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Caminos extraños del amor por Danicook

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Los días jueves siempre resultaban tristes y aburridos, en especial cuando su mejor amigo no estaba con él.

 

Misaki terminaba de guardar sus libros en su casillero cuando alguien le chocó el hombro de repente, haciendo que dos de sus libros terminaran en el suelo.

 

―¡C-cómo lo siento! D-discúlpame, p-por favor.

 

Misaki observó a un chico de cabellos negros levantando sus libros, sus movimientos denotaban torpeza y leves temblores. No era necesario ponerse tan nervioso, tampoco iba a matarlo o algo parecido.

 

―Gracias ―le sonrió cuando aquel desconocido ―que parecía uno de sus compañeros de clases―le extendió ambos libros.

 

―E-es lo mínimo que podía h-hacer.

 

Misaki suspiró cuando el chico desapareció de su vista. Con desgano terminó de guardar sus cosas, y se percató de una carta celeste que sobresalía entre las páginas de unos de sus libros.

 

Joder.

 

A veces no era nada divertido ser el punto de enamoramientos o gustos pasajeros de casi la mitad de la universidad, y menos cuando ya se había perdido la originalidad para conquistar o al menos, lograr que se interesa en alguien.

 

Volvió su vista hacia el pasillo por el cual recorrían apenas unas cuantas personas y al reconocer al sujeto que lo había abordado hace unos instantes mirando hacia su dirección, le sonrió.

 

Misaki no correspondía aquellas cartas de amor, pero tampoco iba a despreciar el gesto, y una sonrisa no le quitaba nada.

 

Cerrando con fuerza su casillero, emprendió camino hacia su siguiente clase. En manos llevaba aquella carta aun sin abrir. ¿Qué sentido tendría leerla? Siempre era lo mismo. Líneas que describían lo hermoso que era o la melodiosa voz que poseía o cosas igual de triviales.

 

Otro suspiro abandonó sus labios.

 

Antes de ingresar al salón y comprobando que no había nadie a su alrededor mirando, tiró la patética confesión de amor en uno de los tachos de basura que encontró.

 

Siempre sería igual. No tenía caso interesarse en ello.

 

―Eso es muy hipócrita ¿no te parece?

 

Misaki tiene la paciencia de un santo, es lo que dirían sus amigos más cercanos. Y es verdad. Sin embargo, por alguna razón, esa cualidad desaparecía cuando se enfrentaba a la persona más odiosa que tuvo la desdicha de conocer hace medio año.

 

Narcisista, egocéntrico, orgulloso, pedante, serio y totalmente arrogante… Usami Akihiko realmente no era una persona agradable.

 

―Eso a ti no te interesa ―le respondió secamente.

 

―Por supuesto que no ―correspondió el otro ―. Simple curiosidad.

 

Misaki bufó y cruzándose de brazos, preguntó―: ¿Curiosidad? No me importan las preguntas que se fraguan en tu retorcida mente, ¿sabes?

 

¿Qué Akihiko no podía simplemente quedarse al margen? Misaki pensaba que no estaba en sus cabales al seguirle la conversación a Akihiko. Él no solo desprende esa aura de chico malo, en verdad, lo es. Hasta hace unas semanas, no dejaba de meterse en problemas, lo raro es que ya no. Y los rumores –sí, los geniales rumores- decían que su padre le dio un ultimátum, alegando que ya no intercedería por él delante del director.

 

Tampoco hacía falta, el director era una especie de perro faldero con la familia Usami.

 

Akihiko hizo una mueca y Misaki notó como apretaba los puños.

 

―¿Yo soy el retorcido? Eres tú quien finge y crea ilusiones en estúpidos enamorados.

 

―¡Cómo te atreves!

 

―Lo que faltaba, ahora te haces el ofendido cuando sabes que es verdad. Si no quieres aceptar los sentimientos de nadie, ¿porque no solo lo dices de frente? Cobarde, hipócrita ¿y aun así te atreves a decirme algo?

 

Misaki abrió la boca y la cerró al instante. No podía creer como ese niño mimado le había dicho todas esas cosas.

 

“Claro, de seguro piensa que como su papá tiene mucho poder allí, él podía libremente tratar a todos como le plazca. Imbécil”

 

―¿Cómo dices?

 

Misaki volvió a mirarlo. Akihiko estaba con ceño fruncido y los ojos extrañamente furiosos.

 

Si… había pensado en voz alta. Que más da, él solo se lo buscó. Alguien tendría que haberle dicho eso hace tiempo.

 

―Ya escuchaste, ¿eres sordo o qué?

 

―Tú no me conoces.

 

―Tampoco tú a mí, y aun así te atreviste darme tu insignificante opinión.

 

Si las miradas matasen… ellos tal vez ya estarían muertos.

 

Misaki lo apartó de su camino con un fuerte empujón, sintiendo de pronto una desgarradora presión en su brazo.

 

―Suéltame imbécil, me estás lastimando ―se quejó, tironeando de su brazo para soltarse, todo sin éxito, claro.

 

―Primero discúlpate ―gruñó Akihiko.

 

―¿Cómo dices? Tienes que estar bromeando, el ofendido aquí debería ser yo.

 

―No lo repetiré.

 

―¡Suéltame o grito! ―exclamó cuando sintió la presión ejercer más fuerza.

 

No iba a permitir que un idiota lo tratara de esa forma, es decir, hay muchos que ruegan por una mirada suya, lo tratan  con delicadeza y prácticamente arrojan pétalos de flores a su alrededor… Misaki tenía en la universidad cierto prestigio que lo acomodaba en un lugar privilegiado dentro del estatus de popularidad… así que, malditamente pondría en su lugar a Akihiko.

 

―Akihiko, vamos déjalo, llamarás la atención si sigues con esto ―detrás del ojivioleta apareció su fiel confidente, tal vez el único amigo que tenía, la única persona que podía soportar su horrible carácter, Miyagi.

 

Akihiko volvió a ejercer presión y antes de dedicarle una mirada de advertencia, le soltó.

 

Misaki se acarició la parte afectada y sin pensar muy bien en lo que estaba haciendo, impactó la palma de su mano en la mejilla del más alto.

 

Si exagero en reaccionar de esa manera, no se arrepintió.

 

Como dijo alguna vez Shinobu, su mejor amigo, nadie iba a volver a tratarlo como basura. Ni siquiera el hijito consentido del dueño de ese lugar.

 

 


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