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The Redemption por Lady York

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Notas del fanfic:

Mortimer Granville (Hugh Dancy, Histeria) x Jon Jensen (Mads Mikkelsen, The Salvation)

 

Notas del capitulo:

Sean bienvenidos amables lectores a esta historia que es parte de mis incurciones en las diferentes parejas que pueden crearse en el fandom más hermoso en el que he estado. En este caso les doy la oportunidad a dos personajes que por separado me gustan mucho y que tenían que encontrarse sí o sí. 

Hace tiempo que estoy escribiendo y pretendo actualizar con regularidad. 

Un saludo muy afectuoso a todos y todas.

El final del siglo XIX puede percibirse cercano sobre todo para aquellos visionarios quienes sólo observan el crecimiento económico y se regocijan en la petulancia de un nuevo mundo lleno de prosperidad y lujos, en algunos casos, obtenidos a través de la violencia y la injusticia, sin embargo, nadie puede negar que es una época de cambios e innovaciones, el viento de la modernidad golpea en los rostros de las personas con fuerza revolucionando ideas, avivando en otros las llamas de la ambición y sin importar si están preparados o no, mueve las velas de un gran navío llamado futuro donde el mundo se ha embarcado sin saberlo.


El país se comunica con eficiencia través de sus vastos territorios una vez inhóspitos, la electricidad parece iluminar más que las casas, y es posible escuchar a una persona de un estado a otro gracias a un simple cable.  Son tiempos gloriosos y tiempos conflictivos; sobre todo tiempos donde la esperanza parece tener el papel principal, las personas son libres e iguales gracias a librepensadores y la riqueza parece sonreírle a quien tenga al menos un poco de aplomo para los negocios, la suerte, caprichosa dama, puede elevar a cualquiera ya sea niño, hombre o viejo al estatus más alto en la pirámide social si así ella lo quiere.


Y aunque sea casi imposible de pensar, estar en esa punta tan pequeña de la pirámide obliga a las personas a sostenerse con uñas y dientes mientras tienen un pie en la cima y el otro flotando sobre el oscuro vacío. Jon Jensen sentía que en cualquier momento podía simplemente dar el paso y caer a la nada, él nunca había pedido más de lo que tenía o por lo que había trabajado, su sueño de una vida en los Estados Unidos era una granja simple pero próspera, en el oeste, al lado de su esposa y su hijo, a quien vería crecer, envejecería en paz y moriría en aquella nueva tierra que haría suya con el sudor de su frente.


Pero Dios obra en formas extrañas e impredecibles, si es que había un Dios que le había permitido sufrir la terrible separación de su familia después de tantos años anhelándola a su lado, su vida cambió desde el momento en que volvió a verlos, si hubiera sabido que los llevaba a Estados Unidos como si él mismo fuera su verdugo, jamás los habría sacado de Dinamarca, si hubiera previsto que su destino era morir a manos de hombres desalmados de la manera en que lo hicieron, habría preferido no volverlos a ver con la única satisfacción de saberlos vivos.


Aun ahora suele engañarse y pensar que siguen lejos, que viven y que esperan por él, pero la realidad es una infección terrible, que le evita olvidar la verdad y lo tortura, lo hiere cada vez que mira hacia la calle y cree ver en los niños a su hijo, cuando mira la caja fuerte y al dinero que hay dentro, cuando vende tierras, cuando hace negocios con el oro negro extraído de Black Creek,  incluso mirar a Katherine, la mujer que mató a Delarue, es una punzada en el pecho, un recordatorio del pasado. No puede evitar culparse, vive con ello día a día, aunque los años corren, el recuerdo sigue fresco en su memoria, así como las posibilidades de un futuro tristemente arrebatadas.


Jon no sabe en qué se ha convertido al pasar de los años, es un hombre atormentado, una sombra, un fantasma y a su vez un hombre rico, un empresario, parte de ese selecto grupo burgués al que no pretende acercarse, huye de él como una persona sana huiría de la peste, no quiere su ociosa compañía, no la necesita, por supuesto conoce los contras de ello, los negocios se hacen con gente es difícil hacerlos sin ella, es parte de la dinámica del comercio.


