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Welcome to Lefter por MilkyJeanFoxserbug

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Notas del capitulo:

Los personajes de esta historia no son de mi autoría, pertenecen al mangaka Eiichiro Oda, está historia es creada sin fines de lucro. 

 

—¿Cómo están las cosas, Roronoa? — Se escuchó por el intercomunicador de su traje.


—Nada hasta ahora, comandante Smoker, mi equipo está haciendo una revisión del área, yo me internaré a las ruinas del laboratorio—


Recibió la orden de comunicarse en cuanto encontrara algo inusual u obtuviera los documentos que debía recuperar. Levantó nuevamente el arma que le obligaban a usar, supuestamente aquel ingeniero le había dicho que las balas de ese potente rifle acabarían con cualquier ser vivo mutante que se atreviera a encararle. Prefería las espadas laser diseñadas especialmente para él, por lo que las mantenía sujetas a su cintura con un sencillo gancho de su uniforme anti-radiación.


Desde que fue dejado por la nave en las ruinas de esa ciudad, cierto malestar se instaló en su pecho. Zoro no era una persona supersticiosa, la tecnología de alta gama que usaba y los innecesarios datos médicos y científicos que su compañero Trafalgar solía soltar le hacían evitar leyendas tales como los fantasmas, pero eso no incluía a su equipo, el cual durante todo el trayecto se dedicaron a contar ridículas historias de fantasmas y aunque era verdad que esa ciudad había enterrado a sus miles de habitantes bajo una fuerte explosión, dudaba que el lugar estuviera embrujado o algo así.


La imponente ciudad de Lefter fue hace años un punto de reunión de los científicos y médicos biogenéticos más importantes de aquel entonces, en esa ciudad se llevaban a cabo experimentos revolucionarios y se desarrollaba tecnología de punta, volviendo a Lefter la ciudad más avanzada del todo el planeta. Incluso el peliverde recordaba vagamente visitar ese lugar algunas veces cuando niño, pero ahora no era para nada parecida al fascinante lugar que recordaba.


Fue culpa del regente de Lefter que la ciudad se viniera abajo. El conocido Vinsmoke Judge se encargó de crear una inmensa explosión que acabo con la vida de todos los habitantes de la ciudad y por supuesto, dejó en ruinas la misma. El lugar emitía unos niveles de radiación descomunales y para siquiera acercarte un poco se debían emplear las medidas necesarias.


Su misión era sencilla, entrar al viejo laboratorio, el cual misteriosamente era el único edificio intacto, y recuperar los informes y progresos de aquel Vinsmoke para su estudio.


Entró al laboratorio con paso tranquilo, siendo la única luz la que desprendía su traje y el foco con el que contaba su arma. Estuvo caminando durante unos minutos por los pasillos de lo que parecía el nivel superior, sabía que lo que buscaba se encontraba al menos unos pisos más debajo suyo.


—Base, aquí Roronoa, los pasillos del laboratorio están cambiando de lugar a como recuerdo del mapa— Informó el peliverde al notar que acababa de pasar nuevamente por la recepción de ese lugar.


—¿Otra vez te perdiste? — Una gruesa voz emitió una carcajada por el comunicador de Smoker y Zoro no pudo más que fruncir el entrecejo al reconocer al molesto ingeniero.


—Esto es enserio Eusstas, no tengo tiempo para tus juegos— Mencionó con irritación el de cabellos verdes, considerando seriamente el apagar el comunicador y mandar a la mierda el hecho de que los pasillos se movían.


—Que rápido logro irritarte — Zoro pudo escuchar el sonido de algunas teclas siendo presionadas del otro lado del comunicador y ante sus ojos se manifestó una línea de color rojo que seguía recta por el pasillo y luego doblaba a la izquierda -Lo único que tienes que hacer para recoger los papeles del viejo Smoker es seguir la línea que te he enviado a través del casco- Informó el pelirrojo dando por terminada esa conversación.


