Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Los Olvidados por WendyTisocco

[Reviews - 2]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

 Nuestra historia no puede comenzar sin primero presentar a los personajes, el escenario y el contexto. Vamos, son cosas de Literatura de primaria.

 L, el mayor detective del mundo, oculto tras las sombras, cuyo rostro nadie conocía, cuyo origen era un misterio, y una capacidad tan sobrehumana que muchos lo consideraban un verdadero mito. Alrededor de él gira nuestra historia.

 Bueno, no de L exactamente, sino de ciertos niños, adolescentes, que fueron criados y educados en Wammy´s House, un orfanato para niños genio o prodigio que eran guiados para seguir los pasos de L, y algún día convertirse en su sucesor.

 De estos niños destacaremos a dos: A, el primero, literalmente, el primero en llegar y el primero en promedios, el preferido por todos, frío, distante y calculador, y el segundo, B, era brillante, analítico y desviado, mucho más activo y manipulador que A, y quizás por eso lo consideraban menos apto, por la extrañes de sus actitudes.

 B siempre fue el segundo. Siempre a la sombra de A, por mucho que lo intentara, nunca podía superarlo. Su mayor sueño era volverse el número 1, así, llegado su momento, él sería L. Pero llegó un punto que los promedios habían dejado de preocuparle, que comenzó a distenderse y a obsesionarse menos con superar a A, quien pronto ya no sería un problema, pues en poco, muy poco tiempo moriría.

 ¿Y cómo lo sabía? Bien, digamos que B nació con una habilidad especial, la de poder ver los nombres y fecha de muerte de las personas con solo mirarlas a la cara. Era una habilidad que le tomó un tiempo comprender, pero que a lo largo de su vida, tras ciertos trágicos incidentes que no vienen al caso -por ahora- descubrió qué significaban aquellos símbolos que él veía sobre los demás. Así, desde la primera vez que vio a A, supo que su vida no sería larga y duradera, razón por la cual tuvo este repentino cambio de actitud, sabía que era solo cuestión de tiempo para que eso cambiara.

 Simplemente pensarlo hacía que se le revolviera el estómago del entusiasmo. Era terrible sí, desear la muerte de otra persona, pero el don con el que había nacido lo había vuelto así. Con los años, comenzó a aceptar la muerte como algo evidente e inevitable. Si estaba condenado a ver la muerte de todos a su alrededor, por lo menos sacaría provecho de ello lo más que pudiera. Y convertirse en el sucesor de L era lo que más añoraba en el mundo… Porque B amaba a L. Su mayor meta en la vida era ser exactamente igual que él, literalmente: tras haberlo en persona una sola vez, adoptó por completo su aspecto, sus hábitos, su conducta. Empezó a utilizar jeans y camisetas holgadas, a maquillarse los ojos para lucir unas oscuras y profundas ojeras bajo sus ojos, dejó de peinar su cabello, empezó a encorvarse y a sentarse como L: en cuclillas apoyándose sobre sus pies, en todo momento, para concentrarse más, y dejó atrás todos sus pasatiempos y a dedicarse de lleno al estudio. Las únicas cosas que no había podido cambiar, por lo cual se odiaba profundamente, eran sus ojos, completamente amarillos y con iris color rojo intenso, mientras que los ojos de L eran color gris oscuro, casi negro; y que él era demasiado inquieto, necesitaba moverse, hacer cosas, no como L… O como A, que podían pasar semanas encerrados en un mismo cuarto sin moverse en absoluto, simplemente pensando y mirando un monitor. Sin embargo, se recordaba, pronto ya no tendría que pensar en ello.

 Además, pensaba, la ausencia de A ni siquiera se notaría. No afectaría en absoluto al clima del orfanato, no era por presumido, pero el se sentía mucho más activo y capaz de suplantar a L, era más analítico y crítico de las cosas, mientras que A era mucho más cerrado, nunca hablaba con nadie, nunca decía nada, simplemente estaba en su propio mundo, encerrándose en la oscuridad de su propio cuarto. ¿Cómo sería detective si nunca salía ni siquiera al patio a ver el sol? Sin embargo, todos, en especial los profesores, lo amaban, y a él parecía ni siquiera importarle.

 En clases normales, B se sentaba hasta adelante y A en el fondo, en una esquina, donde apenas podías ver si estaba o no. Sin embargo, después, por ser los dos con mayores promedios (y por bastante diferencia con los demás, cabe destacar) tenían clases extra, tutorías, por el resto de la tarde. Solo ellos dos y el profesor. Y debían sentarse juntos, sin embargo, nunca intercambiaban una sola palabra entre sí. Después de esas clases, A, por ser el ‘‘número 1’’, tenía también prácticas extra con L, que implicaba ayudarlo a resolver casos, comunicándose a través de la computadora, o de vez en cuando viajando para encontrarse con L cara a cara. Por lo cual A estaba o medio ausente en el orfanato todo el día en su habitación o viajando por el mundo ayudando al mejor detective del mundo. De solo pensarlo, a B le hervía la sangre de la rabia. Solo una semana más… Solo una puta semana más…

-Eso sería todo por hoy, chicos.- Dijo el profesor de A y B anunciando que la clase había terminado.

Ya eran las 6 de la tarde, y oficialmente su horario escolar, con todo y tutorías extra, había terminado. A juntó sus cosas sin inmutarse ni hacer ningún ruido más que el de sus lapiceras y papeles chocando unos contra otros. B recolectó las suyas también, y mientras terminaba, A le dejó un papel sobre su lado del escritorio. B no entendió qué significaba, pero por supuesto antes que pudiera preguntar, A se había ido, y no le habría respondido nada de todos modos.

 Mientras salía del salón, camino a su dormitorio, analizó el papel que A le había dado, sosteniéndolo frente a su cara con solo sus dedos índice y pulgar (tal cual lo hacía L, claro). Parecía una nota, pero en ella habían solo 0s y 1s. Era código binario. Algo extraño, sin embargo, familiar, pues cuando eran niños, recordaba B, solían enviarse mensajes en código binario entre los dos. Pero eso había sido hace mucho tiempo, ¿cuánto, siete, ocho años? Literalmente no habían tenido comunicación alguna desde que A comenzó a aislarse del resto del mundo, ¿por qué de repente la intención de interactuar con él?

