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Carroña por Hekate

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Notas del fanfic:

Es un Milo x Afrodita, aunque pueda no parecerlo, lo es. No puedo escribir algo en lo que no crea, ni siquiera si es una ficción, por lo cual no podía, en las circunstancias en las que me hallaban en el 2016, escribir un relato de los que yo llamo “soleados”, así que el mejor modo que se me ocurrió emparejar a los personajes fue hacerlo sin que se explicitara casi el contacto entre ambos, sin que sus nombres aparecieran en una escena en conjunto.


Aclaraciones: 1) No tomo en cuenta  la existencia de ninguna secuela ni precuela, salvo la de los OVAS y películas, que no vienen al caso. Lo acontecido se sitúa luego del Hades, en una supuesta resurrección de los Santos (SoG no existe, y hubiera sido mejor que no existiera realmente, v.v… Lol). 2) El nombre que hace tiempo estoy utilizando para Deathmask es Giovanni Battista (Juan Bautista), por lo cual se pueden encontrar varias formas de llamarlo, referidas a este mismo nombre: Gian, Gianni, Giambattista, Battista, Giovanni, o, directamente, Death o Deathmask. 3) Para los que nunca me leyeron, utilizo el apodo de Dido para Afrodita desde hace años, influida por autoras francesas.

Disclaimers: Saint Seiya es propiedad de Masami Kurumada, de Shueisha editorial, de la Shonen Jump, de Toei Animation, etc. Este fanfic fue escrito como mero entretenimiento, sin fines de lucro.

           Una mano, de repente, lo alcanza, aprieta, acaricia, frota, sus labios, las lenguas… Su lengua se mueve; sí, se mueve, aunque él no lo quiera... 
          Sus piernas, sus muslos, los perfectos muslos flexibles y torneados bajo el sol griego, que lo apresan contra la morbidez de la cama y provocan en él la contradicción de sus deseos, de permitir o denegar la intromisión, de ser cuerpo gozoso y material o ídolo impoluto y eterno…
          Y todo ese placer líquido, metálico, que se expande y se contrae sucesivamente como olas, remolinos, demencia…
          Éxtasis. ¿Qué hacer con eso…?
          Deslizarse, retorcerse, resollar, gemir como condenado en el juego de un demonio, que lo consume desde que le supo el nombre por primera vez… Arder, crepitar… 
          Unos brazos lo aferran, lo levantan, hacen que su organismo conozca más la sensación de una profanación lúbrica, a la que ya él se abre y cabalga con frenesí, sin pensar: quiere más, mucho más, hasta lo blanco…
          No ve, no ve, se ciega, cae, cae, cae, grita y se derrama con el agotamiento de sus pulmones vacíos y un peso encima, que, en este instante, no sabe o no quiere reconocer. 
          Respira, respira agitado y una sonrisa, una sonrisa que viene desde lejos a buscarlo, siempre el mismo gesto plagado de pueril inocencia, blanca como una noche sin dolor, que hace que todo se disuelva. Y es necesario que lo reconozca en este momento, ya no lo puede evadir: Milo…  Siempre Milo… Y se deja arrastrar por el sueño, las olas, el océano, por Milo…


***

          Despertó en su recámara.  Le pesaba algo, le pesaba todo: los párpados, los músculos, las venas, la sonrisa, el hígado, la acidez… A su lado, con la parsimonia de la brisa sobre el mar, Milo aún dormía. Quiso esbozar una mueca de ternura, pero no pudo. 
          Se levantó intentando no hacer ruido, sin moverse por demás. No quería perturbar la calma de su compañero. Con sigilo, se vistió con lo primero que encontró: las mismas prendas que llevaba puestas por la noche, antes de todo. Tomó el calzado y se retiró del cuarto con él en la mano.
          Salió del templo y se topó con el sol ubicuo del mediodía; habían perdido el entrenamiento y las reuniones de rutina. Saga, probablemente, se molestaría con él. Lo miraría perentoriamente y esperaría sus pretextos. No se sentía con ánimos de excusarse, ni de Saga, ni de sus miradas. El sol dolía en exceso; en situaciones como esa, prefería las nubes, el gris de acero más pesado que él mismo.
          Se calzó y endilgó sus pasos cuesta abajo, hacia Cáncer. Precisaba desahogo, orientación. Necesitaba una mirada amiga, sin conmiseración, feroz, que constatara su error.
Hacía calor, ese calor propio de la primavera griega, que quemaba lento, sin pausa y sin tregua, sin que uno se diera cuenta hasta estar calcinado.
          Al llegar, no se molestó en fórmulas protocolares; simplemente, franqueó el pronaos y se adentró en la cella. Echó un vistazo a esas paredes, que en otra época estuvieron tapizadas con ademanes de purgatorio, con rostros privados de dios. Sin ellos, los muros del Cuatro Templo eran la nada misma. Apuró el paso. Afrodita se desesperaba un poco con el vacío.

