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Te acompaño a llorar por Mari-Sponge

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Nunca creyó que realmente fuera a pasar. Le conocía de, prácticamente, toda su vida; ser pareja nunca fue algo que le cruzara por la mente. Prácticamente, todos en el equipo lo sabían; las muestras de afecto de Kuroo hacia Kenma, fueron suficientes para hacer que la relación de ambos quedara al descubierto. Cada vez que podía, Tetsuro presumía a su pequeño novio, con total orgullo, y enorme vergüenza para el menor. Solo él lograba ver facetas que el teñido no mostraba a nadie; para Kuroo, Kenma era más que una pareja. Era su tesoro, y se sentía orgulloso de poder conocer cada rincón de aquel introvertido muchacho. Por su parte, Kozume podía jactarse de ser el dueño del corazón de Kuroo. O eso creía, hasta ese día.

Una tarde, el entrenador Nekomata llegó al gimnasio, con una gran noticia: irían a Sendai a un partido de entrenamiento con el Karasuno. Y claro, aprovechando el viaje, jugarían contra otras escuelas de la región. El fin de semana pasó algo rápido; antes de que se diera cuenta, se encontraba frente a Shouyo, algo incómodo por la mirada atónita del menor. Luego de las vergonzosas palabras del mayor para alentarlos, arrastró los pies a la cancha. No recordaba haberse cansado tanto en un partido; el teñido estaba completamente atento a las jugadas del equipo contrario, en especial, aquellas que explotaran el potencial del pelirrojo. Pero en los múltiples partidos, hubo algo que no notó. Una pequeña cosa, que podría destrozarle lentamente.

Kuroo había puesto sus ojos en aquel muchacho rubio del Karasuno. Algo en aquel joven de lentes, captó su total atención. Las ganas de hablar más con él y pasar algo de tiempo a su lado, comenzaron a llenarlo. Su corazón latía desbocado, y el moreno se lo atribuía al ejercicio recién efectuado. Por donde Tsukishima fuera, los ojos oscuros de Tetsuro le seguían, incomodando un poco al más alto. Mientras limpiaban y guardaban todo en el gimnasio, Kuroo fue dándose cuenta de a dónde iban sus pensamientos. Era el mismo sentimiento que tenía antes de salir con Kenma. Y aun sabiendo eso, prefirió continuar. Luego arreglaría sus sentimientos.

Todo el camino de regreso a Tokio, Kenma se la pasó a su lado, jugando o durmiendo recargado en el moreno. Sin embargo, Kuroo solo miraba por la ventana, completamente inmerso en sus pensamientos. Una cabellera rubia, y una mirada dorada, acudían a él, cada vez que cerraba los ojos. Se sentía perdido, y la adormilada figura a su lado, no ayudaba en nada. Lo único que le quedaba, era esperar no volverse a encontrar con aquel muchacho, y seguir su vida al lado del que, suponía, era el amor de su vida. No importaba como, insistiría en que todo eso que sintió, fue un desliz. Fue en ese momento, que decidió iniciar con una gran mentira; ignorante del enorme dolo que aquella fachada de obligada realidad podría causar, al que juró proteger. Nunca creyó, que esos días, serían los últimos momentos de completa felicidad para su gatito.


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