 Cuando llegó a su habitación y descifró el mensaje, las cosas se pusieron aún más raras. La nota decía:

 ‘‘Te espero esta noche. 3 AM. Tú sabes dónde.’’

 ¿En serio? ¿Literalmente nadie le había dicho que habían pasado casi 10 años? ¿Qué quería ahora? A estaba tramando algo raro, y lo peor, era la manera en que decía ‘‘Tú sabes dónde.’’ ¿Por qué habría de saberlo? No tenían ningún lugar en común además de la escuela y tal vez el comedor. O quizás… ¡Agh! En serio, ¿de dónde venía tanta nostalgia tan de repente?

Ese “dónde” se refería la cima del campanario de la capilla de Wammy’s House. El lugar que alguna vez habría sido su escondite personal, donde pasaban juntos casi todas las tardes después de la escuela. Evidentemente, no se había equivocado, a las 3 de la madrugada, tal como decía la nota, cuando B llegó A estaba sentado junto a unos barandales de hierro que delimitaban los extremos de la torre, mirando hacia lo lejos, hacia la fría y oscura noche. Parecía un retrato, un retrato realmente tétrico y deprimente.

 Cuando A se percató de la presencia de B, giró levemente la cabeza y esbozó lo que parecía ser una sonrisa sarcástica.

-Así que lo recordaste, ¿eh?- Dijo con una voz ronca y burlona. Era la primera vez en años que lo escuchaba hablar.

-A, déjate de tonterías ¿qué mierda es todo este teatrito?

 A suspiró, volviendo su mirada hacia el horizonte, y sin hacer el mínimo contacto visual otra vez, agregó:

-Ya no tendrás que preocuparte por mí nunca más.

 B intentó comprender a qué se estaba refiriendo, pero al no conseguirlo, solo preguntó:

-¿Qué?

-¿Querías ser el número 1 en Wammy’s House, no? ¿Superarme para volverte el sucesor de L? Bien, pronto ya no será un problema.

 No le gustaba para nada a dónde iba todo esto.

-B…- A se detuvo un momento para pensar cómo diría las siguientes palabras. Inspiró hondo, miró a B directamente a los ojos y agregó: -Me voy a suicidar. Ya lo tengo todo planeado, voy a mezclar pastillas con alcohol, y en cuestión de minutos dejaré de ser una molestia para todo el mundo.

 Después de decir esto, A desvió la mirada y la fijó en el piso. Era realmente muy difícil hablar sobre ello.

-¿Por qué?- Preguntó B al fin.

-No voy a decirte la razón, es asunto mío.- Gruñó A enfadado.

-No… ¿Por qué yo? ¿Qué mierda tengo que ver yo en todo esto?

 Realmente a B no le importaba mucho como era que A iba a morir, pero no entendía por que quería involucrarlo a él también.

-Porque…- Suspiró A. -Tú eres la única persona en Wammy’s House con acceso a medicamentos antipsicóticos.

 Claro, se refería a esos medicamentos que le hacían tomar de niño, confundiendo su “sexto sentido” de ver el tiempo restante de vida de las personas con alguna patología psiquiátrica o algún tipo de neurosis. Por supuesto, el nunca tomó ni una.

-Y… Además… Tú…- A se tomó su tiempo para armarse de valor y poder decir lo que venía a continuación. -Tú eres lo más cercano a un amigo que alguna vez he tenido…

-¡¿Qué?!- Se le escapó a B, a pesar de que habría preferido mantenerlo como un pensamiento.

 A no respondió, como si lo que había dicho nunca hubiese llegado a sus oídos. Si, ese era el A que él conocía.

-Lo harás, ¿no?

 Obviamente no se lo estaba preguntando. Lo estaba obligando.

-Sí, como sea.-Gruñó B poniendo los ojos en blanco antes de retirarse, dejando a A solo nuevamente.

 ¿Qué mierda acababa de pasar? ¿Por qué A decía que eran amigos? El odio que B le tenía era algo más que evidente, se supone que A debería saberlo, con lo listo que era. No sabía qué lo enfurecía más, pensar que A estaba intentando manipularlo, o que fuera tan egoísta como para pensar suicidarse. Literalmente tenía todo lo que él había deseado en la vida, y quería renunciar a ello así como así. Por razones como esa B estaba seguro de que él estaba mucho más capacitado para ser el sucesor de L.

 Regresó a su cuarto, de todos modos ya era tarde. Fue hacia su mesita de noche y abrió uno de los cajones, donde tenía guardados todos los medicamentos que le habían dado desde que tenía 8 años, que pronto serían el arma que acabaría con la vida de A. Sacó todos los frascos y cajas que tenía y las puso a mano, para dárselas a A lo más pronto posible, y revolviendo entre un montón de papeles que tenía guardados ahí desde hace años, encontró un libro, más precisamente, un manga. Lo sacó del cajón y le quitó el polvo. Era el volumen 5 del manga Akazukin Chacha, su favorito cuando él era niño, el cual le obligaron a dejar de leer cuando llego a la institución, por ser una distracción y una pérdida de tiempo.

 B se sentó en su cama, encorvado y apoyándose en cuclillas sobre sus pies, y empezó a releer el manga. Se sentía como un niño otra vez. Es más, recordó que, años atrás, le habían quitado todos los manga que tenía, pues no dejaba de leerlos, y de no haber sido por la ayuda de A, los habría perdido para siempre. El único recuerdo que tenía de su infancia y de su madre, quien se los había comprado, se habrían ido.

 B cerró el libro y volvió a guardarlo donde estaba. Ahora entendía por qué eran una distracción, si volvía a pensar en su infancia, sería mucho más difícil para él dejar ir a A. Era como una puñalada en el pecho, recordar cómo era A de niño comparado a cómo era ahora. Furioso consigo mismo, volvió a enfocarse en su tarea. Era absolutamente inútil ponerse a pensar en el pasado. A era otro, B era otro, A era un estúpido que estaba a punto de morir y nada iba a cambiar eso, no era momento de empezar a sentir lástima por él.