El soldado emprendió nuevamente la marcha, esta vez siendo guiado por aquella línea, cruzando algunos insípidos y aburridos pasillos antes de toparse con una sencilla puerta que, al tocarla con su enguantada mano, esta se soltó de sus bisagras y cayó al piso, dejando ver unas escaleras que se extendían más allá de lo que alcanzaba su vista.


Con cierta resignación comenzó a bajar por esas escaleras, preguntándose si en sus tiempos de gloria esas instalaciones contaban con algún elevador. Estaba seguro de que tardó al menos media hora en cruzar la mayor parte de esas escaleras, pero justo antes de llegar a su destino se detuvo.


La razón de esto fue la luz que se alcanzaba a filtrar por la puerta de metal con un enorme "66" pintado en ella. Empujó de una fuerte patada la puerta que bloqueaba su avance y ante sus ojos se reveló una amplia sala iluminada con diversos aparatos extraños que emitían ruidos desconcertantes y justo en medio de esa inmensa sala, una gigante esfera de cristal que se encontraba sujeta en un pedestal en el piso y alcanzaba el techo de esa habitación. Grandes tubos de lo que parecía resistente plomo iban de la esfera a unos tanques que mantenían el número 66 en ellos.


Y lo que logró sorprender al imperturbable soldado, un hombre flotando en medio del líquido de la esfera, tanto sus piernas y manos sujetas con un cable de metal resistente y una mascarilla en su nariz al parecer otorgándole aire.


—Comandante, ¿está viendo esto? — Preguntó Zoro adentrándose un poco al cuarto, observando con cautela al hombre.


—Me temo que acabamos de encontrar a uno de sus experimentos. Haré que Trafalgar te de instrucciones de ahora en adelante, si esa cosa esta viva, será de vital importancia para nuestra investigación— Contestó con voz sombría el siempre fuerte hombre.


Al otro lado de la línea se escucharon pasos y algunos gritos antes de que alguien volviera a tomar control del comunicador.


—Roronoa-ya, tienes una suerte envidiable- El sarcasmo del médico no pasó desapercibido por el intranquilo soldado. — Bien, le he pedido a Eusstas-ya que haga un sondeo de la habitación desde tu traje, así que me alegra confirmarte que el espécimen esta vivo y por alguna razón esa zona se encuentra libre de radiación. Ahora acércate al tablero de controles que está a tu derecha-.


Obedeció la orden, demasiado alerta como para equivocarse esta vez de dirección, una vez ahí analizó los controles tratando de descifrar para que servían todos aquellos botones.


—Bien, esto es sencillo, presiona el botón blanco que se encuentra en la parte inferior derecha y luego acciona la palanca de en medio, eso debe ser capaz de drenar todo ese líquido—


Sin perder el tiempo, el peliverde comenzó a hacer todo lo que le indicaba Trafalgar, poniéndose ligeramente nervioso al escuchar un sonido hueco y enseguida como el liquido de la esfera iba bajando de nivel junto con aquel cuerpo, hasta desaparecer por completo. Caminó hacia el centro de la habitación y subió las escaleras hasta la puerta de la esfera, presionando un pequeño botón rojo que se encontraba a un costado de la puerta de cristal por orden del médico. Levantó su arma al notar como las esposas eran abiertas y dejaban libres las piernas y brazos de aquel ser.


No apartó la mirada de aquel hombre, observándolo con mayor detenimiento. Aparentaba unos veinte años, tenía un cabello rubio lacio que cubría uno de sus ojos y que en ese momento se encontraba mojado. Notó la extraña ceja en espiral que estaba seguro reconocía de algún lado, no le dio demasiada importancia a eso y continúo mirándolo, esta vez perdiéndose en aquel desnudo y musculo torso, pues la única prenda que cubría aquel cuerpo era un pantalón negro. De repente sus oscuros ojos se toparon con un solo ojo de un intenso azul que demostró el terror que estaba experimentando.


Adoptó una postura defensiva, apuntando el arma justo en la cabeza del rubio. No movió ni un solo músculo cuando la temblorosa mano del contrario se deshacía de aquel respirador y acto seguido esa misma mano se posó en la aún cerrada puerta de cristal.