Así que se resigna, esa noche debe asistir a una cena de caridad donde se reunirán empresarios, con suficiente dinero que regalar para apaciguar su culpa con los tratos poco humanos que algunos insisten en llevar a cabo en sus fábricas, exprimen el dinero y la vida de sus trabajadores para regalar una pisca de ese dinero sobre otros aún más desfavorecidos que ellos mismos han construido con su expansión económica, irónico. Los ricos crean pobres para regodearse de su riqueza.


Jon conoce también lo que murmuran de él y su supuesta amante, es casi imposible no enterarse, la gente habla a sus espaldas, algo que el dinero también favorece, nadie lo haría en su presencia, cuando se es rico el pasado y los pecados en él no tienen suficiente importancia, todo se reduce a cuánto puedes gastar para comprar un pasado favorecedor, las bocas se sellan mejor con oro en los labios.


Pese a las murmuraciones, Katherine no es ni de cerca algo parecido a su amante, mucho menos una amiga, en otro lenguaje podría ser su cómplice, en el mundo económico era simplemente su socia. Una mujer astuta e inteligente, diestra en las cuentas y una maravillosa inversionista. A quien podía ver una vez cada dos semanas durante sus breves juntas sobre las inversiones o con nuevos socios para la venta del petróleo.


Ella no hablaba, Jon recordó la historia del hermano menor de Delarue acerca de una mujer a la que los apaches le habían cortado la lengua, era más que evidente de quien se trataba, él no insinuaba nada, no era de su incumbencia después de todo.


Ellos, se comunicaban a través de tinta y papel o incluso sólo con gestos, Jon no podía negar la ligera simpatía que le inspiraba, tal vez por el simple hecho de que ella le salvó la vida. Nunca supo su historia con precisión, tampoco era necesario, sabía por su mirada que ambos sufrieron suficiente en su vida como para siquiera mencionarlo.


Tras salir de la guarida de Delarue juntos, llevando todos los títulos de propiedad y el dinero, se aseguraron de no mencionar el pasado. Ahora, establecidos en la capital muy pocas veces se les veía verdaderamente juntos, ella, mujer libre e independiente se ocupaba de sí misma mientras Jon procuraba su soledad en una pequeña residencia en la periferia de Nueva York.   


Cansado de su propio ostracismo, Míster Jensen miró el atardecer entre los edificios desde su ventana en el piso superior de la casa y se preparó para la tediosa reunión, un simple traje oscuro fue su elección para la ocasión, un traje echo a medida, nada sumamente costoso pero elegante en su simpleza, aún muy al estilo de las tierras áridas del salvaje Oeste, sin sombrero, odiaba ese inservible objeto redondo que era la moda de la época, el famoso capó meló, no era como en el Oeste donde es realmente necesario pues el sol abrazador quema la piel y derrite los sentidos.


**************************


—Y entonces los pequeños microbios entrarán por tu nariz y tu boca buscando un lugar dónde vivir para enfermarte, te dolerá el cuerpo y no dejarás de vomitar— dijo Mortimer con entusiasmo, su voz aceleraba el ritmo enfatizando la idea mientras gesticulaba y movía las manos.


—¿Y los microbios están en mis manos todo el tiempo?— cuestionó su joven interlocutor mirando sus palmas extendidas con preocupación.


—Si y no, por eso debes lavarlas después de jugar y sobre todo antes de comer ¿entendido?— sonrió tomando al niño frente a él por debajo de las axilas y sentándolo en su regazo sobre el sofá del saloncito de té.


—Pero no quiero matar a los microbios papá— resolvió el niño mirándolo a los ojos con preocupación.


—Oh Joseph, es necesario, si no matas a los microbios ellos pueden…—Mortimer se quedó callado un momento ante la revelación que debía hacerle a su hijo, un pequeño niño de tan solo cinco años, muy inteligente para su tierna edad y al que no quería asustar ante la cruel verdad, sin embargo, siendo médico y su padre era su deber instruirlo en todos los temas.


—Pueden hacerme morir, me lo ha dicho mamá— afirmó el niño convenciéndose a así mismo después— Está bien papá, lavaré mis manos todo el tiempo.


El Doctor Granville boqueó sin atinar que decir ante un niño cuya amplitud de inteligencia seguía creciendo día con día y con la que su esposa parecía satisfecha, principalmente orgullosa de la contundente sinceridad con la que se conducía hacia el niño, no era algo malo realmente, pero Mortimer deseaba que su hijo viviera su infancia, una que le fue diezmada a él mismo tras la muerte de sus padres. En ocasiones Mortimer pensaba que Charlotte trataba a Joseph con una cierta dureza procedente del hecho de que su hijo fuera hombre y no una mujer a la que pudiera enseñarle todas esas aspiraciones de libertad y justicia para su género.