          –¡Gianni! –llamó desde el vano de la recámara principal. Sentía su cosmos en Cáncer, pero era posible que estuviera de paseo por Yomotsu. En ese caso, tendría que esperarlo–. ¡Gian! –insistió, ingresando en la habitación, con la esperanza de que se manifestara cual fantasma– ¿Estás? –se sentó en la cama, resignado a pasar un buen rato hasta el regreso de su amigo–. La cagué…
          Aquellas palabras fueron mágicas; aquel susurro acertó en la justa invocación para que, en el acceso este de la estancia, se materializara la figura alta y socarrona de su camarada.  Afrodita lo miró y sonrió. Se alegraba de verlo;  la vida se volvía más ligera en su presencia, incluso con aquellos efluvios sulfúricos, que lo impregnaban cada vez que volvía de visitar las puertas del Abismo.
          –¡No me digas! –se apuró a contestar Deathmask, con un regodeo notorio, exaltado por la curvatura de sus labios– ¡Déjame adivinar!… ¿Milo?
          –¡Vaya! –se sorprendió– ¿Tan obvio resulta?
          El guardián del recinto se encaramó a su lado.
          –Lo imaginé cuando ninguno de los dos apareció a entrenar hoy; más bien, cuando ninguno de ustedes apareció. ¿Se puede saber qué hiciste? –le preguntó con un atisbo de indulgencia, entre comprensivo y curioso. 
          En ese momento, Afrodita irradiaba el encanto de una derrota, la delicia de una saeta que impactaba en el corazón de su presa. Tremendas ganas de abrazar esos despojos daban, pero no había más remedio que contenerse.
          –¿Tengo que darte los detalles?
          –No me molestaría –se burló su amigo.
          –Lamentablemente –tomó una cadena de plata, que colgaba del cabezal del camastro, y se puso a juguetear con ella, distraídamente–, no me acuerdo bien…
          –¡Qué demonios? ¡Cómo no te vas a acordar? –se desconcertó el italiano ante la inusitada contestación de Afrodita. Suspiró flemático y bajó el tono de su voz– Al menos, ¿te gustó?
          –Creo… No sé.
          Continuó embrollando sus dedos en la longitud de la alhaja, hasta convertirla en una maraña de eslabones. Eso se parecía a su alma, como si la hubiera extirpado de su cuerpo para hacerla caber en el hueco de sus manos muertas y nerviosas… Como si buscara desentrañarse.
          Deathmask alcanzó a percibirlo.
          –¿Estabas borracho o drogado?
          De pronto, un resabio de hilaridad se abrió paso por aquel laberinto.
          –Mmm… Quizá la primera opción, pero no llegué a nivel de “borracho” –aclaró de prisa y con una jocosidad recién nacida en su temple–; había estado tomando algo, antes de que Milo viniera a Piscis.
          –¿Cloroformo?
          –Estás de buen humor, ¿cierto? –dejó a un lado el nudo, al que había reducido la cadena, para mirar de lleno a su compañero– ¿Tuviste alguna alegría anoche?
          –¡Joder, que me hubiera encantado! Pero Dios le da pan a quien no tiene dientes…
          –Si tanta hambre tienes –se le arrimó con picardía–… Te puedo dar de comer algo…
          –Pues… –enronqueció. No estaba seguro de si estar contento o angustiado con semejante propuesta. Algo del orden de lo ambivalente siempre matizaba su relación con el sueco–. A pesar de que me fascinaría probar un poco de pescado, vamos a evitar que la cagues dos veces en menos de veinticuatro horas…. ¿No te parece?
          Afrodita se echó de espaldas sobre el plumón, como si se desinflara. De igual modo, Deathmask se recostó de lado.
          –¿Por qué lo hiciste? –indagó al oído de Afrodita, luego de un necesario silencio– ¿Qué pasó?
          –No sé. 
          –¿Sabes? Una buena respuesta, además de sincera, sería: «Oh, Gianni, es que el pendejo ese me gusta y me calienta muchísimo, y quería que me empernara hasta dejarme sin voz y sin culo»…
          El sueco le dirigió una mirada fulminante; sin embargo, a la postre, mostró una sonrisa, aunque sólo hubiera sido una tenue semicurva de sus labios, que le descubría un incisivo y un canino.
          –¡Si fuera así de fácil…!
          –¿Y por qué tiene que ser complicado?
          –Porque es Milo… –sentenció consternado, para, de inmediato, retomar el ovillo de metal, que había abandonado sobre la almohada.
          –¡Oh, el pequeño Milo! –exclamó el canceriano, al tiempo que se impulsaba para sentarse, nuevamente, en el canto del colchón. Esa afición, de fuerte impresión romántica, que sufría Afrodita por el Santo de Escorpio, lo crispaba de un modo que no podía explicar; el tema de Milo rendía absurdamente idiota al sueco, lo nublaba y hacía que perdiera toda su sensatez. Eso era algo que Deathmask no podía tolerar bien– ¡Lo había olvidado! ¡Tu pequeño Milo! ¡El niñito ingenuo y estúpido que no sabe nada, del que tienes que andar cuidando de que no se haga encima todavía! ¡Pues, déjame decirte una cosa: Milo no es más un crío, hace mucho dejó de serlo, y le gustas!