—Quizá no sea un peligro...— Escuchó la vacilante voz del médico a través del comunicador.


Zoro estaba a punto de creer esas palabras, sin embargo, un fuerte dolor en su cabeza y la repentina sensación de ser lanzado varios metros le hicieron descartar la idea de inmediato.


Se levantó con un salto, apuntando su arma hacia la erguida figura del rubio ahora fuera de aquella esfera, con a penas unos raspones por atravesar el cristal, los cuales en cuestiones de segundos desaparecieron, sin dejar un solo rastro de su anterior existencia.


No era la primera vez que se enfrentaba a uno de esos, en el pasado Zoro tuvo que deshacerse de muchos como ellos, pero esta vez era diferente, el peliverde había visto como las piernas del ser temblaban y como los vidrios le hacían daño, estaba casi seguro de que el que hubiera estado quien sabe cuanto tiempo ahí dentro dificultaba sus mejoras genéticas y él no pensaba desperdiciar esa preciosa oportunidad.


Con aquella rapidez y agilidad que había desarrollado por años de entrenamiento, se aproximó al rubio, intentando acertar un golpe a su cuerpo, el cual de alguna forma fue detenido por una fuerte pierna, una vez su distracción fue efectuada, no desaprovechó aquellos segundos para presionar el gatillo de su arma. Un leve quejido y el olor a carne quemada fue lo que le avisó de su logro, claro que con la patada que había recibido enseguida en el rostro se encontraba un tanto desorientado.


Los cristales de su casco fueron rotos por el impacto, así que, Zoro decidió quitarse aquel aparato, dejando expuestas sus duras facciones contraídas por la rabia. Si Trafalgar tenía razón, en ese cuarto no había problema con la radiación o contaminación, por lo que no se preocupó tanto.


Sonriendo de lado, volvió a arremeter contra el hombre, estaba vez armado con sus siempre fieles espadas láser, siendo estas detenidas de alguna forma por los rápidos pies del adversario. Nunca presenció un estilo de pelea como aquel. Blandió sus espadas con habilidad, siendo la mayor partede sus ataques bloqueados o de plano esquivados, mientras él también recibía un par de golpes.


De nueva cuenta cayó al suelo al recibir una potente patada en su estómago, sacándole el aire de paso. Se salvó por un pelo de una nueva serie de golpes contra su cuerpo, logrando rodar a un lado, blandiendo su espada para cortar el tobillo de su oponente.


Aquel olor a quemado invadió otra vez la habitación.


El dolor provocado a su oponente fue lo suficientemente eficaz como para alejarse unos metros del contrario.


—Roronoa-ya, mantenlo ocupado durante unos minutos, Smoker-ya acaba de informarle a tu equipo que sacaran la munición especial y justo ahora se encuentran bajando las escaleras— Había olvidado que conservaba el comunicador en su oreja, por lo que fue un alivio para él escuchar la idea de los refuerzos.


Respiró profundo, bloqueando con una de sus espadas las aparentemente garras que se extendían de las manos del rubio. Eso último jamás lo había visto en uno de los soldados alterados, guardó su sorpresa para después y le propinó un golpe en la cabeza al otro con el mango de una de sus espadas.


Ambos lanzaron una serie de golpes feroces y condenadamente rápidos. Zoro estaba seguro de que ya tenía unos cuantos cortes debido a las garras de aquel tipo, pero el otro no se salvaba, pues ese especifico olor no desaparecía del aire y cada vez veía como el rubio se contraría de dolor, quizá por el primer disparo que le impactó.


De pronto las espadas del peliverde fueron detenidas con dos manos convertidas completamente en mortíferas garras, haciéndole imposible mover sus preciadas armas.


Su sufrimiento no duró tanto como creía. Pronto el tranquilo sonido del aire siendo rasgado por una bala y un chillido acabaron con su impotencia. Sus espadas fueron liberadas y su oponente se encontraba de rodillas, sujetándose con sus ahora normales y quemadas manos una herida de bala que atravesó su cuerpo por uno de sus costados.