En lo particular, él no consideraba aberrantes aquellas ideas de igualdad y libertad que Charlotte había contagiado en él y predicaba con soberbia tenacidad, sólo que en algunas ocasiones deseaba que esa valiente mujer con la que se había casado encontrara en su único hijo, la misma pasión que demostraba al hablar sobre las mujeres y su lugar en la sociedad moderna.


Lamentablemente eso no estaba a discusión, Chalotte había demostrado ser una brillante oradora y su inteligencia rivalizaba con la de cualquier docto en materia social, por lo que el Doctor se limitaba a alabar su labor en los centros comunitarios y en muchas otras actividades de filantropía, mismas que la llevaban siempre fuera de casa, dejándolo a él con el doble trabajo de ser el padre y la madre de Joseph, al mismo tiempo que empresario y Doctor.


—Muy bien Joseph, estoy muy orgulloso de ti— contestó al final con una sonrisa para su hijo cuyos ojos azules eran idénticos a su madre, besó su pequeña frente y lo acunó. Joseph se abrazó a él y luego lo miró con aquella cara que Mortimer conocía bien cada vez que el niño estaba por pedir algo.


—¿Puedes leerme un cuento esta noche papá? No me gusta dormir en un lugar extraño.


—Esta noche no Joseph, papá y mamá tienen un compromiso importante, pero Carol se quedará contigo y leerá para ti.


—Pero yo quiero que me leas tú— dijo aferrando sus manitas a la solapa de su traje—¿puedo ir contigo?, quiero ir contigo papá.


—Basta Joseph papá no puede esta noche, ya sabes que no me gustan los berrinches, podemos negociar ir al cinematógrafo mañana si te comportas— interrumpió Charlotte entrando al saloncito. El niño se removió haciendo un puchero que enterneció completamente a su amoroso padre.


—Está bien mamá— tristemente Joseph bajó del regazo de Mortimer y puso las manos en su espalda dando la impresión de un caballero adulto al que sólo le faltaba la estatura— iremos al cinematógrafo mañana.


—Eso es, buen niño, ahora ven aquí y dale un beso a tu madre— sonrió ella y el niño hizo lo indicado depositando un beso tierno en la mejilla de su mamá y ella lo abrazó fuertemente.


Carol la sirvienta entró en la estancia para llevar al pequeño a su habitación tan sólo un momento después, cuando salía el pequeño volvió el rostro hacia si padre y luego desapareció por el pasillo.


—Charlotte, creo que debería quedarme con Joseph, acabamos de llegar a América, es normal que se sienta asustado. Tú puedes presentar el proyecto de caridad, lo has hecho bien en Inglaterra.


—No Mortimer, sabes que no puedo comenzar así aquí, América está creciendo, pero tú mejor que nadie sabe lo difícil que es para una mujer dirigirse ante los empresarios, no me tomaran en serio, en cambio si un empresario como ellos les habla será diferente, ayúdame con esto ¿sí?, prometo que es lo último que te pido, si conseguimos que algunos donen a centros comunitarios para la ciudad podremos volver cuanto antes a Londres.


El doctor Granville miró a su esposa resignado y asintió, ella sonrió con aquel precioso rostro lleno de vitalidad y entusiasmo, lo besó en la mejilla y se encaminaron al carruaje que ya los esperaba fuera de la casa que habían alquilado para su estancia en Nueva York.


Durante el viaje Charlotte le señaló el discurso que había escrito para él, pero Mortimer no pudo evitar distraerse, le encantaba verla hablar, brillaba cuando lo hacía con su innata elocuencia, y como el hombre enamorado que un día fue se sentía alegre cuando ella lo era, al menos eso era lo que se repetía a menudo, la verdad de su matrimonio era un poco diferente.


Charlotte y él se habían casado en un arrebato, en una sucesión de emociones por la locura de encontrar el amor ideal, fresco, irreverente y atípico. El amor que Mortimer creía le profesaba duró apenas un año, tal vez uno de los mejores en su vida, hasta que llegó la maternidad y con ella las dudas y las expectativas derrumbándose con más rapidez que un castillo de naipes, si bien Mortimer sabía que Charlotte no era una mujer como las demás (algo que al principio le pareció fascinante) esperaba que su matrimonio sí fuera un poco como cualquier otro.