 A había cambiado. Solo se enfocaba en sí mismo, en ser el mejor, en ser perfecto a los ojos de L.

 Pero esa perfección tenía un costo, y uno perdía más de lo que ganaba.

 Durante años, solo tuvo una sola cosa en mente: ser igual a L. Noches sin dormir, trabajo interminable, horarios exhaustivamente estrictos, poco o nulo tiempo para descansar, ¿y todo para qué? ¿Ser el sucesor de L? ¿Realmente valía la pena? Cada día estaba más convencido de que no, que todo el esfuerzo que estaba dando era absolutamente en vano.

 Cuando se veía o se comunicaba con L, sentía que no lo trataba como a su compañero, ni siquiera como a un alumno, sino como a una cosa, una pequeña e insignificante pieza en un experimento descarado que buscaba encontrar al segundo L. Y él no lo era, estaba convencido que, sin importar lo que hiciera, estaba muy lejos de llegar a ser una pequeña parte de lo que L era, por mucho que se esforzara. Pero aún así seguían insistiendo, intentando exprimirlo por completo hasta que ya no quedara nada de él, si es que en el momento todavía quedaba algo.

 Cuando A muriera, solo sería, como mucho, una estadística, una oración vacía dentro del experimento. ‘‘A había sido el primero, pero al no poder soportar la presión de ser L, se suicidó’’. Estaba seguro de que así sería. Desde el momento en que llegó al orfanato, dejó de ser una persona, y pasó a ser nada más una letra, sin identidad, historia ni significado.

 Tirado en la oscuridad de su dormitorio, miraba de forma inerte a la pared: blanca, vacía, sin nada que contar. Igual que él. Su vida se había vuelto tan monótona y carente de sentido que lo único que le recordaba que aún no estaba muerto era la placentera sensación del metal filoso rasgando su piel, penetrando y cortando sus carnes y dejando salir la sangre de su cuerpo, como si junto a ella, momentáneamente, se fueran todos sus problemas. A veces se preguntaba por qué no terminar con todo, allí, en ese mismo momento, un pequeño corte a lo largo de la vena principal del brazo bastaría para despedirse de ese mundo para siempre, intentarlo una vez más; pero tenía un plan: no dejaría que su muerte fuera solo un hecho sin sentido, quería, aunque fuera con su ausencia, hacerse notar. Por ello había planeado acabar con su vida específicamente la noche anterior a que Watari viniera por él para reunirse con L. Ese día llegarían a su cuarto y lo encontrarían tirado, muerto, por razones que serían más que obvias. Watari tendría en vivo la prueba más grande del mayor error que él y L habían cometido. Ya era tarde para él, pero por lo menos, quería evitar que arruinaran la vida de más niños con sus planes.

 La mañana siguiente llegó y transcurrió como si todo lo ocurrido la noche anterior no hubiese pasado. Para A, era usual, permanecer despierto toda la noche con sus pensamientos, autoflagelándose de tanto en tanto, y al llegar el día seguir con su vida como si todo estuviese perfecto. Y de esa manera, sobrellevaba su depresión sin que nadie lo notara.

 Hasta ese momento.

 Hasta ese momento en que se encontró con B. Ahora él sabía qué estaba planeando, y le era imposible seguir ignorando las señales de su pésimo estado. Aislamiento, apatía, falta de interés en cualquier cosa, descuido de su apariencia personal, y lo más importante, sin embargo lo que menos se notaba, era el completo vacío en su mirada. Como si ya nada le importara, como si estuviera pero no estuviera. A estaba desapareciendo de la existencia tan gradual y lentamente que nadie se daba cuenta. Y en unos días… No más A… Debería disfrutarlo, pero no podía. Sin quererlo, había una parte de él que no quería que A muriera… No, no quería que A sufriera. Y no terminaba de entender cuándo había llegado a ese estado, y por qué. A era la última persona que habría pensado como un suicida, siempre tan decidido, firme e inalterable. ¿Qué pasaría cuando él muriera? ¿Con el tiempo B se volvería así también? ¿También se terminaría suicidando?

 No. No podía dejar que eso pasara. Que A muriera no tenía que afectarle, se había jurado que no volvería a dejarse herir por la muerte de otra persona. Era solo una muerte más… Que A estaba tramando quien sabe por qué…

 Durante el transcurso de esa mañana no pudo evitar volver su mirada hacia atrás y mirarlo. La intriga lo consumía por dentro, y no podía enfocarse como en un día normal. Veía a A e inmediatamente dos imágenes se cruzaban en su cabeza, una, A de niño, simpático, soñador, compañero, siempre intentando mantener la paz en Wammy’s, y la otra, en contraste, A ahora, en lo que se había convertido, un alma gris y vacía, con los ojos hinchados por las lágrimas y su cuerpo pálido lleno de heridas y golpes. Era aterrador. B tenía la muerte en frente suyo una vez más, y para esa altura, pensó que estaría más preparado, pero en lugar de eso, seguía siendo un niño cobarde, incapaz de enfrentar lo que estaba a su alrededor.

 Ahora que había empezado a sentir la presión por la (aún no ocurrida) muerte de A, le era imposible concentrarse, no era capaz de leer, de resolver una sola actividad en la escuela, incluso estaba demasiado lento en clase de química, donde un pequeño error provocó que se iniciara un fuego en su mesa de trabajo.

-El futuro de Wammy´s, ¿no?- Intentó bromear A. Mala idea.

 Al final del día, además de frustrado, B estaba que echaba humo de la rabia, ¡no solo estaba haciendo todo mal por culpa de A, sino que incluso se burlaba de él!

 Una vez que todo acabara, unos dás después que A muriera, todo volvería a la normalidad, estaba seguro.

 Pero no aguantaba más.

 Cuando terminó de limpiar el laboratorio, fue directamente a su cuarto a buscar las pastillas, metió todos los frascos en una bolsa de papel, y luego se dirigió a la sala de computación -donde A estaba- a dejárselas sin dar explicaciones. Simplemente se las daba y ya, punto final.