Conocía a la perfección como funcionaban aquellas balas, por lo que no se relajó hasta que el tranquilizante que contenía la bala causara el efecto deseado y provocara que el hombre perdiera la conciencia.


Zoro aceptó el casco de repuesto que uno de sus compañeros le ofrecía y ayudó a sus soldados a esposar al espécimen y meterlo dentro de una bolsa de conservación para poder transportarlo directamente a la base.


—Te hicieron mierda— Murmuró alguien de manera suave, acompañado de una tranquila risa.


Zoro no necesitaba que su amigo Marco le indicara lo obvio, pues su cuerpo sentía unaterrible fatiga y los cortes en su rostro escocían de forma dolorosa.


—Si bueno, gracias por llegar lo más rápido posible— Contestó el soldado, seleccionando los comandos necesarios del teclado que aparecía en su antebrazo para reparar los posibles rasgones en su traje, esto antes de colocarse su casco y ordenar al equipo regresar a la nave.


El camino hasta la nave fue silencioso, estaban todos alerta por lo que pudiera suceder en esa ciudad, por lo que nadie dijo nada hasta que la nave hubo despegado y estuvieron al menos unos kilómetros lejos de Lefter.


Fue entonces cuando el sake y otros cuantos licores fueron sacados para festejar el que la misión más importante del escuadrón había sido realizada con éxito, ya que no solo fueron capaces de encontrar los documentos con los avances e investigaciones del tirano Judge, sino que también llevaban consigo un espécimen casi intacto de una esas maquinas de matar que el loco científico creó.


Las heridas de Zoro fueron tratadas por su amigo Marco, él cual pasaba con lentitud aquel pequeño lápiz que regeneraba los tejidos por los cortes del primero. Aunque aquel artilugio resultase una excelente forma de curarse, siempre dolía más el curarse que el haberse hecho la herida, por lo que Zoro no se contuvo al soltar unas cuantas palabrotas.


El viaje de regreso tardaría unas cuantas horas, así que aprovechó tomar unas cuantas botellas de sake en cuanto su sesión de curación con Marco hubo terminado.


Una vez de vuelta en la base militar, su "dulce" hogar, Zoro pudo respirar con tranquilidad, lo que quedaba por hacer era entregar el paquete y del papeleo se encargaría el comandante Smoker, así que él podría relajarse en su habitación y con suerte ser llamado nuevamente a una misión en algunos meses.


.


.


.


—Sanji, no te muevas de aquí, volveré pronto—


Como el niño obediente que le habían enseñado a ser, no se movió en lo absoluto durante horas, confundido por el reciente comportamiento de su querida madre. Su mamá lucía preocupada y hace poco había escuchado a sus padres alzando la voz, claro que no entendió la razón por la que peleaban, pero no pudo evitar llorar en su habitación preguntándose que sucedía en su familia.


Su cuerpo dolía por estar tan apretado en aquel pequeño armario, escondido ahí por orden de su madre, sus ojos escocían por el miedo de estar solo en ese lugar, pendiente de que una araña no apareciera o terminaría soltando las lagrimas que llevaba rato conteniendo.


La puerta se abrió repentinamente, pero el pequeño rubio no vio a su madre, en cambio, su hermano Ichiji se encontraba frente a él. De un fuerte jalón lo sacó de su escondite, dejándole caer contra el piso sin ningún cuidado.


—Ella se marchó...— El pelirrojo nunca había sido tan unido con su madre, pero apreciaba los cariños que la mujer les solía dar. Incluso Sanji notó la rabia con la que pronunció aquellas palabras —Se fue por tu culpa— Dedicó una mirada de odio puro al rubio antes de propinarle un fuerte golpe en el estómago, sintiendo cierto gusto al ver las lagrimas de su hermano menor mientras se doblaba de dolor. Después ya no pudo parar.


Abrió sus ojos de golpe, sintiendo su acelerado corazón ante aquel sueño. Había olvidado la ultima vez que sus recuerdos le atormentaban en sueños.