Al carecer de una verdadera familia lo que Mortimer más deseaba en su vida era formar una propia, con calor de hogar y una dulce estabilidad. Charlotte por su parte había dejado bien en claro lo que pensaba de una mujer hogareña, el matrimonio era una cadena que al paso del tiempo le pesaba más y más, en algunas ocasiones tachó a su esposo de retrógrada y macho oscurantista, las constantes peleas que al principio habían sido debates filosóficos se convirtieron en discusiones matrimoniales que los habían llevado a tomar su matrimonio como como un acuerdo entre iguales, donde Charlotte logró aprovechar su nombre como la Señora Granville para realizar sus labores de filantropía y asistencia social con total libertad mientras Mortimer tenía un hijo al que cuidar. Y ni hablar de la intimidad, Mortimer jamás le pediría a su esposa cumplir con sus deberes pues ella bien podía alegar imposición, ya la había visto golpear a un policía una vez y sabía dios que no pensaba arriesgarse a tan penoso asunto. Por lo que después del nacimiento de Joseph habían optado por dormir en habitaciones separadas.


Mortimer regresó a la realidad cuando su esposa lo llamó, ella ya había bajado del carruaje y se asomó por la puerta en espera de él.


—Sí, ya voy— respondió dudando y se apeó detrás de ella. Extendió su brazo para llevarla y ella lo tomó de esa manera entraron juntos al bien iluminado recinto que para la ocasión era uno de los hoteles más bellos y modernos de Nueva York.


Recibidos por el waltz número uno de Chopin, Mortimer se permitió pensar que la noche sería agradable, entraron al salón principal bellamente adornado para la reunión, la iluminación eléctrica bañaba de luz cada rincón, era casi cegador, pero gracias a ello cada acabado de la elegante construcción podía ser admirado, tras un momento de duda por parte de la pareja fueron abordados de inmediato por los señores Hampton su contacto en Estados Unidos, el señor y la señora Hampton los llevaron a la mesa instalada para los anfitriones y otras personalidades antes del anuncio de la colecta de beneficencia y las propuestas para la caridad de los empresarios.  


Entre los más nombrados y con los que Charlotte estaba encantada (sobre todo para convencer a las esposas) fue con los Morgan y los Carnegie. Casi de inmediato los Granville fueron separados, por un lado, se encontraban las mujeres charlando y por otro los hombres; elegantes caballeros en cuyo círculo Mortimer se vio envuelto de un momento a otro, estaba nervioso entre aquellos siete hombres de diferentes edades ninguno menor que él por lo que pudo ver, la sociabilidad nunca había sido su fuerte al contrario de su esposa con su facilidad para las palabras y su despreocupada manera de hablar.


—Señores, les presento al Doctor Mortimer Granville, ha venido a Nueva York junto con su esposa para reanimar a los desamparados, espero que su propuesta cuente con su apoyo— lo presentó el señor Hampton.


—Un placer Doctor Granville— saludó uno de los hombres con un apretón de manos. Seguido de algunos otros.


—El placer es mío, caballeros.


—¿De dónde viene Doctor Granville?— pregunto uno de ellos.


—De Londres.


—¿Es su primera vez en Estados Unidos?— cuestionó otra voz.


—Sí.


—¿Qué le ha parecido hasta ahora nuestra ciudad? ¿No es el epítome de la modernidad?— otro más preguntó.


—No he tenido tiempo de ver más que…


—¿Cuánto tiempo se quedará en Nueva York?


—No sabría con seguiri…


—¿Por qué no pone un consultorio en la ciudad? Seguramente que le iría mejor que en Londres, aunque con los avances es difícil que la gente enferme en la ciudad.


Mortimer de pronto fue bombardeado con preguntas y comentarios que no supo responder o mejor dicho que no le permitían responder, el acento de los americanos era más rápido a diferencia del inglés británico y lo que le hacía más lento en sus respuestas.


—Buenas noches caballeros— saludó una voz uniéndose al círculo, aquel hombre tenía un timbre mucho más rico, aterciopelado y Mortimer podía jurar que era de Europa del Este por su acento. El joven Doctor llevó sus ojos directamente al hombre que se ubicó a un costado de Hampton quien estaba a su derecha. Era un hombre mayor tal vez diez años más que él, con la piel curtida por el sol, cabello rubio cenizo y una descuidada barba cana con reflejos de oro que cubría apenas una cicatriz en su mejilla derecha, los pómulos más elegantes que hubiera visto en su vida y un par de ojos avellana, tan brillantes y sagaces como los de un leopardo salvaje.  