          –¡No! –se contorsionó hasta quedar arrodillado en la cama, por detrás de su amigo, que le daba la espalda– Está confundido –quiso explicar tratando de sosegarse–... Una persona como él es imposible que se fije en alguien como yo... Lo sabes.
          –¡No me vengas con esas sandeces de nuevo! Ahora, si tú no quieres nada o tienes miedo, es otro cantar, y, al parecer, anoche no se lo dejaste muy patente... 
          –¡Te digo que está confundido! –apretó sus mandíbulas frustrado– Confunde cierta especie de apego fraternal, que me tiene, con calentura o, tal vez, amor, no sé…
          –La verdad, Dido –lo encaró; su voz, sus ojos rezumaban severidad, hartazgo, quizá, incluso amor, un extraño afecto despiadado–, en este punto, creo que no eres más que un reverendo arrogante y un soberbio cretino de mierda, que no hace más que mirar con desdén al resto. Crees que lo sabes todo, aun lo que los demás sienten, pero no eres ni remotamente capaz de asumir tu propia responsabilidad por lo que generas. ¡Y, encima, tienes el tupé de creer que tienes la razón! –No tenía entera noción si hablaba en referencia Milo o  a él mismo, pero era franco, y Afrodita lo podía percibir–. Lo estás subestimando, no lo ves como a una criatura, sino como a un idiota que no sabe distinguir sus emociones ni lo que quiere, lo consideras un desvalido, para que te necesite, para que la imagen que te formaste en la cabeza de ti mismo cobre sentido. Te empecinas en que siga siendo un niño, para sentirte grande, fuerte… importante a su lado. No te engañes, no quieres compañeros o parejas, quieres súbditos, fieles, que solo te admiren como a una condenada divinidad: ¡se mira pero no se toca! Porque… Porque si te tocan, se van a dar cuenta de que eres de carne, de una carne que se vuelve vieja y rancia, como la de todos nosotros, y, lo peor, te vas a dar cuenta de que lo necesitas, más, todavía, que él a ti… y eso te aterra, Di.
          Afrodita parecía no reparar en las acusaciones proferidas en su contra. Había una calma enervante en su expresión. No había desviado su concentración de la cadenilla y se empeñaba en desliar el último nudo. Dio un tirón repentino y, sin querer, la rompió; un par de eslabones cayeron sobre su regazo. Fijó su atención en ellos.
          –¿En serio? ¿En verdad, crees eso? –inquirió al cabo. Una cerrazón en la garganta le impedía desplegar todo el color de su voz.
          –Sí.
          –Duele, ¿sabes? –alzó su cabeza para enfrentar el gesto de juez de su amigo– Todo eso que dijiste, duele, ¿lo sabes, no?
          –Eso espero –suspiró su compañero–. A veces, las únicas palabras que escuchas son las que te duelen… En lo único que crees es en el dolor –se dispuso a recoger con sutileza los pedacitos de metal caídos sobre la falda de Afrodita–. Es como si el único que pudiera amar sinceramente, hasta estar hecho pedazos, fueras tú, y que lo que ofreciera el resto fuera una porquería, una mentira…
          –¿Eso sientes? Perdón, no sabía… 
          Las pupilas de Deathmask lucían tan profundas, tan azules, un agua milenaria, como una sibila rota descifrando arcanos. Ahogarse en ellas era tentador. Afrodita enredó sus dedos en la corta melena y la peinó, y prosiguió masajeando hasta la nuca. Le agradaba ese contacto.
          –No importa…
          –Creo recordar que algo así me dijo Milo anoche…
          –¡Oh!  ¡Y todavía lo consideras un niño…! –le palmeó con energía los muslos y le mostró una sonrisa amplia, honesta, cargada de melancolía– Será mejor que levantes el culo y vayas a verlo. De lo contrario, es probable que la caguemos nosotros dos acá y, ahí sí, la cosa se va a complicar…
          Deathmask tenía razón, en todo, como siempre. Y no, no quería arruinar las cosas con él,  el único que conocía sus ruinas y su ruindad, toda esa maldita vanidad que lo sostenía para poder vivir y no desesperar de cara a una muerte que se dilataba con la presencia del sol, día tras día.
          Se levantó y tomó los restos de la cadena. Acaso, intentaría repararla luego.
          –Es raro.. Hoy hablaste demasiado.
          –Tu terquedad a veces tiene ese efecto en mí. 
          –Ya veo. Gracias… 
          Afrodita sonrió. 