 Entró a la oscura habitación y dejó la bolsa sobre la mesa en la que A estaba trabajando.

-¿Feliz?

 A agarró la bolsa y la abrió, confundido.

-¿Qué es esto?

-Lo que me pediste, ¿no? Misión cumplida, ahora muérete.- Soltó furioso, y sin esperar una respuesta se dirigió a la salida.

-B…

 Ahí iba otra vez…

-A, y que te quede claro.- Agregó. -¡Yo no soy tu amigo!

 B cerró la puerta de un portazo y se fue por su lado. No quería volver a verlo nunca en su vida, si bien sabía que sin importar cuándo le diese esas pastillas no afectaría a su tiempo de vida restante, haberlo hecho se sentía como un paso más cercano a deshacerse de él. A moriría, y él lo estaba ayudando. La sensación era una extraña mezcla entre emoción y culpa, a veces predominaba una, a veces la otra. Y fue incrementándose con el paso de los días, pues a partir de ese día A no volvió a mostrarse en el orfanato. Se quedó recluido en su habitación, sin dar señales de vida.

De alguna forma esto era bueno para B, pues lo ayudaba a acostumbrarse a cómo sería todo tras la muerte de A, pero a su vez hizo que la culpa dentro suyo creciera más y más. A veces, por las noches, se lo imaginaba escondido en un rincón, herido, llorando, y se sentía como un puñal que le clavaban en lo más profundo de su pecho.

 ¿Tal vez, al fin y al cabo, realmente le importaba A?

 Él fue el primero que conoció al llegar a Wammy´s House, tras haber estado absolutamente solo y desamparado durante mucho tiempo. Wammy´s fue su primer hogar, y A hizo lo mejor para hacerlo sentir bienvenido, compartía sus cosas con él, incluso rompía las reglas por él…

 Pero eso había sido hace muchísimo tiempo. A había cambiado, y B había cambiado.

 A lo dio literalmente todo para ser lo mejor que podía ser, pero estaba lejísimos de cumplir los estándares que le exigían. No tenía familia, no tenía objetivos, no tenía amigos, no tenía nombre. Literalmente le habían quitado todo, y aún le pedían más.

 Ya estaba cansado si quiera de intentarlo, y se sentía demasiado abatido siquiera para fingir que todo estaba bien. En 17 años de su vida podría haber hecho todo, aún más con sus capacidades, y ni siquiera identidad tenía. Ya no le importaba nada, solo quería desaparecer del mundo, dejar de sufrir para siempre.

 Esperaba que los días pasaran, tirado en su cama, mirando al techo, hasta que finalmente llegara el momento ideal para que su muerte quedara en la memoria de todos, en especial de L. Quien por cierto, no se había ni siquiera preocupado por el hecho de que de repente ya no aportara trabajo o respondiera a sus llamadas. Al principio, L llamó una que otra vez, pero con el correr de los días al parecer se cansó de intentarlo. De vez en cuando Watari llamaba, seguramente como una forma desesperada de disimular que se preocupaban por él. Roger, el director del orfanato, pasaba a cada rato a preguntarle cómo estaba o llevarle comida, y solo poniendo una boba excusa de que se sentía enfermo bastaba para que se fuera. Habiendo llegado a tal punto, hasta le parecía cómica la falta de interés que tenían si quiera en demostrar que se preocupaban por su bienestar. Era absolutamente descartable, ya se había dado cuenta hace tiempo y esto no hacía más que comprobarlo. Debería dolerle, sin embargo, ya nada parecía afectarlo, nada podía dañarlo más de lo que ya estaba.

 Bajo sus sábanas, no hacía más que escuchar música dejar que pasaran las que sabía eran las últimas horas de su vida. Ya nada valía la pena, ni siquiera levantarse.

 Quedaba ya menos de una semana para el fatídico día, y B lo sabía. Cada minuto, cada segundo, pesaba en su consciencia más que el plomo. ¿Podría haber evitado que A terminara así? No su muerte, eso era algo que no podría haber cambiado por él mismo, y lo sabía por experiencia, ya había fallado en intentar salvar a sus padres. Pero podría haber hecho que los últimos días de A fueran diferentes, que su destino no fuera quitarse la vida tras años y años de soledad y sufrimiento. Sentía algo de culpa por ello, ahora lo reconocía. Y solo imaginárselo intentar suicidarse y que el modo que escogiera le resultara lento y doloroso le dolía aún más. Podría haber evitado que A se volviera de esa forma.

 Sí, podría haberlo evitado… ¿Y los demás también? ¿Qué hay de Watari, Roger, y todos aquellos que afirmaban hacer lo imposible para garantizar su bienestar? ¿Qué hay de L? Después de todo, para lo poco que salía A, L habrá sido con el que más tuvo compañía en los últimos años, ¿acaso no notaba el estado al que había llegado? ¿Tan ocupado estaba que no podía intervenir en algo tan importante como lo era aquél que sería su sucesor?

 Tal vez no lo sabían, o por lo menos que tan grande era el problema. Así que una noche, desde la sala de computación, le envió un e-mail a Watari (pues era más accesible él que L) explicándole la situación, que A no daba señales de vida, ni siquiera salía de su cuarto para ir a la escuela, que se lo veía muy aislado, solitario y sobre todo deprimido. En seguida recibió una respuesta de lo más inesperada y desalentadora:

 ‘‘B, ya sabemos bien cómo va la situación de A. No te preocupes, pues no es algo tan grave. Si A no se encuentra en condiciones consideraremos que tú tomes su lugar.’’

 Solo eso. Nada más. ¿En serio? ¿Ya sabían lo que estaba pasando y no habían hecho nada? ¡Con lo fácil que era para Watari viajar e ir a verlo personalmente! Y sobre todas las cosas, la última oración, Si A no se encuentra en condiciones consideraremos que tú tomes su lugar. Así de fácil. Así de rápido descartaban a A.

