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Canción de cuna por Love_Triangle

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Mi mamá era un hada, papá y los sirvientes se reían de mí cuando me refería a ella así. Pero cuando lo hacía delante de ella, mamá me sonreía con toda la bondad y ternura que su corazón guardaba para mí y se agachaba para besar mi mejilla mientras acogía mis pequeñas y frágiles manitas entre las suyas antes de susurrarme al oído: «Es un secreto entre mamá y Riccardo». Papá no sabía que mamá era un hada y eso me enfadaba, pero saber que a mamá le gustaba que sólo yo lo supiera me hacía ponerme contento.

Mi mamá era un hada de la música, lo sé porque cuando era pequeño y tenía un añito la vi hacer magia. Tenía prohibido subir al segundo piso de la mansión porque todavía no sabía gatear bien y mis papás y sirvientes tenían miedo de que me cayese por las escaleras en un descuido. Pero aquella mañana los sirvientes no trabajaban y papá se había ido a ver al tío, así que mamá y yo nos quedamos solitos y mamá vino a buscarme al salón.

Con su radiante y dulce sonrisa plasmada en su rostro, se agachó junto a mí una vez más y extendió sus brazos, a lo que yo siempre respondía imitándola, conocedor de que aquel gesto significaba ¡Aúpa!

Papá y las doncellas siempre me hacían ¡Aúpa! Pero sólo para llevarme de una habitación a otra y volver a abandonarme allí o jugar conmigo en el caso de las doncellas. Pero mamá no, mamá me daba besitos y me hacía cosquillas mientras me hablaba y yo tocaba con mis manitas sus bonitos rizos, intentando no lastimarla y que no me apartase de ella como hacían todos, entonces mamá me balanceaba con cuidado y me cantaba intentando que yo la imitase, pero de mis labios no eran capaces de salir nada más que histéricos gritos de bebé que intenta comunicarse. Me gustaba cuando mi mamá me hacía ¡Aúpa! Porque mi mamá y yo nos queríamos mucho, mucho, mucho.

—    ¿Vienes arriba con mamá?

Colocó una de sus manos sobre mi pañal mientras que situaba la otra sobre mi cabecita con delicadeza y se ayudaba del brazo para mantener mi espalda recta. Su perfume olía a Wisteria, un agradable aroma que me hechizaba cada vez que me cogía en brazos y me acercaba a ella, no sólo era que aquellas flores en concreto desprendiesen una de las más dulces y embriagadoras fragancias que el mundo tiene la fortuna de conocer, sino porque era el olor de mi mamá y sólo eso era más que suficiente razón para ser la única capaz de mantenerme en un tan agradable estado de calma y paz interior mientras sentía la piel de su cuello y hombro bajo mi carita.

A veces, cuando salía y yo no podía dormir, mi padre se había visto obligado a echar sobre mi pijama unas gotas del perfume de mamá para calmarme y conseguir que me durmiese escuchando la canción que una caja de música reproducía, pero no era lo mismo que dormir escuchando la música mágica de mamá.

—    Mira, Riccardo. Esto se llama piano y mamá lo sabe tocar.

Aunque no era más que un bebé, sabía reconocer mi nombre y siempre reaccionaba a él. Mi mamá quería hablar conmigo otra vez, así que me esforcé por volver a abrir los ojos y erguir la cabeza, intentando evitar quedarme dormido en sus brazos una vez más y entristecerla o decepcionarla. Aparté mi cortita melena de mi cara con ayuda de mis manitos y me froté uno de mis ojos al mismo tiempo que dejaba escapar un involuntario bostezo, se suponía que era la hora de mi siesta, pero mamá quería estar conmigo y no podía dormirme ¡Era su príncipe Riccardo!

Tenía que demostrarle que era tan mayor que no me dormía y evitar que se enfadase conmigo para que siguiese dándome besitos y queriéndome mucho.

Miré hacia aquel mueble negro con curiosidad intentando averiguar lo que era, pero ninguna otra habitación de la casa tenía algo así y se me hacía imposible identificar aquella cosa que mamá acariciaba con cuidado mientras que sus ojos brillaban casi tanto como cuando jugaba conmigo. Eso quería decir que mamá amaba ese piano y si mamá lo amaba, papá y yo también. Excepto si esa cosa conseguía que mamá lo quisiese todavía más que a mí, entonces me enfadaría mucho y ya no lo querría.

—    Riccardo ¿Quieres tocar con mamá?

Extendí mis manitas hacia la cosa negra intentando acariciarla como ella lo hacía, pero mis bracitos eran demasiado cortos y ella demasiado alta como para conseguir que siquiera me acercase.

—    ¡Cuidado, príncipe! Que te caes.

Cogió mis manos entre una de las suyas y volvió a colocarme de forma correcta entre sus brazos, intenté hablar con ella para preguntarle qué era eso y por qué lo tocábamos. Pero una vez más, de mis labios no salieron más que ruiditos de bebé.

Mamá se sentó en una silla rara que había delante de la cosa negra y me sentó a mí con cuidado sobre su regazo. Me gustaba mucho el vestido que llevaba ese día, papá se lo había regalado y estaba muy guapa con él puesto. Ella siempre decía que el más guapo de la casa era yo, a veces eso parecía molestar a papá pero después ambos sonreían y besaban cada uno una de mis mejillas. Tengo suerte de que papá también me quiera, porque si no se enfadaría mucho conmigo al ver que soy el favorito de mamá.

Utilizó uno de sus brazos como barrera para que no me cayese y su vientre como respaldo para que estuviese cómodo. Miré hacia arriba intentando encontrar su mirada, pues seguía sin entender qué tenía aquella cosa de especial para que mi madre, tan estricta con mis horarios como era, hubiese preferido enseñármela a llevarme a mi cuna para dormir la siesta.

—    Escucha, Riccardo. Esto se llama piano y de aquí sale música.

Fue ese día en el que descubrí que mi madre era un hada, las hadas nunca se dejan ver delante de muchas personas, por eso esperó a que estuviésemos solos para mostrarme su verdadera naturaleza. Era un hada de la música que hechizó aquella cosa negra e hizo aparecer en ella un montón de teclas blancas y negras que al ser tocadas por sus finos y delicados dedos comenzaron a emitir una fascinante melodía que inundó toda la mansión, como si utilizase el viento que se filtraba a través de la ventana para cabalgar y llegar lo más lejos posible. Era una canción que hacía que hasta mi inocente y débil ser vibrase a su son. Mamá decía que no me fuese con extraños, pero aquella música, por extraña que fuese, me hacía dejarme llevar.

Era mi mamá, transformada en melodía, pero mi mamá. Me acariciaba, me acunaba, me hacía reír, me calmaba… Aquello se llamaba piano, el piano era la varita mágica de mi mamá y por eso nadie más lo tocaba. Mamá podía hechizar a todos con su piano, era un hada buena que calmaba con su música a todo aquel que la escuchase.

Papá me enseñó cómo agradecerle a mamá su magia sin saber hablar, sólo tenía que juntar mis manitos repetidas veces cuando terminase y él me ayudaba a hacerlo. Mi mamá no tiene un libro de hechizos, pero sabe hacerse más poderosa. Un día estaba malito y la fiebre no me dejaba dormir, me tumbó en un sofá que hay delante del piano e hizo magia para ayudarme, por la mañana ya no estaba malito. Otro día mamá se enfadó con papá y él le gritó mucho, entonces ella hizo un sonido muy feo con el piano y papá se cayó.

De mayor quiero ser como mamá, yo también quiero aprender a hacer magia con el piano y que la persona que haya sentada sobre mi regazo también piense que soy un hada.


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