—Buenas noches señor Jensen, es una gran sorpresa verlo por aquí— saludó Hampton.


—Es mi deber social velar por los más necesitados, así que espero propuestas interesantes— dijo el hombre deteniéndose a observarlo por un momento, sus miradas se detuvieron un instante, Mortimer se sintió de pronto como una pequeña presa acorralada por un gran felino del que sólo veía los ojos entre la maleza.


—Ha venido entonces al sitio correcto, permítame introducir al Doctor Mortimer Granville, esta noche presentará su propuesta sobre centros sociales y comunitarios, le prometo que será digno de atención—dijo Hampton y luego se dirigió al joven— Doctor Granville, Míster Jensen, es un importante accionista de Standard Atlantic, será un duro hueso de roer, confío en que logrará sacarle un poco de dinero para sus centros comunitarios.


—Es un gusto conocerlo— dijo Mortimer educadamente extendiendo su mano hacia Jon. Él otro hizo lo mismo y le dio una pequeña sonrisa que arrugó las esquinas de sus ojos, un mohín tan natural que el doctor siguió sin pensar sonriendo ampliamente.


—El gusto es mío Doctor.


—Creo haber escuchado su nombre en algún lado doctor Granville, ¿no es usted quien patentó un instrumento para la Histeria femenina? Ese que venden en los panfletos semanales— preguntó otro de los caballeros haciendo que Mortimer y Jon le miraran.


—Sí, bueno, fue un esfuerzo en conjunto, se podría decir que soy algo parecido a un accionista.


—¡Oh es verdad!, usted inventó el masajeador para mujeres insatisfechas— bromeó otro haciendo reír a los demás— esperemos que esa propuesta suya no sea meter la mano bajo la falda de nuestras mujeres doctor Mortimer. Aquí en América procuramos mantener a nuestras mujeres satisfechas.


—De ninguna manera caballero, le aseguro que el problema de la Histeria es una afección seria y mi instrumento un verdadero invento para asegurar la salud de las mujeres. Por otro lado, los centros sociales son una propuesta que mi esposa y yo tomamos muy enserio, no están relacionados directamente con los problemas de salud que solía atender.


—Doctor, Doctor, con sus conocimientos debería pasearse por nuestros propios centros comunitarios a los que llamamos bares para enseñarnos algunas técnicas, hay que mantener a la esposa y a la amante satisfechas, su mujer debe ser muy afortunada, ¿no es verdad?— uno de los hombres le giñó un ojo y los demás parecían divertidos con la idea.


Mortimer en cambio se vio sumido en la burla, no supo que decir ante semejantes comentarios soeces, miró a sus pies y luego hacia Jon quien también parecía molesto con las bromas a su costa, para fortuna del doctor fue momento de dar inicio a los discursos y las propuestas, caminó a su lugar junto a su esposa en la mesa alargada a un costado del atril de caoba, frente a él, a unos cuantos metros estaba la mesa donde Mister Jensen se sentó, el hombre le agradó de inmediato pero rehuyó a su mirada cada vez que accidentalmente se cruzaban sobre la concurrencia.


Después de las presentaciones formales fue su turno para hablar en el estrado, Charlotte palmeó su espalda alentándolo y aplaudió efusivamente cuando subió al atril para hablar. Mortimer sonrió sin mirar a nadie en especial con una mueca de labios apretados, comenzó a buscar el discurso en su saco, en un bolsillo, en otro, en el pantalón, la presión de las miradas le hicieron sentir un repentino calor, al mirar hacia su esposa ésta lo miró con el ceño fruncido, con la pregunta en su frente acerca de lo que pasaba, el doctor comenzó a sudar nervioso cuando alguien en el público tosió. Había perdido el discurso en algún momento, seguramente lo había dejado en el carruaje, se reprendió mentalmente por su torpeza y cerró los ojos un instante sin querer mirar de nuevo a Charlotte quien seguramente ya se había percatado de la situación.


Respiró hondo y se aflojó un poco el corbatín tragando dificultosamente ante su desconocimiento de cómo dar inicio a su propuesta. Como fuese apretó las manos y se armó de valor.