 Entonces, todo empezó a tener sentido. A era el reemplazo de L, y B era el reemplazo de A; no tenían razón de ser más que eso. Si A moría, automáticamente él era el sucesor de L, y A pasaba al olvido como alguien que jamás existió, y seguramente, si B moría, no se molestarían en buscar un reemplazo para él también. Descartables, eso eran, se iba uno y otro tomaba su lugar. El objetivo de L no era buscar un sucesor sino tener peones de reserva, listos para ser utilizados cuando a él se le antojara, y si no servían, a la basura.

 Todo en lo que alguna vez había creído, era una farsa. Todo lo que había soñado no era más que una tonta ilusión. Sentía como si un fuerte veneno corriera por sus venas, hirviéndole la sangre de rabia y sintiendo un fuerte dolor en el pecho por la impotencia: lo habían estado manipulando todos esos años. Ahora sentía perfectamente cómo se sentía A, nada, como absolutamente nada.

 B debió apoyarse del escritorio del computador para no desvanecerse. Todo su mundo se estaba haciendo pedazos en frente suyo y no podía reaccionar, estaba totalmente paralizado, su respiración se aceleró, sus pupilas se dilataron, sus músculos se tensaron y su presión arterial subió hasta las nubes.

 Pegó un grito de rabia y azotó el teclado de la rabia. Acto seguido se levantó de la silla y salió corriendo de la habitación con las lágrimas saliéndole de los ojos. La adrenalina corría por sus venas y sentía que estaba a punto de estallar. De repente, la imagen de A se cruzó por su cabeza y se detuvo en seco. No podía seguir, no podía ni mantenerse de pie. Era demasiada información y demasiadas emociones que procesar.

 Se tambaleó torpemente hasta dar con una pared, apoyándose de ella para no caer. Comenzó a llorar, sin saber bien por qué, era una mezcla de todo, absolutamente todo lo que estuvo conteniendo todos esos años. Tenía la mirada fija en el suelo, pero no podía ver, todo se había desvanecido a su alrededor y solo veía manchas y oscuridad. Escuchaba su respiración, completamente descontrolada, luchando como podía por volver a la normalidad. Se quedó en ese estado durante un buen rato, que para él parecieron años, hasta que por fin logró recuperar la compostura.

 Caminó despacio por los pasillos del viejo edificio, sin rumbo, simplemente caminando mientras respiraba profundo y poco a poco volvía a la realidad. Se limpió las lágrimas con la manga, la cual quedó completamente manchada de negro por el maquillaje que usaba para que sus ojeras fueran idénticas a las de L. Suspiró.

 Se dirigió hacia el salón común del orfanato y observó su reflejo en uno de los ventanales, completamente borroso y distorsionado, ya ni si quiera parecía una persona. Y quizás no lo era…

-Conozco bien esa cara.- Dijo riéndose desde lo lejos una voz ronca.

 B volteó su mirada, A. Sentado en el marco de un ventanal abierto. Se rió con fuerza.

-Esa es la cara de ‘‘Todo lo que creía es una completa mentira y mi vida ya no tiene ningún sentido’’- Se reía como si fuese un chiste o una broma, o como si disfrutara de su sufrimiento. -Estuve ahí, es una mierda.- Agregó dándole un largo trago a una bebida que tenía en una botella de vidrio transparente.

-¿A… Estás…?- Preguntó B acercándose a él.

-La vida es una mierda, lo sé, cuesta aceptarlo al principio, pero esto ayuda.

 A le pasó la botella y B la olfateó. Vodka.

-¿Desde cuándo…

-Hay mucho de mí que no sabes, B.

 Se quedó mirándolo completamente absorto. Este era un nuevo lado suyo que nunca, ni en sus sueños más locos, habría imaginado que tenía.

-En fin, ¡bienvenido al club!

-Realmente no importamos una mierda…- Murmuró B, más para si mismo que respondiéndole a A.

-Lo sé, lo sé.- A se asomó a B y le dio unas palmadas en el hombro a modo de consuelo. -A mi también me costó aceptarlo al principio, pero en fin…

-¿Por eso vas a… Hacer lo que vas a hacer?

-Yup.- Contestó sin vacilar. -¡Patético y estúpido final para una patética y estúpida vida!

-Hijo de…- Murmuró B dándole un trago a la botella, inmediatamente empezando a toser y escupir al no estar acostumbrado al alcohol.

 A pegó una carcajada.

-¡Eres una niña!

-¡Agh! ¿Cómo es que te gusta esta porquería?

-Ey, si no lo quieres, devuélvemelo.

 B le regresó la botella aún asqueado por el sabor que le quemaba la garganta y se sentó junto a él. A inmediatamente se llevó el pico a la boca y siguió bebiendo.

-¿Hace cuánto te diste cuenta?- Preguntó B retomando la conversación.

-Hace años.

 B suspiró. Se lo imaginó llevar ese vacío, esa completa sensación de inutilidad durante años y años y aún así seguía aguantando.

-¿Y por qué no hiciste algo antes?

 A echó otra carcajada.

-¿Crees que no lo he hecho?- Le dijo mirándole a los ojos. -¿Crees que no lo he intentado una y otra vez?

 A apoyó el vodka a un costado y se arremangó la sudadera, descubriendo sus pálidos y flacuchos brazos, llenos de cortadas y moretones, muchos aún nuevos. La piel de B se erizó de pánico.

-¿Crees que no he querido acabar con esta mierda un millón de veces? ¡No puedo, B! ¡Soy un cobarde!- Chilló empezando a llorar. B seguía sin reaccionar de la impresión. -¡Soy un inútil, ni siquiera sirvo para suicidarme!

 B no podía evitar sentirse culpable. Pudo haber estado a su lado, haberlo apoyado, haberle evitado tantos intentos inútiles, pues al fin y al cabo solo uno valdría… El que estaba a unos días de ocurrir.

 B se acercó y lo abrazó con fuerza. A se resistió al principio pero, al fin y al cabo, era exactamente lo que ambos necesitaban.

-Lo siento.- Dijo con la voz quebradiza. -Yo te abandoné.

 A balbuceó un par de palabras inaudibles, y se puso a llorar sobre el hombro de B, devolviéndole el abrazo.

-No sirvo para nada.- Continuó. -No puedo escapar, no puedo ser L… ¡No soy nada, B, nada!