Trató de moverse para quitarse el recuerdo de la cabeza, más sus planes se vieron frustrados al sentir una fuerte restricción. Giró un poco su rostro para encontrarse con sus manos siendo sujetadas firmemente por un grueso grillete. También sus pies se encontraban sujetos, impidiéndole si quiera moverse un centímetro.


¿Dónde estaba?


Su cabeza dolía si intentaba recordar más allá del día de la explosión, sin contar las borrosas imágenes que llegaban a su cabeza. Se sentía demasiado débil de lo usual y su abdomen le mandaba punzadas de dolor constantemente.


Jaló con fuerza su brazo, midiendo si con su fuerza podría romper aquellas ataduras, terminó frustrado al no poder siquiera mover el grillete. Aburrido de no poder hacer nada por ahora, se dedicó a ver la habitación lo mejor que podía. A su alrededor se encontraban diversas maquinas que emitían molestos ruidos y en una mesa cercana, diversos aparatos y utensilios, notó que estos se encontraban manchados con sangre, como si hubiesen sido usados recientemente, quedando rrastrode ello.


—Despertaste antes de lo esperado— La tranquila voz le hizo voltear hacia una de las puertas de ese lugar, donde ahora se encontraba un joven moreno examinándole detenidamente.


—Déjame ir — Exigió el rubio al ver al pelinegro acercándose hacia él.


—Me temo que no puedo hacer eso, ahora eres propiedad del gobierno de Bornhowl y me dieron permiso para hacer lo que yo quiera con tu cuerpo, claro que con propósitos científicos—Era mejor decirle ahora el destino que le deparaba, siempre resultaba más fácil manipular a pacientes sin voluntad.


El rubio quedó paralizado al escuchar aquellas palabras. Conocía la ciudad de Bornhowl, su padre llevaba tiempo negociando con ellos para compartir secretos científicos y armas eficientes, entonces, ¿por qué estaba él ahí? Se sumió tanto en sus pensamientos que no le tomó la más mínima importancia a las hábiles manos que recorrían su cuerpo, verificando que todo estuviera en orden.


—Parece que todo esta bien por ahora— Comentó aquel médico, haciendo que el rubio le prestará atención.


Un soldado que no había notado antes se acercó a la camilla, liberándolo de los grilletes que lo mantenían sujeto, más no pudo hacer ningún movimiento, ya que nuevas esposas habían sido colocadas en sus manos. Posteriormente sus piernas fueron liberadas y fue levantado con brusquedad, obligándole a moverse fuera de aquella habitación.


Un arma apuntaba a su cabeza, creando una amenaza silenciosa de lo que pasaría si hacía un solo movimiento sospechoso. Aquel soldado lo guio a través de diferentes pasillos, empujándolo cuando Sanji se detenía para ver algo de la base en la que estaba. Pronto se detuvieron frente a una puerta, el hombre tecleó un código en la pantalla que no alcanzó a ver y le fue propinada una patada, haciéndole perder el equilibrio al entrar a esa nueva y reducida habitación, seguramente se trataba de una celda. El rubio miró molesto al desagradable hombre que le trataba sin ninguna delicadeza. Comenzaba a detestar a esas personas.


—No te vayas a mover ni un poco, fenómeno— Pronunció con dureza el soldado, acercándose con una jeringa a Sanji. ¿Acaso querían drogarlo?


Aprovechando que nadie se tomó la molestia de sujetar sus piernas, con un rápido movimiento Sanji pateó el tobillo del soldado, logrando que este tropezara y cayera estrepitosamente al suelo, dándole el tiempo suficiente al contrario para levantarse de un salto y recoger la jeringa que acaba de tirar su oponente. Volvió a patear al hombre al ver que comenzaba a levantarse y pisando su espalda, le clavó aquella jeringa en el cuello, presionando para que el liquido saliera.


Esperó hasta que el soldado perdiera el conocimiento antes de buscar entre sus ropas la llave de las esposas. Una vez que la encontró, batalló durante unos cuentos minutos antes de poder abrir sus ataduras. Masajeó sus lastimadas muñecas para proseguir con su ahora plan improvisado de escape.