—Buenas noches damas y caballeros, debo agradecer primeramente su hospitalidad y a… amable recibimiento—tartamudeó— esta noche estamos aquí reunidos… bueno, estamos reunidos para pedir ayuda, es decir, para ayudar a los menos favorecidos, sí eso— su voz sonaba un poco temblorosa y sentía que la vista se le nublaba hasta que de pronto clavó sus ojos en la única persona que no parecía burlarse de él, Jon Jensen— Con la creciente modernización y la expansión de las ciudades también crece el número de personas que habitan en ellas, éste hecho provoca que sea más notoria la brecha entre las clases altas y los menos favorecidos, las calles se llenan de mendigos y parece que a nadie le importa, muchos de ellos son acianos que ya no pueden trabajar o niños que han quedado huérfanos, como médico estoy al tanto de lo que la desnutrición puede provocar en un niño aunado a la falta de educación ellos apenas tendrán una oportunidad de vivir dignamente, no podemos llamar moderna a una ciudad en la que las enfermedades abundan y las personas más pobres no pueden tener educación, los Centros Sociales que mi esposa y yo proponemos son lugares creados para dar atención médica y educación a este sector de la población, para que los niños puedan tener una oportunidad de mejorar, de crecer y de soñar, porque he escuchado que América es el país donde todo puede mejorar. Ustedes son parte de ello y en un futuro ellos también lo serán. Gracias.


Jon fue el primero en aplaudir, aunque el joven Doctor no fue ni brillante ni elocuente, su forma de hablar podía llegar a enternecer algunos, las palabras de un muchacho que no ha sufrido pérdidas ni inclemencias, alguien que ve la desgracia de los otros como un asunto de futuro y modernización, sintió pena por él y a su vez un poco de rencor ¿qué esperaba realmente con esas donaciones? Suspiró, pobre niño intentando jugar a ser un hombre grande entre lobos, ya le habían demostrado lo risible que es todo para esos hombres ricos, era mejor que se sacudiera el polvo del piso donde había caído con tan vergonzoso discurso y regresara a jugar al doctor con sus aparatos.


************


Tras el baile, los aperitivos y un cheque para la propuesta del Doctor Granville, Jon se vio invadido por la sonoridad de la concurrencia, el súbito recuerdo de la guerra le hizo huir hacia la oscuridad de la noche en uno de los balcones, abrió las puertas de cristal y las cerró detrás de él respirando el aire de la ciudad, ansiaba que fuera el de la tierra fértil de las praderas, pero al menos no estaba llena de esos perfumes artificiales o peor aún del azufroso resumo de la pólvora. Sacó su pitillera su chaqueta negra del traje y encendió un cigarrillo, la llama azulada bailó en el viento mientras encendía el tabaco, luego una bocanada de humo picante y la satisfacción de su garganta calentándose.


Tan pronto como dio una segunda calada, alguien se precipitó de espaldas en el balcón desde el salón. Era el joven doctor quien parecía realmente escapar de alguien, caminó unos pasos hacia atrás hasta la barandilla y suspiró, ni siquiera se dio cuenta de su presencia, Jon estuvo tentado a llamarlo de inmediato, sin embargo se detuvo al contemplar el rostro abatido del joven, con la poca iluminación que proporcionaban las luces a través de las ventanas observó la delicadeza de sus facciones, al principio en su presentación le pareció un hombre atractivo, pero el contraste de la luz del interior y la oscuridad de la noche le permitió apreciar desde su punto en una esquina entre dos grandes ventanales, las simétricas y delicadas proporciones de aquel hombre, su delicada nariz, su mentón y sus cristalinos ojos inocentes cuyas pestañas se alzaban coronando de manera sutil y casi insinuante aquella mirada dulce lo hacían una beldad digna de admirar.


Mortimer respiró por fin fuera del brillante salón, el resumo de tabaco picó en su nariz y le hizo buscar la fuente con el olfato en una graciosa mueca que ganó una sonrisa en el hombre escondido entre dos ventanas cobijado por la oscuridad, al principio el doctor se sobresaltó al encontrarse con esa sonrisa repleta de dientes entre una espesa capa de humo que se alejaba.


Una fiera entre la maleza consideró para sí mismo.


—Oh, Mister Jensen perdone la intrusión, pensé que sería el único que deseaba un poco de aire.  