 B solamente escuchaba, no sabía qué responder, y prefería no arruinar el momento para A.

 A giró su cabeza apoyando la oreja en el pecho de B, mirando hacia afuera, hacia la luna.

-Si fuera por mí, me habría quitado la vida hace años… Pero no… No…

-Me alegra que no lo hayas hecho.- Lo interrumpió B.

 A suspiró y cerró los ojos, empezó a murmurar cosas incoherentes y sin sentido, entre medio algunas letras de canciones, y finalmente agregó:

-Solo quiero… Cerrar los ojos… Y descansar en paz, ¿tan difícil es, B, tan difícil?

-L no te merecía de todos modos.

 A no respondió, pero sabía que no estaba inconsciente.

-Mi muerte… No va a ser en vano… Va a quedar marcada en la consciencia de L para siempre… L… Siempre… -La lágrimas empezaron a salir otra vez y la respiración se le acortó. -L, recordará que existo… A… No dejaré… No dejaré que le hagan esto a nadie más… L… Recordará…

 A siguió llorando y llorando sin parar de hablar, algunas cosas tenían sentido, otras no, algunas les recordaron a su infancia, otras eran eternos monólogos carados de melancolía y culpa. Pero una cosa quedaba clara ahora: el suicidio de A no era solo por él mismo, era por A, por B, y por todo niño que alguna vez llegase a entrar al orfanato, para que no padeciera lo que él padeció, para que L aprendiera por las malas. Finalmente, después de tanto llorar, A se quedó dormido en brazos de B, y él lo abrazó con más fuerza, buscando que en él encontrara la tranquilidad y la contención que hacía tanto había perdido.

 Esa noche, B vio por primera vez cómo era una persona que había tocado fondo: indefensa, frágil, sin fuerzas ni voluntad para continuar. Seguía repitiéndose a sí mismo ‘‘Podría haberlo evitado’’, porque a pesar de que físicamente A seguía con vida, su verdadera esencia había dejado de existir hace mucho tiempo, quién sabe cuánto. ¿Fue cuando reconoció que para L no valían nada? ¿O antes? ¿Qué sería de B ahora? ¿Cambiaría él también?

 B observó sus manos, aún manchadas de negro de haberse limpiado el maquillaje corrido, y recordó su reflejo en aquella ventana… Él ya había cambiado. Esa máscara inexpresiva se había lavado de su rostro, y con ella, toda admiración que alguna vez había sentido hacia L.

 A se acomodó, apoyando su cabeza sobre el pecho de B, y al cabo de un rato él se quedó dormido también. Cuantas cosas habrían podido aprovechar juntos… Pero ya era demasiado tarde. Lo último que vio B antes de cerrar los ojos, era lo poco que faltaba para que A se fuera para siempre. Durante años había padecido solo, y al fin iba a ser libre… Y B, por su parte, pasaría el resto de sus días con la consciencia intranquila, sintiendo que, de haber prestado un poco más de atención, podría haberlo ayudado. Habiendo pensado menos en sí mismo y en su obsesión hacia el gran detective L, habría notado lo mal que lo estaba pasando A, y podría, por lo menos, haberlo acompañado.

 B pensó, los días siguientes, en sus ojos. Sus ojos que por tanto tiempo había despreciado, que no le permitieron igualarse a su ídolo, que lo condenaron a vivir rodeado de la muerte de todos los demás, que lo dejaron marcado desde su más tierna infancia, haciéndolo sentir culpable de la muerte de sus propios padres. Aquellos ojos rojo intenso, que destellaban con una intensidad casi maléfica, los ojos que lo habían condenado… Podrían también ser la clave de su venganza… De hacer, de una vez por todas, justicia.

 El fatídico día había llegado. A se las arregló para disimular que su ‘‘malestar’’ había sido solo temporal, y que estaba más que preparado para reunirse con L. Los últimos días de su vida disfrazó sus planes que ni el mismísmo L habría intuido que tramaba algo, para todo el mundo, el estaba completamente normal, perfecto. Todo había vuelto a la normalidad. O eso les hizo creer.

 Después de la cena, entonces, A se dirigió a su cuarto a ‘‘empacar y organizarse para el día siguiente’’. Sí, iba a dejar todo listo, pero de una forma que ni en sus peores pesadillas habrían imaginado.

 A puso en orden su cuarto, tendió su cama, juntó algunos papeles y envolturas que había por el suelo, se cambió la ropa, quitándose su típica sudadera gruesa mangas largas, por una camiseta blanca sin mangas. Así lo primero que verían sería la enormidad de autolesiones por todo su cuerpo, que confirmarían la más terrible de las sospechas, sí, se había suicidado. Sacó de debajo de su cama un par de botellas de vodka, y fue hasta el baño por las pastillas, que había guardado en una bolsa de papel para que B no fuera relacionado con el hecho basándose en su historial médico, y al sacarlas del botiquín, recordó que lo ideal sería consumirlas con el estómago vacío, de modo que el efecto sería mucho más rápido. Dejo la bolsa sobre el lavabo, se agachó sobre el retrete e introdujo dos de sus dedos en su garganta, tan profundo como podía, para asegurarse que saliera todo lo que había en su estómago. Comenzó a toser y la garganta le picaba, pero continuó. Detrás del sonido de su acortada respiración escuchó que llamaban a la puerta, e introdujo 3 de sus dedos para apresurar el proceso. Cuando vio sangre salir de su boca, supo que ya había terminado. Se levantó, se enjuagó la boca y salió a atender la puerta, no sin antes haberse puesto una chaqueta mangas largas para ocultar sus brazos, por ahora.

 Era B.

-¿Qué quieres?- Preguntó A indiferente como si nada pasara.

-Se lo que estás por hacer, A, se que solo te quedan 32 minutos de vida.- Soltó sin vacilar y sin esperar respuesta.

-¿Q… Qué?

 Las pupilas de A se dilataron del susto. Le había contado que planeaba suicidarse, pero nunca le específico cuando, y mucho menos de manera tan puntual.

-¿Puedo pasar?- Preguntó B. A asintió sin decir una palabra.

 B entró y se sentó sobre la cama de A, A cerró la puerta aún en shock.