Le quitó el uniforme al hombre inconsciente, haciendo una mueca de asco al ver a tan desagradable hombre en ropa interior. Se deshizo de la bata con la que lo vistieron y se acercó al espejo de la celda para comprobar si sus sospechas eran ciertas. Miró con horror su ahora exageradamente delgado cuerpo y las numerosas cicatrices que recorrían el mismo. Lo que más le llamó la atención fue aquel enorme vendaje en su abdomen, por lo que, con cuidado, comenzó a retirarlo hasta dejar al descubierto un corte reciente, con una sutura impecable. Él no recordaba tener eso.


Ahora entendía el porqué de los utensilios manchados de sangre, algo le habían hecho y no tenía idea de que.


Volvió a vendar aquel corte y se vistió con las prendas del soldado, sintiendo como el traje se acomodaba según su cuerpo.


De las cosas que encontró entre la ropa del tipo, recogió dos parches sencillos. Si su memoria no fallaba, eran esos los que su hermana solía colocarle cuando se cortaba. Esos parches eran usados para regenerar la piel cuando se trataba de heridas superficiales, el parche se adaptaba al color de piel de la persona que se lo colocaba y se volvía invisible, reemplazando a la piel verdadera. Decidió utilizarlos para cubrir esa particularidad en sus cejas, colocándolos de tal forma que su ceja se viera normal. No tenía idea de cuanto tiempo llevaba en ese lugar, pero sabía que podían reconocerlo por sus peculiares cejas y no pensaba dejarse atrapar por algo como eso.


Recogió su cabello para dejar a la vista su rostro por completo, al menos así sería un poco más difícil que le reconocieran.


Una vez estuvo completamente listo, salió de la celda y la cerró, esperando que con eso tardaran un poco más en detectar que había escapado, aunque, si no tenía nada de suerte, seguro alguien alcanzó a observar a través de las cámaras de seguridad su escape.


Quería salir de aquel lugar lo más pronto posible, pero no iba a irse hasta descubrir que le habían hecho a su cuerpo y el porque lo tenían ahí desde un principio, por lo que se tenía que asegurar de pasar desapercibido entre otros soldados para recolectar la información suficiente. Por alguna razón había muchas lagunas en su memoria y eso le desesperaba, quizá si indagaba podría darle un significado a todo.


—¡Oye, tú! — Sanji a penas y caminó unos metros antes de que alguien le detuviera, ¿tan pronto iban a por él?


—¿Recién llegaste a la base? Luces perdido— Le volvió a hablar la misma voz, girándose para encontrarse con un jovencito de rasgos infantiles hablándole.


—Sí, soy algo malo para las direcciones— Pronto el de cabellos negros le alcanzó y esbozó una sonrisa, pasando su brazo por los hombros del rubio, como si se tratasen de dos amigos.


—Shishishishi, ¡Eres justo como Zoro! Pero no te preocupes, yo te guiaré, ya es hora de la comida y muero de hambre— Exclamó el contrario, haciendo un puchero como si fuera un niño pequeño.


Sanji no podía creer que tuviera tan buena suerte, aunque no entienda gran cosa de lo que le decía ese chico, este se había ofrecido a guiarlo. Su plan estaba yendo tan bien que temía que pronto fallara.


—Por cierto, ¿Cuál es tu nombre? Yo me llamo Luffy— Comenzó la charla el chico, muriéndose de ganas de hacer un nuevo amigo y, a decir verdad, nunca había visto a ese rubio de ojos curiosos. 


—Soy Sanji— Se presentó siendo por primera vez honesto con el contrario, dar su nombre no haría que lo atraparan, por lo que no se preocupó.


—Seamos amigos, Sanji— El rubio miró extrañado al animado tipo, preguntándose si era así con todos. Le resto importancia al asunto y asintió ante lo que le dijo el otro, siguiéndolo por algunos pasillos, teniendo a un guía demasiado ruidoso.



 
Notas finales:

Gracias por leer. 


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