta actitud se vio opacada ante la felicidad de aquel angelical rubio.

Yuri Nikiforov, no era un Omega cualquiera, y a pesar de su endemoniado carácter, el cual había logrado dominar con los años, jamás se rindió en hacer las cosas a su manera. Incluyendo la noche de aquella fiesta, donde percibió el aroma a canela y café, el de su destinado, y que a pesar de haber peleado por años con el destino por esa especie de atadura, ahora se alegraba por su impulsividad y encontrarlo esa noche en la terraza.

Las malas noticias opacaron muchas veces el brillo de aquellos jades que dejaban sin aliento al moreno, pero jamás se rindió, al contrario se mostraba impetuosamente egoísta y malcriado, y esto llevó a la gran afirmación a la que ahora confesaba con orgullo. Su Destino.

La guerra se encargó de separarlos por un tiempo agonizante, tiempo en el que se sintieron incompletos, solitarios y perdidos el uno sin el otro. Ambos descubrieron su necesidad del otro y la fuerza que el destino ejercía para que sus preceptos se cumplieran.

Una tarde luego de un largo tiempo, se encontraron nuevamente en aquella terraza donde se encontraron la primera vez, un anillo demarcó una propuesta definitiva y una historia que no tendría fin entre ambos, pues al unirse, lo harían para toda la vida y ese pacto eterno no sería sellado con un beso, si no con el alma.

Las palabras no fueron necesarias, ambos cuerpos permanecían firmes el uno frente al otro, ambos se miraban fijamente y una suave caricia fue la conexión perfecta para inmortalizar ese histórico momento.

-¿Serás mío?

-¡Siempre tuyo!

 

~Fin~

 

*

 

Aún no XP

 

*

 

El tiempo se encargaba de dar reconocimientos a los momentos fugaces, esos que cambiaban el contexto de nuestro manera de pensar y que nos adentran a emociones desconocidas. Otabek lo ha estado aprendiendo junto a su gato mañoso, que cada día no para de llenar su vida con nuevas alegrías.

Su nuevo diario, ahora revestido de vivos colores, donde ahora desahogaba todas sus nuevas experiencias, con letras que tildaban una nueva vida, y que ahora no lamentaba, sino que con esmero plasmaba con el fin de llevar cada recuerdo a la historia.

Así, al igual que su abuelo, se encargaría  de manifestarlo a través de aquel escritorio, donde se ocultaban cada una de esas palabras, mismas que vociferaba en las noches, donde se encargaba de reconocer a todas sus anchas al Omega y que este le dejara ser el colonizador de su ser.

Sonreía ante tal íntimo encuentro, pero secretamente era observado por su complemento, quien entendiendo claramente el gesto de su rostro, que ahora era típico en su amado, se acercaba a este rompiendo el mágico ensimismamiento con un profundo beso, que rosaba en lo pasional sin dejar de ser casto y que sin duda alguna le hacía soltar un suspiro aletargado por ser quien lo daba, el dueño de su alma.

Cerrando su diario, ese que contaría a sus nuevas generaciones aquellos hermosos recuerdos, salen ante el pueblo, mostrando ante estos, un fehaciente fruto que afirmaba, aun en contra de todo pronóstico, la felicidad y el amor de ambos hombres, Alpha y Omega, Destinados y Padres de la nueva heredera, la Zarina Vhelina Altín Nikiforov.

Otabek Altín y Yuri Nikiforov Plisethsky se juraban eternamente ser el uno para el otro, no por la pequeña retoña que heredaba el genio del Omega, sino por la marca que lucía orgullosamente en su nuca como el heraldo más valioso, que ahora todos, al igual que él valoraban y que jamás se atreverían a refutar.

Para nosotros será el fin, pero para ellos, tan solo el inicio para un arduo y hermoso camino lleno de constantes momentos de felicidad que disfrutara para toda la vida y que por un deseo cedido por las estrellas jamás se extinguiría.

 

Fin

Notas finales:

Otayuri


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