-No tienes que cubrirte conmigo, se de tus cortes.- Agregó B.

 A respiraba rápido, y sentía que el corazón estaba a punto de salírsele del pecho.

-¿Cómo… Sabes?

-31 minutos.

-¡¿Cómo sabes eso?!- Chilló casi rompiendo en llanto.

-Simplemente lo sé. Puedo verlo.

 A se quedó mudo, no entendía lo que B le estaba diciendo, así que le dejó continuar.

-A, tengo algo así como… Un sexto sentido. Puedo saber cuánto tiempo le resta de vid a una persona con solo mirarla a la cara.

-¿31…

-Y contando.

-¿Y por qué debería creerte?

 B pensó por un momento su respuesta.

-Porque no solo puedo ver tu tiempo de vida, también tu nombre. Eres Alexander After, ¿no?

 A entró en pánico. Así era.

 Se alejó de B caminando hacia atrás, espantado, como si estuviese cara a cara con un demonio.

-¿Hace cuánto?

-Siempre lo supe.

 A comenzó a sentir que le pesaba la respiración, como si algo muy pesado estuviera comprimiendo su pecho.

-Realmente… Es el fin…- Suspiró A. Luego alzó la mirada con furia. -¿Estás feliz, no?

-¡Q-¿Qué?- Exclamó B levantándose de la cama.

-¡Siempre supiste que hoy iba a morir! ¿No? Solo vienes a burlarte de mí.

-¿Por qué me burlaría de ti?

-¡Porque ahora que moriré tú vas a cumplir tu sueño de toda la vida! ¿No? ¡Tú serás quien suplante a L y todos seguirán con sus vidas como si yo jamás hubiese existido! ¡Todos me olvidarán!- Gritó A desconsolado intentando en vano retener las lágrimas. Por lo menos sabía que sería la última vez que iba a llorar.

-A…- Intentó calmarlo B.- No digas eso.

-¿Por qué no? Es la verdad. ¿Cómo recuerdas a alguien que ni siquiera tiene nombre?

-Si lo tienes, Alex.- Dijo dando un paso hacia él. -Y solo porque Wammy´s House hizo de tu vida una mierda no significa que no valgas nada.

 A levantó la mirada y miró a B a los ojos, deseando poder creer lo que le estaba diciendo.

-Alex… A…- Dijo dando otro paso y tomando una de sus manos. Las mejillas de A se ruborizaban cuando lo escuchaba decir ese nombre, su nombre, el que hacía tanto le habían arrebatado. -Te prometo, juro, que nunca te voy a olvidar.

 Se miraron a los ojos durante un largo rato. Era el fin, el reloj ya había marcado la hora y era el momento de que A partiera. B lo observó de pies a cabeza por última vez, intentando grabarse en su memoria cada pequeño detalle de sus facciones, pues sabía que era la última vez que lo vería. Otra muerte más, otra persona a la que amaba y que perdería. A estaba aterrado, pero su decisión había sido tomada.

 Poco a poco, fueron acercándose más y más, deseando que ese momento nunca terminara, porque sabían que no había marcha atrás. Una lágrima se deslizó sobre la mejilla de A, brillando ante el reflejo de las luces de su cuarto. B la limpió pasando suavemente su pulgar sobre su mejilla, acariciando la piel de A, que ya se encontraba fría, tersa. Cuando se dieron cuenta, ambos habían cerrado los ojos y unido sus labios en un cálido y tierno beso. Esta vez fue B quien lloró, no estaba listo para dejarlo ir, aún no, no quería separarse de él por nada del mundo, y siguió besándolo con más y más fuerza. Era como un sueño, pero lo que B no sabía, era que los sueños de A siempre acababan como pesadillas.

 A puso su mano en el pecho de B y lo empujó hacia atrás, mirándolo asustado y confundido, jadeando por recuperar el aire.

-¿Qué… ¿Qué fue eso?

 B acababa de caer en cuenta de lo que acababa de hacer, y cómo le había impactado a A. Intentó encontrar alguna explicación lógica, pero no había ninguna.

-Yo… No sé… Al-

-¡Basta!- Lo interrumpió A, demasiado confundido por el frenesí de emociones encontradas que B le hizo sentir en esos últimos minutos. -Solo vete. -Le pidió.

 B aceptó y se dirigió a la puerta sin decir una palabra mientras A volvía a quitarse la chaqueta. Ahora sí estaba listo para dejar de sentir para siempre.

 Antes de cerrar la puerta detrás de él, B agregó.

-A…

-¿Qué?- Respondió apáticamente dándole la espalda.

-Me alegro de haberte conocido.

 Esas últimas palabras entraron hasta lo más profundo del herido corazón de A, y no pudo evitar empezar a llorar otra vez.

-Igual yo…- Suspiró viendo por última vez a su amigo antes que cerrara esa puerta.

 La mañana siguiente, todo era un caos. A había sido encontrado muerto en su dormitorio, con cortes aún sangrantes en sus extremidades. Se había suicidado, pero lo que le dio la muerte no fue el desangramiento sino una sobredosis de alcohol y antipsicóticos. La muerte de A conmovió a todo Wammy´s House, pero al parecer no lo suficiente como para que L fuera en persona a dar sus condolencias.

 Muchos niños recordarán el horror de ese día durante el resto de sus vidas, y la habitación de A fue clausurada para siempre al no haberse podido lavar las manchas de sangre. Los días pasaron, pero no se realizó ningún rito funerario en honor a A, después de todo, ¿por qué afectar más a los niños haciéndoles ir a un funeral? O, desde el punto de vista de B, ¿Por qué hacerle un funeral a alguien que legalmente nunca existió?

 B no podía aguantar el ambiente que se había creado en el orfanato. De repente, todos se interesaban por A, cuando ya era demasiado tarde, incluyéndose a él mismo, y jamás pudo perdonárselo.