—No, siento haberlo asustado, aunque más bien parece que está huyendo de algo— contestó Jon acercándose para ofrecerle un cigarrillo.


—No fumo, gracias.


—Le ayudará con los nervios.


—¿Le parezco nervioso?— preguntó con la voz tambaleante.


—Si no lo está sufre de un mal terrible y no soy yo el doctor para determinarlo.  


—Está bien, tal vez por hoy pueda admitirlo— dijo y tomó un cilindro de la pitillera dorada del hombre, lo puso en su boca como había visto hacer a algunas personas y cuando Jon le acercó el mechero simplemente no supo qué más hacer, el fuego iluminando el rostro del hombre le hizo estremecer levemente, como si sus ojos le dijeran algo que no podía comprender.


Jon se percató de que el doctor no hacía nada por encender el cigarrillo, así que lo tomó de su boca para encenderlo el mismo y regresárselo, prendiendo después otro para sí. Mortimer aceptó el tabaco e inexpertamente aspiró tosiendo de inmediato una bocanada de humo, sintió que su garganta quemaba y los ojos se le nublaron con lagrimillas, se dobló contra la barandilla esperando apaciguar sus pulmones con aire limpio.  Jensen en cambio rio quedamente llevando una mano a la espalda del joven, apretó su mano en uno de sus hombros hasta que la tos pasó y el doctor lo miró de nuevo aún con el cigarro entre sus dedos desprendiendo ligeros listones de humo.


—Será mejor que regrese por un vaso de ginebra para ayudar a su garganta doctor, el alcohol puede serle de mejor ayuda.


—Creo que usted también se está burlando de mi inexperiencia Mister Jensen, pesé que esto terminaría al final del terrible discurso— dijo Mortimer con la voz ronca, sus mejillas habían tomado una tonalidad sonrosada y sus labios brillaban como hechos de rubí por haberlos humedecido con saliva. Jon no pudo evitar quedarse mirando sus labios por un momento, se preguntó si el doctor se veía de esa manera mientras estaba enredado entre las mantas o la suave piel de su esposa.


Esta vez el mayor fue quien tosió para despejar su mente de aquellos pensamientos.


—De ninguna manera doctor soy tan inexperto en estos eventos tanto como usted.


—Es difícil pensarlo cuando parece dominar sus expresiones, aunque… su acento, ¿es de Europa del Este?


—Dinamarca.


—Por supuesto.


—Usted es inglés— afirmó Jon colocándose a su lado recargado en la barandilla del balcón. El doctor asintió.


—¿Hace mucho que vino a América?


—Casi veinte años— dijo dándole otra calada a su cigarrillo pensando de repente en el tiempo que ha pasado solo desde la muerte de su familia.


—Su fami…


—Me gustó su discurso, sobre todo la parte en la que casi comienza a oficiar una boda— lo interrumpió llevando la conversación hacia otro punto, Mortimer lo miró como si no entendiera y Jensen explicó— el “Estamos aquí reunidos”


—¿Dije eso?— preguntó avergonzado.


—Lo hizo.


—No puedo creerlo, Charlotte va a colgarme.


—¿Su esposa?— cuestionó suavemente mirando hacia adentro donde las personas se arremolinaban sobre la bebida, la comida y la música.


—Sí, es la mente maestra detrás de esto, incluso escribió un motivador discurso y lo he extraviado.


—Mientras reciban el dinero estará contenta.


—En absoluto, Charlotte no aceptaría sólo el dinero, necesita convencer a esta gente que puede hacer el bien para mejorar nuestra sociedad— sonrió limpiando su frente con un pañuelo blanco.


—¿Y usted?


—Estoy convencido, como médico he jurado ayudar y sanar a quien lo necesite, ellos lo necesitan, más que cualquier otro. Si no se tiene cuidado las enfermedades que podrían desarrollarse acabarían en un instante con la población de una ciudad como ésta.


—Si alguien más lo escuchara decir algo así podrían tacharlo de fatalista, aunque no dudo que tenga razón. Pero es un mundo cruel doctor Granville, todos estos hombres aplastarían a cualquiera de ellos si de eso dependiera mantener su riqueza.


Mortimer sintió que las palabras de Jon Jensen estaban cargadas de un peso invisible, que se extendió hasta él con tan solo escucharlas.


—No soy fatalista Mister Jensen, sólo un fiel perseguidor del realismo y el método científico.