          Estaba aterrado.

          Salió del templo para dirigirse al suyo. No había sentido la cosmoenergía de Milo traspasar Cáncer, así que o estaba en Piscis todavía, o en alguna de las casas entre medio de las dos.
          Las palabras de Giambattista resonaban en su pecho, destajaban con voracidad. El sol aún devoraba el firmamento y una transpiración fría le bañaba la espalda. 
          Ser solamente un humano le recordaba el infierno; tanto horror había en su sangre, tanta inmundicia en su alma… El sol parecía iluminarla. Sentía como si estuviera exponiendo a los cielos toda su carroña. ¿Podría soportar Milo todo aquello, en realidad? ¿Tendría el estómago requerido para no devolverla? Se volvía un cadáver a cada paso y se preguntaba si Escorpio sería la bestia adecuada para tragárselo y que le permitiera desintegrarse en su interior.



FIN
Notas finales:

Este fic, oiginalmente, fue dedicado a varias personas: a Scarletrose, ue ama el MIA y me pidió participar en un foro en un evento para reunir fics de esta pareja a la que me dediqué con ahínco en el pasado. A Cateyed, que me ayudó y me soportó con mi crisis de la página en blanco y siempre me estuvo dando sus opiniones y consejos de modo sincero; además de que se copó y colaboró en este evento con dos fics magníficos, incluso sin ser esta una pareja de su devoción. A AphroditePiscium PoisonRoses, porque le gusta la pareja y me gustan sus viñetas, XD. También a Dai, mi hermana del alma que me soporta de continuo, aunque no le guste ni la pareja, ni los personajes, ni tantas muestras de cariño soso entre los personajes (XDDDDD), y fue la primera que ayudó con Carmesí, allá en los viejos tiempos. A Fade, que fue otra gran amiga y colaboradora de Carmesí, siempre bien dispuesta a todo.


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