 Pero lo que más afectó a Beyond Birthday fue lo que vino una semana después de la muerte de A:

-B- Inició Roger, quien lo había citado en su oficina. -Dado los últimos acontecimientos, creo que debes saber que toda la institución, Watari, e incluso L han quedado perplejos.- Sí, sobre todo L, pensaba B. -Pero la vida debe continuar, no podemos dejar que esto nos detenga. B, tú eres el primer promedio luego de A, y como tal, ahora tú eres el primero en la línea de sucesión para ser L. Necesitamos que tomes el lugar de A de inmediato.

-¿Qué?- Saltó B, con su mirada clavada en el viejo.

-B, esto solo nos ha demostrado que, cuando nos demos cuenta, L ya no estará, y debemos estar preparados.

 B simplemente no lo podía creer. En serio estaba pasando. En serio… Les importaba un carajo el bienestar de los niños del orfanato.

-A no estaba preparado.- Prosiguió Roger. -Pero todo sirve como experiencia, esperamos que contigo todo vaya mejor.

 Tal cual A lo había dicho, estaba pasando. Solo un par de días habían bastado para que se olvidaran de él. Hasta parecía bizarro, tanto, que B no pudo evitar ponerse a carcajear.

-¡Ah ja ja ja ja! ¡Es una broma, verdad? ¡Ja ja ja ja!

 B seguía carcajeando frenéticamente y Roger lo miraba extrañado.

-No, B. ¿Por qué sería una broma? L necesita un sucesor.

-¡Ah ja ja ja! ¡¿En serio tan poco les importó disimular?!

 Roger se sobresaltó ante esta pregunta.

-B, ¿de qué…

-¡A era una persona! ¡Y murió! ¡MURIÓ! ¿O soy el único en este maldito planeta que entiende el concepto de muerte? ¡Ustedes lo mataron!- Se detuvo un momento para analizarlo nuevamente y se echó a reír otra vez. Reír para no llorar. -¡Ja ja ja ja ja! ¡Ah… Mataron a un niño inocente, y no importa! ¡Vamos por más! ¡Ja ja ja ja! ¡Realmente deben estar aburridos!

-B… ¿Te encuentras bien?- Se acercó Roger intentando sujetarlo de la muñeca. -¿Necesitas que llamemos a alguien?

-¡SUÉLTAME!- Gritó B con furia pegándole un puñetazo en la cara. -¡MATARON A A! ¡LO MATARON! ¡NO VAN A HACERME LO MISMO A MÍ TAMBIEN! ¿EH? ¡YA NO SOY B! ¡ME LARGO! ¿OÍSTE? ¡PUEDES DECÍSELO AL MALDITO DE L!

 B salió a los portazos de la oficina y rápidamente fue a su habitación a empacar sus cosas, solo lo indispensable: dinero, algo de comida, ropa, algunos frascos de mermelada de fresa, su manga de Akazukin Chacha, todas las cartas que A le había escrito en vida… Que, al verlas lo hicieron quebrarse en mil pedazos, sabiendo eran lo único que tenía para recordarlo.

 Suspiró, y fue hasta el baño a buscar su maquillaje, pero al ver su reflejo en el espejo, no se vio a si mismo, sino a L, el principal responsable de la muerte de A. En un ataque de furia le pego un puñetazo al espejo, partiéndolo en mil pedazos y llenando su mano de cortadas. Se encogió de dolor e intentó parar la sangre envolviéndose la mano con papel higiénico. Tenía que escapar de ese lugar. Tenía… Tenía que vengarse de L. Eso es lo que A habría querido.

 Con la ropa completamente manchada y su cara completamente despintada, B escapó de Wammy´s House, jurando nunca volver, jamás dejar que lo llamasen B de nuevo, pero lo más importante, jurándose a sí mismo, y a A, Alex… Que acabaría con L. Que destronaría de una vez por todas a ese falso rey que tantas penas había causado.

 Por ello decidió irse, bien lejos, decidido a ejecutar el crimen perfecto, uno que ni siquiera el mismísimo L pudiera resolver. Una batalla mental entre ambos, que pondría a prueba las habilidades del detective y que acabaría derrotándolo en su propio juego. L perdería su reputación y B pasaría a la historia como el mayor criminal que haya existido… O aún mejor, podría ver cara cara a L y entonces, llegada su fecha de muerte, sería él quien lo asesinara.

 El plan era perfecto, planificado hasta el más minúsculo detalle, en honor a la memoria de su amigo, Beyond Birthday dio todo de sí. A este caso, para los interesados, se lo conoció luego como el caso del asesino en serie BB de Los Ángeles. BB, Beyond Birthday, contra L, en un acertijo imposible de resolver porque él mismo sería asesino y víctima: tras 3 homicidios exitosos, todo terminaría en él, quien se suicidaría. La misma ridícula y patética acción que le quitó a A la vida se la quitaría a él también. Y no habría asesino al que arrestar.

 Pero no funcionó.

 B no murió.

 Tras haber disimulado ser detective del caso y manipulado a la peón de L, Naomi Misora, Beyond intentó quitarse la vida prendiéndose fuego, y jamás encontrarían al asesino. Pues bien, como al verse al espejo no podía ver su tiempo restante de vida, había asumido que él podría morir cuando el quisiera. Error.

 Su cuerpo era más fuerte de lo que pensaba, y su vida continuó más allá de lo que él creía. En ese momento, tirado en el piso, chamuzcado, adolorido y sin aire, comprendió a qué se refería A cuando dijo ‘‘Soy tan inútil que ni siquiera sirvo para suicidarme.’’ Bueno, ya eran dos…

 No solo había sido completa y absolutamente derrotado, sino que, sobre todo, le había fallado a A. Prometió vengar su muerte y no pudo. Juró destronar a L y no pudo. Sobrevivió, llevando consigo la vergüenza, la humillación, el deseo interminable de morir.

 Hizo todo lo que pudo por no terminar como A, por que nadie más lo hiciera, sin embargo, fue exactamente así como terminó: solo, deprimido, contando las horas para poder morir.

 Fue por eso que aquél día de Enero, no se entristeció al sentir una incomoda sensación en el pecho, que el aire ya no ingresaba a sus pulmones, que su corazón había dejado de latir. Estaba muriendo, sabía que lo estaba, pero no estaba triste.

 Porque pronto se reuniría con A…


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).