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Observemos las estrellas por PurpleNeedle

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Notas del fanfic:

Posteado previamente en SSYaoi.net

Al comienzo de la nueva Guerra Santa, el caballero de Libra no pudo evitar su impresión al ver de nuevo, sin que los 243 años de vida que en él sí habían hecho mella hubieran causado algún impacto, a su mejor amigo; su confidente, su apoyo incondicional y eterno amor platónico. Enfrentarse a él en duelo era la única opción si quería salvar la vida de su discípulo y heredero de la armadura de la séptima constelación, aunque aquello significara el comienzo de una Batalla de Mil días. ¿Estaba dispuesto a enfrentarse a su amigo? La verdad es que no, pero no podía dejar que ninguno de los presentes supiera de sus verdaderas intenciones.

Shion, siempre tan orgulloso, mostraba su figura y su poderío renovados por tiempo limitado gracias al Dios del Inframundo; al caballero de Libra no le quedó otra opción más que deshacer el misophetamenos que Athena le había concedido al terminar la anterior Guerra Santa para así estar en igualdad de condiciones.

A los ojos de Mu, Shiryu y demás caballeros que observaron el duelo en la primera casa, estos dos ancianos caballeros se enfrentarían a muerte por el honor de los Dioses a los que servían, nada más lejos de la realidad. El enfrentamiento jamás se dio entre ellos, el choque potente entre los cosmos fue solo para eliminar a los espectros que vigilaban que los caballeros revividos hicieran su labor.

-   Ya estamos solos, Shion, sabes que no puedes mentirme –dijo el castaño enfocando sus ojos en su compañero- A mí no.
-   Jamás te he mentido, Dohko, después de tantos años sería inútil intentarlo ahorita –contestó el tibetano con una media sonrisa en su rostro-.

El oriental se acercó al ariano mayor, quien lo recibió con los brazos abiertos. La calidez del cuerpo del librano sobre su pecho fue la sensación más reconfortante que la segunda vida podría ofrecerle. En las horas contadas que Hades le dio, el ex Patriarca estaba dispuesto a recuperar todo el tiempo que había pasado sin su compañero.
Un suspiro de ambos hizo que sus armaduras reaccionaran en automático, abandonando sus cuerpos y erigiéndose de nuevo en su forma básica Libra y Aries, dorada y sapuri, pero siempre juntas; algo que ni en dos siglos de vida podría cambiar bajo ningún concepto.

Al quedar ambos con el torso desnudo, Shion recorrió con la yema de sus dedos el contorno del tatuaje de tigre que adornaba la espalda de Dohko. Su cuerpo de nuevo en la flor de su juventud recuperó todas las formas que le enloquecían desde siempre. Presa de sus instintos más básicos bajo la mirada y separó de sí a Dohko; con los dedos pulgar e índice de su mano izquierda levantó la quijada del otro y capturó sus labios en un beso que tenia sabor a desespero, amor y cansancio de esperar.

Cuando eran jóvenes, su amor jamás pudo ser debido a todo el ritmo de vida del Santuario y que culminó en el revuelo de la Guerra Santa, pero esta vez los protagonistas serían otros y ellos podrían vivir su pequeña historia a pesar de tener los segundos contados. Tomándose de la mano, fueron andando dentro de los pasadizos que creaban el entramado del primer Templo del Santuario hasta que llegaron a una terraza donde el cielo despejado les daba una vista envidiable:

-   Quiero que me acompañes a ver las estrellas, viejo amigo.

La expresión en el rostro del dorado ante las palabras de su compañero de armas daba a entender que sus sentimientos siempre fueron correspondidos; el beso que compartieron sólo lo confirmaba con aún más ahínco. Se acercó con pasos cautelosos y se recostó al lado del revivido.

