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Escrito en las estrellas por Lady York

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Notas del fanfic:

Bienvenidos a un nuevo fic cortito inspirado en la genial pareja dispareja de Niguel y Adam Raqui, cuyos intérpretes son nada menos que Mads Mikkelsen y Hugh Dancy, para quienes hayan tenido la fortuna de ver estas dos películas a las que pertenecen (The necesary death of Charlie Contryman y Adam) sabrán que es una pareja extraña pero muy tierna. 

 

Agosto 2014


La lluvia caía copiosamente con un estrépito seseante, el cielo se había oscurecido con gordas nubes preñadas de agua, los relámpagos eran escasos y llegaban a iluminar el camino apenas por segundos. El olor de asfalto lavado por la lluvia de verano era tranquilizador, Nigel caminaba entre las pesadas gotas de agua, su cabello desordenado se pegaba a su rostro junto con la sangre de un corte sobre su nariz, jadeaba ante el dolor de sus costillas, había recibido una jodida paliza, le dolían los huesos y apenas podía respirar, ¡estúpidos rusos!, seguramente le habían fracturado unas cuantas costillas. Escupió la sangre de su labio roto y se echó el pelo hacia atrás con su mano derecha, mientras la izquierda se resguardaba bajo su chaqueta de cuero pegada a su torso, como si su interior se fuera a derrumbar si lo movía, por supuesto esa situación no era peor a aquella vez en que estuvo herido en Bucarest con las malditas tripas de fuera.


El sabor a sangre seguía en su boca y el frio empezaba a hacerle castañear los dientes. Jodido clima de un país de mierda. El recuerdo de Rumania lo atacó de repente, había tenido que salir prácticamente huyendo ante la estúpida amenaza de su “querido suegro”, había dejado todo; sus negocios, sus propiedades y a su hermosa Gaby. Ella debía estar con él, era su maldita esposa después de todo, ¿acaso no habían dicho hasta que la muerte los separe?


Y todo se había ido al carajo por un maldito video de seguridad. A la mierda la policía, a la mierda Estados Unidos y a la mierda la lluvia.


—Fuck, fuck— mascullaba entre dientes mientras seguía caminando por un barrio de clase media.


Había pasado ya poco más de un año desde que se había refugiado en Nueva York. Darko, su socio en Rumania le proveía el dinero suficiente para mantenerse en Estados Unidos en sus múltiples cuentas, no era el dinero que estaba acostumbrado a manejar, pero los negocios iban bastante bien, la comunidad rumana lo había aceptado de inmediato y escalar en la jerarquía no fue difícil, gracias a su destreza en el negocio ya podía ir pensando en adquirir algunos clubs nocturnos dónde lavar el dinero. Afortunadamente a los americanos les encantaba la vida clandestina y llenarse la nariz de buena coca, así que sus clientes aumentarían rápidamente.


Con lo que debía lidiar realmente sería con la competencia, esa tarde durante una transacción en el límite del territorio que los rusos manejaban, confiadamente se dejó sorprender por los putos rusos, quienes no habían tenido miramientos en echar a perder todo y encima matar algunos de los suyos. Por pura suerte había salido sin más que unas cuantas costillas rotas y un agujero en la chaqueta.


Sin poder seguir adelante ante el sofocante dolor en sus costillas, se detuvo fuera de una tienda cerrada. No se percató que alguien estaba a unos pasos, también debajo de la cortinilla plástica que proporcionaba un paraguas momentáneo, hasta que, al intentar encontrar sus cigarrillos, el encendedor fue a dar hasta el piso a los pies del joven. Nigel no era de las personas que piden favores, la vida le había enseñado demasiado sobre los favores, así que en su intento de ir hacia el mechero el dolor le hizo pegar la espalda a la pared y resbalar por ella hasta el suelo.


Su cabeza comenzó a dar vueltas y apenas sentía su respiración, el muchacho al escuchar su doloso gemido se volvió hacia él, su rostro fue como el espejismo de un hombre perdido en el desierto. Cabello castaño oscuro, pestañas largas y risadas que enmarcaban unos encantadores ojos añiles, nariz afilada y voluptuosos labios que se abrieron para decir algunas palabras que no supo entender.


—¿Se encuentra herido?


Vio al joven acercarse a poca distancia en la que pudo memorizar su rostro y acto seguido se desmayó.


Cuando Nigel despertó al día siguiente, sólo supo que estaba en un hospital, habían atendido sus fracturas y le recomendaron reposo. Del hermoso joven que había llamado a la ambulancia no supo absolutamente nada, ni siquiera había dejado su nombre, de acuerdo con la información que pudo rescatar el buen samaritano desapareció tan pronto la asistencia médica lo recogió. ¡Maldición!, cómo había podido ser tan estúpido para desmayarse frente a un muchacho.


En cuanto Nigel tuvo completa idea de dónde demonios estaba metido, se apresuró a vestirse de nuevo con la ropa aún húmeda del día anterior, dispuesto a tomar el dichoso descanso en casa, odiaba los hospitales, con sus pretenciosos doctores, el maldito olor a desinfectante y sobre todo porque ahí no podía fumar. Una enfermera se acercó justo cuando estaba por irse.


—Señor, le trajeron esto— mencionó entregándole el encendedor que creyó perdido.


—¿Quién lo trajo?— dijo tal vez con un poco más rudeza de la necesaria.


—Un joven lo dejó en la recepción.


—¿Cuándo?


—Hace un momento.


Nigel tomó el encendedor y salió hacia la recepción con prisa, por suerte le habían dado buenos analgésicos. Preguntó por el por el chico que le había dejado el mechero, la enfermera señaló la salida, Nigel corrió hacia allí, le pareció ver el cabello ondulado perfectamente arreglado, “Hey tú” gritó, pero en un abrir y cerrar de ojos la perdió de vista con gente entrando y saliendo del hospital y una camilla que casi lo atropella, regresó a la recepción con las enfermeras, pero nadie pudo darle razón alguna, el joven ni siquiera había dejado su nombre.


Tras el suceso, el rumano continuo con su agitada vida, aún recordaba ese precioso rostro, aunque al final, al no tener ninguna pista de quien era simplemente lo dejó pasar. Las heridas sanaron y una noche en que se disponía a regresar a su departamento cruzando por Central Park, justo dónde había creído ver un par de mapaches, su celular comenzó a sonar, tomó la llamada y decidió regresar por la avenida para tomar un taxi cuando uno de sus hombres en Rumania le informó que Victor Ibanescu, su suegro, había muerto mientras regresaba a Bucarest. Nigel no podía dejar escapar la oportunidad, regresaría a Bucarest para destruir el video, recuperar a Gaby y de paso tomar su lugar como el mandamás, que buena falta le hacía recordárselo a sí mismo. Al menos ese era el plan…


 


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