—Mortimer— se acercó Charlotte entrando por las puertas dobles del balcón— ¿qué haces aquí solo?


El Doctor arrojó lo que quedaba de su cigarrillo por la barandilla y Jon sonrió con el tabaco entre sus labios al verlo caer de nuevo en el nerviosismo.


—No estoy solo Charlotte, conversaba con el señor Jensen. Mister Jensen mi dulce esposa Charlotte.


—Un gusto señora, su marido estaba explicando su pasión por la labor altruista— dijo a modo de saludo.  


—¿Está usted interesado en la filantropía Mister Jensen?— preguntó ella de inmediato encontrando una oportunidad para tener otro adepto.


—No particularmente si soy honesto, de cualquier forma, su pasión por ello es de admirar.


—Me entristece que personas con sus posibilidades no encuentren en hacer bien al prójimo una pasión de vida. No se puede ser tan egoísta— dijo Charlotte.


—Charlotte por favor— pidió en voz baja el doctor un poco agobiado por el camino que parecía tomar la charla.


—En ocasiones la vida es demasiado amarga como para vivirla preocupado por otros, señora, mucho menos cuando esos otros nunca se preocuparán por usted. Ahora si me disculpan — Jon se excusó sin mirar de nuevo al doctor y a su esposa, salió del balcón y se perdió del otro lado de la concurrencia.


—Vaya hombre más egoísta y cínico.


—¡Charlotte!, no puedes hablar así de alguien a quien acabas de conocer.


—Sólo necesito una mirada para conocer a la gente Mortimer, algo que debes practicar. Ahora vamos que después de ese discurso hay impresiones que enmendar.


El doctor suspiró y acompañó a su esposa de regreso justo en el momento en que el ritmo de la noche favoreció el baile y sobre todo ese clásico americano llamado polka. Las horas transcurrieron de lo más lentas para Mortimer aburrido y agobiado, Jon Jensen había desaparecido después de la interrupción de su esposa y con ello su oportunidad de una charla amena sin convertirlo en la burla por sus inventos.


Pasada la media noche el doctor y su esposa regresaron a la casa de alquiler, las luces estaban en su mayoría apagadas pues incluso Carol la sirvienta se había ido a dormir temprano. La colecta de donaciones les fue favorable, Mortimer estaba contento de haber encontrado dentro de sus benefactores a Mister Jensen con lo cual pudo comprobarle a Charlotte que aquel hombre no era ni egoísta ni cínico.


La pareja se despidió para dirigirse cada uno a su habitación, pero el joven doctor se dirigió antes que a su recámara a la del pequeño Joseph, estaba profundamente dormido, la mayor parte del cuerpo fuera de las mantas descansaba sobre su estómago y tenía el brazo y la pierna derecha, ambos colgando del colchón. Mortimer sonrió, se acercó en silencio para acomodar a su hijo, besarle la mejilla y arroparlo correctamente antes de dirigirse a su dormitorio.


A unas cuantas calles de la residencia temporal de los Granville, Jon Jensen bebía su cuarto trago de bourbon, sentado frente a la chimenea miraba atento el líquido carmesí y el cristal destellar con colores cuando las llamas lo bañaban de luz. Le gustaba el calor de la chimenea, la tenue iluminación de las llamas amarillas, le recordaban las fogatas en el Oeste y aquellas encendidas cuando peleó una guerra. Cerró los ojos un momento colocando el vaso junto a su sien derecha, en su mente se reprodujo el rostro del joven doctor inglés bajo la luz tenue de la velada, sus ojos de un azul aguamarina y sus preciosos labios de rubí.


Abrió los ojos con rapidez sacudiendo de su mente aquellas imágenes, terminando por sonreír con el recuerdo de la tambaleante voz y el nerviosismo del doctor, un muchacho extrañamente encantador cuya primera impresión le había dejado prendado en su mente, culpó a su soledad cuando los ojos de Mortimer destellaron ante la refracción de la luz en su copa de vidrio cortado y el azul se proyectó sobre el dorso de su mano, después de tantos años sin prestar atención a los cambios en la ciudad o en él mismo, la novedad de un rostro llamativo  por su puesto ocupó su pensamiento y le daba algo en que entretenerse, lamentablemente su interés no estaba realmente en la filantropía así que la mañana traería con ella su monotonía de regreso.


 


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