-   Solo tenemos doce horas… -buscó con su mirada el reloj de la torre y observó como la llama de Tauro se extinguía lentamente- quise decir diez. Hay tantas cosas que quisiera decirte, Shion, todos estos años me he sentido tan incompleto sin ti –enterró la nariz en el cuello del tibetano- tantas cosas por hablar, por compartir, cuantos besos he deseado darte –besó su cuello con lentitud-; cuantas noches he querido refugiarme en tus brazos, no ha sido fácil guiar a estos niños sin ti a mi lado. Aun así, Shion, debo preguntarte ¿por qué? ¿Por qué jamás me dejaste amarte con libertad?
-   Eres un caballero dorado, Dohko, yo era el Patriarca –fijó su dulce mirada de amatista en las pupilas esmeraldas del otro- No era posible.
-   ¿Es que acaso ahora sí lo es? Amar a un servidor del Inframundo, si hablamos de deshonrar a Athena, sigo haciéndolo. Hubiera preferido quedarme a tu lado mientras vivías, quizás si yo hubiera estado allí, Saga no… -limpió un par de lágrimas que peleaban por salir de sus ojos-, Saga no te hubiera asesinado.
-   O hubiéramos muerto ambos –se acercó a darle un casto beso- y no estaríamos viviendo esto.
-   Pasaría la eternidad a tu lado, Shion –comentó con evidente molestia levantándose del lecho-, seríamos como las estrellas –siguió mientras señalaba las constelaciones que vigilaban todo en un mutismo absoluto-, juntos por millones de años.

Por un momento el peliverde rascó su cabeza analizando lo que su compañero le decía, la eternidad al lado del librano era una posibilidad sumamente gratificante, pero a su vez no quería privarle a éste de los placeres de la vida. Shion extrañaba más que nada estar vivo para estar con Dohko, por un momento pensó que no extrañaba la vida mundana sino a él; así fue que entendió que desde su asesinato la vida del anciano caballero no era vida porque no estaba él para compartirla.

-   Soy un egoísta –fue la respuesta del ex patriarca antes de continuar-.
-   Sí que lo eres, pero no podemos hacer nada al respecto, la luz de Géminis comienza a extinguirse y no contamos con la de Piscis pues debes llegar a la estatua de Athena para encomendársela a los caballeros de bronce. – Dohko hablaba pero en su voz se sentía el dolor de una despedida que aunque pareciera lejana estaba allí mordiendo sus talones- No quiero perder más el tiempo.

Se lanzó sobre los labios del otro con todo el deseo que más de dos siglos pueden guardar en un cuerpo, sus manos se entrelazaban con las fibras abundantes del cabello del tibetano mientras sus piernas lo posicionaban a horcajadas sobre este. Se incorporó tomando las manos blancas del patriarca pasándolas sobre su trabajado torso hasta dejarlas ambas sobre su cadera, si los dioses quisieron devolverlos a sus dieciocho años pues que sean esos cuerpos los que perduren en su memoria por toda la eternidad.

Una tormenta de besos, desespero; ansiedad y miedo; saliva, jadeos, sudor y gemidos; amor, deseo, placer que termina en agotamiento; sentimientos y siempre como silente testigo, las constelaciones en el cielo.

Agotados, se recostaron uno sobre el otro mientras el sudor bañaba sus cuerpos dándoles un brillo en la piel a la luz de las estrellas. Shion se abrazaba a Dohko como si la vida se le fuera en ello, reprimiendo todas las lágrimas que deseaba derramar. Besó sus despeinados cabellos rojizos y cobijó sus hombros con su brazo:

-   Perdona mi cobardía, Dohko, debí confesarte cuánto te amo en la anterior Guerra Santa, no ahora, no debí esperar a tener 261 años para vivir mi primera vez con el hombre que siempre he amado –su voz se quebraba, sabía que cada llama que se apagaba los acercaba al inevitable adiós, y ahora Sagitario estaba consumiéndose-.
-   Shion… siempre postergando las cosas, negándote a vivir. Te esperé por casi tres siglos y volvería a hacerlo si al final te vuelvo a encontrar –alzó la vista para besarlo de nuevo- Te perdono esto y cada uno de los momentos que nos separaron, quizás si hay algo que aprender de esta generación y es a vivir el romance sin importar los demás, sus razones, sus prejuicios ni su opinión. Ahí están Milo y Camus, vivieron lo que Kardia y Dégel tuvieron que callar. Y no me importa ser un anciano de 261 años, amo y me ama un hombre maravilloso.

Al apagarse la flama de Sagitario ambos supieron que ya era el momento, se levantaron y con parsimonia recuperaron sus ropas y sus armaduras. Una vez vestidos volvieron a esa azotea que fue testigo del amor que mantuvieron preso por tantos años, entrelazaron sus dedos y se besaron bajo la brillante Aries que esa noche con mutismo los observaba y bendecía su amor. Bajaron las escaleras con la lentitud de quien carga un ataúd hacia su entierro puesto que si algo había perecido ese día era su amor, compartieron un último beso intenso donde sus manos despeinaron las cabelleras del otro antes de comenzar su ascenso por las casa zodiacales restantes.

Corrían a alta velocidad sin llegar a ser el máximo de su capacidad, esos instantes, esos pasos con el repiqueteo conjunto de sus botas metálicas sobre cada uno de los 240 escalones de mármol prolongaban el inevitable adiós pero los llenaban de momentos para atesorar en esta vida y en el más allá.

Al llegar frente a la estatua de la Diosa, fue Dohko quien se alejó entre las ruinas pues no soportó ver como Saori daba su vida ante una daga empuñada por Saga, por el asesino que le quitó a su amor hace trece años. Vio llorar a los caballeros dorados, a los caballeros en sapuris y como Shion con todo su conocimiento utilizaba la sangre de la Diosa para revivir las maltrechas armaduras de bronce e invocar la armadura divina de Athena.

Shion se alejaba de la escena, con el viento haciendo ondear su cabello mientras el fuego de la doceava casa empezaba a extinguirse:

-   Otra vez hicimos que Seiya y los demás volvieran a luchar –comenzó Dohko-.
-   Estoy muy apenado por eso –contestó Shion, mientras empezaba a ver como los fragmentos de las ruinas comenzaban a desaparecer-.
-   Nadie hubiera podido evitarlo, me siento mal por no haberles podido ayudar a despertar el Arayashiki.
-   Yo estoy apenado porque si no pudiste enseñarles, es porque estábamos juntos, observando las estrellas –respondió el patriarca alzando la vista a las constelaciones con una pequeña lágrima asomándose en su ojo izquierdo-.
-   No fue tu culpa Shion, fue mi decisión; no cambiaría nada de lo que vivimos esta noche por ninguna experiencia que haya podido tener durante todos estos años –tajante pero con calidez, Dohko intentaba absolver el sentimiento de culpa de su amante-.
-   Pensándolo bien, nosotros luchamos grandes cantidades de batallas –una pausa con un chasquido de lengua comenzaba la espiral en descenso de la vida temporal que Hades le regaló al Ariano- y despertamos el Séptimo Sentido. Estoy seguro de que Seiya y los demás también lo harán. Ellos han logrado muchos milagros y estoy seguro de que despertarán incluso el Octavo Sentido.

Un silencio interrumpido por las estructuras colapsando, dos miradas que se negaban a enfrentarse para no mostrar el dolor que en ellas abundaba. Con un hilo de voz prosiguió el borrego:

-   Dohko, deseaba conversar un poco más contigo.
-   No te preocupes –el de Libra tomó su mano y la apretó con fuerza-, pronto volveremos a vernos.
-   Es cierto –afirmó con una sonrisa que no llegaba a sus ojos-, si he esperado 243 años no es molestia esperar un poco más para volver a tenerte a mi lado.

Luego de esa frase solo hubo pequeños fragmentos de cosmos desvaneciéndose al lado del caballero de la Séptima Casa, junto a estas partículas las lágrimas comenzaron a manar sin control por los ojos del oriental, sentado sobre un trozo de columna de lo que fue la sala del patriarca, pasó por sus ojos una versión acelerada de todo lo vivido al lado de su gran amigo, su eterno amor, Shion.

-   Hasta la próxima vez que nos veamos, amigo mío –pensó mientras la mano que sostenía se deshacía en partículas brillantes del cosmos de a quien le pertenecían-.
Sentado en el mármol, alzó su mirada llorosa a las estrellas donde la constelación de su borrego brillaba sobre él a manera de despedida. Se puso sobre sus pies limpiando con su manga derecha las lágrimas.

-   ¡Vamos, Kanon!
-   Será un honor ir con usted, maestro –fue la respuesta proveniente del gemelo menor ataviado con la armadura dorada de Géminis-.

Sobre su mano cayó una última viruta de cosmos la cual apretó sobre su pecho fundiéndola en su corazón para luego emprender su camino hacia el castillo de Hades.


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